martes, 1 de noviembre de 2016

VIDUY, TESHUVÁ Y TIKÚN, O LA JUDAIZACIÓN DE LOS QUE PERMANECEN EN LA DEUTEROVATICANIDAD

Artículo publicado por Sofronio en el extinto TRADICIÓN DIGITAL. Tomado de CATÓLICOS ALERTA
  
Funeral del “cardenal” Jean-Marie Aaron Lustiger (su sobrino coloca piedras alrededor del ataúd, costumbre típica de los judíos con respecto a sus muertos)

Para el 2017 el mundo se prepara a celebrar cuatro centenarios de graves heridas infringidas a la Iglesia: quinto de las 95 tesis clavadas en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg por Lutero; tercero de la creación de la moderna masonería; primero de la Revolución bolchevique y también el primero de la promesa de un estado, hecha por Lord A. J. Balfour a los judíos. En el primer festejo participará, cómo no, la Roma conciliar de forma oficial; al segundo y al tercero, algunos dignatarios a título particular, generalmente en secreto; aunque luego todo se sabe; al cuarto habrá nota de congratulación Bergogliana al embajador de Israel, en la espera de participar en los mayores fastos de 2048 con visita al nuevo Templo incluida, ahora en proyecto; para esa fecha el moderno Estado judío cumplirá sus cien primeros añitos: un bebé de pecho, al fin y al cabo, pero con colmillos que devoran otras carnes, además de la dieta Kosher. Los que conservamos la fe católica celebraremos sólo el centenario de la aparición de la Virgen María en Fátima, si Dios nos da salud para llegar a esa fecha, para la cual, más bien deseo haya vuelto Cristo, el Mesías que ellos mataron, vida nuestra.
 
Desde que el último Papa santo, Pío X, luego de escuchar a Theodoro Herzl, le dijera que la Iglesia no podía reconocer al pueblo judío ni sus aspiraciones en Palestina, ya que los judíos «no habían reconocido a Nuestro Señor», las cosas han cambiado mucho y para mal.
   
Sin duda Herzl actuaba movido por criterios políticos, en tanto que la respuesta del Papa se basaba en la teología católica. Años después el Vaticano se opuso a la Declaración Balfour por motivos teológicos, pues le era inaceptable que los denominados «Lugares Santos» católicos estuvieran bajo el gobierno de los pérfidos judíos.
 
Lo que San Pío X negó a los judíos por motivos religiosos, Karol Wojtyla lo cambió por las razones que tuviese. Nada habría que decir a tal cambio, si fuese por motivos diplomáticos; pero, en realidad, es legítimo preguntarse ¿no eran también teológicas las razones de Karol Wojtyla para dar un giro de 180º respecto a la postura tradicional de la Iglesia? Veamos el gravísimo trasfondo que late bajo esta apariencia política, a través de la obra del profesor Michael Laurigan [1], que recomiendo a los católicos leer, y otros autores.
 
Al término de la II Guerra mundial los objetivos judíos eran dos:
  • Primero la creación de un nuevo estado; asunto sobre el cual eran optimistas; para ello contaban con las abrumadoras finanzas de los sionistas capaces de convencer a cualquier político renuente, especialmente en USA y en la avergonzada Alemania, un entramado de relaciones, eficaz en Occidente y en Medio Oriente, y con la Haganah, el ejercito clandestino judío, que ya en 1939 poseía un embrionario Estado Mayor, y no dudaba en usar del terrorismo, como hizo en el atentado contra el Hotel Semíramis, en enero de 1948[2], antes de constituirse el nuevo Estado de Israel.
  • Segundo. Aun cuando retornaran a la tierra de Israel, quedaba de resolver la cuestión más importante, que podemos resumir así: «¿Cuándo recuperaremos nuestra misión de pueblo que lleva la salvación a las naciones?»; para dar una respuesta a esta cuestión se requería, previamente, retirar el principal obstáculo, o dicho de otra forma, necesitaban primero encontrar una solución al bimilenario enemigo; planteado como interrogación, el problema se enunciaría de esta manera «¿Cómo debería ser la Religión de los cristianos que durante casi dos mil años pretendieron ser el nuevo Israel?». El segundo objetivo en la agenda, pero el primero ontológicamente, fue y es, pues, retirar al cristianismo la misión de portador de la salvación que, según los judíos sólo corresponde al pueblo de Israel y asignarle un cometido noáquido[3]; es decir, la Iglesia sería sólo un mozo porta maletas de una recortada ley natural entre los gentiles. No se trataría, en efecto, de destruirla, sino de transformarla; eso sería para su fin principal mucho más útil.
 
