martes, 21 de octubre de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LA MODESTIA EN EL TRATAR A LOS DEMÁS

La modestia en el trato, o dicho de otro modo, el evitar la excesiva familiaridad con las demás personas, es una virtud tan necesaria como combatida, porque las excesivas muestras de afecto, sobre todo de personas que no son de buena reputación (aún si se revisten de piedad), constituyen para las partes involucradas una tentación, y para los terceros, motivo de escándalo (“Cuanto más cercano, menos honorable”, dice el adagio). Para más ilustración, este relato escrito por el rey Alfonso X de Castilla, apodado “El Sabio”:
     
El heroico Pontífice
  
Madonna del Papa León I (Antoniazzo Romano)
   
El Papa León tenía fama de virtuosísimo. Fama justa. Todos sus bienes los repartía entre los pobres, Sus palabras consoladoras jamás faltaban a los afligidos.
    
Sus luminosos consejos salvaron de las tinieblas a muchos espíritus. Precisamente por ello tuvo el demonio grandes deseos de tentarle con tentación poderosísima, confiando en ganar para su desesperación eterna aquella alma tan grande. Y para llevar a la practica sus propósitos se valió de la hermosura incomparable de una noble y deshonesta dama que vivía en Roma. Por demoníacas instigaciones esta mujer empezó a visitar con mucha frecuencia al santo pontífice; le servían de pretexto el entregarle limosnas para los pobres, regalos para el templo.
     
Sinceramente el Papa León llegó a tener predilección por aquella dama que se mostraba tan generosa y cuya hermosura era un regalo para los ojos.
    
Una vez estando los dos a solas, cuando la infame mujer creyó haber llegado el momento oportuno, aprovechándose de entregar al pontífice unos obsequios, le besó la mano con un beso largo y de fuego. Quedóse extrañamente turbado León. Huyó la mujer con una sonrisa maliciosa. Pero la Santísima Virgen, de quien el Papa era sumamente devoto, se apiadó del emocionado hombre y le hizo reaccionar dignamente. Inflexible para consigo, mandó llamar a un verdugo y le mandó que de un solo golpe de hacha le cercenara la mano que había recibido el impúdico beso.
   
Desapareció la cortada mano. Y algún tiempo después, el Papa León, al despertar de un sueño, en el que la Virgen se le manifestó mas hermosa y piadosa que nunca, notó con estupor que la mano cortada de su brazo estaba de nuevo unida a él; pero una raya ensangrentada alrededor de la muñeca patentizaba el sitio por donde el hacha clavó su bárbaro sitio.

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