jueves, 9 de octubre de 2025

BULA “Læténtur Cœli”, DE UNIÓN DE LOS GRIEGOS

Para la década de 1420, el Imperio Bizantino ya no era ni la sombra de mil años antes: Reducido a la ciudad de Constantinopla, vasallo de los turcos otomanos, y sin reconocimiento de los poderes de Europa. El emperador Juan VIII Paleólogo, acompañado de una delegación desde Constantinopla, viajó al Concilio de Ferrara (donde Eugenio IV lo convocó en respuesta al concilio de Basilea ocupado por el duque Amadeo VIII de Saboya, erigido antipapa Félix V) para reconciliarse con la Iglesia Latina, por consejo del filósofo neoplatónico Jorge Gemisto Fletón, y además, nombró a Isidoro de Tesalónica como metropólita de Kiev, contrariando los deseos del príncipe Basilio II “El ciego” de Moscú. Juan había nombrado además al metropólita Metrófanes II como Patriarca de Constantinopla como sucesor del fallecido José II, y la delegación griega se trasladó a Florencia por las ofertas del duque Cosme I de Médici “El viejo” de mantenerlos, como quiera que los fondos papales estaban agotándose.

Los griegos, que inicialmente no aceptaban ni el Filióque, ni el Primado Papal, ni el Purgatorio ni los panes sin levadura en la liturgia (tanto que a los latinos los insultaban llamándolos acimitas), terminaron aceptando estos artículos por la necesidad, suscribiendo todos ellos (excepto Marcos Manuel Eugénico de Éfeso, delegado del patriarca greco-melquita de Alejandría) los artículos de Unión el 6 de Julio de 1439, a cambio de que el Papa Eugenio IV les proporcionase ayuda militar y alentara al rey Alberto II de Alemania a pelear contra los turcos. Estos artículos fueron después proclamados por Eugenio IV como la Bula “Læténtur Cœli”, que fue leída en el púlpito de la catedral de Florencia por el monje griego Basilio Besarión y el cardenal Julián Cesarini “El viejo”.
  
En el Occidente, Eugenio IV prosiguió las negociaciones para extender la Unión a los armenios (Bula “Exsultáte Deo”, 22 de Noviembre de 1439), los coptos (bula “Cantáte Dómino”, 4 de Febrero de 1442), y en 1445 a algunos siríacos, caldeos y los maronitas de Chipre que adhirieron a los respectivos decretos. Entre tanto, los planes de cruzada se ralentizaron por la guerra civil húngara y la muerte del rey Alberto II, y el 1 de Enero de 1443, Eugenio IV pudo proclamar la cruzada, a la que se sumó el rey Vladislao III Jallegón de Polonia y I de Hungría, pero fue derrotado y muerto junto al cardenal Cesarini por el sultán Murad II en la batalla de Varna en Bulgaria (10 de Noviembre de 1444). Y en el Oriente, las cosas no podían ir peor: Llegados a Constantinopla el 1 de Febrero de 1440, la delegación imperial se encontró que la población de Constantinopla y los monjes de Monte Athos rodearon a Marcos de Éfeso, rechazando el decreto de Unión. Y en Moscú, Basilio II hizo apresar a Isidoro de Kiev por apostasía en 1443, pero este logró escapar a Roma y fue creado cardenal, y cinco años después, la Iglesia Ortodoxa Rusa proclamó la autocefalia en cabeza del metropólita Jonás de Moscú para cortar cualquier posibilidad unionista.
  
De resto, el final que todos conocemos: Las repúblicas mercantilistas de Venecia y Génova, por mantener sus privilegios comerciales con la Sublime Puerta, apoyaron a los turcos contra los bizantinos, que finalmente cayeron el domingo de Pentecostés 29 de Mayo de 1453. El sultán Mehmed II “El conquistador”, autoproclamado Emperador de los Romanos, designó a Jorge Cortesio Escolario, discípulo de Marcos de Éfeso, como el patriarca Genadio II de Constantinopla, quien inmediatamente abjuró de la Unión renovando el Cisma Oriental, confirmando que este fue producto del nacionalismo fanático de los griegos que por despreciar como extranjero al cayado del Papa de Roma, acabaron poniéndose al cuello el sable del tirano musulmán.