El objetivo era nítido y como ya lo había planteado en 1884 el rabino Elías Benamozegh, sólo tendrían que revivir sus tres puntos, según los cuales, la Iglesia:
  1. Debe cambiar su concepción sobre el pueblo judío, al que debe rehabilitar como pueblo primogénito, sacerdotal «que ha sabido conservar la religión primitiva en su pureza original».
  2. «Debe renunciar a la divinidad de Jesucristo, este Hijo del Hombre como él mismo se llamaba».
  3. Aceptar una interpretación -no una supresión- del misterio de la Trinidad.
 
Claro está que se necesitaba una estrategia para conseguir esos objetivos; sobre manera porque la historia se había empeñado en demostrar que los muros de la Iglesia eran inexpugnables desde fuera. Por lo tanto, si la misma Iglesia, a través de sus representantes, es decir, desde su interior y por la traición, no estuviese dispuesta a iniciar su propia reconstitución, la batalla por los tres objetivos de Benamozegh se zanjaría con una nueva derrota para la Sinagoga.
 
Les resultó necesario, pues, ir por fases. Tres etapas se pueden distinguir en estas últimas décadas[4]:
  • Primera: «VIDUY» (וִדּוּי) es decir, el sincero reconocimiento de las faltas cometidas por la Iglesia contra los judíos a lo largo de la historia, confesado por sus más altos representantes: cardenales y papas.
  • Segunda: «TESHUVÁ» (תְּשׁוּבָה), la conversión a la conducta judía.
  • Tercera: «TIKÚN» (תִּקּוּן), o sea, la cuestión más importante: la reparación de las faltas cometidas por la Iglesia.

Pero para lograr que los hombres de la Iglesia hicieran un acto de contrición por los crímenes contra la Sinagoga les resultaba perentorio poseer una víctima propiciatoria. Una comunidad afectada por una larga crisis se vuelve a un chivo expiatorio, que una vez muerto, hace revivir a todo el pueblo; tanto para el bien como para el mal, los poderes del chivo entre los mitos paganos, trascienden la finitud humana; si los dioses arcaicos sólo eran mitos de chivos expiatorios sacralizados[5], nada impedía a los judíos talmúdicos sacralizar su moderna historia; si en Treblinka, Dachau, Auschwitz-Birkenau, etc., murieron cristianos, gitanos, comunistas, protestantes, musulmanes, y todo el que se opusiera al régimen, a nadie parece importarle; sólo los cadáveres judíos suscitan interés; ningún historiador sabe cuántos murieron ni, a veces, cómo; los datos varían y mucho; una cosa son las novelas y las películas de propaganda liberal o comunista, y otra la obstinada realidad; pero resultaba vital para los judíos que se declarara infaliblemente el dogma de que eran seis millones, aunque fuese un número demasiado abultado a todas luces, e indemostrable; ni uno más ni uno menos; y por supuesto, debíamos creer con firme vehemencia que todos los muertos estaban circuncidados, es decir, todos eran judíos; debiendo nosotros suponer que se amputaba el prepucio de machos y hembras, hasta que seamos corregidos del error de que la damas no se circuncidan porque nada tienen que cortar, si es que no deseamos estar excomulgados o impedidos de comprar y vender; más vale pecar de excesivo celo, aunque nos digan tontos. Pero, desde luego, ninguno era cristiano, según nos quieren hacer creer. Habían creado su cabrón víctima, que como el caballo, ande o no ande debe ser bien grande; el holocausto o shoah que sustituiría a la única Víctima, verdadera Hostia cuyo holocausto es agradable al Padre, se exhibió al mundo y éste creyó. Se añadió la literatura obligatoria en muchos países de Europa; el texto de lectura obligado fue, entre otros, el Diario de Ana Frank, la historia lacrimosa de una niña judía con el vicio de la exploración de su cuerpo y de fácil enamoramiento contra natura, cuya autenticidad de la obra no aguanta el mínimo análisis crítico del texto; un invento de un adulto, que servía a los fines de hacer más sentimental el nuevo chivo a unos europeos sentimentaloides, sin el hábito de ejercer la potencia del entendimiento. Ahora sólo restaba sustituir al Cordero de Dios por el nuevo chivo. Para tal sustitución contaban con el caballo de Troya, Nostra Ætáte, que por primera vez presenta una imagen positiva de los pérfidos judíos; sólo había que esperar a la noche. Y, entonces, sobrevinieron las tinieblas sobre la tierra[6] y la Iglesia se eclipsó[7].

