Tomado de CATÓLICOS ALERTA
Abbé (Padre) Patrick de La Rocque, FSSPX
El abbé Patrick de La Rocque, capellán de San Nicolás de Chardonnet (en París) pronunció el pasado 6 de Septiembre un sermón sobre el "Año de la Misericordia" proclamado por Bergoglio, que iniciará el próximo 8 de Diciembre, día de la Inmaculada Concepción (y por funesta coincidencia, quincuagésimo aniversario del malhadado Concilio), donde afirma que es inconcebible celebrarlo, toda vez que significa tácitamente la aceptación por la FSSPX del Vaticano II y sus herejías. Este sermón fue publicado en el website de LA PORTE LATINE (informativo oficial del Distrito de Francia de la FSSPX), pero al día siguiente fue borrado (si se le pudo encontrar, fue porque MÉDIAS-PRESSE-INFO lo publicó). No es secreto que Fellay, contento porque Francisquito le reconoció la validez de las confesiones hechas ante sacerdotes de su fraternidad, viera con malos ojos que un sacerdote sencillo denunciara las intenciones secretas del Vaticano.
No es la primera vez que el abbé La Rocque cuestiona a la iglesia conciliar y la actitud actual de la FSSPX hacia ésta: En 2011 escrbió un libro llamado "Juan Pablo II: Dudas sobre una beatificación" (¡y prologado por Mons. Fellay, que no es lo mismo!). Ahora, él es tristemente célebre por muchas razones (datos tomados de NON POSSUMUS):
- Es pariente del coronel francés François de La Rocque (1885-1946), que primero fue fascista y luego gaullista.
- Hizo parte de las comisiones teológicas de la neo-FSSPX en los diálogos con la Roma apóstata.
- En el año 2006 fue nombrado director de la publicación "Carta a nuestros hermanos sacerdotes", donde hizo propaganda en el clero francés Novus Ordo para que celebraran la Misa indultada de 1962 (antecesora inmediata del Misal Montiniano), ¡con la posibilidad de hacerlo en vernáculo y de cara al pueblo!
- Fue nombrado capellán de San Nicolás de Chardonnet (el mayor centro de la FSSPX en Francia) en 2013, donde el año pasado suprimió la Misa en sufragio por el Generalísimo Francisco Franco y por Jose Antonio Primo de Rivera.
- Notificó a Sor María Leticia OP, la "excomunión" decretada por el obispo modernista Antonio José de Galarreta contra ella por abandonar el convento debido a razones de conciencia (ella no aceptó el giro modernista de la FSSPX). También le impidió a los dominicos de Avrillé la entrada a París.
- Recibió a varios integrantes de los Benedictinos de la Inmaculada (congregación Ecclesia Dei) en el coro de San Nicolás de Chardonnet.
- Hizo parte del Grupo de Reflexión entre Católicos (GREC), según testificó según informa el P. Michel Lelong en su libro "Por la necesaria reconciliación": "La presencia entre nosotros de un P. [Charles] Morerod y un P. [Patrick] de la Rocque, permitió constatar que era posible identificar juntos los puntos de convergencia y los puntos de divergencia, lo que ya era un paso importante". (pág. 136)
Pero si el abbé La Rocque comprendió finalmente que con Bergoglio, la FSSPX debe aceptar el concilio o aceptar el concilio, y esté alertando a los fieles, bienvenido sea a la Verdad. Aparte, el sermón no tiene desperdicio, ya que hace cierta referencia al "problema" de la Jurisdicción (problema que en realidad no es tal, toda vez que es claro que al no haber jurisdicción ordinaria, los sacerdotes y obispos del Remanente ejercen legítimamente por jurisdicción supletoria)
ESTOS 50 AÑOS SON DE OPORTUNIDAD DE PENITENCIA, NO DE ALEGRÍA
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
Amados fieles,
Dando oídos a las numerosas preguntas que se me han hecho en estos últimos días, tengo que referirme a un acontecimiento ocurrido esta semana y que, con justa razón, ha dejado perplejo a más de uno. El 1° de septiembre, el Papa (sic), el mismo día en que recibía al tristemente célebre Mons. Gaillot, obispo depuesto por Juan Pablo II, ese mismo día, el Papa escribía y publicaba una carta dirigida a Mons. Fisichella, a cargo del próximo Jubileo de la Misericordia. En esa carta, promulga algunos principios para aplicar durante dicho jubileo, en primer lugar para el conjunto de católicos, y después, para algunos casos particulares: los enfermos, los ancianos, los presos… y los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
Paradoja de este "Papa", que de este modo, nos reconoce abierta y públicamente como católicos. Esto hace cincuenta años que se sabe, pero he aquí que él lo reconoce públicamente. ¿Qué dijo acerca de nosotros?
