“Y viendo Pilatos que nada adelantaba, y que antes bien, crecía el tumulto, tomó agua, y se lavó las manos delante del pueblo diciendo: ‘Soy inocente de la sangre de este justo: vosotros veréis’. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: ‘Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos’”. (San Mateo XXVII, 24-25).
‘Afilaron sus lenguas como una espada’. Dice otro salmo: ‘Los hijos de los hombres: sus dientes son armas y flechas, y su lengua una espada afilada’. Así se dice aquí: ‘Afilaron sus lenguas como una espada’. Que no digan los judíos: “Nosotros no hemos matado a Cristo”. Si lo entregaron al juez Pilato, fue para dar la impresión de que ellos quedaban exentos de culpa en su muerte. De hecho, cuando Pilato les dijo: ‘Ajusticiadlo vosotros’, respondieron: ‘A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie’. Querían descargar sobre un juez humano la maldad de su crimen; ¿Pero acaso podían engañar al divino juez? En lo que Pilato hizo, por el hecho de realizarlo, se hizo algo responsable; pero en comparación de ellos, es mucho más inocente. Insistió, de hecho, cuanto pudo para librarlo de sus manos. Por esto se lo presentó después de haberlo flagelado. No lo azotó para castigar al Señor, sino intentando aplacar el furor de los judíos, a ver si se amansaban un poco, y al verlo flagelado, desistían en su empeño por matarlo. Esto llegó a hacer Pilato. Pero como ellos siguieron insistiendo, ya sabéis que se lavó las manos, diciendo que no era su voluntad realizar tal cosa, y que era inocente de su muerte. Y sin embargo, la llevó a cabo. Ahora bien, si es culpable el que, contra su voluntad, realizó el crimen, ¿serán inocentes quienes le obligaron a consumarlo? De ninguna manera. Pero fue él quien pronunció la sentencia en su contra, y lo mandó crucificar, por eso de algún modo fue él personalmente quien lo mató; pero también vosotros, judíos, lo matasteis. ¿Cómo? Con la espada de la lengua: afilasteis vuestras lenguas. ¿Y cuándo lo habéis herido, sino cuando gritasteis: ‘Crucifícalo, crucifícalo’?
Lección VI para los Maitines del Viernes Santo: San Agustín, Tratado sobre los Salmos. (Salmo LXIII, 4).
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