NOTA: Téngase claro que Roncalli/Juan XXIII bis era un hereje contumaz, masón convicto y confeso por tanto NI ERA PAPA Y MUCHO MENOS BEATO.
Traducción del artículo publicado primeramente por Fray Pedro de la Transfiguración, CRC, en LA CONTRARREFORMA CATÓLICA (aquí
el original francés).
EL BEATO QUE NOS TRAJO LA DESGRACIA
Juan XXIII, "El papa del Concilio"
Angelo Giuseppe Roncalli, “Juan XXIII”
INTRODUCCIÓN
El 3 de junio de 1963 a las 7:45 pm, mientras el Cardenal Traglia, Pro-Vicario de Roma, cantaba el Ite missa est cuando celebraba la misa por el Papa agonizante, el “buen Papa Juan” murió en paz, a la edad de 81 años. En la Plaza de San Pedro, la multitud aclamaba al sacerdote, cuya bondad natural había ganado su corazón. El mundo, incluyendo Moscú, le rindió homenaje. Y su fama de santidad, defendida por los partidarios del Concilio Vaticano II, convocado por él, le llevó a la beatificación, declarada por el Papa Juan Pablo II, el 3 de septiembre de 2000.
Una de sus últimas palabras capta la ambivalencia de este Papa que fue el artífice de la apertura de la Iglesia al mundo. Después de recibir conscientemente la extremaunción, señaló al crucifijo en la cabecera de su cama, y dijo a los presentes:
“El secreto de mi ministerio está en el crucifijo que yo siempre quise tener al lado de mi cama. Lo veo cuando me levanto y antes de dormir. Es allí donde puedo hablar con él durante las largas horas de la noche. Miradlo, cómo lo veo yo. Sus brazos están abiertos al programa de mi pontificado: como está escrito, Cristo murió por todos, por nosotros. Nadie está excluido de su amor y de su perdón”.
Momentos más tarde, dijo:
“Tuve la gracia de ser llamado por Dios como un niño, nunca pensé en otra cosa, nunca he tenido otras ambiciones. (…) Por mi parte, yo no soy consciente de haber ofendido a nadie, pero si lo hice, pido disculpas. (…) En esta última hora, me siento tranquilo y seguro de que el Señor en su misericordia, no me rechaza. Indigno como soy, yo quise servir y lo he hecho con mis mejores esfuerzos para rendir homenaje a la verdad, la justicia, la caridad y mantener un 'cor mitis et humilis' [un corazón manso y humilde] del que nos habla el Evangelio”.
Juan XXIII quiso ser el apóstol del amor incondicional de Cristo por los hombres. Pero los santos canonizados de los precedentes años de la Iglesia, ¿pensaban también que el amor de Cristo era incondicional? Para medir lo que les separa del sucesor 261.º de San Pedro, basta recordar su vida, siguiendo la informadísima biografía de Peter Hebbletwhaite, académico británico, expulsado de la orden jesuita, experto en la historia de la Iglesia contemporánea.
JOVEN CLÉRIGO QUE APUNTABA A LIBERAL
Como San Pío X (según dice su biógrafo), Angelo Roncalli “nació pobre”, pero esta será la única cosa en común con su santo predecesor, porque no “vivió como pobre” ni su muerte “fue la de un pobre”. La “simplicidad” con que ponderaba los tesoros de las iglesias en donde celebraba, para hacérselos después donar, era conocida y temida por los sacristanes de ellas. Nació un 25 de noviembre de 1881 en un pequeño pueblo cerca de Bérgamo, en Lombardía, cuarto de doce hijos de una familia de aparceros, profundamente cristiana.
Angelo demostró ser un niño piadoso, impermeable a la propaganda de la escuela laica, a la que se vio obligado a asistir. Esto hizo que su primera comunión la recibiera excepcionalmente a la edad de ocho años. Fue el cura de su parroquia el que cayendo en la cuenta de su inteligencia convenció a sus padres para que prosiguiera los estudios, lo que llevó a cabo con determinación en condiciones muy duras, por lo menos en el primer año.
Más tarde sin dudarlo, entró en el seminario de Bérgamo, donde recibió una formación tradicional de impronta contrarreformista. Fue un modelo de seminarista, que seguía una regla de vida, a la que se mantuvo fiel toda su vida.
Su obispo Mons. Guindani, así como el de Cremona, Mons. Bonomelli eran “acuerdistas” (conciliariste), es decir, estaban a favor de la reconciliación entre el Papado y el nuevo Estado italiano. En los acalorados debates que agitaban el seminario sobre este tema, de manera espontánea Roncalli adoptó el punto de vista de su pastor. Uno de sus tíos se entregó con pasión al trabajo social que la diócesis de Bérgamo desarrollaba.
En 1900, durante un rápido viaje a Roma, el joven seminarista quedó impresionado no sólo por León XIII, sino también por el clima anticlerical de la Ciudad Eterna. Al año siguiente regresó a Roma, esta vez enviado por su obispo para estudiar teología. Allí se aprovechó del tomismo renovado, pero fue sobre todo la historia lo que le fascinó gracias a su maestro, el padre Benigni, futuro auxiliar de San Pío X en la lucha contra el modernismo, quien le infundió su inmensa admiración por la Contra Reforma, sobre todo por San Carlos Borromeo. La admiración por este santo, no disminuyó con los años llegando hasta el tiempo de su elección al pontificado. Roncalli trabajaría en la edición crítica de los treinta y nueve volúmenes de informes de las visitas pastorales ¡de su santo favorito!
Irónicamente, el modelo sacerdotal de Roncalli, ¡FUE SAN CARLOS BORROMEO!
