Reflexión hecha por Jorge Doré para RADIO CRISTIANDAD
Estadísticas proféticas
La promesa de Nuestro Señor, garantiza la supervivencia y el triunfo de su iglesia. Sabemos que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Ahora bien, aunque no contamos con una cifra oficial que nos indique el número de católicos (tradicionalistas), éstos constituyen una pequeñísima fracción del total de seudocatólicos pertenecientes a la Iglesia conciliar.
Es alarmante pensar que si esta cifra se aproximara al 1%, significaría que: ¡el 99% del catolicismo habría desaparecido de la faz de la tierra!, reemplazado por un sucedáneo que no puede ser identificado con la iglesia fundada y establecida por Cristo, sino una contraiglesia. Esto denota la gravedad del momento en que vivimos. El catolicismo ha quedado reducido a una minúscula fracción, a un remanente fiel a Cristo y a su Iglesia. Sin duda, son tiempos proféticos los que vivimos.
La Iglesia conciliar vive en perpetuo movimiento. Su espíritu modernista la hace fluctuar incesantemente en busca de una identidad siempre cambiante cuyos colores se adaptan a los caprichos del mundo. Ya la Iglesia no enseña; aprende de otros. Ya no condena; pide perdón por sus condenas. Ya no convierte porque la conversión está en desuso. Cambios todos que desafían y rechazan la autoridad de Cristo, quien claramente expuso sus demandas en el evangelio; demandas hoy desobedecidas y criticadas. Para muestra, recuérdese la opinión del actual seudopapa: “El proselitismo es una solemne tontería”.
Por tanto, esta contraiglesia ha renunciado a su labor de faro para convertirse en cómplice de una humanidad enferma y necesitada a la que no podrá rescatar de su miseria espiritual porque ha renunciado al poder para hacerlo; Iglesia renuente al proselitismo, que sólo podrá sobrevivir sumándose a un sincretismo que la rescate.
¿Dos Iglesias católicas?
Es imposible que existan dos Iglesias católicas. El propio Jesús afirmó:
“…y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” (Mt., 16:18).
Por lo tanto, o los católicos tradicionalistas se equivocan al adjudicarse la fidelidad a la verdadera y única Iglesia establecida por Nuestro Señor, o los fieles a la Iglesia conciliar del VII no pertenecen a la Iglesia de Cristo. Ambos no pueden tener razón.
Es obvio que antes del VII no exisitía este problema que surge, –precisamente–, a causa del concilio que aduciendo mejoras, clarificación y actualizaciones necesarias, menoscabó la tradición como si ésta hubiera sido grillete en vez de depósito de fe o rémora en vez de ancla. Técnica usada por la izquierda política que, –so pretexto de ajustes sociales–, inyecta el veneno del cambio a las masas que, a la postre, quedan peor paradas tras la implementación de aquellas novedades que prometían mejoras.
El grado de manipulación política, social o religiosa al que estamos continuamente expuestos, reclama de nosotros dos deberes: el primero, intentar informarnos y estar alertas y el segundo, oponernos al adoctrinamiento y a la desinformación en la medida de nuestras posibilidades. De ello depende la salvación de nuestras almas. No en balde señaló Cristo la necesidad de velar en todo momento:
“Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad. (Marcos, 13:35-37)
Problemas de la Iglesia conciliar
Un grave problema de la Iglesia conciliar lo constituye la exaltación del hombre frente a la paulatina degradación de Dios, reducido éste a una entidad cuestionable, subestimada su autoridad, minimizada su divinidad y expoliado de sus dogmas. En la contraiglesia, Cristo queda sin voz ni voto y son los “intérpretes” de una nueva fe quienes ponen en boca de Jesús doctrinas nunca surgidas de sus divinos labios; palabras afrentosas inventadas por el hombre, dichas con la cruz de fondo para simular ortodoxia. Veneno que constituye el nuevo evangelio del hombre y que en realidad procede del alambique del diablo.
Es por eso que la Iglesia conciliar es un gigantesco becerro de oro. Sus jerarcas y pastores le rinden a Dios un culto ajeno a Su voluntad y además, tienen la osadía de echarle en cara que sus miserables ofrendas al Altísimo son fruto del trabajo de las manos del hombre; –de un trabajo mal hecho y de unas manos hostiles a la divinidad–.