Aun cuando la unión fue efímera, “Læténtur Cœli” tiene su mérito, porque fue la primera vez desde el Concilio de Constanza que se reafirmó el Primado papal frente al movimiento conciliarista mantenido por el Concilio de Basilea (que degeneró en un movimiento golpista contra el Papa Eugenio IV), erigiéndose como fuente cuatro siglos después, para la bula dogmática “Pastor Aetérnus” del Concilio Vaticano. Como en el caso de “Cantáte Dómino”, el texto completo solo se conoce en el original latino y en traducciones italiana e inglesa, mientras que en español solo se conocen los fragmentos citados por el Enquiridión de Denzinger. De ahí que hemos traído el texto completo en español por primera vez en la historia.

BULA “Læténtur Cœli”, DE UNIÓN DE LOS GRIEGOS
   
Eugenio Obispo, Siervo de los siervos de Dios, para perpetua memoria.

Con el acuerdo de lo siguiente con Nuestro afectísimo hijo Juan Paleólogo, noble Emperador de los Romanos, con cuantos hacen las veces de Nuestros venerables Hermanos Patriarcas y los demás representantes de la Iglesia oriental.

«Alégrense los cielos, y exulte la tierra» (Sal. 95, 11), porque fue destruido el muro que separaba la Iglesia de Occidente de la de Oriente, he aquí que la paz y la concordia regresaron; porque la piedra angular, el mismo Jesucristo, que ha hecho de los dos un solo pueblo (cf. Ef. 2, 20; 2, 14), vínculo indisoluble de caridad y de paz, ha unido y mantendrá unidos ambos muros con el vínculo de una perpetua unidad. Y después de una larga noche de tristeza y las densas y odiosas tinieblas de una larga separación, finalmente apareció para todos el día sereno de la tan deseada unión.
  
Alégrese también la madre Iglesia, que ahora ve a sus hijos volver a la unidad y la paz después de haber estado tanto tiempo separados; ella, que antes lloraba tan amargamente por su división, con inefable gozo da gracias a Dios Todopoderoso por su admirable concordia hodierna.

Exulten todos los fieles en todas partes del mundo, y regocíjense con la Iglesia Católica, su Madre, aquellos que portan el nombre de cristianos.

Porque he aquí que los Padres occidentales y orientales, después de un larguísimo período de disensos y discordias, afrontando los peligros del mar y de tierras, superado todo tipo de fatigas, se han reunido, felices y prontos, en este santo concilio ecuménico con el deseo de renovar la sacratísima unión y restablecer la antigua caridad, y no fueron engañados en su espera. De hecho, después de larga y ardua búsqueda finalmente, por la misericordia del Espíritu Santo, finalmente han logrado esta unión tan deseada y tan santa.

¿Quién podrá agradecer dignamente a Dios Todopoderoso por sus beneficios (1 Tes 3, 9)? ¿Quién no se maravillará por la abundancia de tan grande e divina misericordia? ¿Qué corazón habrá tan endurecido que no sea tocado y conmovido por la grandeza de la divina bondad?

En verdad es una obra divina y no fruto de la humana fragilidad; y por eso necesita acogerla, con extrema veneración y celebrarla con alabanzas a Dios. A Ti, ¡oh Cristo!, fuente de misericordia, que has colmado de tan grande bien a tu Esposa, la Iglesia Católica, sea la alabanza, a Ti la gloria, a Ti el hacimiento de gracias, por haber mostrado a esta nuestra generación los milagros de tu caridad, para que todos cuenten tus maravillas (Tob. 12, 20). Verdaderamente Dios nos ha dado un gran don divino, y vemos con nuestros ojos lo que muchos, antes de nosotros, si bien habían deseado intensamente, no habían podido ver (Mt. 13, 16-17), porque los Latinos y los Griegos, reunidos en este sacrosanto Concilio ecuménico, han dado prueba de grande compromiso recíproco para discutir, entre otras materias, con la mayor diligencia y prolongado examen, aún el artículo de la divina procesión del Espíritu Santo.