Sus estudios fueron interrumpidos en noviembre de 1901 durante el año de servicio militar, lo cual le resultó muy doloroso. Regresó a su verdadera vocación, pero un tanto desilusionado por el estado de la humanidad. Pero, como escribió a su familia, sintió, “una furia por querer saberlo todo, conocer todos los autores de valor, me puse al tanto del movimiento científico en sus múltiples direcciones”.
En Roma, fue compañero y amigo de Ernesto Buonaiuti, que sería más tarde excomulgado por modernista. Aunque Angelo no lo sigue en su mal espíritu y en su crítica de la formación que recibieron, sin embargo quiere, como él, una Iglesia más abierta al mundo moderno y que esté más interesada en la acción social.
Ernesto Buonaiuti Costa fue excomulgado por apoyar el modernismo (doctrina condenada entre otros, por San Pío X), y cuestionar la divinidad de Cristo y la santidad de la Iglesia
Durante estos años, su espiritualidad evolucionó y permanecería así desde entonces. Después de haber sido educado en el temor al pecado, ahora toma esta resolución: “El sentimiento del amor de Dios y la completa entrega a su voluntad es la que tiene que absorber en mí todo lo demás”.
Pero de este primer período romano, lo más importante que sacó para su futuro, fue sin duda la relación estrecha que mantuvo, por recomendación de un amigo sacerdote, con el Obispo Tedeschi, capellán de la Obra del Congreso, es decir, la Acción Católica Francesa. Sin embargo, este prelado pertenecía al círculo de los partidarios del cardenal Rampolla, secretario de Estado de León XIII, muy liberal y vinculado a la masonería.
El joven Roncalli también quedó deslumbrado por dos “victorias” de la diplomacia del Papa León XIII: la visita del rey de Inglaterra al Vaticano y poco después la del emperador de Alemania. En su diario anotó:
“Es un signo de los tiempos esta nueva aurora luminosa que amanece en el Vaticano después de una noche de tormenta, el lento pero consciente y real retorno de las naciones a los brazos del Padre común que desde hacía tiempo las esperaba llorando su desvarío”.
Además de la ingenuidad de esta reflexión que
ignora el interés con que se beneficiaban los dos jefes de Estado al ser acogidos por el pontífice, sin beneficio real para el reino de Cristo, hay que señalar el uso por primera vez del término 'signo de los tiempos'. Uno de los futuros eslóganes de la próxima revolución conciliar ¿justificaba ya entonces la unión de la Iglesia con sus enemigos?
Por lo que se ve ésta ya es una característica de Roncalli: su presteza para extasiarse ante la apertura de espíritu a los enemigos de la Iglesia. El que cesara la lucha, el que no se anatemizara ya a nadie ¡le parecía un avance significativo!
REFRACTARIO A SAN PÍO X
El 4 de agosto de 1903, el Cardenal Sarto fue elegido Papa, y no el Cardenal Rampolla que había entrado en el cónclave como favorito, tomando el nombre de Pío X. Una de sus primeras decisiones importantes sería la disolución de la "Obra del Congreso", minada por los errores de la Democracia Cristiana. No sería la única medida que golpearía a los protegidos del Secretario de Estado del difunto Papa.
San Pío X ejerció su pontificado salvaguardado la Fe Católica Tradicional
En este ambiente de conmoción por su “familia espiritual”, Roncalli terminó su teología, justo antes de ser ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904. Su proyecto era llevar a cabo estudios de derecho canónico, pero entonces sucedió el nombramiento de Mons. Tedeschi como obispo de Bérgamo, que inmediatamente lo llamó para que fuera su Secretario.
El nuevo obispo, apenas instalado en su diócesis, va en peregrinación a Francia con su secretario, no por razones de piedad, sino para ver por sí mismo el impacto de la política de Pío X frente al gobierno francés anticlerical. Volvería convencido de que “¡Pío X perdió la batalla contra el Estado francés!”
Ya sabemos lo suficiente como para observar que el futuro Juan XXIII había recibido una huella imborrable en sus años de formación eclesiástica en un medio muy opuesto a Pío X y a todo lo que representaba el santo pontífice.
Mantendría, sin embargo, una estima sin límites por el Obispo Tedeschi, de quien más tarde escribiría la biografía, admirándolo, en particular, por su capacidad para adaptar la Iglesia a las “nuevas condiciones y necesidades de la época”.
En medio de estas influencias iniciaría una fuerte amistad con el Cardenal Ferrari, arzobispo de Milán, también del clan liberal, y cuando llegó a ser papa, abriría el proceso de su beatificación, que el Papa Juan Pablo II culminaría en 1987.
Cuando el 8 de septiembre de 1907 apareció la encíclica Pascendi de San Pío X, que condena enérgicamente el modernismo, los círculos liberales estaban devastados: lo ven como un golpe mortal para el estudio, la ciencia y la inteligencia en la Iglesia. No obstante, el 4 de diciembre, en el tercer centenario de la muerte del Cardenal Baronio, el Padre Roncalli dio una conferencia pública que causó un gran revuelo. Es una obra maestra de habilidad que, al tiempo que parece aprobar la encíclica, hace una labor de zapa, rindiendo homenaje a la curiosidad intelectual sin restricciones, fundamental para el libre cuestionamiento del conocimiento.
Su biógrafo cuenta que
Roncalli no hubiera podido pronunciar esta conferencia sin estar seguro de la protección de personas poderosas, entre las cuales estaban, además del Cardenal Ferrari, el Cardenal Mercier, primado de Bélgica, que, no ahorra en secreto las más duras críticas a Pío X, proclamando al mismo tiempo estar en perfecto acuerdo con él.
