sábado, 26 de noviembre de 2011

SAN JUAN BERCHMANS, CONFESOR Y NOVICIO JESUITA

¡Muy bien, siervo bueno y fiel! Ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: ven a tomar parte en el gozo de tu Señor”. (San Mateo 25, 21).
 
San Juan Berchmans
 
El purísimo y angelical mancebo san Juan Berchmans, vivo retrato de las Reglas de la Compañía de Jesús, fue natural de Diest, en el ducado de Brabante, y nació en el día de sábado, con sagrado a la Virgen santísima, con quien tuvo toda su vida muy tierna y regalada devoción. Madrugaba ya desde niño para oír muy de mañana dos o tres misas antes de ir a la escuela; y acostábase a veces muy tarde para meditar en el silencio de la no che la sagrada pasión de Jesucristo. Cuando se confesó para comulgar la vez primera, halló el confesor tan limpia su conciencia, que apenas supo de qué poderle absolver. En su vida y costumbres parecía un ángel, y por tal era tenido; y con este nombre le llamaban. Rogó a sus padres que, a pesar de su pobreza, no le estorbasen el seguir la carrera de la Iglesia, a la que Dios le llamaba y así se concertaron con un canónigo de Malinas, que le serviría en su casa, y aprendería al mismo tiempo las letras humanas en el colegio de la Compañía. Ponía gran cuidado en imitar las acciones y ejemplos de san Luis Gonzaga; hizo, como él, voto de perpetua virginidad a gloria de la sacratísima Virgen; y con su compostura refrenaba a sus compañeros, de tal manera, que ninguno osaba a su vista desmandarse. Mas ¿quién podrá decir la suavísima fragancia y hermosura de sus virtudes, cuando se trasplantaron, como flores del cielo, de los eriales del siglo al paraíso de la religión? Entró Juan en la Compañía a la edad de diez y siete años, y así en el noviciado, como después en los colegios, vivió con tan grande ejemplo y opinión de santidad, que a los que habían conocido a San Luis Gonzaga, les parecía haberlo recobrado en la persona de nuestro santo mancebo. No puso con todo la perfección. de su santidad en asombrosas penitencias: su gran penitencia, decía que había de ser la fiel observancia de las reglas de la Compañía, sin apartarse de la vida común; y esto cumplió tan perfectamente, que jamás pudieron sus superiores y compañeros notar cosa de que poderle avisar; y él mismo tenía escrito entre sus propósitos que antes quisiera morir que quebrantar deliberadamente cualquier regla de la Compañía por mínima que fuese. Habíase obligado con voto a defender la inmaculada Concepción de María, y como hijo de tal Madre, guardaba tan rara modestia, que por sólo ver su semblante hermosísimo y modestísimo acudían muchos a la iglesia del Colegio Romano. Nunca quiso levantar los ojos para mirar muchas cosas dignas de ser vistas que hay en Roma, y algunos que habían procurado saber de que color los tenía, nunca lo pudieron saber. Enseñaba con gracia sin igual la doctrina a los pobres y rogaba a los superiores que le mandasen a la misión de la China, para alumbrar a aquellos infieles y derramar si pudiese la sangre por Cristo. Mas no era la patria de este ángel la tierra, sino, el cielo; y así a la edad de sólo veintidos años, abrazado con el santo crucifijo, el rosario y el librito de las reglas de la Compañía, entregó su alma purísima al Creador. En su lecho de muerte, como se le preguntase lo que había que hacer para asegurarse la protección de María, respondió: “Poca cosa, siempre que se sea fiel a Ella”.
  
MEDITACIÓN SOBRE LA FIDELIDAD EN LAS PEQUEÑAS COSAS
I. Sé fiel a Dios y antes de ofenderlo alguna vez prefiere perder tus riquezas, tu honor y tu misma vida. Es tu Soberano, y, a este título, le debes una inviolable fidelidad; Él es fiel en las promesas que te ha hecho, ¿por qué no habrías de serlo tú en los compromisos que has contraído a su respecto? Después de todo, si traicionas la fe que le juraste en el bautismo, lo obligarás a cumplir su palabra y a ejecutar las amenazas que te hace en la Sagrada Escritura. “Concededme, Señor, que os ame tanto como debo”. (San Agustín).
  
II. Sé fiel en las cosas más pequeñas; allí es donde se manifiesta el amor con mayor brillo. El temor al infierno nos impide a menudo cometer pecados mortales, pero sólo el amor es lo que nos hace evitar las faltas leves. Estas faltas, por otra parte, son muy peligrosas, porque nos disponen para las graves y atraen sobre nosotros penas temporales. Tus enfermedades, tus aflicciones, muy frecuentemente son castigos que Dios te inflige por tus pecados veniales. No esperes estar en el purgatorio para conocer la magnitud de las faltas que actualmente reputas leves.
   
III. Que tu fidelidad sea universal. Sirve a Dios en todo lugar, porque Él está en todas partes; sírvelo hasta el fin de tu vida, porque por la perseverancia ha de ser coronada tu fidelidad. Tú sabes que los honores, los placeres y las riquezas no podrían hacerte feliz, y, sin embargo, te agotas por adquirirlos. Sólo Dios puede darte la felicidad, ¡tú nada haces por Él! “El error humano tiene un culto para todo, excepto para Aquél que ha creado todo”. (Tertuliano).
  
REFLEXIÓN
Hallamos también escrito en el libro de los propósitos de este santo mancebo: «Aborreceré cualquier imperfección que pueda menoscabar la castidad». Tomen, pues, los jóvenes por ejemplo el de este santísimo mancebo, el cual es especialísimo abogado contra las tentaciones sensuales. En este propósito, conviente tener gran devoción a la Santísima Virgen, como San Juan Berchmans la tuvo y propagó.
 
La fidelidad a Dios. Orad por los que se consagran a la vida religiosa.
 
ORACIÓN
Rogámoste, Señor, que concedas a tus siervos la gracia de saber imitar los ejemplos de aquella inocencia y fidelidad en tu divino servicio, con los cuales el angélico joven Juan Berchmans te consagró la flor de su edad. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

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