jueves, 25 de enero de 2018

EL LAMENTABLE ESTADO DE LA ORTODOXIA GRIEGA TRAS EL CISMA DE 1054

Frente a la situación actual de apostasía en la Iglesia por causa del Concilio Vaticano II, hay quienes miran a Oriente para escapar (de la cruda realidad): unos deciden pasar a los Ritos Bizantino, Copto, Siríaco o Armenio (cosa inadmisible desde todo punto), o peor, se convierten de plano al cisma. A estas personas, un cuadro de primera mano por parte de alguien que los conoció mejor que nadie porque le tocó vivir y ejercer su sacerdocio y obispado rodeado de los cismáticos focianos:
Eminentísimos y reverendísimos Obispos, eminentísimos y reverendísimos Padres. […] He nacido en Grecia, he pasado la mayor parte de mi vida en Grecia y, aunque no soy de rito griego, amo a la Iglesia griega y estaría dispuesto a dar la vida por su retorno al centro de la Unidad. Aunque, con gran dolor de mi alma, os debo confesar una cosa. Hasta el día de hoy, hasta que no brille la aurora de aquel día tan deseado tanto por mí como por vosotros, quien es impaciente se maravillará de que el Oriente pueda ser despertado de aquel letargo de muerte y de tinieblas, en el cual se ha precipitado hacía ocho siglos, a una nueva vida y nueva luz, sometiéndose a la Iglesia romana que es fuente de verdadera vida y verdadera luz.
  
¡Qué suerte terrible y miserable la de la Iglesia griega, en un tiempo tan grande, tan ilustre, tan fecunda, que era el decoro y el esplendor de la religión Católica. Ahora es vil, estéril, se volvió oscura y permanece como un monumento terrible de la venganza divina! Pecó la hija de Jerusalén, y hoy su belleza ha desaparecido. ¡Con qué pena formidable Dios humilla la soberbia de los pueblos!
 
Aquella iglesia que en los tiempos de los primeros ocho concilios, entre las otras por doctrina, erudición y doctrina despuntaba, a duras penas tiene ahora en este Concilio Ecuménico a uno de los suyos que la represente y que derrame lágrimas de su alma por una caída tan ignominiosa, por las laceraciones tan graves como inveteradas.
 
Esta es la situación, eminentísimos y reverendísimos Padres, a pesar de que mueva mis ojos atentos en toda esta aula conciliar, ellos no encuentran la consolación de ver obispos verdaderamente griegos. ¡Oh pena! En Oriente las doctísimas plumas de los Naciancenos, los Cirilos, los Gregorios de Nisa, yacen despedazadas en tierra, las voces en otro tiempo elocuentísimas de los Crisóstomos, los Atanasios, los Basilios están enmudecidas, ahora quizá el eco de aquellas voces se apagó. Una crasa ignorancia y una torpe simonía dominan hoy al clero cismático griego.
 
Los presbíteros griegos han perdido también el nombre de predicadores. Si por ventura quisiéseis oir un sermón en una iglesia griega, podríais difícilmente escucharlos en pocas ciudades importantes y en los días más solemnes. Entonces, dejando un poco aparte a los curas predicadores, veréis un abogado salir sobre el ambón y éste intentará explicaros el santo Evangelio del día; o quizá, lo que sucede más frecuentemente, un farmacista, limpiándose las manos que poco antes confeccionaban los fármacos, sube a la tribuna para explicaros a los santos Padres. ¿Qué celo por las almas se puede encontrar en un clero que padece de tanta ignorancia y soberbia?
 
El presbiterado para ellos no es más que un medio para ganar dinero, para llevar el pan a la mujer y los hijos. Para ellos la simonía no es solamente lícita, sino que es casi un derecho y un oficio inherente al encargo sacerdotal. ¿Qué harán estos pastores, estos mercenarios, si por ejemplo una enfermedad contagiosa afligiera al pueblo a ellos confiado? Huirán de allí y se esconderán, en una sola palabra, dedicando todo su celo a sustraerse del contagio, mientras que sus fieles, enfermos y abandonados por sus sacerdotes, exhalarán el último suspiro a la manera de los irracionales.
 
Frecuentemente, y cada año sucede en mi diócesis, el gobierno da orden a los militares para salvaguardar la tranquilidad pública, de ir a recuperar en las inmediaciones a los sacerdotes fugitivos y llevarlos, incluso con la fuerza, con sus fieles, golpeados de crueles epidemias. Razón por la cual un clero, privado de toda doctrina y de toda conciencia del deber propio, un clero infectado por esta mancha simoníaca, un clero como este, ¿tendrá la ciencia suficiente y seria voluntad de cooperar con el retorno de la Iglesia griega al centro de la Unidad?
 
