“En este tiempo vinieron a mi noticia los daños de Francia y el
estrago que habían hecho los luteranos y cuánto iba en crecimiento esta
desventurada secta. Me dio gran fatiga y, como si yo pudiera algo o
fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal.
Me parecía que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las
muchas que allí se perdían. Y como me vi mujer y ruin e
imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del
Señor, y toda mi ansia era, y aún es que, pues tiene tantos enemigos y
tan pocos amigos, que esos fuesen buenos, determiné a hacer eso
poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda
la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están
aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios, que nunca
falta de ayudar a quien por Él se determina a dejarlo todo; y que,
siendo tales cuales yo las pintaba en mis deseos, entre sus virtudes no
tendrían fuerza mis faltas y podría yo contentar en algo al Señor; y que,
todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia y
predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que
pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen a los que ha
hecho tanto bien, que parece le querrían tomar ahora a la cruz estos
traidores y que no hubiese adonde reclinar la cabeza.
¡Oh, Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin fatigarse mucho! ¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre ha de
ser los que más os deben los que os fatiguen? A los que mejores obras
hacéis, a los que escogéis para vuestros amigos, entre los que andáis y
comunicáis por los sacramentos, ¿no están hartos de los tormentos que
por ellos habéis pasado?
Por cierto, Señor mío, no hace nada quien ahora se aparta del
mundo. Pues a Vos os tienen tan poca ley, ¿qué esperamos nosotros?
¿Por ventura merecemos nosotros mejor nos la tengan? ¿Por ventura
les hemos hecho mejores obras para que nos guarden amistad? ¿Qué es
esto? ¿Qué esperamos ya los que por la bondad del Señor estamos sin
aquella roña pestilencial? Que ya aquéllos son del demonio. ¡Buen
castigo han ganado por sus manos y bien han granjeado con sus
deleites fuego eterno! ¡Allá se lo hayan! Aunque no me deja de quebrar
el corazón ver tantas almas como se pierden; mas del mal no tanto.
Querría no ver perder más cada día.
¡Oh, hermanas mías en Cristo! Ayudadme a suplicar esto al
Señor, que para eso os juntó aquí; éste es vuestro llamamiento, éstos
han de ser vuestros negocios, éstos han de ser vuestros deseos, aquí
vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones. No, hermanas mías, por
negocios del mundo; que yo me río y aun me congojo de las cosas que
aquí nos vienen a encargar supliquemos a Dios: de pedir a Su Majestad
rentas y dineros, y algunas personas que querría yo suplicasen a Dios
los repisasen todos ellos. Buena intención tienen y, en fin, se hace por
ver su devoción, aunque tengo para mí que en estas cosas nunca me
oye.
Se está ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo -como dicen-, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia
por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si
Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas
mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia.
[...]
Tornando a lo principal, para lo que el Señor nos juntó en esta
casa y por lo que yo mucho deseo seamos algo para que contentemos a
Su Majestad, digo que, viendo tan grandes males, que fuerzas humanas
no bastan a atajar este fuego de estos herejes (con que se ha pretendido
hacer gente, para si pudieran, a fuerza de armas, remediar tan gran mal
y que va tan adelante), me ha parecido es menester como cuando los
enemigos en tiempo de guerra han corrido toda la tierra y viéndose el
Señor de ella apretado se recoge a una ciudad, que hace muy bien
fortalecer, y desde allí acaece algunas veces dar en los contrarios, y ser
tales los que están en la ciudad, como es gente escogida, que pueden
más ellos a solas que con muchos soldados, si eran cobardes, pudieron;
y muchas veces se gana de esta manera victoria; al menos, aunque no
se gane, no los vencen; porque como no haya traidor, si no es por
hambre, no los pueden ganar. Acá esta hambre no la puede haber que
baste a que se rindan; a morir sí, mas no a quedar vencidos.
Mas ¿para qué he dicho esto? Para que entendáis, hermanas mías,
que lo que hemos de pedir a Dios es que en este castillito que hay ya de
buenos cristianos no se nos vaya ya ninguno con los contrarios; y a los
capitanes de este castillo o ciudad los haga muy aventajados en el
camino del Señor, que son los predicadores y teólogos; y pues los más
están en las Religiones, que vayan muy adelante en su perfección y
llamamiento que es muy necesario; que ya ya -como tengo dicho- nos
ha de valer el brazo eclesiástico y no el seglar. Y pues para lo uno ni lo
otro no valemos nada para ayudar a nuestro Rey, procuremos ser tales
que valgan nuestras oraciones para ayudar a estos siervos de Dios, que
con tanto trabajo se han fortalecido con letras y buena vida y trabajado para ayudar ahora al Señor”.
SANTA TERESA DE JESÚS DE ÁVILA, Camino de Perfección, caps. I, 2-5; III, 1-2.
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