Desirée Mercier, Cardenal-Arzobispo de Malinas-Bruselas y Primado de Bélgica, un hipócrita
Es en este cenáculo cerrado cuando
en 1908 Roncalli oye al viejo obispo de Cremona, Arzobispo Bonomelli la idea de un Concilio como dejará escrito en su diario: “
Un gran concilio ecuménico que debatirá con presteza, libre y públicamente, los principales problemas de la vida religiosa, y tal vez atraerá la atención del mundo sobre la Iglesia, estimulará la fe y
abrirá nuevas perspectivas para el futuro”. ¡Juan XXIII retomará la frase casi textualmente cincuenta y cinco años más tarde!
El Concilio Vaticano II fue imaginado en 1908 por Geremia Bonomelli, obispo de Brescia. ¡Y RONCALLI LO HARÍA REALIDAD EN 1962!
Una anécdota ilustrará la oposición entre San Pío X y el futuro Juan XXIII. Es de fecha de 18 de noviembre de 1908, cuando el santo pontífice recibió en audiencia a una delegación de la diócesis de Bérgamo que venía a darle 25.100 liras en monedas de oro, por su aniversario. En su diario, Roncalli escribió que Pío X no les concedió ni una mirada, ni siquiera las gracias por este regalo, pero dirigió a ellos con emoción una firme advertencia contra el modernismo y sus fatales consecuencias, concluyendo con esta frase: “Por supuesto santo, pero no totalmente perfecto, ya que se dejaba invadir por la ansiedad y se mostraba tan angustiado”. Quizás era por su propia perfección por lo que Juan XXIII ¡nunca se afligiría ni por la salvación de las almas, ni por su propia salvación!
Nótese sin embargo que,
después de su retiro en 1910, cuando debía pronunciar el juramento anti-modernista, escribió en su diario el texto que su biógrafo describe como “incomprensible”,
“Las experiencias dolorosas que se han podido constatar aquí y allá este año, las graves preocupaciones del Santo Padre, el llamamiento a los pastores, me convencen, sin querer buscar más, que los vientos de modernismo soplan más fuerte y más extensamente de lo que me parecía a primera vista, y bien pueden alcanzar y hacer desviar a los que inicialmente no querían más que la adaptación de la antigua virtud del cristianismo a las necesidades modernas. Muchos incluso los buenos, se equivocaron, tal vez inconscientemente”.
No obsta, sin embargo, que su clase de historia en el seminario de Bérgamo fuera denunciada a Roma como modernista. Para defenderse, escribió al Cardenal De Lai en junio de 1914, afirmando que él nunca leyó en sus clases al historiador modernista, Abbé Duchesne, lo cual es ni más ni menos que mentira, como su biógrafo se ve obligado a reconocer.
Roncalli fue denunciado por enseñar las doctrinas de Luis Duchesne, que fue censurado por el Santo Oficio a causa de su lectura modernista de la historia de la Iglesia
Convenía haber hablado un tanto extensamente de sus años de formación, ya que fueron decisivos. Todo Juan XXIII ya está en ellos. Él mantuvo hasta el final las ideas de aquel cenáculo liberal, simpatizante con los modernistas, que creció a la sombra de León XIII, y fue condenado por San Pío X, pero no erradicado puesto que resurgiría poco tiempo después, hasta llegar a las más altas esferas de la Iglesia.
LOS LENTOS COMIENZOS DE UNA CARRERA
Durante la Primera Guerra Mundial, fue reclutado como capellán médico. La valentía y el heroísmo de los soldados corregiría sus impresiones sobre el servicio militar. También se congratulaba de que por las pruebas que estos hombres compartían con los sacerdotes alojados en los mismos pabellones, había desaparecido el anticlericalismo. El antagonismo entre la Iglesia y el patriotismo italiano moría en las trincheras.
Uno no se sorprende al saber que él era un entusiasta partidario de la convocatoria por la paz lanzada por Benedicto XV.
Después de la guerra, el nuevo obispo de Bérgamo lo nombró director de la residencia de estudiantes, director espiritual del seminario y director de la Unión de Mujeres Católicas. Él es feliz en este ambiente muy receptivo a los principios de la democracia cristiana. Apoya el Partito Popolare Italiano del sacerdote siciliano Sturzo; con el Cardenal Ferrari y otros, sueña con una teo-democracia bajo el magisterio de un papa abierto al mundo moderno.
En 1920, en el Congreso Eucarístico de Bolonia, cuando se temía una revolución comunista en Italia, pronunció un discurso muy aplaudido sobre la Virgen María y la Eucaristía, que terminaba dando una lección de serena confianza. Tras este éxito oratorio, el Cardenal Van Rossum, Prefecto de Propaganda, le solicita para el puesto de Director Nacional de la Propagación de la Fe. Él aceptó este nuevo papel que le valió el título de Monseñor, y allí se revelará muy eficiente.
Los acontecimientos de aquellos años no tienen gran interés. Admirador de Benedicto XV, se muestra mucho más reservado con Pío XI, de quien no entiende, principalmente, la política de compromiso con Mussolini. Él es decididamente anti-fascista, hasta el punto que después de una predicación abiertamente contra el régimen, el gobierno reclama su alejamiento de Roma.
Pío XI fue blanco de la desconfianza de Roncalli, por el sólo hecho de llegar a entendimientos con el Duce (Benito Mussolini)
Por esa razón, el 17 de febrero de 1925, fue nombrado visitador apostólico en Bulgaria, donde viven sesenta y dos mil católicos, divididos entre uniatas y latinos; están perdidos en medio de los ortodoxos que acababan de desgajarse del Patriarcado de Moscú por su [de ellos] anticomunismo y deseaban acercarse tanto a Constantinopla como a Roma. Se esperaba pues de él un informe sobre esta compleja situación.
En el último momento, Pío XI, que lo recibe poco antes de su partida, decide hacerlo arzobispo, lo que no era necesario para esta misión. Fue consagrado el 3 de marzo 1925.
