Padre Réginald Garrigou-Lagrange, OP. "Las Tres Edades de la Vida Interior", Capítulo IV:
LA SANTISIMA TRINIDAD,
PRESENTE EN NOSOTROS, FUENTE INCREADA
DE NUESTRA VIDA INTERIOR
EL TESTIMONIO DE LA SAGRADA ESCRITURA
La Escritura nos enseña que Dios está presente en todas
las criaturas con una presencia general llamada con frecuencia
presencia de inmensidad. Léese en particular en el Salmo
138, 7: "¿A dónde iré, Señor, que me esconda de tu espíritu? ¿A dónde huir para escapar a tu mirada? Si me remonto
hasta los cielos, allí estás tú; si desciendo a la morada de los muertos, también estás allí". Es lo que hace decir a San Pablo predicando en el Areópago:
"Dios que creó el
mundo y es Señor del cielo y de la tierra... no está lejos de
cada uno de nosotros, porque en él vivimos, nos movemos
y somos" (Act. Apost., XVII, 28).
Dios, en efecto, lo ve todo, conserva todas las cosas en su
existencia e inclina a cada criatura a los actos que le convienen.
Es él como el foco de donde dimana la vida de la
creación y la energía centrar que todo lo atrae a sí. "Rerum,
Deus, tenax vigor, immotus in te permanens".
Pero la Sagrada Escritura no nos habla solamente de esta
presencia general de Dios en cada cosa; nos habla también
de otra presencia especial de Dios en los justos. Así, ya en
el Antiguo Testamento, en la Sabiduría, I, 4 está escrito:
"La sabiduría divina no penetrará en un alma perversa, ni
habitará en un cuerpo sujeto al pecado". ¿Serán solamente
la gracia creada o el don creado de sabiduría los que vendrán
a habitar en el alma del justo?
Las palabras de Nuestro Señor nos ofrecen nueva luz y
nos enseñan que las mismas Personas divinas vienen a aposentarse
en nosotros. "Si alguien me amare, dice, cumplirá
mis mandamientos, y mi Padre le amará y vendremos a él y
en él haremos nuestra morada" (Juan, XIV, 23). Cada una de
estas palabras es muy de considerar: "Vendremos". ¿Quién
va a venir? ¿Serán sólo los efectos creados: la gracia santificante,
las virtudes infusas, los dones? No; vienen los mismos
que aman, las tres divinas Personas, el Padre y el Hijo, de los
que jamás se separa el Espíritu Santo, prometido por Nuestro
Señor y enviado visiblemente el día de Pentecostés.
Vendremos a él, al justo que ama a Dios; y vendremos
no de una manera transitoria, pasajera, sino que estableceremos
en él nuestra morada, es decir, habitaremos en
él, mientras permanezca en la justicia o en estado de
gracia, mientras conserve la caridad. Así habla Nuestro
Señor.
Estas palabras son confirmadas por aquellas otras de la
promesa del Espíritu Santo: "Yo rogaré a mi Padre y os
dará otro Consolador, para que eternamente permanezca en
vosotros; éste es el Espíritu de verdad, que el mundo no
puede recibir, porque ni lo ve ni lo conoce; pero vosotros
lo conocéis, ya que mora en medio de vosotros, y él estará
en vosotros... Él os enseñará todas las cosas, y os recordará
todo lo que yo os he enseñado" (Juan, XIV, 26). Estas palabras no fueron dichas solamente a los Apóstoles; en ellos
fueron realidad el día de Pentecostés, que se renueva en
nosotros en la Confirmación.
Este testimonio del Salvador es clarísimo y precisa admirablemente
lo dicho en el libro de la Sabiduría, I, 4. Las
tres divinas Personas vienen a habitar en las almas justas.
Así lo entendieron los Apóstoles. San Juan escribe (I
Juan, IV, 9-16): "Dios es caridad... y el que permanece en
la caridad, en Dios permanece y Dios en él". Ese tal posee
a Dios en su corazón, pero más lo posee Dios a él y lo contiene
en sí, conservándole, no sólo su existencia natural, sino
la vida de la gracia y la caridad.
San Pablo dice también: "La caridad de Dios se ha derramado
en vosotros por el Espíritu Santo que se os ha dado"
(Rom., V, 5). Y no es solamente la caridad creada lo que
hemos recibido, sino que nos ha sido dado el mismo Espíritu Santo. San Pablo habla especialmente de él, porque la
caridad nos asimila más a ese Santo Espíritu, que es el amor
personal, que al Padre y al Hijo. Ambos residen igualmente
en nosotros, según testimonio de Jesús, pero no seremos totalmente
asimilados a ellos, sino cuando recibamos la luz de
la gloria que nos sellará asemejándonos al Verbo, que es
esplendor del Padre.
En muchas ocasiones vuelve San Pablo sobre esta consoladora
doctrina: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que
el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (I Cor., III, 16). "¿No
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que
está en vosotros que habéis recibido de Dios, y que ya no
os pertenecéis? Porque habéis sido rescatados por gran precio.
Glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo". (I Cor., VI, 19.)
Así pues, con toda claridad, nos enseña la Escritura que
las tres Personas divinas habitan en todas las almas justas, en
todas las almas en estado de gracia.
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