¡Salve,
oh Carlomagno, bienamado de Dios, Apóstol de Cristo, defensor de su
Iglesia, protector de la justicia, guardián de las buenas costumbres,
terror de los enemigos del nombre Cristiano! La diadema contaminada por
los Césares, mas purificada por las
manos del Papa León, corona vuestra frente augusta; el orbe imperial
reposa en vuestra vigorosa mano; la siempre victoriosa espada
combatiente del Señor pende a vuestro flanco; y la unción imperial vino a
unirse a la unción real de la mano del Pontífice que ya había
consagrado vuestro brazo poderoso. Devenido en la imagen de Cristo en su
realeza temporal, vos quisisteis que Él reinara en vos y por vos. Ahora
Él os
recompensa por el amor que le tuvisteis, por el celo que mostrasteis por
su gloria, por el respeto y la confianza que vos mostrasteis a su
Esposa. Por una realeza de la tierra, caduca y perecedera, vos
recibisteis una realeza inmortal, en medio de la cual millones de almas,
arrancadas por vos de la idolatría, os honran como el instrumento de su
salvación.
En estos días en que celebramos el nacimiento de nuestro Señor por medio de la Virgen, vos le presentáis el hermoso y magnífico templo que vos elevásteis en su honor (la basílica de Aquisgrán), que aún hoy es nuestra admiración en la tierra. Es en este santo lugar que vuestras piadosas manos pusieron los envoltorios de su divino Hijo, y en retorno, el Emmanuel quiso que vuestros huesos sagrados reposaran con gloria, a fin de recibir los testimonios de la veneración de los pueblos. Glorioso heredero de la fe de los tres Reyes Magos del Oriente, presentadnos a Aquél que se dignó recibir estas humildes prendas. Impetrad para nosotros una parte de esta humildad con la cual vos pos postrasteis ante el Pesebre, de esta piadosa alegría que gozó vuestro corazón en las solemnidades que celebramos, de ese celo ardiente que os hizo emprender tantos trabajos para la gloria del Hijo de Dios, de esta fuerza que nunca os abandonó jamás en la conquista de su Reino.
Poderoso Emperador, que desde antiguo fuisteis el árbitro de la familia europea reunida por entero bajo vuestro cetro, tened compasión de esta sociedad que hoy en día se está destruyendo en todas partes. Luego de mil años, el Imperio que la Iglesia había confiado a vuestras manos ha caído: tal ha sido el castigo de su infidelidad hacia la Iglesia que lo fundó. Pero las naciones han permanecido, y se agitan en la inquietud. La Iglesia sola puede retornarle la vida por la fe; solamente ella ha permanecido como depositaria de las nociones del derecho público; solo ella puede gobernar a los poderosos y consagrar la obediencia. Haced que llegue el día bienaventurado en que la sociedad, restablecida en sus fundamentos, cese de demandar el orden y la libertad por medio de las revoluciones. Proteged con amor especial a la Francia, el florón más rico de vuestra espléndida corona. Mostrad que vos siempre sois su Rey y su Padre. Detened los progresos de los falsos imperios que se levantaron en el Norte bajo el cisma y la herejía, y no permitáis que los pueblos del Sacro Imperio Romano sean prisioneros de ellos. Amén.
En estos días en que celebramos el nacimiento de nuestro Señor por medio de la Virgen, vos le presentáis el hermoso y magnífico templo que vos elevásteis en su honor (la basílica de Aquisgrán), que aún hoy es nuestra admiración en la tierra. Es en este santo lugar que vuestras piadosas manos pusieron los envoltorios de su divino Hijo, y en retorno, el Emmanuel quiso que vuestros huesos sagrados reposaran con gloria, a fin de recibir los testimonios de la veneración de los pueblos. Glorioso heredero de la fe de los tres Reyes Magos del Oriente, presentadnos a Aquél que se dignó recibir estas humildes prendas. Impetrad para nosotros una parte de esta humildad con la cual vos pos postrasteis ante el Pesebre, de esta piadosa alegría que gozó vuestro corazón en las solemnidades que celebramos, de ese celo ardiente que os hizo emprender tantos trabajos para la gloria del Hijo de Dios, de esta fuerza que nunca os abandonó jamás en la conquista de su Reino.
Poderoso Emperador, que desde antiguo fuisteis el árbitro de la familia europea reunida por entero bajo vuestro cetro, tened compasión de esta sociedad que hoy en día se está destruyendo en todas partes. Luego de mil años, el Imperio que la Iglesia había confiado a vuestras manos ha caído: tal ha sido el castigo de su infidelidad hacia la Iglesia que lo fundó. Pero las naciones han permanecido, y se agitan en la inquietud. La Iglesia sola puede retornarle la vida por la fe; solamente ella ha permanecido como depositaria de las nociones del derecho público; solo ella puede gobernar a los poderosos y consagrar la obediencia. Haced que llegue el día bienaventurado en que la sociedad, restablecida en sus fundamentos, cese de demandar el orden y la libertad por medio de las revoluciones. Proteged con amor especial a la Francia, el florón más rico de vuestra espléndida corona. Mostrad que vos siempre sois su Rey y su Padre. Detened los progresos de los falsos imperios que se levantaron en el Norte bajo el cisma y la herejía, y no permitáis que los pueblos del Sacro Imperio Romano sean prisioneros de ellos. Amén.
DOM PRÓSPER GUERANGER OSB. El Año Litúrgico (edición francesa), tomo III. Tipografía Oudin, Poitiers 1911, págs. 531-533. Traducción nuestra.
Gracias. Patrick. http://parousie.over-blog.fr
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