miércoles, 14 de mayo de 2025

SAN BONIFACIO DE TARSO, MÁRTIR

«Así como habéis empleado los miembros de vuestro cuerpo en servir a la impureza y a la injusticia para cometer la iniquidad, así ahora empleadlos en servir a la justicia para santificaros» (Romanos VI, 19).
   

San Bonifacio vivía en pecado, en compañía de una dama romana llamada Áglae, de quien era administrador. Un día esta mujer, movida por la gracia, lo envió al Oriente para que procurase reliquias de mártires. «¿Qué dirías –le dijo Bonifacio al partir– si te trajesen mi cuerpo por el de un mártir? ¿Lo recibirías?». Llegado a Tarso, vio cómo un gran número de mártires soportaban jubilosamente los más crueles tormentos. «¡Ah, –exclamó– qué grande es el Dios de los cristianos, qué grande el Dios de los mártires! Servidores de Cristo, rogad por mí para que, unido a vosotros, yo también combata a los demonios». Y, en efecto, confesó que era cristiano y, después de muchas torturas valientemente soportadas, fue decapitado. Áglae hizo trasladar su cuerpo a Roma, que fue sepultado en la Vía Latina. Sus reliquias, halladas el Martes de la semana de Ramos de 1217, fueron depositadas por Honorio III junto a las de San Alejo, bajo el altar mayor de la iglesia de los Santos Bonifacio y Alejo en el Aventino. La cabeza de San Bonifacio es venerada en una teca de plata en forma de busto.
    
MEDITACIÓN SOBRE LA CONVERSIÓN DE SAN BONIFACIO
I. Por muy entregado que estuviera al pecado, Bonifacio se distinguía por su caridad. Daba hospitalidad a los viajeros sin recursos, e iba, de noche, por calles y plazas, socorriendo a los pobres. ¿No te has hecho culpable de faltas contrarias a la pureza? Trata, mediante una tierna caridad para con los pobres, de atraer sobre ti la gracia de Dios. «La limosna libra del pecado y de la muerte, e impide que el alma caiga en las tinieblas» (Tobías).
   
II. El arrepentimiento de su cómplice dio principio a la conversión de Bonifacio; la vista de los mártires la terminó. Acaso leyendo el relato de los suplicios de los mártires hayas exclamado: «¡Qué grande es el Dios de los cristianos!». Pero, ¿te ha conducido esta admiración a imitarlos sufriendo con paciencia, por lo menos las pruebas ordinarias de la vida? Las solemnidades de los mártires son exhortaciones al martirio. «Tengamos la valentía de hacer lo que nos complacemos en alabar» (San Agustín).
     
III. Cuanto más grande sea la falta, más severa debe ser la penitencia. Contempla a Bonifacio recién convertido. Se le destroza el cuerpo, húndensele agudas cañas por debajo de las uñas, se le vierte en la boca plomo derretido, y no cesa él de repetir: «Gracias os doy, Señor Jesús, Hijo de Dios». Recuperemos, como él, el tiempo perdido, mediante el fervor de nuestra penitencia. Y si fuimos para los demás ocasión de pecado, tratemos de reparar con nuestros buenos ejemplos, el mal que les hayamos hecho. Así fue como Áglae quedó firme en el bien por el martirio de Bonifacio. Colocó sus venerables restos en una tumba en la vía Latina, y, junto a ella, hizo construir una celda donde en medio de austeridades pasó los últimos quince años de su vida.

El buen ejemplo. Orad por los que habéis escandalizado.

ORACIÓN
Dios omnipotente, haced, os lo suplicamos, que celebrando la solemnidad del bienaventurado Bonifacio, vuestro mártir, merezcamos ser ayudados por su intercesión ante Vos. Por J. C. N. S. Amén.

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