El comentarista político y columnista de CNN Jorge Dávila Miguel hace
una reflexión de lo que ha sucedido hasta ahora en la secta
deuterovaticana, en especial desde que Bergoglio fuera electo e
instalado como Pontífice de su iglesia, haciendo la interpretación de
que la Profecía de San Malaquías sobre "Pedro el Romano"
es el fin del elemento católico de la iglesia conciliar. Si bien el
autor, que trasluce protestantismo, considera católico el
deuterovaticanismo bergogliano y usa el término Jehová para referirse a
Dios (cuando su verdadero Nombre es Yahveh),
su columna en El Nuevo Herald no tiene desperdicio, y como sentencian
el Aquinate y Kempis, mientras sea verdad lo que se dice y escribe, no
hay que mirar a quién.
Jorge Dávila Miguel
Mañana 19 de marzo, día de San José, el papa Francisco inaugura su cuenta de Instagram. Bergoglio, porteño y descendiente de italianos, es noticia diaria mientras conduce su rebaño a través de la Internet. Ya existe una aplicación para rezar junto a él [1], tiene Facebook y tiene Twitter. Nada de malo. Francisco es amable con todos, tanto, que cuando se pone serio provoca otra noticia. Y es que Bergoglio no le deja sitio a Wojtyla (¿se acuerdan de Juan Pablo II?) como líder de la popularidad. Si Wojtyla era el papa viajero, Bergoglio viaja más; si aquél ayudó a derribar el comunismo, éste intenta explicárnoslo mejor; si aquél derribó el muro de Berlín, este quiere derribarlos todos.
La esencia de la propaganda reside en la mayor cantidad posible de mentes a influir con el más simple mensaje, para lograr la mayor cantidad de cuerpos convencidos. Tal vez por eso la Iglesia “Católica”, especialmente en los últimos 50 años, decidió subrayar su gestión social y no sus misterios teologales. La física antes que la metafísica; lo “simbólico” mejor que los arcanos. Si alguien le pregunta a su cura cotidiano qué es el agua bendita y donde reside en ella lo sagrado, le responderá tranquilamente que es “un símbolo”. Los cristianos renacidos, aun en su materialista “evangelio de la prosperidad”, apelan diariamente a lo maravilloso, lo trascendental, haciendo “pactos” directamente con Jehová. Pero Roma, sumida en su compromiso social de mejorar “el reino de este mundo”, relega los arduos misterios del otro; se crece en lo material y disminuye lo asombroso.
Hace poco pregunté a un “católico” ferviente ¿qué es la Eucaristía? Mi amigo me respondió muy conmovido: “Un símbolo del inmenso amor de Cristo”. Entonces comenté que era mucho más que un símbolo, porque según la Iglesia, Jesucristo se encuentra real y efectivamente en la Hostia; de “manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad”, y que eso se llamaba “transubstanciación”. Mi fervoroso amigo se asustó y me pidió por favor que no le hablara más de la Nueva Era “ni de esas supersticiones”[2]
Las Profecías de San Malaquías, un controversial libro del siglo XII, publicado en el XVI, y atribuido al arzobispo católico irlandés Malaquías de Armagh ––luego canonizado–– pretende profetizar sobre la historia del papado. Según ese libro ––jamás vetado por la Inquisición–– a cada pontífice lo acompaña un lema. El último de la lista es “Pedro el Romano” y coincide con el papado de Francisco. Es obvio que Bergoglio ni es romano ni se llama Pedro, pero es el lema que le toca. Por eso se dice que estamos ante el último papa[3]. Es algo etéreo, pero permite elaborar.
En el Concilio Vaticano II, 1959, se mencionó por primera vez el “Aggiornamento” (Ponernos al día), concepto que buscaba modificar solamente el Derecho Canónico de entonces. Pero tan vital concepto no se conformó con limitarse, y el “ponerse al día” permaneció en el ideario colectivo de la iglesia. Así pervivió durante los últimos 55 años, con impulsos y recesos, en los floridos pasillos de la intelectualidad católica. Ahora estamos, con Francisco, en el periodo de Aggiornamento más fuerte que recuerda la Iglesia desde la Contrarreforma. Pero la duda de muchos es con qué “día” deberá Roma ponerse en sintonía. Si con el de la transformación o con el de la tradición. Y eso tal vez nos explique la “profecía” del arzobispo irlandés.
Después del Concilio Vaticano II la Iglesia Católica ––y con ella Francisco–– es mucho más luterana e insiste más en el impacto social del creyente y el mejoramiento en esta tierra, que en los pecados personales. Así, debemos luchar todos en el Reino de este Mundo antes que temer individualmente, aspirando a la salvación en el otro. A través de lo colectivo –– vindicado en toda religión–– se salva al individuo.
Tal vez con Francisco no se terminen los papas, sino solo sea el último en gobernar una iglesia tal cual la conocemos. Será fácil comprobarlo: los que lo sobrevivan, verán si sale otro humo blanco por sobre el Vaticano y los que no, se enterarán si fueron suficientes los símbolos para ganar el misterioso reino de los cielos. Y qué habrá del otro lado.
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