martes, 24 de octubre de 2023

SAN ARETAS Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES DE NAJRAN


A principios del siglo VI, los etíopes axumitas cruzaron el Mar Rojo y extendieron su dominio sobre los árabes y judíos de Himyar (Yemén), a quienes impusieron un virrey. Yosef Dunaam/Du Nuwas (cuyo verdadero nombre era Yusuf Asar Yathar), un miembro de la familia himyarita que había sido arrojado del trono, se levantó en armas y tomó la guarnición de Zafar. Como se había convertido al judaísmo, asesinó a los miembros del clero y convirtió la iglesia en sinagoga. En seguida puso sitio a Najran (actual Ujrud, Arabia Saudita), que era uno de los grandes centros cristianos en la península desde mediados del siglo IV. La ciudad se defendió tan valientemente que Dunaam, sintiéndose incapaz de conquistarla, le ofreció la amnistía si se rendía. Contra las advertencias de Aretas (en árabe  اَلْحَارِث بْن كَعْب/al-Ḥārith bin-Kaʿb), jefe de la tribu de Banu Harith y gobernador de la ciudad, los defensores aceptaron la oferta; pero Dunaam, en vez de cumplir su palabra, permitió a los soldados que saqueasen la plaza y condenó a muerte a todos los cristianos que no apostatasen. Los sacerdotes, los diáconos y las vírgenes consagradas fueron arrojados en fosos llenos de fuego después que las tropas de Dunam profanaron y quemaron los restos del obispo San Pablo, muerto dos años antes. 
  
Aretas, con muchos de sus hombres, se dirigió a donde estaba el pérfido invasor, pero tuvo que ser llevado en hombros porque perdió sus fuerzas al ver tanta violencia junta contra los cristianos. Ello sin embargo, no lo arredró para dar este discurso, recogido por fray José Pereira de Santana en la Historia de los reyes de Etiopía:
Oídme, ¡oh inhumano rey!, doctores de la Sinagoga, apóstatas himyaritas, confederación de bárbaros, ilustres cortesanos y preclaros habitantes de Najran.
   
Compañeros, amigos, parientes y demás, seáis nobles o plebeyos, católicos o infieles, oídme todos. Pido esto de vosotros, porque hablo para todos. Bien podría decir que estoy cantando para vosotros ahora, si consideráis que por los años me convertí en el cisne del país que conserva la pureza de alma y el gozo del corazón, sin temor a la muerte.

Te hablo principalmente a ti, ¡oh rey! Tú eres más inhumano que las bestias salvajes, como ya te dije. He respondido las cien injustas acusaciones que hiciste contra mí, y me has condenado. Es verdad que soy, como tú dices, la causa total, motor y cabeza de la obstinación y resistencia de las gentes de Najran, mas no de sus esclavos sufrientes.
    
Ellos resistieron sin seguir el consejo de los ancianos, que es siempre más discreto y fundado. Ellos despreciaron mi aviso sin considerar que era tan maduro como mi cabello blanco. En este desprecio se abrieron ellos mismos al peligro, y en esa resistencia al consejo se perdieron.
    
Yo persuadí a todos que perseverasen en su oposición a ti, porque aun cuando tus fuerzas eran superiores a las nuestras; nuestros muros eran más fuertes que tus armas, y nuestros corazones aun más inexpugnables que nuestros muros. ¿Con qué poder Gedeón entró a pelear contra tantos miles de madianitas? Puesto que él, sostenido por el Cielo, pudo conquistar a tantos soldados con tan poca gente, ¿por qué no triunfaríamos sobre tu poder como quiera que en verdad tenemos la protección del Señor del Cielo y fuerzas más poderosas que las de ese príncipe?
   
No deberías imaginar que eres el autor del castigo que nosotros experimentamos, sino un instrumento. Dios nos castigó por medio de tus manos por nuestra temeridad en creerte, ¡oh rey!, que además de ser un traidor contra tu soberano, estás rebelándote contra tu Creador.
   