Cada día surgen más lamentables pruebas y testimonios gráficos del espíritu profano que permea la contraiglesia, apoderado de los templos donde continuamente se inventan nuevas formas de expresión rebosantes de irrespeto a la divinidad. El temor de Dios se ha reemplazado por la descarada y blasfema confianza y familiaridad con El. Quizá pronto las cruces sólo sirvan para colgar sombreros.
¿Por qué ninguna autoridad pertinente condena las manifestaciones ofensivas contra el Señor? ¿Por qué no las prohíben? ¿Por qué condonan el libertinaje litúrgico alentado por insaciables corruptores de la fe? ¿Por qué fomentan el escarnio a Dios? ¿Cómo justifican la existencia de una liturgia profana? ¿Quién ha llevado el redil a la pérdida del sentido de lo sacro, a la bufonada frente al Buen Pastor? La respuesta es obvia: el Concilio Vaticano II.
La oposición entre las dos iglesias
La oposición entre los católicos y los seudocatólicos de Roma, confirma la advertencia de Cristo:
“El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama”. (Mateo, 12:30)
No puede no haber Iglesia católica. Por lo tanto, uno de los dos está recogiendo y el otro está desparramando. O los tradicionalistas son la actual Iglesia católica, o la Iglesia conciliar lo es. Sobre ese punto, no hay posible discusión.
No puede haber dos Iglesias católicas simultáneamente o no puede no haber dos Iglesias católicas, es decir, ninguna, y Cristo haberse equivocado.
La discontinuidad entre las dos Iglesias, o sea, la ruptura entre ambas, es una realidad que Roma debe negar para poder sobrevivir. De lo contrario, se derrumbaría su torcida cúpula. Pero, ¿cuál Iglesia precedió a la otra y fue siempre verdad? ¿En cuál de ellas es aún Cristo rey y en cuál de ellas tiene Cristo que dejar de serlo y por qué?
Hay un paralelo entre la actual situación política y social en los Estados Unidos de América y la Iglesia de Roma. Ambas entidades están llamadas a perder su primacía, su liderazgo. Las hegemonías globales deben cesar. El nuevo orden mundial está pasando el rasero para poder afianzarse política y religiosamente. Cristo no puede ser rey en la nueva Iglesia mundial que se proyecta. El Señor debe ceder su primacía y convertirse en un bajorrelieve más del gran obelisco judeo-masónico erigido en honor al anticristo. Debe compartir el panteón con los otros dioses.
¿Puede tildarse a los tradicionalistas de cismáticos? ¿Quién se ha separado e inventado un nuevo culto adverso a Cristo, un culto que debe rechazarse y denunciarse como afín a las obras de las tinieblas?
¿Cómo puede asociarse el cuerpo místico de Cristo al cáncer de la apostasía? ¿Debemos cerrar los ojos y dejarnos guiar mansamente al pozo sin fin por los depredadores espirituales de la contraiglesia de Roma? Cristo nos advirtió que tendríamos que enfrentar situaciones como estas, que lidiar con sepucros blanqueados cuando dijo:
“Y guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Cógense uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol malo lleva malos frutos. No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar frutos buenos. Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis”. (Mt., 7:15-20)
Pero lo más triste es que muchos que se creen católicos, han perdido la capacidad de distinguir una fruta podrida de una sana cuando las tienen al frente. ¡Cisma es el de la contraiglesia romana!
Para un católico tradicional, la adhesión al Vaticano II equivale a declarar la muerte de su alma. La aceptación de toda la falsedad inherente al concilio, es declaración de perdición eterna. Nuestra Señora de la Salette predijo claramente que la pérdida de la fe sería atribuible a Roma. No al remanente fiel.
También San Pablo nos advirtió:
“Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe, prestando atención a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios.” (1 Tim., 4:1)
¿Mas, escucha doctrinas de demonios un católico tradicional cuando vive la misma tradición que ayudó a santificar a los santos? ¿Dónde están las doctrinas de demonios en el depósito de la fe?
Más bien, los espíritus engañadores se encuentran fuera del depósito de la fe y suscitan creencias distintas a las contenidas en éste. Por lo tanto, esa advertencia no va dirigida a quienes guardan la tradición.
