Desde LA DENUNCIA PROFÉTICA
Antes de la venida del Redentor, la divina bondad que nunca faltó al socorro del linaje humano, tenía señalados otros remedios para borrar el pecado original, con el que venimos a este mundo todos los descendientes de Adán, a excepción del mismo Cristo y su santísima Madre; habiéndolo contraído todos los demás en nuestro primer padre, y quedando por él esclavos de Satanás, privados de la divina gracia, excluidos del Cielo hasta que se les haya borrado; pero Cristo instituyó por único medio, absolutamente necesario, el santo Bautismo, con el cual infundiéndonos el Señor su gracia, no sólo quita el pecado original, sino también cualesquiera otros cometidos antes de su recepción: Rompe las cadenas de nuestra dura esclavitud, y de miserables esclavos del demonio nos hace hijos y amigos suyos, herederos como tales de la Gloria eterna; de cuyo inestimable beneficio quedarán eternamente privados los que no tuvieron la dicha de recibirle aunque hubieren muerto en el vientre de sus madres.
Con este cierto conocimiento, ¿cuál deberá ser el cuidado de los padres y madres, para que sus hijos no mueran sin el Bautismo? ¿Cuán gravemente será castigada en el Tribunal de Dios cualquier negligencia en ese punto? ¿Cuán horrendo será el castigo de los que hayan cometido el execrable atentado de un aborto, voluntario o concurrido, a tan enorme maldad? ¿Qué clamores no darán aquellas desgraciadas víctimas a la Divina Justicia contra los malvados, que tuvieron la crueldad de quitarles con un golpe dos vidas, la temporal y la eterna? Se hacen también reos en el severísimo tribunal de Dios los que son omisos en administrar el Bautismo en los casos de necesidad, o no lo administran como se debe, supuesto que el Bautismo, llamado de necesidad o de socorro, es verdadero sacramento, y causa en el alma substancialmente los mismos efectos que el Bautismo solemne. Sería muy conveniente que a todos los fieles, llegando a la edad de discreción, se les instruyera bien de lo que deben practicar en semejantes casos que piden pronto socorro, y no siempre hay oportunidad de otras personas más capaces. Con gran consuelo de nuestro corazón sabemos que lo practica el celo de algunos párrocos, y exhortamos con todo nuestro afecto los demás, que sigan tan importante ejemplo. Las parteras en particular deben estar perfectamente instruidas en este ministerio, del cual pende no menos que la salvación eterna de muchas almas; y no han de ser fáciles en juzgar inanimados los fetos, negándoles el Bautismo con su precipitado juicio, muy expuesto a engaño, y por él, a los más funestos resultados.
Establecida la necesidad absoluta del Bautismo en que mi paterno amor me ha detenido acaso más de lo que pide un exordio: Lo que importa, oyentes carísimos, a todos los que habéis logrado la dicha de recibir aquel Sacramento, es mostrar vuestra gratitud a tan gran beneficio, desempeñando dignamente las obligaciones que por él contrajisteis. A este fin ponderaré los augustos títulos que por el santo Bautismo se adquieren y los gravísimos cargos que nos imponen, para que todos procuréis con suma vigilancia y esmero su desempeño. Veis aquí todo el objeto de mi discurso, para cuyo acierto hemos de implorar con fervorosa devoción la divina gracia, por intercesión de la Virgen.
Ave María.
Extraído de los Sermones de D. Fr. Francisco Armañá, Arzobispo de Tarragona, 1847
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