Fue entonces cuando conoció a Dom Lambert Beauduin y se convierte en partidario del ecumenismo de la caridad, como él decía, dejando de lado las condenaciones pasadas hechas por no haber considerado antes que nada aquello que nos une.
Lambert Beauduin Lavigne, fundador del monasterio ecuménico de Chevetogne
Se empezó a hablar de él como sucesor del Cardenal Ferrari en Milán, pero Mussolini se opuso a ello. Se quedaría por ello diez años en Bulgaria, poniendo buena cara a la mala suerte, dedicándose de lleno a los católicos búlgaros y estrechando amistad con la familia real.
La amistad de Roncalli y la Casa Real de Bulgaria se debe a que él intercedió ante Pío XI para que la princesa católica Juana de Saboya se casara con el zar Boris III (que era cismático)
A finales de 1934,
fue enviado como delegado apostólico a Turquía, donde su predecesor había dado la espalda tanto al gobierno secular de Atatürk como al patriarcado de Constantinopla. Su bonhomía hizo maravillas, todo el mundo le apreciaba.
Autoriza innovaciones que fueron severamente juzgadas en Roma, pero que le valieron el aprecio de los turcos, tales como permitir el uso de su lengua en la liturgia de las invocaciones al Santísimo Sacramento o en las lecturas de la Misa.
Roncalli (el que no tiene barba), cuando fue Vicario Apostólico en Turquía
A la muerte de Pío XI, recibió las condolencias del Patriarca de Constantinopla, lo que nunca se había visto desde los días del cisma.
En 1939, Turquía, que era neutral, se convierte en un centro de actividad diplomática de los beligerantes. Roncalli se hizo amigo del embajador de Alemania, el católico Von Papen, que le proporcionará mucha información acerca de las intenciones pacíficas de Hitler. Roncalli lo transmite a Roma como algo de alto valor en los documentos entregados. Pero en el Vaticano, Monseñor Tardini, quien tiene la sartén por el mango en la diplomacia de la Santa Sede, no se dejó impresionar, y anotó al margen de un informe del delegado apostólico en Turquía: “uno que no ha entendido nada”.
De hecho, su biógrafo, establece sin lugar a dudas: la actividad diplomática de Monseñor Roncalli supuso una serie de fracasos, si exceptuamos su capacidad para ser apreciado por todos. Por eso, él no tendrá una gran reputación en la Secretaría de Estado y en la Curia Romana. Su único éxito fue el rescate de veinte mil judios de Europa Central, a través de sus buenas relaciones con el rey de Bulgaria, y la complicidad de Von Papen.
NUNCIO APOSTÓLICO EN PARÍS
El 6 de octubre de 1944, fue nombrado nuncio apostólico en París -¡el puesto más prestigioso de la diplomacia vaticana!- para sustituir al obispo Mons. Valerio Valeri, a quien De Gaulle no perdonaría haber sido testigo de la resistencia del mariscal Pétain a su detención por los alemanes. La situación entre Francia y la Santa Sede es muy tensa, por eso se necesitaba alguien que pudiera arreglar las cosas.
La nunciatura de Roncalli en Francia llevaba un proyecto secreto: eliminar la influencia del Mariscal Philippe Pétain en la diplomacia vaticana
De hecho, su biógrafo muestra que desempeñó un papel muy secundario en la mejora de las relaciones entre De Gaulle y el Vaticano. Sonriendo, sin escrúpulos, muestra el apoyo oficial de la Iglesia al usurpador gaullista. El mariscal de Francia (Pétain) es visto como un interludio desafortunado, como él mismo dice sin rodeos en su primer discurso de bienvenida al nuevo gobierno: “Francia vuelve a tomar su tradicional fisionomía y el legítimo lugar que le corresponde entre las naciones”. ¡Para él la fisionomía tradicional de Francia era la de los Derechos Humanos y la de la Revolución!
Durante los nueve años de su estancia en París, sería muy popular entre los políticos franceses (que no son cristianos) por su sentido del humor que hace maravillas en las cenas ceremoniales. Su principio de acción es simple: “El mantenimiento de relaciones pacíficas entre la Iglesia y el Estado es el propósito mismo de la Nunciatura Apostólica”.
Si en algo se destacó Roncalli como Nuncio, fue en su capacidad de hacer amigos (Aquí platicando con unos políticos socialistas, mientras fuma un cigarrillo)
Aunque
estuvo muy interesado en la historia de Francia, abandonó sin embargo
el estudio de las ideas contemporáneas. En un primer momento parece
preocuparse por la situación: “Francia es como el pueblo
elegido, piensa, y cree que porque es la “hija mayor de la Iglesia”
desde hace siglos, puede permitirse cualquier cosa sin mostrar su fe en
las acciones. Se equivoca, y temo por ella”. Sin embargo, cambiaría rápidamente bajo la influencia de las excelentes relaciones que mantenía con Mons. Montini, que era junto con Mons. Tardini, el principal colaborador de Pío XII en aquel momento.
Se puede decir que en
su estancia en Francia adquirió los rasgos que serían notables durante
su pontificado: un optimismo generalizado, con la convicción enraizada
de que la Iglesia no tiene necesidad de condenar errores ya que “¡hoy en
día la gente parece comenzar a condenarlos por sí misma!”, “un gran
interés en las acciones humanitarias y una apertura incondicional al
mundo moderno”. Se muestra muy influenciado por el
Cardenal Suhard, arzobispo de París, que desea una renovación de la
Iglesia mediante un laicado revitalizado y un sacerdocio activo y
adaptado a la vida moderna industrial.