Después de haber referido los testimonios tomados de las Sagradas Escrituras y de muchos pasajes de los Santos Doctores del Oriente y del Occidente, porque los unos dicen que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo*, y los otros en cambio, que procede del Padre por medio del Hijo**, pero queriendo todos expresar lo mismo con distintas formulaciones, los Griegos han asegurado que, diciendo que el Espíritu Santo procede del Padre, no entienden excluir al Hijo, sino que, pareciéndoles, por cuanto dicen, que los Latinos profesasen que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de dos principios y de dos espiraciones, ellos se abstenían de decir que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. En cuanto a los Latinos, han declarado que diciendo que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo no tenían la intención de negar que el Padre sea la fuente y el principio de toda divinidad, esto es, del Hijo y del Espíritu Santo; ni querían sostener que el Hijo no tenía del Padre el hecho que el Espíritu Santo procede del Hijo, ni finalmente admitir dos principios o dos espiraciones, sino afirmar un solo principio y una sola espiración del Espíritu Santo, como siempre han sostenido. Y, como de todas estas expresiones se deduce una sola e idéntica verdad, han acordado y consentido final y unánimemente, en un mismo espíritu y en una igual interpretación, sobre la siguiente unión santa y agradable a Dios:
  
En el nombre de la Santa Trinidad, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, con aprobación de este Concilio universal de Florencia, definimos que por todos los cristianos sea creída y recibida esta verdad de fe y así todos profesen que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo, y del Padre juntamente y el Hijo tiene su esencia y su ser subsistente, y de uno y otro procede eternamente como de un solo principio, y por única espiración; a par que declaramos que lo que los santos Doctores y Padres dicen que el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo, tiende a esta inteligencia, para significar por ello que también el Hijo es, según los griegos, causa y, según los latinos; principio de la subsistencia del Espíritu Santo, como también el Padre. Y puesto que todo lo que es del Padre, el Padre mismo se lo dió a su Hijo unigénito al engendrarle, fuera de ser Padre, el mismo preceder el Hijo al Espíritu Santo, lo tiene el mismo Hijo eternamente también del mismo Padre, de quien es también eternamente engendrado.
  
Definimos además que la adición de las palabras Filióque (=y del Hijo), fue lícita y razonablemente puesta en el Símbolo, en gracia de declarar la verdad y por necesidad entonces urgente***.
   
Asimismo que el cuerpo de Cristo se consagra verdaderamente en pan de trigo ázimo o fermentado y en uno u otro deben los sacerdotes consagrar el cuerpo del Señor, cada uno según la costumbre de su Iglesia, oriental u occidental.
   
Asimismo, si los verdaderos penitentes salieren de este mundo antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido, sus almas son purgadas con penas purificatorias después de la muerte, y para ser aliviadas de esas penas, les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, tales como el Sacrificio de la Misa, oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que los fieles acostumbran practicar por los otros fieles, según las instituciones de la Iglesia. Y que las almas de aquellos que después de recibir el bautismo, no incurrieron absolutamente en mancha alguna de pecado, y también aquellas que, después de contraer mancha de pecado, la han purgado, o mientras vivían en sus cuerpos o después que salieron de ellos, según arriba se ha dicho, son inmediatamente recibidas en el cielo y ven claramente a Dios mismo, trino y uno, tal como es, unos sin embargo con más perfección que otros, conforme a la diversidad de los merecimientos.
   
Pero las almas de aquellos que mueren en pecado mortal actual o con solo el original, bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas, si bien con penas diferentes.
  
Definimos además que la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tienen el primado sobre todo el universo; que el mismo Romano Pontífice es el sucesor del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles, auténtico vicario de Cristo, jefe de toda la Iglesia, y Padre y Doctor de todos los cristianos, y que Nuestro Señor Jesucristo le ha transmitido a él, en la persona del Bienaventurado Pedro, la potestad plena de apacentar, dirigir y gobernar la Iglesia Universal, como está atestiguado también en las Actas de los Concilios ecuménicos y en los sagrados Cánones.
  
