viernes, 5 de enero de 2024

SAN SIMEÓN ESTILITA EL GRANDE


Simeón Estilita (en griego Συμεών ό Στυλίτης; en siríaco ܫܶܡܥܽܘܢ ܕܐܶܣܛܽܘܢܳܐ / Šimʻun dʼAsṯonāyā; en árabe سِمْعَان الْعَمُودِي / Simʿān al-ʿAmūdī) nació en Sisán de Cilicia, dentro de los limites de Antioquia de Siria a mediados del siglo cuarto en una familia pobre. Durante la niñez pastaba las ovejas de su padre. Cierta vez, teniendo el ganado, por la mucha nieve, en la majada, se fue al templo, y allí oyó decir el Sermón de las Bienaventuranzas, engendrándose en él la sed de una vida virtuosa. Simeón comenzó a rezar ardorosamente a Dios pidiéndole le indique cómo alcanzar una vida de verdadera justicia. Pronto tuvo un sueño como que estaba cavando la tierra para un cimiento de un edificio. Y oyó una voz que le dijo: «cava más profundo». Simeón comenzó a cavar con más ahínco. Considerando que el foso era de profundidad suficiente, se detuvo pero la misma voz le indicó seguir cavando. Este mandato se repitió varias veces. Entonces Simeón comenzó a cavar sin cesar hasta que una voz desconocida lo detuvo con las palabras: «Basta, y ahora si quieres construir, construye, pero sacrifícate verdaderamente porque sin sacrificio no vas a tener éxito en nada».
   
Habiendo decidido ser monje, Simeón abandonó la casa paterna y tomó los hábitos en un convento cercano, donde permaneció frente a la puerta durante siete días y al octavo día fue aceptado por el abad Heliodoro como uno de los hermanos y a la edad de 18 años tomó los votos monásticos. Allí permaneció cierto tiempo cumpliendo la penitencia, como monje, con el sacrificio de la oración (rezando los 150 salmos del Salterio –que aprendió de memoria– cada semana), penitencia (fue él quien inventó el cilicio) y obediencia, a tal fervor que los monjes le pidieron se fuera de allí.

Pasó veintiocho años ayunando la Cuaresma entera sin probar un solo bocado; subióse a lo alto de un monte, donde hizo un cercado, y se aferró a una piedra con una cadena de veinte codos de largo; y allí perseveró sin salir de aquel término hasta que San Melecio, obispo de Antioquía, que vino a visitarle mandó que un herrero le quitase la cadena.

Para mayor hazaña espiritual se alejó al desierto de Siria. Aquí el santo Simeón inició un nuevo medio de sacrificio, el estilita, «stolpnichestvo» (columnismo en ruso). Sobre una columna de un antiguo templo pagano de seis codos de alto, un poste de unos metros de altura, se ubicó sobre él y con ello se privó de acostarse y descansar. Permanecía parado día y noche, como vela, en posición vertical, casi permanentemente, oraba y pensaba en Dios. Posteriormente, pasó a otra columna de doce, y finalmente de treinta y seis codos de alto. Además, practicaba una severa abstinencia de alimentos, voluntariamente padecía muchas carencias: lluvias, vientos y fríos. Se alimentaba de trigo mojado y agua que le traía gente bondadosa.
   
Su hazaña poco común comenzó a conocerse en muchos países, y comenzaron a fluir visitantes desde Arabia, Persia, Armenia, Georgia, Italia, España y Bretaña. Viendo su descomunal fuerza de voluntad, y considerando sus inspiradas prédicas, muchos idólatras se convencían de la verdad de la fe cristiana y eran bautizados.
   
Tuvo el don de sanar enfermedades del alma y del cuerpo y prever el futuro. El emperador Teodosio II, el Menor, (408-450) admiraba a san Simeón y comúnmente seguía sus consejos. Cuando el emperador falleció, su viuda la princesa Eudocia, fue convertida a una herejía monofisita. Los monofisitas no aceptaban en Cristo dos naturalezas (Divina y humana), sino solo la Divina. Simeón persuadió a la princesa quién volvió a ser cristiana. El nuevo emperador Marciano (450-457), en ropas comunes secretamente visitaba al santo y le pedía consejos. Por consejo del beato Simeón, Marciano convocó el IV concilio Universal en el 451 donde se condenó la enseñanza herética del monofisismo.
   
San Simeón vivió más de cien años, falleciendo durante la oración en el año 459. Sus reliquias yacían en Antioquia a donde habían sido trasladadas, obrando el Señor muchos milagros en todo el camino. Edificóse luego un templo en el monte de su columna, en el cual no se permitía que entrase ninguna mujer, y donde manifestaba Dios la grande gloria de su siervo con numerosos prodigios. 
  
REFLEXIÓN
El sapientísimo Teodoreto que escribió la vida de este santo, y le vio en la columna, dice que el Señor quiso hacerle un público ejemplo de austeridad, para despertar en los pecadores el espíritu de penitencia. ¿Qué sentirían los incrédulos y sibaritas de nuestros tiempos si presenciaran también aquel espectáculo de mortificación que era un continuo y manifiesto milagro? Algunos se convertirían, otros se contentarían con mirarlo con horror o con escarnio; es verdad. Pero también lo es, que el asombroso anacoreta, desde la columna de su penitencia y de sus prodigios, tronara contra esos pecadores impenitentes, amenazándoles en nombre de Dios, con otra penitencia más rigurosa, que les aguarda en el infierno por toda la eternidad.  

ORACIÓN      
Oye, Señor, benignamente las súplicas que te dirigimos en el día de tu confesor el bienaventurado Simeón, para que lo que no podemos alcanzar por nuestros merecimientos, lo consigamos por las oraciones de este santo que fue de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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