Una nueva historia de la salvación emergió, por boca de obispos y cardenales. Según la novedosa doctrina en palabras del cardenal de París, Jean María Lustiger, el Mystérium Salútis es, en realidad, este:
α . Por la cantidad y fuerza de los paganos convertidos al cristianismo, se invirtió la economía de la salvación, desposeyendo a los judíos de su misión de pueblo elegido, portador de la salvación de los hombres.
«..el pecado en que incurrieron los paganos-cristianos (quiere decir los cristianos provenientes de la gentilidad o judíos convertidos que habían abandonado sus prácticas, abolidas por la Iglesia), tanto los clérigos como los príncipes o el pueblo, fue apoderarse de Cristo para desfigurarlo, y hacer de esta desfiguración su dios (…) Su ignorancia sobre Israel es prueba de su ignorancia sobre Cristo, a quien dicen servir». [8]
El cardenal creado por Juan Pablo II está afirmando que la Iglesia ha desfigurado a Cristo durante casi 2000 años; hasta que el Concilio Vaticano II aprobó el decreto Nostra Ætáte, como veremos. Luego está diciendo que desde el martirio de San Esteban a manos de los judíos, hasta Pío XII los cristianos han ignorado al verdadero Cristo’, y ¡Tal blasfemia no movió ni un solo pelo bajo los birretes!
 
β. Cuando Constantino reconoció el cristianismo y Teodosio lo declaró religión del Imperio, los judíos fueron marginados.
«Cuando Constantino garantizó a los cristianos una tolerancia que equivalía a un reconocimiento del cristianismo en la vida del Estado y lo estableció como religión del Imperio, los judíos fueron violentamente marginados. Éste era un modo simplista y grosero de rechazar los tiempos de la redención y su trabajo de parto». [9]

γ. El mito de la sustitución del pueblo judío por los cristianos fue alimentado por unos celos inconfesables que legitimaba la apropiación de la herencia de Israel.
«Los celos frente a Israel son tales, que rápidamente asumió la forma de una reivindicación de herencia. ¡Eliminar al prójimo, esto es, a alguien diferente de uno mismo! Los paganos convertidos tuvieron acceso a la Escritura y a las fiestas judías. Pero un movimiento de celo humano, muy humano, los condujo a poner al margen, o bien fuera, a los judíos».
 