Emmanuel
Suhard, Cardenal Arzobispo de París. Ideó los "sacerdotes obreros"
(precursores de la mal llamada "Teología de la Liberación")
El 29 de
noviembre de 1952 fue nombrado Cardenal, y después de algunas pocas
semanas fue nombrado Patriarca de Venecia. Allí sería muy feliz. Allí,
como en otras ocasiones, su bonhomía y sentido del humor conquistarían
enseguida el corazón de la gente. Se encontró con una
diócesis muy pobre. No duda en alejarse de los partidos políticos, lo
que es inmediatamente interpretado como una desafección a la Democracia
Cristiana.
Cuando Roncalli fue nombrado cardenal, la birreta escarlata le fue impuesta por el presidente francés Vincent Auriol (ateo y francmasón del grado 33° R.E.A.A.)
Imitando a San Carlos Borromeo y a San Pío X convoca un sínodo diocesano. Es entonces cuando empleó por primera vez la expresión aggiornamento de la Iglesia. A él le gustaba evocar la eterna juventud de la Iglesia, es decir, su capacidad para adaptarse constantemente al mundo en que vive.
Con Montini, ahora arzobispo de Milán, pero a quien Pío XII rehusó el cardenalato, mantiene una extensa correspondencia, pero fue una amistad la de ellos “vivida con prudencia y discreción”, escribe su biógrafo.
EN EL TRONO DE PEDRO
A la muerte de Pío XII, el 9 de octubre de 1958, era claro que el cardenal Roncalli era papable, dada la avanzada edad de los cardenales y su pequeño número. Pero, en general se aceptaba que el suyo sería un pontificado de transición.
Irónicamente, su biógrafo escribe: “Juan XXIII pudo escribir que él aceptó el honor y la carga del pontificado”, con la alegría de poder decir que “no he hecho nada para conseguirlo, realmente nada, por el contrario, he tratado cuidadosa y concienzudamente de no proporcionar, por mi parte, ningún argumento a mi favor”, pero en estas declaraciones se refiere al propio cónclave. “… porque ¡se había mostrado muy activo en los días precedentes!”
En efecto, a diferencia del Cardenal Sarto, y del Cardenal Luciani, que habían logrado sólo asistir a las reuniones de cardenales estrictamente obligatorias, el Cardenal Roncalli multiplicó las visitas y comidas con colegas y personas clave en el Vaticano. En ausencia de Montini, se presentó como el hombre adecuado para preparar el pontificado de este último. Tuvo tanto éxito en sus contactos que en la víspera del cónclave, estaba convencido de que sería elegido.
Sin embargo, las cosas no salieron según lo planeado. Los conservadores, a priori, no lo querían ya que él tenía mala reputación entre los cardenales de la Curia. En la víspera de la votación XI, los cardenales conservadores Ruffini, arzobispo de Palermo, y Ottaviani, prefecto del Santo Oficio, fueron a su habitación y le transmitieron la necesidad de un Concilio para condenar los errores modernos. Roncalli diplomáticamente escuchó con interés, pareciendo convencido, y consiguió aquellos votos influyentes.
Después de su elección, el 28 de octubre de 1958, está sorprendentemente tranquilo. Cumpliría 77 años, un mes más tarde.
Antes de Roncalli, hubo un Juan XXIII: Baltasar Cossa, que fue antipapa cuando el Cisma de Occidente
Su primera decisión fue sorprendente:
Eligió al conservador y colaborador más cercano de Pío XII, monseñor Tardini, para ser secretario de Estado, lo que agradó a la Curia, pero al día siguiente, anunció el nombramiento de veintitrés cardenales, exigiendo que Mons. Montini fuera el cabeza de la lista.
Roncalli (electo Juan XXIII), nombró cardenal a Montini, a sabiendas de la inhabilidad de éste por Pío XII (recuérdese que Montini trabajaba con Alighiero Tondi como espía para la Unión Soviética)
Su reputación de simplicidad no impidió que Juan XXIII amara la pompa pontificia, que quiso fuera respetada en los menores detalles. Sin embargo, será el primer Papa en hacer una homilía durante la Misa de entronización. Desarrolló el tema del Buen Pastor, tema que evocará frecuentemente en otras ocasiones.
Otra de las novedades después de la ceremonia, fue que el nuevo Papa hablara libremente con los periodistas, presentándose como el 'José del Antiguo Testamento reconocido por sus hermanos'. Él ya había utilizado esta comparación en Bulgaria, Turquía, Grecia y París, y la repitió sin cesar. Así pues, da dos claves de su pontificado: la unidad en la vida de la iglesia y la paz del mundo.
LA INSPIRACIÓN DE UN CONCILIO
El 25 de enero de 1959, durante un consistorio celebrado en San Pablo Extramuros después de la ceremonia de clausura de la semana de la Unidad, anunció su determinación de convocar un concilio ecuménico. Ante eso, los Cardenales no tienen ninguna reacción, dejando a Juan XXIII, un poco decepcionado. Montini fue el primer sorprendido; como escribió a un amigo: “El astuto santo viejo no parece darse cuenta en que avispero se mete”.
Más tarde,
en 1962, Juan XXIII lo presentará como una inspiración del cielo. Le habría venido súbitamente durante una charla con Mons. Tardini el 20 de enero de 1959:
“Súbitamente, una gran idea surgió en Nos e iluminó nuestra alma. Nos la acogimos con una confianza inefable en el Divino Maestro, la palabra vino a nuestros labios, como un imperativo solemne. Nuestra voz lo expresó por primera vez: un Concilio”.
En su diario, que sabía iba a ser publicado después de su muerte, escribió el 15 de septiembre de 1962, tres semanas antes de la apertura del Concilio:
“Sin haber pensado antes en ello, en mi primera conversación con el Secretario de Estado, el 20 de enero de 1959, pronuncié las palabras de Concilio Ecuménico, Sínodo Diocesano y revisión del Código de Derecho Canónico, y esto sucedió sin que yo hubiera hecho antes hipótesis o proyecto alguno. El primero en ser sorprendido por esta sugerencia que hice, era yo mismo, ¡cuando nadie me había dado una pista!”
