[Dijo Jesús:] «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida: el que come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí, y yo en él» (Juan 6, 56-57).
La
beata Imelda, patrona de la primera comunión, pertenecía a una de las
más antiguas familias de Bolonia. Era hija del conde Egano Lambertini y
de Castora Galuzzi. Desde muy niña dio muestras de excepcional piedad;
era muy amante de la oración y acostumbraba a retirarse en un rincón de
la casa, donde se había construido un pequeño oratorio con flores e
imágenes. A los nueve años, sus padres, accedieron a su deseo y la
enviaron a educarse al convento dominicano de Val di Pietra. Allí se
ganó Imelda el cariño de todos, y su fervor edificó mucho a las
religiosas. La joven tenía especial devoción a la presencia eucarística
de Cristo en la misa y en el tabernáculo. Imelda deseaba ardientemente
hacer la primera comunión, pero, según la costumbre de la época, ésta no
podía tener lugar antes de cumplir los doce años. Imelda exclamaba
algunas veces: «¿Cómo es posible recibir a Jesús y no morir de gozo?».
Cuando
tenía once años, Imelda asistió, con el resto de la comunidad, a la
misa de la vigilia de la Ascensión (12 de Mayo de 1333). Como era la más
joven, fue la única que no recibió la comunión. Las religiosas se
disponían ya a salir de la capilla, cuando vieron que una hostia volaba
hasta Imelda, quien se hallaba absorta en oración, cerca del
tabernáculo. Inmediatamente le hicieron notar al sacerdote que había
celebrado la misa, el cual, impresionado por el milagro, dio
inmediatamente a Imelda la primera comunión, que fue también la última.
La emoción que produjo a la beata la presencia de Cristo fue demasiado
grande. Fulminada por un ataque al corazón, Imelda cayó por tierra;
cuando las religiosas acudieron a levantarla la encontraron muerta.
Los bolandistas insertaron en Acta Sanctórum
(mayo, vol. III) un artículo sobre la beata Imelda, en razón de la
antigüedad de su culto, aunque éste no fue confirmado oficialmente sino
hasta 1826, mediante decreto del Papa León XII. En 1910, San Pío X la
proclamó patrona de los primeros comulgantes. Existen varias biografías
de tipo devoto, como las de Jean-Joseph Lataste OP (1889), Domenico
Corsini (1892), Hieronymus Maria Wilms OP (1925) y Tommaso Alfonsi OP
(1927). Ver sobre todo Marianne Constance de Ganay, Les Bienheureuses Dominicaines (1913), págs. 145-152. También hay un corto artículo en John Procter OP, Lives of Dominican Saints, págs. 259-262.
REFLEXIÓN
La
admirable historia de la Beata Imelda testifica, además de la pureza y
disposición necesaria para recibir a Jesús Sacramentado, la necesidad y
eficacia del Sacerdocio sacramental. Hubiera sido algo pequeño para Dios
poner directamente la Hostia flotante directamente en la lengua de
Imelda, pero el anhelo y el amor de un hombre a Dios no es suficiente
para suavizar su Corazón. Es aquí que el Sacerdote concluye que la
voluntad de Dios evidentemente va más allá de las reglas existentes, que
el Sacerdote es aquí el profeta y hace el milagro, revistiéndose con
los ornamentos de salvación y dándoles este Sacramento. Esta es su
tarea.
ORACIÓN (del Misal Dominico)
Oh
Señor Jesucristo, que recibiste en el Cielo a la bienaventurada virgen
Imelda, herida de ardiente caridad, tras alimentarla admirablemente con
la inmaculada Hostia: haz que por su intercesión nos acerquemos a la
sagrada Mesa con la misma caridad, para que deseemos morir y merezcamos
estar contigo, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.