«El mito de la sustitución del pueblo cristiano por el pueblo judío se alimentaba, pues, de un secreto e inconfesable ataque de celos, y legitimaba la apropiación de la herencia de Israel, cuyos ejemplos podrían multiplicarse». [10]
Ante estas declaraciones, el rabino Josy Eisenberg se dirige al cardenal J.M. Lustiger en estos términos:
«En vuestro libro “La Promesa” rechazáis la teología de la sustitución, lo cual me place» [11]

δ. Ha llegado la época en que esa herencia sea devuelta al pueblo judío. Pero se encuentra mucha resistencia entre los sencillos católicos.
«La Iglesia Católica condensó esta toma de conciencia en la declaración Nostra Ætate del Concilio Vaticano II, que desde hace treinta años viene dando lugar a numerosas tomas de posiciones, especialmente bajo el impulso del papa Juan Pablo II. Pero a esta nueva comprensión aún le cabe transformar profundamente los prejuicios e ideas de tantos pueblos pertenecientes al espacio cristiano, cuyo corazón no está todavía purificado por el espíritu del Mesías. La experiencia histórica nos lo muestra: se precisa una larga “paciencia” y un gran esfuerzo de educación “para poseer el alma” (Lc 21, 8). Con todo, el rumbo emprendido es irreversible». [12]
Como dice M. Laurigan: En pocas palabras, se trata de que los cristianos celosos se apropiaron de la herencia de los judíos, suplantándolos en el papel de pueblo de Dios e instrumento de salvación del mundo; de la admisión y confesión de esta falta en el siglo XX, después de la toma de conciencia que tuvo lugar en el Concilio Vaticano II en cuanto a que esa herencia debe ser devuelta a los judíos desposeídos; y de la necesidad de reparar la falta cometida, dando tiempo al tiempo a fin de cambiar el espíritu de los cristianos. El movimiento de la historia es irreversible ¡voto al cielo que han cambiado el espíritu de la mayoría de los cristianos!
  
ε. La elección sobre el pueblo judío jamás ha sido revocada. Pondré ejemplos de que esto es lo que creen desde hace décadas en el Vaticano, contra la fe de la Iglesia, a pesar de que alguno sienta nauseas o le den arcadas.
«Una mirada muy especial se dirige al pueblo judío, cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada (…) Los cristianos no podemos considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni incluimos a los judíos entre aquellos llamados a dejar los ídolos para convertirse al verdadero Dios» (Evangélii Gáudium nº 247, de Bergoglio, alias Francisco).
 
«Hasta entonces [la parusía], Israel mantiene su propia misión» (Benedicto XVI en la obra “Jesús de Nazaret II”, P. 63).
 
«¡Shalom!… El encuentro entre el pueblo de Dios de la Antigua Alianza, que nunca fue rechazada por Dios, y el de la Nueva, es asimismo un diálogo interior a la Iglesia misma» (Juan Pablo II a la comunidad judía en Maguncia el 11/7/80)
  
Por la importancia de estas impías falsedades y ofensas a Cristo, vida nuestra, sobre todo de quienes las escriben, Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II, cabe señalar lo siguiente para que los fieles no se envenenen con el ajenjo y se dejen matar el alma, yendo al infierno, si siguen esta perversa doctrina.

La Santa Iglesia católica ha definido infaliblemente, contra lo que dicen estos tres "papas", lo contrario que vocean y practican:
«[La Iglesia] Firmemente cree, profesa y enseña que las legalidades del Antiguo Testamento, o sea, de la Ley de Moisés, que se dividen en ceremonias, objetos sagrados, sacrificios y sacramentos, como quiera que fueron instituidas en gracia de significar algo por venir, aunque en aquella edad eran convenientes para el culto divino, cesaron una vez venido nuestro Señor Jesucristo, quien por ellas fue significado, y empezaron los sacramentos del Nuevo Testamento” (Papa Eugenio IV, Bula Cantáte Dómino (Decreto para los jacobitas). Concilio de Florencia, 4 de febrero de 1441 (fecha florentina, 1442 actual). DZ 1348).
 
