Por Patricio Shaw
Hay explicaciones asombrosas en pocas palabras, perdidas como una aguja en un pajar, en un segmento de los voluminosos comentarios de Santo Tomás a distintos libros de las Sagradas Escrituras.
El Aquinate divide su comentario al segundo capítulo de la segunda epístola de San Pablo a los Tesalonicenses en dos partes: exclusión de la falsedad e instrucción de la verdad. Nos interesa en especial la segunda, que va de las palabras «quóniam nisi venérit discéssio» (porque porque sin que primero haya acontecido la apostasía), del medio del tercer versículo, hasta la conclusión del capítulo.
El Apóstol (San Pablo) anunció en II Tesalonicenses 2, 3-12 la Gran Apostasía y la irrupción del anticristo por medio de la difusión de la falsa doctrina.
Esta parte trata primero de los eventos previos a la venida del Anticristo, y después trata del mismo Anticristo. Los eventos precedentes a la venida del Anticristo son dos apostasías: con respecto a la Fe y con respecto al Imperio Romano.
Interesa sobre manera la interpretación que nadie menos que Santo Tomás, el Doctor Communis, da del significado de «Imperio Romano» precisamente en este pasaje. Él parte de la interpretación tradicional y agustiniana de Daniel (II, 31) que se refería a cuatro reinos que precedieron el adviento de Cristo. Por el cuarto de ellos se entiende el romano, establecido a fin de que bajo su potestad se predicase la Fe a todo el mundo.
El profeta Daniel, en el capítulo II de su libro, describe los cuatro reinos que gobernaron la tierra hasta el Primer Advenimiento (Babilonia, Persia, Grecia y Roma).
Luego el mismo Santo Tomás, basándose en el sermón «De Apóstolis» de San León Magno —Papa y Padre y Doctor de la Iglesia, que gobernó de 440 a 461- afirma que el Imperio Romano había de durar mucho más allá del siglo V por transmutarse de temporal en espiritual, y que la naturaleza del Imperio Romano espiritual era la Fe Católica de la Romana Iglesia.
Santo
Tomás de Aquino, siguiendo el parecer de San Agustín sobre la visión de
Daniel, considera que el Imperio Romano fue el instrumento de Dios para
la expansión del Evangelio de Jesús; y a San León Magno, que este reino pasaría de terrenal a espiritual, merced a la Iglesia Católica.
Las palabras de ese sermón más relevantes al comentario tomista que estamos viendo son las siguientes:
“Éstos [San Pedro y San Pablo] son quienes te han promovido a ti [Roma] a tal gloria que, hecha una nación santa, un pueblo elegido, un estado sacerdotal y real, y la cabeza del mundo por la Santa Sede del bienaventurado Pedro, alcanzaste un dominio más amplio por el culto de Dios que por el gobierno terreno”.
Santo Tomás prosigue diciendo que la apostasía universal con respecto al Imperio Romano (en su fase espiritual) es signo conveniente de la proximidad del Anticristo, así como Cristo vino en el apogeo del Imperio Romano.
Algunas líneas más abajo Santo Tomás explica interesantísimamente el versículo séptimo, «El hecho es que ya va obrando el misterio de iniquidad; entre tanto el que está firme ahora, manténgase, hasta que sea quitado (del medio)», para el cual presenta seis exposiciones de las cuales adopta cuatro como verosímiles.
Nos interesa especialmente la primera, a la cual parece darle mayor importancia Santo Tomás, y que también es la más clara y concreta:
“Tantum ut qui tenet nunc, Románum impérium, téneat, donec de médio fiat, id est, donec moriátur”.
La traducción castellana de este sentido adoptado por Santo Tomás sería más o menos:
“Mientras aquel que ahora tiene el Imperio Romano lo tenga, hasta que sea quitado del medio, esto es, hasta que muera”.
A continuación Santo Tomás aclara que aquel que ha de ser quitado del medio antes de que venga el Anticristo es la persona pública del Imperio Romano.
En resumen: Según el comentario de Santo Tomás a 2 Tesalonicenses II, el advenimiento del Anticristo debe ser precedido por una apostasía universal con respecto a la Fe Católica y al Imperio Romano, el cual es explicado como (1) la Fe de la Iglesia Romana y (2) como la persona pública del Imperio Romano.
Si no hay imperio sin emperador, entonces el «Emperador» que dejará de «tener el Imperio Romano» y será «quitado del medio», en la misma época en que el mundo apostataría de la Fe de la Iglesia Romana, no puede ser sino el Romano Pontífice. Y ningún mejor medio para hacer apostatar al mundo de la Fe de la Iglesia Romana, que un falso papa instigador de herejía reconocido por el mundo como el Papa.
La Apostasía requirió que la autoridad papal fuese pisoteada por usurpadores e instigadores de la herejía. Y esos instrumentos son sin duda los antipapas del Vaticano II
Esto se aclara más aún si se lo asocia con el comentario de Santo Tomás a Mateo XXIV, 21-22:
“Habrá entonces grande tribulación, porque habrá una perversión de la doctrina Cristiana por una doctrina falsa. Y si no fuesen abreviados aquellos días, a saber, por documento de doctrina, por una expansión de la verdadera doctrina, ninguna carne sería salva, esto es, todos se convertirían a la falsa doctrina”.
Si vale la antedicha unión de dos interpretaciones tomistas sobre el Imperio Romano hechas con pocas líneas de diferencia, San Pablo Apóstol dijo que el signo de la inminencia del Anticristo es, con la pérdida universal de la Fe, la desaparición de la autoridad papal. ¡Lo que vemos es malo, pero alguna vez tenía que pasar y esa vez es ahora! Ha sido quitado del medio el verdadero gobierno papal, que fue impedimento insuperable para la venida del Anticristo por más de diecinueve siglos.
Juan Pablo II es El Anticristo:
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