Renovamos, además, el orden transmitido por los cánones que debe observarse entre los otros Venerables Patriarcas, de los cuales el patriarca de Constantinopla sea el segundo, después del Santísimo Pontífice romano, el patriarca de Alejandría sea el tercero, el de Antioquía el cuarto, y el de Jerusalén el quinto, sin prejuicio de sus privilegios y derechos.
  
NOTAS
* A los latinos como San Ambrosio (en su De Trinitáte, libro XII, dice que «El Espíritu procede del Padre y el Hijo», sin separarlos; y añade en el cap. XII del libro XV De Spíritu Sancto: «Contigo, Dios Omnipotente, Tu Hijo es la Fuente de vida, esto es, es la Fuente del Espíritu Snato. Porque el Espíritu es vida...), San León Magno, en su Carta dogmática Quam laudabíliter del año 446 (cinco años antes del Concilio de Calcedonia), dice a los obispos de España: «Spíritus Sanctus a Patre et Fílio: non factus, nec creátus, nec génitus, sed procédens»; y San Hilario de Poitiers, en De Trinitáte, «Sobre el Espíritu Santo no debo callar, y sin embargo no tengo necesidad de hablar; aun así, por el bien de los que están en la ignorancia, no puedo abstenerme. No hay necesidad de hablar, porque estamos obligados a confesarlo, procediendo, como lo hace, del Padre y del Hijo»; se suma San Cirilo de Alejandría, que en su Tesoro de la Santa y Consustancial Trinidad, tesis 34, dice: «Puesto que el Espíritu Santo, cuando está en nosotros, efectúa nuestro ser conformados por Dios, y Él realmente procede (προϊέναι) del Padre y del Hijo, es abundantemente claro que Él es de la esencia divina, esencialmente en esta y procedente (προχεῖσθαι) de esta», y San Atanasio el Grande, en su famoso Símbolo Quicúmque, dice: «Spíritus Sancto a Patre et Fílio: non factus, nec creátus, nec génitus, sed procédens». De ahí que el teólogo ortodoxo ruso Serguéi Nikoláyevich Bulgákov admite en su obra El Paráclito de 1939 que «toda una serie de escritores occidentales, incluyendo a papas que son venerados como santos por la Iglesia oriental, confiesan la procesión del Espíritu Santo también desde el Hijo; y es aún más sorprendente que no haya prácticamente ningún desacuerdo con esta teoría» (pág. 90); y Anthony Edward Siecienski señaló  que, «mientras los Padres griegos aún se esforzaban por encontrar un lenguaje capaz de expresar la naturaleza misteriosa de la relación del Hijo con el Espíritu, los teólogos latinos, incluso en vida de Cirilo, ya habían encontrado su respuesta: el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (ex Patre et Fílio procedéntem). El grado en que esta enseñanza era compatible o contradictoria con la tradición griega emergente sigue siendo, dieciséis siglos después, objeto de debate» (The Filióque: History of a Doctrinal Controversy, 2010, pág. 50).
** Por ejemplo, Tertuliano, en Contra Práxeas, 4, dice: «El Espíritu es, en efecto, tercero desde Dios y el Hijo; así como el fruto del árbol es tercero desde la raíz, o como la corriente que sale del río es tercera desde la fuente, o como el ápice del rayo es tercero desde el sol» (Tértius enim est Spíritus a Deo et Fílio, sicut tértius a rádice fructus ex frútece, et tértius a fonte rivus ex flúmine, et tértius a sole apex ex rádio); San Basilio el Grande: «Por el Hijo unigénito, [el Espíritu Santo] está unido al Padre [...] La bondad natural, la santidad inherente y la real dignidad proviene del Padre por el Unigénito (διὰ τοῦ Μονογενοῦς) al Espíritu» (De Spíritu Sancto, cap. XVIII, 45, 47); San Gregorio Nacianceno, que distinguía la