¡Oh tirano!, si deseas, ¡llámame vigilante de la honra de Dios! Yo invoco a este Señor contra ti porque has despreciado Su Ley, destruido Sus templos, profanado Sus altares y, finalmente, exterminado a Sus sacerdotes.
   
Sábete que, imitando al mismo profeta que predijo la muerte de tantos reyes, yo te aseguro que en poco tiempo serás despojado del manto púrpura y depuesto del trono. Así sujetará Dios todo el Imperio etíope al rey Elesbaam, sin excluir siquiera uno solo de tus dominios. Este príncipe glorioso y poderoso será el restaurador de nuestra Cristiandad derrotada. Haciendo reparación a Jesucristo, prevalecerá tan poderosamente contra ti que, por medio de él, una Najran admirada verá restauradas sus iglesias y a ti postrado a sus pies cual soberbio edificio que se ha caído y nunca será restaurado.
Tras ese discurso, Aretas y los que lo acompañaban, todos fueron decapitados. 
   
Ruma, esposa de un cristiano local, como ella se negase a acceder a las proposiciones amorosas de Dunaam, éste mandó ejecutar a su hija de doce años (que escupió en la cara al tirano) delante de ella y la obligó a beber su sangre; en seguida ordenó que la degollasen. El Martirologio Romano cuenta que un niño de cinco años se arrojó del regazo de Dunaam a la hoguera en la que se consumía su madre. Cuatro mil hombres, mujeres y niños fueron asesinados.

El propio Dunaam envió cartas al rey lájmida Al-Mundhir III en Hira (actual Kufa, Iraq) y al emperador persa Kavad I, instándolos a perseguir a los cristianos como él lo hizo. Cuando el rey de Hira (cristiano como era) recibió la carta, estaba atendiendo una embajada del emperador romano Justino I, que estaba acordando la paz con ellos. La embajada, liderada por el obispo sirio Simeón de Bet-Arsham, escuchó horrorizada el contenido de la carta que Mundhir leía.
   
El obispo Simeón transmitió la noticia al abad de Gabula, que se llamaba también Simeón. Al mismo tiempo, los refugiados de Najran difundieron la noticia por todo Egipto y Siria. La impresión que el hecho produjo no se borró en varias generaciones, pues Mahoma menciona esa matanza en el Corán y condena al infierno a los asesinos (sura LXXXV, 4-5). El patriarca Asterio de Alejandría escribió a los obispos de oriente con la recomendación de que conmemorasen a los mártires, que orasen por los supervivientes y señalando como culpables del crimen a los antiguos judíos de Tiberíades que, en realidad, eran inocentes. Tanto el emperador como el patriarca escribieron al rey axumita San Elesbaam para clamar venganza por la sangre de mártires. El monarca partió al punto con su ejército, a reconquistar su poder en Himyar. Elesbaam tuvo éxito en la campaña, que tuvo varias batallas y vio muchos milagros. Dunaam fue muerto en batalla, y su capital fue ocupada por el enemigo. Alban Butler afirma que Elesbaam, "convencido de que habá derrotado al tirano con la ayuda divina, se mostró muy clemente y moderado con los vencidos", aunque ejecutó a los principales responsables de la masacre. Elesbaam reconstruyó Najran, nombrando a (Eusemifio) (Sumyafa Ashwa) como gobernador, instaló a un obispo alejandrino, y construyó varias iglesias honrando a los mártires, que fueron meta de peregrinación antes del comienzo del islam. Al final de su vida, renunció al trono en favor de su hijo, donó su corona a la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén y se retiró al desierto como monje. Así lo afirma el Martirologio Romano el 27 de este mes. Bajo el califato islámico de Omar, la comunidad cristiana de Najran fue deportada a Mesopotamia, sobre la base que ningún no musulmán debía vivir en la Península Arábiga.

Los mártires de Najran son conmemorados en el Calendario Romano el 24 de Octubre, en los Menologios siríacos el 31 de Diciembre; en las Fiestas Árabes de los melquitas el 2 de Octubre; en el Sinaxario armenio el 20 de Octubre, y en el Sensekar etíope el 22 de Noviembre.

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