Su biógrafo benevolente habla de “reorganización inconsciente de sus recuerdos”, ¡con que elegancia se dicen las cosas! Esto es simplemente una mentira obvia.
Pero honesto como era, Pedro Hebbletwhaite recordó que fue Mons. Ruffini quien tuvo esa idea en 1939, incluso antes de que fuera cardenal, pero Pío XII no la consideró. Cuando llegó a arzobispo de Palermo, volvió a la carga en 1948, con el apoyo del cardenal Ottaviani, a fin de obtener la condena de los errores modernos; esta vez, el Papa ordenó secretamente prepararlo. Pero Pío XII abandonó unos meses más tarde la idea, viendo que las reacciones de los prelados consultados comenzaban a mostrar grandes divisiones en el seno del episcopado. Finalmente, en el último cónclave, los dos cardenales se dirigieron a aquél a quien se orientaba el voto.
El 30 de octubre de 1958, dos días después de su elección, el Papa Juan XXIII habló con su secretario y se hizo traer los documentos guardados en los archivos de la preparación hecha por Pío XII en 1948. Después de tener conocimiento de ellos, decidió que su concilio tendría un espíritu diferente: su principal objetivo sería pastoral, no doctrinal, el concilio era necesario para satisfacer las necesidades cambiantes de la Iglesia y el mundo. La decisión fue definitivamente tomada el 28 de noviembre.
El 9 de enero, habló bajo secreto con Dom Rossi, antiguo secretario del Cardenal Ferrari.
- “Esa noche, le dijo, vino a mí una gran idea: hacer un concilio”.
- Don Rossi respondió: “Es una hermosa idea.”.
- ¿Sabes? No es cierto que el Espíritu Santo asiste al Papa.
- ¿Cómo dice Santo Padre?
- No es el Espíritu Santo el que asiste al Papa. Soy yo quien no soy más que su asistente. Es Él quien hace todas las cosas. El Concilio es su idea.
Por la lectura de estas líneas, comprendemos la finalidad de estas mentiras pontificales: para este concilio pastoral, que no se preocuparía por la doctrina y abandonaría los procedimientos que le garantizarían la asistencia del Espíritu Santo, hubo que inventar una “súper-infalibilidad” al afirmar que es el Espíritu Santo el que actuaba directamente. Esto es lo que el abate de Nantes llamó “el iluminismo del Concilio”. La duplicidad de Juan XXIII esta ahí clara, y también explica su actitud en los años siguientes, hasta su muerte.
La "súper-infalibilidad que inventó Roncalli/Juan XXIII para legitimar el conciliábulo, encuadra con la profética observación de un prelado francés: “
La peor de las herejías será LA EXAGERACIÓN DEL DEBIDO RESPETO AL PAPA, POR UNA EXTENSIÓN ILEGÍTIMA DE SU INFALIBILIDAD”
UN CONCILIO PUEDE OCULTAR OTRO CONCILIO.
Efectivamente, en primer lugar, él comienza por confiar la preparación a una comisión presidida por el Cardenal Tardini. El 30 de junio 1959, abrió sus trabajos con la presentación de su concepción del Concilio. Retomando la sugerencia del obispo de Cremona en 1908, o sea, que basta con que la Iglesia debata públicamente, para que la humanidad, muestre simpatía por su decisión y vuelva a Cristo, él esboza un “Concilio espectáculo”. Sin embargo, el discurso es lo suficientemente ambiguo como para ser interpretado como una invitación a anunciar ante la faz del mundo las verdades de la fe para que la sociedad moderna se beneficie, ya que corría hacia el extravío.
En realidad, la preparación del concilio tuvo dos niveles: el oficial asignado a la Curia romana, y el que se iba a forjar en el entorno del Papa, o sea “el espíritu del Concilio” que nació en el seno de un pequeño grupo de fieles, de iniciados, que sostienen la visión de una iglesia que quiere abrirse al mundo. Tres figuras dominan este círculo: el Cardenal Montini, por supuesto, el Cardenal Bea y el Cardenal Suenens, primado de Bélgica.
Paralelamente a esta fase preparatoria, Juan XXIII convocó un sínodo de la diócesis de Roma. La rapidez de los debates y la naturaleza reaccionaria de los decretos sinodales dan confianza a los conservadores en cuanto al desarrollo del Concilio próximo, sin alarmar a los liberales que saben que todo podría ser revisado más adelante. Por otra parte, estas decisiones del sínodo acabarán después prácticamente en letra muerta.
En 1959, la reputación de bondad del nuevo Papa provoca el cuestionamiento público del celibato clerical, y el número de solicitudes de exención recibidas por la Santa Sede se incrementa sustancialmente. Ciertamente, Juan XXIII recordó entonces la ley del celibato, pero no hizo nada contra los teólogos que lo cuestionaban.
A lo largo del año 1960, a los obispos del mundo se les consultaría sobre el futuro Concilio. El 76% contestó, sin embargo, con sugerencias en gran medida conservadoras. La minoría progresista se alarmó, por lo que el cardenal Bea, sugiere a Juan XXIII el establecer por iniciativa propia una Secretaría para la Unidad de los Cristianos. Esta organización se ocuparía exclusivamente de ecumenismo, pero estaría dotada de amplios poderes, permitiendo así al cardenal poner a trabajar bajo su batuta a los jóvenes teólogos excluidos por el Santo Oficio. Pronto se interrumpirán los trabajos preparatorios, dando prioridad a un nuevo criterio en la redacción de los patrones conciliares: “el deseo de no disgustar a nuestros 'hermanos separados'”.
