Desde SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS
La multitud es impetuosa, irritable y acrítica
Entre los caracteres especiales de las muchedumbres hay muchos, tales como la impulsividad, la irritabilidad, la incapacidad para razonar, la ausencia de juicio y de espíritu crítico, la exageración de sentimientos y otros muchos que se observan igualmente en los seres que pertenecen a formas inferiores.
Una muchedumbre es juguete de todas las excitaciones exteriores, y refleja las incesantes variaciones de aquéllas. Es, pues, esclava de los impulsos que recibe… Así es que las vemos pasar, en un instante, de la ferocidad más sanguinaria a la generosidad o al heroísmo más absoluto.
Pero si las muchedumbres quieren las cosas con frenesí, no las quieren, en cambio, por mucho tiempo. Son tan incapaces de una voluntad durable como de pensamiento.
La multitud sólo quiere las cosas rápidas, pero no quiere nada permanente
Con igual facilidad la muchedumbre se encuentra pronta, ya se trate de incendiar un palacio o de un acto de adhesión. Todo dependerá de la naturaleza del excitante…
Lo inverosímil no existe para ellas y es necesario recordarlo para comprender la facilidad con la cual se crean y se propagan las leyendas y las relaciones más desprovistas de verosimilitud.
Lo inverosímil no existe para ellas y es necesario recordarlo para comprender la facilidad con la cual se crean y se propagan las leyendas y las relaciones más desprovistas de verosimilitud.
El líder puede aprovecharse de la exaltación multitudinaria, pero cuanto más alto se sube, más recia es la caída
Quien se apoye sobre ellas –las muchedumbres– puede subir muy alto y muy pronto, pero costeando sin cesar la roca Tarpeya y con la certidumbre de ser un día precipitado desde ella.
El individuo puede soportar la contradicción y la discusión; la muchedumbre no las soporta nunca.
En las reuniones públicas, la más ligera contradicción de parte de un orador es acogida inmediatamente con gritos de furor y con violentas invectivas, seguidas bien pronto de vías de hecho y aún de expulsión, a poco que el orador insista.
En las reuniones públicas, la más ligera contradicción de parte de un orador es acogida inmediatamente con gritos de furor y con violentas invectivas, seguidas bien pronto de vías de hecho y aún de expulsión, a poco que el orador insista.
La multitud sólo acepta el discurso violento, por ello no se le debe contradecir
Exagerada en sus sentimientos la muchedumbre, sólo es impresionada por los sentimientos excesivos. El orador que quiere seducirla debe abusar de las afirmaciones violentas.
Exagerar, afirmar, repetir y no tratar nunca de demostraciones racionales: tales son los procedimientos de argumentación bien conocidos de los oradores populares.
La multitud quiere también la misma exageración en los sentimientos de sus héroes. Sus cualidades y sus virtudes aparentes deben ser amplificadas siempre.
Gustavo Le Bon, Psicología de las multitudes
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