martes, 2 de diciembre de 2014

ORACIÓN DE MONS. LUIS VELLA A JESÚS EUCARISTÍA


   
Oh Jesús mío, ¡cuán de veras humilde eres en la Eucaristía!… Y lo que más me asombra es que las humillaciones a las cuales has descendido por mi amor en este Sacramento, son todas voluntarias, y tú mismo has hecho de ellas tu porción para mejor cumplir conmigo el oficio de Maestro de humildad… Has sido tú mismo, y por tu propia voluntad, quien te has puesto en esa humillación que te rebaja hasta la nada… Eres tú, oh Jesús, que en todo día del año y en toda hora e instante del día asumes tan humilde estado en todos los altares donde tus ministros, según tu mandato, repiten tu palabra: la que renueva el misterio del Cenáculo miles y miles de veces y te reduce a un estado más humilde que al cual descendiste encarnándote en el purísimo seno de la Virgen nazarena… Eres tú quien por la palabra de tu ministro transubstancias el pan en tu Cuerpo y el vino en tu Sangre… Y esta maravilla suprema entre todas, la haces tú… Y la haces por mi amor… Por mi bien… Yo soy por quien aceptas las humillaciones grandísimas que comporta tu condición eucarística.
  
Oh Jesús, humilde como era tu vida y condición, cuando vivías en este mundo podías señalar a los incrédulos tus milagros… Eran públicos y mostraban lo que eras tú, daban testimonio de tu soberanía universal y de tu divinidad… ¿Pero qué decir de la Eucaristía, oh Jesús?… ¡Aquí haces milagros, y mayores también, no en mostrando lo que eres, sino en escondiéndolo, para quedarte entre los hombres aparentando no ser ni Dios ni hombre!…
  
¡Estremecedor reproche trae a mi soberbia tu portentosa humildad, oh Jesús mío!… ¡Qué abismal diferencia, oh Jesús, entre tú y yo!… Tú, oh Amado mío, en tu gran benevolencia, porque me amas y para enseñarme la humildad, anonadándote en la Eucaristía obras las maravillas más grandes… ¿Y yo? No tengo el poder de obrarlas, pero bien lo aprovecharía de tenerlo, y aguzo todo mi ingenio para parecer más de lo que soy, —para esconder mis propiedades humillantes, —para aparentar otras brillantes que no tengo, —para cubrir mi maldad y miseria… ¡Y cuánto más lejos voy! ¡En qué abismo me hunde mi soberbia!… ¡Ay Jesús, me ensalzo de tus propias gracias y dádivas como si fueran mis propiedades o derechos, como si fueran frutos de mis fuerzas o destrezas, cuando lo son, oh Jesús, de tu desangramiento y muerte!

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