¿Y qué mayor doctrina de demonio que la autoglorificación del hombre; que el hombre enalteciéndose a sí mismo dentro de templos hechos a la medida de su soberbia y para su propio disfrute, donde el mundo y el falso cielo se abrazan en profanas liturgias indignas de la majestad de Dios?
Que los seudocatólicos de la secta romana vean a los tradicionalistas como reaccionarios a la fe y a la Iglesia no proviene de una luz divina. Un adoctrinamiento revolucionario de más de medio siglo, aunado a una equívoca obediencia, produce frutos. En cualquier régimen opresor, siempre hay multitudes que aplauden al tirano y que, no importa cuánto se les quiera abrir los ojos, permanecerán ciegas a la realidad y continuarán apoyando y justificando al régimen perverso. Algo similar sucede en ciertos casos de mujeres abusadas que, insólitamente, justifican el daño perpetrado contra ellas por sus agresivos esposos.
La separación entre las dos iglesias es obvia. Como es obvio que no existe posible reconciliación entre ambas sin la aniquilación de aquella que decida asimilarse a la otra. No hay continuidad alguna entre ellas, puesto que obedecen a distintos amos y tienen distintos fines. Si una salva almas, por lógica la otra tiene que perderlas. Una de ellas continúa adorando a Dios como siempre se hizo y en la otra, el hombre se adora a sí mismo. Es innegable su oposición e imposible su convergencia porque son enemigas espirituales.
Los católicos tradicionalistas mantienen una probada reverencia a Dios, preservada por veinte siglos. Los seudocatólicos de la Iglesia conciliar chapotean en las aguas de un perpetuo “aggiornamento” que cada vez los distancia más del catolicismo y los seduce y arrastra hacia la nueva religión mundial. Los habitúa a la apostasía a cuentagotas.
De las dos iglesias, una tiene que ser la Esposa de Cristo y la otra, la gran ramera. ¿Deberá llamarse ramera a la que ha conservado su pudor por veinte siglos? ¿No es una característica típica de las rameras el frecuente cambio de atuendos para poder seducir? ¿Y no es un requerimiento de la viginidad mantenerse intacta? La Iglesia tradicional sigue conservando su velo y su santidad mientras la contraiglesia seduce con su mundanalidad, sus promesas de un paraíso en la Tierra y su continuo coqueteo, sus orgías con infieles y paganos.
No nos dejemos engañar por inicuas autoridades. Hoy en día, los términos “paneles de expertos” y “estudios especializados” se usan para vender a las masas lo que nunca deberían aceptar. Es una técnica de control de multitudes. El término “hermenéutica de la continuidad” está destinado a impresionar a los impresionables. La Iglesia católica y la contraiglesia de Roma no son afines y a ésta última, bien le calzan las palabras de San Juan:
“Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros. (1 Juan, 2:19)
Por eso, es mucho más improbable que un católico tradicionalista adhiera al culto conciliarista, a que un atrapado en el culto conciliarista decida renunciar a su error y regresar o descubrir la verdadera fe católica.
Un posible paralelismo
Los tiempos en que vivimos sugieren un paralelismo con cierta situación en la que los discípulos de Cristo, escandalizados con algunas de sus declaraciones, se dijeron entre sí:
“Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? (Juan 6:60)
–(la palabra de la Tradición)
Comentario que suscitó la siguiente respuesta de Cristo: Pero hay algunos de vosotros que no creen.
–(la Iglesia conciliar con su antropocentrismo, que entrega a Jesús al mundo)
Y dijo (Jesús): Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.
–(Padre que espera del hombre la debida sumisión y respeto que hoy le es negada por la contraiglesia)
Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.
–(prefirieron continuar en la Iglesia conciliar)
Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?
–(a los tradicionalistas)
Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
–(Simón Pedro, personificando aquí la la tradición, acepta guardar las enseñanzas de su Maestro)
Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
–(los tradicionalistas declaran su fe y reafirman su fidelidad a Cristo). (Juan 6, 64:69)
Dios nos permita también a nosotros guardar la tradición y perseverar en la verdadera y única fe, hasta la muerte: la fe católica.
¡Viva Cristo Rey!
La realidad es muy sencilla. La Iglesia apostató y ahora es una vulgar mujer de la calle que se acuesta con todos.
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