procedencia del Espíritu del Padre en cuanto procesión (ἐκπρόρευσις) respecto de la del Hijo engendrado del Padre: «El Espíritu Santo es verdaderamente Espíritu, proviniendo (προϊέναι) realmente del Padre, pero no a la manera del Hijo, porque no es por Generación sino por Procesión (ἐκπορεύεσθαι)» (Oración 39, 12); y San Epifanio de Salamina, que en su obra Ancorátus del año 374 presenta una fórmula de fe a los conversos de las herejías apolinarista y neumatómaca (Migne, Patrología Græca 43, col. 233), dice del Espíritu Santo «Creemos que hay un Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu perfecto, Espíritu consolador, increado, que procede del Padre y es recibido del Hijo» (en latín «Spíritum esse sanctum, Spíritum Dei, Spíritum perféctum, Spíritum Parácletum, increátum, a Patre procedéntem, accipiéntem a Fílio, in quem crédimus»; en griego «οὕτως δὲ πιστεύομεν ἐν αὐτῷ, ὅτι ἐστὶ Πνεῦμα ἅγιον, Πνεῦμα Θεοῦ, Πνεῦμα τέλειον, Πνεῦμα παράκλητον, ἄκτιστον, ἐκ τοῦ Πατρὸς ἐκπορευόμενον, καὶ ἐκ τοῦ Υἱοῦ λαμβανόμενον καὶ πιστευόμενον»). Bulgákov concluye que «La enseñanza patrística del siglo IV carece de esa exclusividad que llegó a caracterizar la teología ortodoxa después de Focio bajo la influencia de la repulsión hacia la doctrina del Filióque. Si bien no encontramos aquí el Filióque puro que encuentran los teólogos católicos, tampoco encontramos esa oposición al Filióque que se convirtió en una especie de dogma ortodoxo o, mejor dicho, anticatólico» (op.cit., págs. 81-82).
*** La idea del Fiilióque (no el término, que fue añadido al Credo Niceno-Constantinopolitano –o más bien Salaminense, porque era usado en la liturgia de la diócesis de Salamina en tiempos de San Epifanio– hacia el año 809) en Occidente era evidente en la Profesión de Fe de San Dámaso (Migne, Patrología Latína 19, col. 390: «Spíritus enim Sanctus non est Patris tantúmmodo Spíritus, sed Patris, et Fílii. Scriptum est enim: Si quis dilexérit mundum, non est Spíritus Patris in illo. Item scriptum est: Qui áutem Spíritum Christi non habet, hic non est ejus. Nomináto ítaque Patre, et Fílio, intellígitur Spíritus, de quo ipse Filius in Evangélio dicit: Spíritus, qui a Patre procedit: et ille de meo accípiet, et annuntiábit vobis»), en el bautismo de Clodoveo (San Remigio lo ungió «En el nombre de la Santísisma e Indivisa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo»), y estaba en la profesión de fe del rey Recaredo del III Concilio de Toledo del año 589 («Spíritus æque Sanctus confiténdus a nobis et prædicándus est a Patre et Fílio procedére et cum Patre et Fílio uníus esse substántiæ»), y en Inglaterra, en el Sínodo de Hatfield del 680 presidido por San Teodoro de Tarso, arzobispo de Canterbury, se adoptó frente a la herejía monotelita. Antes de esto, ya el Filióque había sido proclamado por la Iglesia Persa en el Concilio de Seleucia del año 410.

1 comentario:

  1. Un hecho innegable es, que los hermanos separados griegos( y no cometo herejía llamarlos así, porque de hecho hay una oración por la unión con los ortodoxos), reconocieron plenamente sus yerros doctrinales, y por mera cuestión geopolitica y por hacerlo caso a los monjes herejes del monte Athos y al moscovita Basilio. Obvio hay que admitirlo, privó intereses comerciales venecianos genoveses genoveses también en esta catástrofe que dio origen al imperio Otomano. Dios y su Madre Santísima, quieran con su favor, la unión. 🙌

    ResponderEliminar

Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.