Esta es una oración sumamente antigua, atribuida a San Anselmo de Aosta, Arzobispo de Canterbury y compilada en el Manuscrito Harley 2253:
DE INTERROGÁNDI MORIBÚNDIS BEÁTI ANSÉLMI
Hæc est doctrína beáti Ansélmi, Cantuariénsis archiepíscopi.
Sic debet frater (vel soror) próximus (vel próxima) morti interrogári:
“Frater (vel soror), lætáris quod in Fide Christiana moriéris?” Respóndeat: “Etiam”.
“Gaudes quod moriéris in hábitu clericáli vel statu viduáli, seu virgináli, conjugáli, vel monáchico?” “Etiam”.
“Fatéris te non tam bene vixísse quam debuísses?” “Etiam”.
“Pœ́nitet te?” “Etiam”.
“Habes voluntátem emendándi si spácium habéres vivéndi?” “Etiam”.
“Credis quod pro te mortuus est Dóminus Jesu Christus, Fílius Dei vivi?” “Etiam”.
“Agis ei grátias?” “Etiam.”
“Credis te ne posse nisi per mortem ejus salvári?” “Etiam”.
Age ergo, dum supérest in te ánima; in hac sola morte totam fidúciam tuam constítue, et in nulla alia re fidúciam hábeas. Huic morti te totum vel totam inmítte, hac morte te totum vel totam contége, hac morte te totum vel totam invólue.
Et si Dóminus Deus te voluérit judicáre, dic: “Dómine, mortem Dómini nostri Jesu Christi obício inter me et judícium tuum. Áliter tecum non conténdo”.
Si dixérit quod meruéris damnatiónem, dic: “Dómine, mortem Dómini nostri Jesu Christi obício inter me et mala mérita mea, ípsiusque méritum óffero pro mérito quod ego debuíssem habére non habeo”.
Et dic itérum: “Dómine, mortem Dómini nostri Jesu Christi pono inter me et te, et iram tuam”.
Deinde dicat ter: “In manus tuas, Dómine, comméndo spíritum meum. Redemísti me, Dómine Deus
veritátis. Amen”.
Cui hæc præmíssa ante mortem dicántur, mortem non gustábit in ætérnum.
INTERROGATORIO DE SAN ANSELMO A LOS MORIBUNDOS
Esta es la enseñanza de San Anselmo, Arzobispo de Canterbury.
Así debes interrogar a un hermano o hermana que está próximo a la muerte:
“Hermano (o hermana), ¿estás feliz de morir en la fe Cristiana?” Puede responder: “Sí lo estoy”.
“¿Te regocijas de morir como clérigo, o en estado de viudez, virginidad, matrimonio, o monasticismo?” “Sí”.
“¿Confiesas que no has vivido tan bien como deberías?” “Sí”.
“¿Te arrepientes de ello?” “Sí”.
“¿Tienes el deseo de enmendarte si aún tuvieras un tiempo más de vida?” “Sí”.
“¿Crees que el Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, murió por ti?” “Sí”.
“¿Le das gracias por ello?” “Sí”.
“¿Crees que no puedes ser salvo de otra manera excepto por su Muerte?” “Sí”.
Acércate, mientras tu alma todavía continúe en ti, sólo a esta muerte y pon en ella toda tu confianza, y no en otra cosa alguna. Sumérgete totalmente en esta muerte, cúbrete por entero en esta muerte, enciérrate completamente en esta muerte.
Y como si el Señor Dios deseara juzgarte, dile: “Señor, yo interpongo la muerte de Nuestro Señor Jesucristo entre tu juicio y yo. De otro modo, no podría resistir ante tu presencia”.
Si Él fuera a decirte que te espera la condenación, dile: “Señor, yo interpongo la muerte de Nuestro Señor Jesucristo entre mí y mis malos méritos, y ofrezco sus méritos en el lugar de los méritos que debería tener y no tengo”.
Y dile nuevamente: “Señor, yo interpongo la muerte de Nuestro Señor Jesucristo entre Tú y tu ira y yo”.
Entonces, que diga tres veces: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Tú me has redimido, Señor Dios de la verdad. Amén”.
Aquel que diga estas oraciones antes de la muerte, no gustará de la muerte eterna.
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