Si el efecto de esta unión no se puede esperar del clero, mucho menos se deberá ver de los laicos. Respecto a la religión, el pueblo griego, es primeramente griego y después cristianos. Los Griegos tienen el culto de adoración por su nacionalidad como si fuese un ídolo, una nacionalidad que en un tiempo llamaban étnica, y que ahora llaman cristiana. Desde siempre, pero aún más después de las expediciones de los cruzados y de la caída del imperio bizantino, consideran al Catolicismo como un enemigo inexorable del helenismo o de la nacionalidad griega que para ellos es el sumo bien, mientras que el Catolicismo es detestado como el mayor de los males.
  
Por esa razón, sea por la observación de la mísera condición del clero griego, o por considerar el leve ingenio del pueblo, se dice que el tiempo del retorno de la Iglesia griega a la unidad Católica está lejano, quizá dista muchísimo de nosotros. El cisma, generado por la soberbia, es alimentado constantemente por la soberbia misma y por la ignorancia, evadiendo en cierto modo la necesidad natural de los griegos. […]
 
Por tanto, estando tan petrificados los griegos en su cisma, por la fuerza de su soberbia, difícilmente darán un paso hacia la unidad. Aunque os podría mostrar otro camino: cuando las enseñanzas del racionalismo y las ideas que dominan nuestra época respecto de la libertad de conciencia y la indiferencia en materia religiosa, y otras similares hayan invadido al pueblo griego, lo que no podrá tardar, entonces será vista la fuerza casi mágica y supersticiosa de sus principios falaces. Entonces la iglesia griega, para no ser abatida y destruida por el ateísmo que cava en su seno, entonces quizá en ese horrendo naufragio, se aferrará a la única tabla que siempre permanece inconmovible, tabla de salvación, retornando al puerto seguro de la religión Católica. O tal vez, cuando sea obtenida por el pueblo griego la tan vehementemente anhelada potencia imperial, entonces ellos, no teniendo más necesidad del fanatismo religioso que hoy es el más válido instrumento para propugnar este presunto perfeccionamiento de su nacionalidad, lo despreciarán y lo apartarán de sí, e internamente, para llegar a la altura de otras naciones civilizadas, abracen las seductoras ideas del progreso y la libertad, y eventualmente por eso dejen campo abierto para la salutífera acción de la Iglesia Católica.
   
He dicho estas cosas, considerando el estado infeliz de esta iglesia con los ojos de la humana prudencia. Lo que humanamente hablando parece imposible, ¿quién negará que Dios omnipotente y misericordioso pueda cumplirlo en poco tiempo? La mano de Dios no ha sido cerrada y Dios sanará a las naciones. […]

Por eso los griegos, en el supuesto de que con ánimo sincero abracen la religión Católica, sea por la tradición de sus Padres, por las Actas de sus Concilios ecuménicos orientales, o por la consideración de los monumentos litúrgicos de su Iglesia, es necesario que admitan la infalibilidad del Magisterio Supremo de la Iglesia.
 
Ad majórem Dei glóriam.
 
SPIRIDIONE MADDALENA, Arzobispo de Corfú. Discurso en el marco de la LV Congregación General durante el Concilio Vaticano I (20 de Mayo de 1870). En Giovanni Domenico Mansi, Sacrórum Conciliórum Nova Amplíssima Colléctio (Louis Petit AA & Jean-Baptist Martin, eds.), tomo LII. Arnhem y Leipzig 1927, cols. 151-155. Traducción nuestra.

OBSERVACIÓN FINAL
Lástima es que muchas almas hoy en día, queriendo buscar la tabla de salvación que es la Iglesia Católica, solamente vean el espejismo de la iglesia deuterovaticana que sólo conduce a la eterna damnación. Pero más indignante es que haya quienes, sabiendo esto, las guíen hacia ese engaño. Es por ello que como miembros de la Resistencia Católica DEBEMOS, en unidad y sin capellanismos inútiles, insistir con ocasión y sin ella en develar los engaños del enemigo judeomasónico-comunista deuterovaticano, y al mismo tiempo promover y vivir la Doctrina y Espiritualidad Católica Tradicional.
  
Pidámosle a la Santísima Virgen María y a San Pablo Apóstol que por su intercesión nos obtenga de Dios Uno y Trino la perseverancia en la fe y la Unidad en la Verdad.
  
JORGE RONDÓN SANTOS
25 de Enero de 2018.
Conversión de San Pablo Apóstol.

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