Sin embargo, es a partir de este punto cuando los medios de comunicación de todo el mundo están empezando a interesarse en los trabajos de preparación y se hacen eco ampliamente de obispos y teólogos como el joven e impetuoso Hans Küng, que deseaban un Concilio más democrático y colegial.
Este año 1960 debería ser también el año de la publicación del Secreto de Fátima. Ahora sabemos lo suficiente para que no nos sorprenda la negativa de Juan XXIII a publicarlo, al declarar enfáticamente que no concernía a su pontificado, dar publicación a la voluntades del Cielo, por ser demasiado pesimistas. Los “profetas de calamidades” están desde entonces prohibidos en la Iglesia eternamente joven y simpática del “buen Papa Juan”.
Nuestra Señora ordenó que el Tercer Secreto de Fátima debía ser "publicado después de Pío XII y antes de 1960". Pero Roncalli/Juan XXIII NO OBEDECIÓ ¡PORQUE NO QUERÍA SER "PROFETA DE DESGRACIAS"!
LOS PREPARATIVOS FINALES PARA LA REVOLUCIÓN
Juan XXIII también iba a cambiar la posición de la Santa Sede en los asuntos temporales.
Bajo Pío XII, la política de la Santa Sede era anti-comunista. En Italia, después de quince años de poder indiscutible, el partido de la Democracia Cristiana con una disminución de su electorado a la que Aldo Moro, su jefe, quería hacer frente con la apertura a sinistra. La Secretaría de Estado se opone por el temor de que se beneficiara el Partido Comunista.
Pío XII se mostró temeroso de que la "Democracia Cristiana" se aliara con el Partido Comunista, con el beneficio de éste último (como sucedió con la alianza entre Aldo Moro y Enrico Berlinguer)
“La originalidad del papa Juan, dice su biógrafo, estaba en aparecer desde el principio como un papa espiritual, un pastor, que hacía una clara distinción entre el papado y la República Italiana. Ya no están en competencia, podrían vivir juntos en armonía en este espíritu de cooperación que él llamó convivenza. En consonancia con esta distinción, la política italiana de Juan era una política de separación y de reserva. (…) Él quiere que la Iglesia se aleje del campo de batalla inmediato de los partidos políticos”. Por tanto, al negarse a intervenir en el debate, Juan XXIII permitió la apertura a la izquierda de los católicos.
El 15 de julio de 1961, durante las vacaciones de la Curia, publicó su encíclica Mater et Magistra sobre la cuestión social, inmediatamente interpretada como una bendición de la política de Aldo Moro.
El 30 de julio, el cardenal Tardini muere repentinamente. Para reemplazarlo, Juan XXIII hizo un llamamiento al Cardenal Cicognani, personaje anodino.
Los trabajos oficiales de la Curia avanzan. Ocho centenares de expertos, todos ellos acreditados por el Santo Oficio, han hecho sus sugerencias, por lo que se precisaba que un “comité central”, redactase el texto para su presentación a los obispos. Con motivo de su primera reunión, el Papa insiste en “la actualización de la Iglesia”. “El Concilio, dijo, no es una asamblea especulativa, es un organismo dinámico y vivo que ve y abraza a todo el mundo”. Él habla de aggiornamento.
Las reuniones del Comité Central son muy animadas, ya la autoridad y el prestigio del cardenal Ottaviani son contestadas y todos los arbitrajes del Papa son en favor de los innovadores.
Durante el verano de 1962, el Vaticano negoció en secreto con Moscú para que los obispos católicos de los países comunistas y representantes del Patriarcado de Moscú pudieran participar en el Concilio. Para dar su conformidad, Moscú exige una promesa formal de que no habrá condena del comunismo, a lo que Juan XXIII se pliega, puesto que en cualquier caso, ha sido ya decidido que el Concilio no condenaría nada.
El 23 de septiembre de 1962, cuando terminó su retiro anual, Juan XXIII, se entera de los resultados de sus últimos exámenes médicos. Le detectan un cáncer que le concederá, como máximo, un año de vida.
LA REVOLUCIÓN EN ACCIÓN
Una Iglesia en gran medida conservadora, una minoría activa progresista, un Papa muy popular, pero gravemente enfermo, que tiene como principio no condenar a nadie, una iglesia que quiere agradar a todo el mundo, este es el contexto de la primera sesión del Concilio Vaticano II.
Las sesiones se abren 11 de octubre 1962, bajo la mirada de 1.200 periodistas acreditados. El Papa preside este día memorable con su bonhomía habitual. Pronuncia su famoso discurso, que se dice haber sido preparado por Montini, aunque el biógrafo afirma que no, que es de la pluma de Juan XXIII, pero que sea lo que sea, el Abbé de Nantes, identificó en él ocho herejías.
Pronto, la minoría progresista toma el control de los debates. Todos los esquemas propuestos por la comisión central, excepto el de la liturgia, fueron rechazados. Los padres piden una nueva redacción de los textos que reflejen sus comentarios. Es la revolución.
La actitud del Cardenal Léger, arzobispo de Montreal, es emblemática. Aquel que se presentó como el hijo espiritual de Pío XII, intervino con los contestatarios (los tradicionales). Pero por la noche, visita al Papa temiendo su reacción, porque no quiere disgustarlo. Fue al día siguiente de haber encontrado el silencio benevolente del Papa, cuando él opta por el cambio, en voz baja alentado por su vecino, el Cardenal Montini.
Él papa dijo a los obispos franceses: “Hay discusiones, esto es es necesario: pero hay que hacerlo con un sentimiento fraternal y todo irá bien. En cuanto a mí, soy optimista”.
