Oh Jesús, tú dijiste a tus apóstoles y a nosotros todos en sus
personas: «morad conmigo, como yo en vosotros» (Juan XV, 4). Resuena
otra vez en mis oídos, voz suave y querida, palabra encantadora de mi
Salvador.
Sí, «quédate con nosotros, Señor, porque el
día baja y se hace ya tarde» (Lucas XXIV, 29). Las olas de las
tribulaciones han subido hasta nosotros; las alegrías del fervor se han
cambiado en suspiros, y el soplo de las tentaciones ha removido nuestra
alma hasta en sus íntimos pliegues. «Quédate con nosotros», oh tú, paz,
refugio y consuelo de los corazones atribulados. Nuestros ojos te
imploran, y nuestra alma alterada suspira por ti. «Quédate con
nosotros», no sea que nuestra caridad se entibie y nuestra luz se
extinga en la noche; porque «el día baja y se hace ya tarde».
Ya
ha llegado la tarde de mi vida: ya mi cuerpo cede a la violencia de los
dolores; la muerte me cerca, mi conciencia se turba, tiemblo al
pensamiento de tu juicio, Señor, Señor. «Se hace tarde, el día declina;
quédate con nosotros». «En tus manos entrego mi espíritu (Lucas XXIII,
46)». En ti solo está mi salud; hacia ti solo sé levantar mis miradas.
«Quédate con nosotros», a fin de que emancipándose el alma en la tarde
de la vida por medio del fervor del yugo de las tribulaciones, le
preparen la oración y el amor una dulce hospitalidad en el seno de Dios.
Oh
Jesús, vida de los vivos, resurrección de los muertos, salud eterna de
los creyentes, yo te adoro y pongo toda mi esperanza en Ti. Por tu
pasión, por tu muerte, por tu sepulcro, resucita mi alma de la muerte.
(San Bernardo, en Tesoro de los Santos, Dijón, 1826).
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