¡Oh San Jorge, eres la honra de la milicia cristiana! El servicio del príncipe temporal no te hizo olvidar tus obligaciones para con el Rey del Cielo. Derramaste tu sangre por la fe de Cristo, y en recompensa Él te ha constituido jefe y guía de los ejércitos cristianos. Sé su sostén ante las filas enemigas, y concede la victoria a los defensores de la causa justa. Protégelos debajo de tu estandarte, cúbrelos con tu escudo y esparce el miedo delante de ellos. El Señor es el Dios de los ejércitos, y la guerra entra a veces en los planes de su Providencia, ya en vista de su justicia, ya en la de su misericordia. Jefes y soldados tienen necesidad del auxilio celestial. Al hacer la guerra, parecerá a veces que hacen la obra del hombre, mientras que en realidad hacen la de Dios. Por esta razón son más accesibles que los demás hombres a los sentimientos generosos, y por eso mismo su corazón es más religioso. El sacrificio, el peligro, los eleva sobre ellos mismos; también los soldados tienen su lugar distinguido entre los fastos de los mártires. Vela por el ejército de nuestra patria. Hazle tan cristiano como valeroso; sabemos que no han puesto en vano en ti sus esperanzas los hombres de guerra.
En la
tierra no sólo existe milicia temporal; hay otra
en la que están alistados todos los fieles de Cristo.
San Pablo, hablando de todos nosotros, ha dicho:
"que no serán coronados sino los que lucharen
legítimamente". Hemos de contar con la
lucha en este mundo, si escuchamos las exhortaciones
del mismo Apóstol: "Cubrios con la
armadura de Dios, nos dice, para que podáis resistir
los ataques del diablo. Tomad por cinturón
la verdad, por coraza la justicia, por calzado la
resolución de andar por el camino del Evangelio,
por escudo la fe, por casco la esperanza de la
salvación y por espada la palabra de Dios". ¡Somos, pues, guerreros como tú! Nuestro Jefe divino resucitado, antes de subir al Cielo quiere pasar revista a su ejército; preséntanos a Él. Nos ha admitido en las filas de su guardia, a pesar de nuestras infidelidades pasadas; a nosotros por tanto corresponde hacernos dignos de tal honor. La prenda de la victoria la tenemos en la Eucaristía, ¿cómo nos hemos de dejar vencer? Vela por nosotros, ¡valiente guerrero! Que tus oraciones nos ayuden mientras tus ejemplos nos animan a luchar como tú contra Satanás. Cada pieza de nuestra armadura le es temible; el mismo Jesús la ha preparado para nosotros y la ha templado en su sangre; da fuerzas a nuestro valor, para que podamos como tú, presentársela entera, el día en que nos invite a su descanso eterno.
La cristiandad entera tiene necesidad de que te acuerdes de los homenajes que te prodigó en otros tiempos. Por desgracia la antigua piedad hacia ti se ha enfriado, y para muchos cristianos tu fiesta pasa inadvertida. No te ofendas por ello, ¡oh santo mártir!, imita a tu Maestro que hace salir su sol sobre los buenos y malos. Tén piedad de este mundo en medio del cual ha sido sembrado el error, y que en este momento se agita en convulsiones terribles. Mira con compasión a Inglaterra, que ha sido seducida por el dragón infernal. Los antepasados te lo piden desde el Cielo, ¡oh poderoso guerrero!; sus hijos te suplican desde la tierra. En nombre de Jesús resucitado te conjuramos ayudes a la resurrección de un pueblo que fue tuyo.
Dom Prósper Gueranger, OSB. El Año Litúrgico (I Edición española), Tomo III, págs. 703-705. Editorial Aldecoa (Burgos-España), 1956.
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