LA CENA PROTESTANTE DE LUCAS CRANACH EL VIEJO, O LA VERDAD ASOMÁNDOSE TAMBIÉN POR LAS ESCAMAS: UNA MODESTA CONTRIBUCIÓN PARA EL CENTENARIO DE LA REFORMA
Altar de la Reforma (Lucas Cranach el Viejo & Lucas Cranach el Joven)
Estando también deseoso de contribuir a las celebraciones por el quinto centenario de la Reforma luterana, ofrezco al benévolo lector una modesta exégesis de uno de los cuadros que mejor la simbolizan, obra de Lucas Cranach el Viejo, pintor mediocre que, convertídose al protestantismo, se convirtió en su pincel más conocido.
Abro enseguida un pequeño paréntesis: a quienes deban disentir sobre mi juicio sobre el arte no excelso del personaje, sugiero confrontar cualquiera de sus innumerables representaciones de las “Tres Gracias” (me vienen a la mente al menos tres, datadas a 1530, 1531 y 1535: insistencia que revela cómo a semejante sujeto le debía resultar particularmente agradable y cómo creía que al pintarlo resaltase totalmente su pericia) con aquellas pinturas –¡50 años antes!– de Botticelli en su “Primavera”.
Cerrado el paréntesis, vamos al cuadro del cual intento ocuparme: el panel central del políptico que se encuentra en la iglesia luterana de Santa María en Wittemberg, pintado en 1547, en el cual campea una refiguración de la Última Cena que un buen católico debería considerar blasfema, con los jefes de la Reforma que se sientan en el puesto de los apóstoles (otro pequeño paréntesis: siempre me ha intrigado –y confieso mi ignorancia en el particular– quién fue representado como Judas). Obra que, como veremos, sobrepasa grandemente la capacidad ordinaria de su autor, y osaría decir, más allá de las que pudieran haber sido sus intenciones.
Antes de afrontar el esfuerzo, veamos el juicio que da un sitio teóricamente católico, pero que adhiere supinamente a la vulgáta protestante:
Vamos ahora al panel central. Tanto por su posición como por sus dimensiones comprendemos que esta es la escena más importante. El momento de la última cena es representado inspirándose en la iconografía oriental que muestra a menudo los apóstoles a modo de “sigma” mientras Jesús está sentado como jefe de mesa. La escena se inspira en la narración de Juan: vemos de hecho al apóstol predilecto del Señor apoyarse sobre su pecho mientras Jesús le da de comer a Judas. Entre los doce apóstoles está sentado Lutero, el cual está dando el cáliz a un hombre que tiene parecido a Lucas Cranach el Joven. En este particular podemos ver a uno de los puntos centrales de la doctrina eucarística luterana, la comunión bajo las dos especies. Los luteranos de hecho no reconocen la doctrina católica de la concomitancia y por tanto consideran válida la comunión sólo si se recibe al tiempo las especies del pan y del vino. (L’Ancora Online: “La catequesis de la belleza: el políptico de Santa María en Wittemberg”, de Nicola Rosetti; ver aquí: http://www.ancoraonline.it/2013/05/le-catechesi-della-bellezza-il-polittico-di-santa-maria-a-wittemberg/ )
A decir verdad, algunas lecturas protestantes ven en realidad a un Lutero que no ofrece, si no que recibe el cáliz de vino de un copero: mas sin comprender el significado de tal oferta, que es propiamente cuanto me interesa analizar. Para confirmar incontrovertiblemente que este personaje sea un copero, que no recibe, sino que ofrece la bebida, se observa atentamente el hecho que en la otra mano él empuña una jarra, la cual ha evidentemente utilizado para colmar aquello que, más que un cáliz, es un vaso.
Focalicemos por tanto la atención sobre Lutero, que indiscutiblemente es el personaje principal de la escena, especialmente por su comportamiento, que lo hace emerger de la uniforme banalidad de la postura de los otros pseudoapóstoles. No creo, de hecho, que convenga subrayar ni la marginalidad de la persona de Cristo, relegado en un ángulo y casi avulso de la escena, ni el mero rol de comparsa de los otros reformadores.
Lutero, y es el primer elemento indicativo, vuelve las espaldas a Cristo: plástica refiguración de su traición a la Iglesia. ¿Pero a quién se vuelve Lutero? A un personaje que –calzas rojas, zapatos negros, con barba de chivo, andar tranquilizante y melifluo– presenta todas las características iconográficas clásicas de Lucifer cuando es representado en humano ropaje: he aquí quién ofrece el cáliz –no osamos pensar colmado de de qué bebida–qué bebida– al Padre de la Reforma; he aquí el origen del pan y del vino de la cena luterana; he aquí descrita en modo irrefutable la ausencia de Cristo en su mesa. Se nota en posterior confirmación que, mientras sobre la mesa yace inadvertido un pequeño cáliz, también otro de los reformadores está próximo a llevar a la boca un vaso diferente, similar al que le ofrecen a Lutero.
¿Coincidencia?
Recapitulemos. Lutero vuelve las espaldas a Cristo y recibe un vaso de un personaje de aspecto luciferino: no el cáliz de la coparticipación en la Pasión de Cristo, sino un vaso lleno de los placeres y la gloria del mundo, una bebida que es premisa y promesa de condenación eterna.
Queda el interrogante sobre la consciencia de Cranach: ¿es posible que fuese un criptocatólico que estaba burlándose de la Reforma? Nada se puede excluir, pero esa hipótesis es tanto sugestiva como difícilmente creíble, a juzgar por el resto de su obra pictórica. Más verosímil es pensar en una intervención del Espíritu, que forzaría a un Cranach inconsciente a pintar lo contrario a lo que intentaba y que aún hoy la ceguera protestante se obstina en ver.
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