Como lo demostraría la correspondencia entre Juan XXIII y Montini, hecha pública en 1983, ellos ya habían acordado en secreto que el proyecto de Cardenal Ottaviani de que en una sola sesión del Concilio se aprobaran los textos preparados, debía ser reemplazada por uno más vasto que se alargaría al menos tres sesiones. No hay duda de que Juan XXIII quiso esta revolución conciliar contra su curia, él fue uno de los principales responsables.
No hay que olvidar que durante el mismo mes de octubre de 1962, la Crisis de los Misiles de Cuba, que enfrentó los EE.UU. con la URSS, pudo desembocar en una guerra nuclear. Roma hizo de un intermediario entre Washington y Moscú. Cuando el 26 de octubre, Pravda reprodujo la petición de paz lanzada por Juan XXIII, fue una señal de que Khrushchev accedía a retirar los misiles soviéticos de Cuba.
Sería necesario todo un capítulo acerca de la política de apertura al este de Juan XXIII, en el contexto de la Guerra Fría que entonces se imponía. Incluso llegaría a desear un feliz cumpleaños al líder soviético, por medio del jefe del partido comunista italiano. Khruschev, también deseoso de mejorar su imagen en Occidente, se prestó con gusto a ¡enviar un telegrama al Papa! El Papa no es insensible a ello, exactamente como cuando se extasiaba al ver que el emperador prusiano visitaba a León XIII.
La masonería internacional también ensalza a Juan XXIII. La revista Time, le nombra “Hombre del Año 1962, porque había dado al mundo entero el sentido de la familia humana!”
Roncalli fue honrado por la revista Time por su "colaboración al entendimiento humano"
Mientras tanto, el cardenal Bea, pone a punto con el consentimiento del Papa, la primera versión de la Declaración sobre la libertad religiosa (Nostrae Aetate), lo que provocaría acalorados debates.
En marzo de 1963, las autoridades comunistas otorgan el premio Balsan de la paz… ¡al Papa Juan XXIII! Montini le aconsejó que lo aceptase, aunque la Secretaría de Estado recomendó encarecidamente lo contrario por miedo a que los católicos italianos se desorientaran con provecho de los comunistas. El Papa escuchó a Montini; tras las elecciones, el Partido Comunista Italiano ¡ganó un millón de votos!
El 9 de abril de 1963, Juan XXIII, revestido con la estola para dar una dimensión religiosa al caso, firma la encíclica Pacem in Terris ante las cámaras de televisión. El abbé de Nantes, denunció la utopía: “El Santo Padre predica un mundo ideal futuro que debe ser construido con la buena voluntad de todos los hombres”, que es como decir que es legítima la contestación del orden actual y da un cheque en blanco a la revolución. ¡Los comunistas tendrían que ofrecerle un premio!
Ante el progreso de la enfermedad, Juan XXIII debe reducir su trabajo, poco después debe guardar cama. Pero, contrariamente a lo que informaron los medios tradicionales papistas, jamás pronunció una sola palabra de arrepentimiento por el giro tomado por el Concilio.
Contrario a cuanto creen algunos tradicionalistas, Roncalli JAMÁS se arrepintió del Vaticano II y su liberalismo
En cambio, el 24 de mayo, dictó este mensaje a su secretario de Estado que es la mejor expresión de su pensamiento:
“Ahora más que nunca, más que en siglos anteriores por cierto, estamos llamados a servir al hombre como tal, y no sólo los católicos, ahora debemos defender por encima de todo, todos los derechos de la persona humana, y no sólo los de la Iglesia Católica. Las necesidades actuales del mundo salidas a la luz en los últimos cincuenta años y una comprensión más profunda de la doctrina nos han llevado a una situación nueva, como ya he dicho en mi discurso de apertura del concilio. No es que el evangelio haya cambiado, es que hemos comenzado a comprenderlo. Quienes han vivido tanto como yo, han confrontado tareas nuevas en el orden social a principios de este siglo. Quienes han pasado como yo veinte años en el Este y ocho en Francia, podrán comparar las diferentes culturas y tradiciones y saben que ha llegado la hora de discernir los signos de los tiempos, la hora de aprovechar la oportunidad y mirar al futuro”.
Al día siguiente, recordando el lenguaje injurioso contra el papa oído en Roma durante la agonía de León XIII, Juan XXIII, hace esta observación: “¡Los tiempos han cambiado para mejor!”
Murió el 3 de junio de 1963 "en paz", dispuesto a comparecer ante su Juez. "Juan Pablo II" le declaró "beato"… nuestro Padre (Abbé Georges de Nantes) demostró que fue nuestra desgracia. Concluyo citando su [del abate de Nantes] "Carta a mis amigos", de 25 de septiembre de 1964.
“Juan XXIII la quiso [la revolución]. Él proclamó los principios de este movimiento, hizo detener el sistema y, como los hombres sólo cambian las instituciones cuando son malas y corrompen a los hombres, la Asamblea conciliar tenía que llegar allí donde él la quiso llevar. La procesión de todos los obispos del mundo era admirable a la vista el 11 de octubre de 1962, cuando se dirigía a San Pedro. Pero entró en terrible estado.
La obra del Concilio debía, en efecto, estar de acuerdo con las decisiones soberanas del Papa, lo opuesto a las preocupaciones tradicionales. Ella iba en tres directivas, imprecisas y locamente prometedoras: la reforma de la Iglesia, el diálogo ecuménico, y la apertura al mundo. El integrismo pasaba a estar mal visto y todo lo que obstaculizaba este impulso generoso [el del concilio] se consideraba grosero e inapropiado. Se acordaría un premio a todos los programas marcados por la audacia y la novedad”.
Juan XXIII quiso abrir la iglesia al mundo, pero de hecho, este hombre, que se quería bueno, pero que anhelaba alabanzas, ¡la vendió al mundo!