«Y en primer lugar, por la muerte de nuestro Redentor el Nuevo Testamento tomó el lugar de la antigua ley que había sido abolida …por su muerte Jesús dejó sin efecto la Ley con sus decretos [Ef. 02:15] … se establece el Nuevo Testamento en su sangre derramada por toda la raza humana. A tal punto, por consiguiente, dice San León Magno al hablar de la cruz de nuestro Señor, se llevó a cabo la transferencia de la Ley al Evangelio, desde la sinagoga a la Iglesia, de muchos sacrificios a una sola víctima, que, cuando nuestro Señor había expirado, se desgarró violentamente de arriba abajo el velo místico que cubría la parte más interna del templo y su secreto sagrado. En la cruz, murió la antigua ley, murió para inmediatamente ser enterrada y ser portadora de muerte». (Papa Pío XII, Mystici Córporis Christi, Nrs. 29-30, 29 de junio de 1943)»
 
Como jamás en toda la historia ha habido tanta ignorancia entre los católicos, incluidos la mayor parte del clero, no está de más recordarles que «No se abra entrada alguna por donde se introduzcan furtivamente en vuestros oídos perniciosas ideas, no se conceda esperanza alguna de volver a tratar nada de las antiguas constituciones; porque —y es cosa que hay que repetir muchas veces—, lo que por las manos apostólicas, con asentimiento de la Iglesia universal, mereció ser cortado a filo de la hoz evangélica no puede cobrar vigor para renacer, ni puede volver a ser sarmiento feraz de la viña del Señor lo que consta haber sido destinado al fuego eterno. Así, en fin, las maquinaciones de las herejías todas, derrocadas por los decretos de la Iglesia, nunca puede permitirse que renueven los combates de una impugnación ya liquidada» (De la Carta Cuperem quidem, del Papa San Simplicio a Basilisco Augusto, de 9 de enero de 476. DZ 160). [O sea, NUNCA PUEDE PRESENTARSE COMO "BUENO" O "CORRECTO" AHORA, LO QUE LA IGLESIA YA CONDENÓ ANTES...]

Seguimos citando las traiciones:
«Una elección que perdura: la primera Alianza no ha caducado. Contrariamente a lo que sostuvo una exégesis tan antigua como cuestionable, no se podría deducir del nuevo Testamento que el pueblo judío ha sido privado de su elección. El conjunto de las Escrituras, por el contrario, nos invita reconocer la fidelidad de Dios a su pueblo en la preocupación de fidelidad del pueblo judío a la Ley y a la Alianza. La primera Alianza, en efecto, no queda abrogada por la nueva. El pueblo judío tiene conciencia de haber recibido, a través de su vocación particular, una misión universal frente a las naciones» (texto de la Comisión del Episcopado Francés para las Relaciones con el Judaísmo; 1973).
 
«El pensamiento católico romano manifiesta un creciente respeto por la tradición judía que se desarrolla desde el Concilio Vaticano II. La profundización de la valoración católica sobre la alianza eterna entre Dios y el pueblo judío, así como el reconocimiento de la misión que Dios asignó a los judíos de atestiguar el amor fiel de Dios, llevan a concluir que las acciones encaminadas a convertir a los judíos al cristianismo ya no son teológicamente aceptables en la Iglesia Católica»
 
¿Hasta dónde hemos llegado, es decir, en qué fase estamos? Viduy, o sea, el reconocimiento sincero de las faltas, ya lo hizo Juan Pablo II: Todos tenemos en nuestra memoria y en el corazón el inmenso dolor y la vergüenza de ver a Karol Józef Wojtyła pedir perdón a los que mataron al Hijo de Dios; gesto que repitió su sucesor.
 
Teshuvá, la conversión a la conducta talmúdica, según el analista judío Paul Giniewiski se ha cumplido, excepto en un resto de fieles católicos. ¿No hemos visto a Bergoglio rezar con los judíos, encender la menorá, almorzar con ellos en Santa Marta y a sus predecesores ir a la sinagoga una y otra vez?
  
