jueves, 15 de enero de 2015

LA “NUEVA TEOLOGÍA”, UN NOMBRE NUEVO AL VIEJO MODERNISMO

La “Nueva Teología” (o en Francés, la “Nouvelle Théologie”) fue un movimiento teológico que fue fundado en Bélgica en los años 30, que buscaba crear un nuevo modelo de teología más acorde y accesible al mundo contemporáneo, dejando de lado el intelectualismo aristotélico-tomista, y comprender la Revelación en forma vivencial, o como decían ellos mismos: «Para la elaboración y construcción de la Teología como hoy se enseña se han empleado sistemas filosóficos griegos, particularmente el aristotelismo. ¿No será posible en nuestros días armar otra Teología, moderna, sin dejar de ser católica, pero elaborada según las tendencias y esquemas conceptuales del evolucionismo, el idealismo, el historisismo o el existencialismo?» (Comentarios a la Encíclica Humáni Géneris, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 1952, pág. 256). Según ellos, la Teología no debería ser tan racional, sino más bien la realización de los misterios de Dios, una experiencia de la fe mediante la participación existencial, o sea, debíase dejar atrás la razón para entender las cosas de Dios e ir a la vivencia; renovar la Teología actualizándola y adaptándola a las exigencias científicas filosóficas y críticas de nuestro tiempo. Y la Revelación, no la entendían como el Mensaje de Dios dado a los hombres, sino la Manifestación de Cristo en medio de ellos.
  
Esta corriente se inició en los albores del siglo XX, principalmente por los trabajos del P. Ambroise Gardeil O.P. (1909) y Pierre Rousselot S.J. (1910), pero no llegó a posiciones realmente objetadas sino en los años 1937 y 1938 con la publicación de “Une école de Théologie. Le Saulchoir” del P. Marie-Dominique Chenu O.P. y de “Essai sur le problème théologique” del P. Louis Charlier. La Escuela “Le Saulchier” (El saucedal) fue protagonizada por herejes modernistas como Pierre Teilhard de Chardin, Henri de Lubac, Jean Daniélou, Yves Congar y el referido Chenu; aunque el que le dio el nombre de “Nueva Teología” fue su máximo contradictor, el dominico Réginald Garrigou-Lagrange, quien alertó que eran una manifestación del modernismo condenado por San Pío X.
  
El 4 de febrero de 1942, el Santo Oficio puso por decreto las obras de Chenu y de Charlier en el Índice de los Libros Prohibidos, dándosele por primera vez el nombre de “Teología nueva” a dichas tendencias:
«De allí se pone de manifiesto que la Teología nueva que los escritores introducen y propugnan... no propone nada de cierto y de constante que proporcione el fundamento para construir una nueva doctrina más acomodada a las necesidades que hoy existen» (Actas de la Sede Apostólica, 34 (1943), págs. 37 y 148). 
   
Y en 1943 dijo:
«Aún cuando no se atreven a hablar todavía de una nueva Teología, por lo menos no se ruborizan en hablar sobre la nueva tendencia en la Teología».
 
El 17 de septiembre de 1946, Pío XII en persona se refirió al asunto diciendo a los Padres Jesuitas que se habían reunido en congregación general para elegir a sus superiores generales:
«A todos y cada uno de los que tienen la ocupación de enseñar, de palabra o por escrito, la Teología, las Sagradas Escrituras, las demás disciplinas eclesiásticas y también la Filosofía suene muy alto la voz del Apóstol: “¡Oh Timoteo!, guarda el depósito de la fe, dando de mano a las profanas palabrerías y contradicciones de la mal llamada ciencia” (I Tim. 6, 20). Cierto es que en el planteamiento de las cuestiones, en el desarrollo de los argumentos, en la elección del estilo y género literario, conviene que con prudencia se acomoden, en el decir a la mentalidad y al gusto de su siglo. Pero lo que es inmutable nadie lo turbe ni pretenda cambiarlo. Muchas cosas se han dicho pero sin fundamento suficientemente razonado sobre la “Nueva Teología” (Pío XII también la llama así aquí), que evoluciona simultáneamente a una con todas las demás cosas humanas, siempre en marcha, sin llegar nunca. Si tal opinión se admitiera, ¿a qué se reducirían los dogmas católicos que nunca cambian? ¿Qué sería de la unidad y establilidad de la fe?» (Actas de la Sede Apostólica, 38 (1946), págs. 384-385).
  
Cinco días más tarde, el 22 de septiembre de 1946, Pío XII dirigió un discurso a los Padres Dominicos reunidos para elegir a su superior general, diciendo:
«Se ponen ahora en tela de juicio los mismos principios de la Filosofía y los fundamentos de la Teología, que toda razón y disciplina, si en realidad y de nombre se estiman por católoicos, reconocen y veneran. Se trata de la ciencia y de la fe, de su naturaleza y relaciones mutuas, se trata de la misma base sobre la cual descansa la fe y que ningún juicio de censura debe tocar. Trátase de las verdades reveladas por Dios y se pregunta si la mente humana puede penetrar en ella con nociones ciertas y deducir de ellas otras verdades. Para decirlo en pocas palabras, lo que se discute es si lo que Santo Tomás de Aquino edificó, fuera y por encima de todo tiempo, reuniendo y reduciendo a síntesis los elementos que cultivadores de la sabiduría de todos los tiempos lograron alcanzar, si esa obra del Angélico descansa sobre roca firme, si es perpetuamente actual y valedera, si sirve aún hoy para proteger y defender el sagrado depósito de la fe católica, si es utilizable, además, para orientar con seguridad y moderación los nuevos progresos de la Teología y Filosofía. La Iglesia afirma que sí...» (Actas de la Sede Apostólica, 38 (1946), pág. 387).
  
El 12 de agosto de 1950, Pío XII publicó la Encíclica Humáni Géneris en que trata más a fondo los problemas fundamentales de la nueva tendencia demostrando «la incompatibilidad, la inconciliabilidad del inmanentismo, del idealismo, del materialismo histórico y dialéctico y del existencialismo con el dogma católico».
 
La “Nueva Teología” quería echar mano de las ciencias terrenas para interpretar la Revelación, rechazando la sólida doctrina del Angélico Santo Tomás de Aquino. Pero como sucedió posteriormente, el Vaticano II borró de un plumazo la condenación a esa corriente modernista, adoptándola como fundamento para sus documentos oficiales. Y cómo no extrañarlo, siendo que el Concilio fue dominado por los progresistas alemanes (encabezados por Frings, Küng y Ratzinger Tauber).

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