Resta, pues, tikún, es decir la reparación. Giniewiski dice que «ésta no terminará hasta que la enseñanza del aprecio se traduzca en textos didácticos y su propagación haya suscitado numerosas vocaciones de alumnos y profesores de la novedad» En ello están. El objetivo es ambicioso, hacer oír y aceptar una enseñanza que diga lo contrario de San Pablo, el obstáculo de los anticristos empeñados en fabricar una Nueva Iglesia, que dice:
«…los judíos, los cuales no contentos con matar al Señor Jesús y a los profetas, también a nosotros nos persiguieron: que no agradan a Dios y son contrarios a todos los hombres … obstinados siempre en colmar la medida de sus pecados pero está para descargar sobre ellos la ira hasta el colmo». (I Tesalonicenses 2:14-16)

Hace dos mil años que aquellos que repudiaron la Ley de Moisés para adherir al Talmud se dedican a obstaculizar la obra redentora. Estuvieron detrás de todas las rebeliones del espíritu humano contra Dios, contra su Ungido -al que no quisieron reconocer-, y contra su Iglesia, considerada como “usurpadora”.

El Calvario separó en dos al Pueblo Elegido; por un lado los discípulos y apóstoles, judíos que confesaron a Cristo, el Hijo de Dios, y los primeros cristianos de la gentilidad. Por otro, aquellos sobre cuya cabeza ha caído, según su deseo, la sangre del Justo, lo cual les valió una maldición que durara hasta que perdure su rebeldía y confiesen a Jesucristo. El deicidio ha abierto una fosa abismal entre el antiguo tiempo y el nuevo, fisura que sólo cesará por la misericordia divina, el día en que su justicia haya terminado su obra y ponga a los enemigos de Cristo como estrado de sus pies.

Todos reconocen, como hemos visto por sus propias declaraciones, que la ruptura tuvo su origen en el Concilio, al cual apelan para sustentar otra nueva religión; pero ¿cómo se entretejió esta apostasía? Mientras los más no cumplían con la obligación de conocer su fe, los teólogos se dedicaban a hacer encajes de bolillo para evitar la Cruz, y el resto rechazaba la gracia, por comodidad, falsa obediencia, papolatría, evasión de los problemas, o sea, pecando, o por otras razones que nos son desconocidas. Pero esa historia de encuentros, reuniones, traiciones, presiones, idas y venidas, etc. será, Dios mediante, objeto de una segunda parte. 
  
NOTAS
[1] Michael Laurigan, Del Mito de la Sustitución a la Religión Noáquida (el breve texto se puede descargar gratis aquí)
[2] Dominique Lapierre & Larry Collins,Oh Jerusalén.
[3] La ley noáquida es aquella que Dios dio a Noé después del Diluvio.
[4] Paul Giniewski, Antijudaísmo cristiano: Un cambio. Cf. Michael Laurigan, Del Mito de la Sustitución a la Religión Noáquida.
[5] René Girad. Aquel por el que llega el escándalo. Cáparros ed.
[6] La tierra, desde donde surgirá el pseudoprofeta, representa en el Apocalipsis la religión, y el mar del mundo, lo político.
[7] “La Iglesia será eclipsada. Roma perderá la fe”. Es una parte de la profecía de Nuestra Señora de la Salette contada a Melania Calvat.
[8] La Promesa. Edt. Parole et Silence, 2002, pag.81. Cf. Michel Laurigan: Del Mito de la Sustitución a la Religión Noáquida.
[9] Michael Laurigan, Del Mito de la Sustitución a la Religión Noáquida.
[10] Ibidem
[11] Le Nouvel Observateur, nº 1988, del 12-18 de diciembre, 2002, p. 116. Cf. Ibidem.
[12] Ibidem.

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