«por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados»
¿Cual es el alcance y la razón de ser de esta disposición? La primera cosa que es clara, es que en esta carta, el "Papa" nos invita, quiere implicarnos en el jubileo de la Misericordia. En primer lugar, debemos interrogarnos acerca de esto. ¿Qué es este jubileo? ¿Debemos, podemos participar en el mismo, o no?
Un jubileo, vosotros lo sabéis -el término es común- es un aniversario que se celebra con la alegría, en señal de júbilo. Se celebran las bodas de plata o de oro de una boda, de nuestro sacerdocio. Es un acontecimiento alegre en el que damos gracias a Dios por sus bendiciones. En la Iglesia, jubileos son en su mayoría aniversario de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo.
Por ejemplo, en el año 2000, en su bula de convocación -es el acto papal por el cual el Papa decreta un jubileo- el "Papa" Juan Pablo II abrió el Jubileo precisamente para celebrar el gran misterio, magnífico, la Encarnación redentora de Nuestro Señor Jesucristo. En las primeras palabras de su bula de convocación, dijo: "Los ojos fijos en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, la Iglesia se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio".
Los ojos fijos en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios... nos enfrentábamos a un jubileo bastante tradicional, clásico en cuanto a su naturaleza, por lo que participamos en él felices, apartándonos de todos los dramáticos acontecimientos que tuvieron lugar con ocasión de este jubileo, ya sea ecuménicos o interreligiosos, que por desgracia, se multiplicaron. Pero el propio Jubileo, ese jubileo era muy católico, tradicional; y con actos católicos y tradicionales, participamos. Haciendo una doble profesión de fe, ante todo por esa peregrinación a Roma y luego haciendo la defensa de la fe, y con este fin Mons. Fellay nos pidió que prepararamos un amplio estudio sobre el grave problema de la reforma litúrgica.[1]
¿Qué es este jubileo de ahora? ¿Qué celebra? Para esto es necesario ver la Bula de convocación del "papa" Francisco, por la cual decreta este jubileo. Allí se describe el motivo del jubileo. El texto es extremadamente claro. Se trata de celebrar los cincuenta años del concilio Vaticano II.
La Iglesia, dice el papa, "siente la necesidad de mantener vivo ese acontecimiento". Es por eso, dice, que "abriré la Puerta Santa, para el quincuagésimo aniversario de la conclusión del concilio ecuménico Vaticano II".
El Vaticano II concluyó el 8 de diciembre de 1965, es entonces en esa fecha, en el 50° aniversario de ese acontecimiento, que se abrirá este jubileo.
¿Podemos celebrar y alegrarnos por ese acontecimiento que fue el concilio Vaticano II? Desgraciadamente, es evidente que no.
Ese concilio lleva en sí mismo todas las causas de la decadencia, de la disminución que ha conocido la Iglesia desde hace 50 años; ya sea en el plano doctrinal, como a nivel pastoral. Un solo ejemplo muy presente hoy en día, es la enorme debilidad de la Iglesia frente a las falsas religiones. Si el Islam está hoy presente tan fuerte y tan vívido en nuestro país, es en primer lugar debido a la Iglesia que escondió, que tuvo vergüenza de su mensaje acerca de Jesucristo, el único Salvador; de la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación. Experimentamos todas las consecuencias prácticas de los principios erróneos, establecidos por el concilio. Este es sólo un ejemplo entre muchos otros.
Entonces, es evidente que no podemos alegrarnos por ese acontecimiento del concilio. Estos cincuenta años, para nosotros, y para todo el que busca tener una mirada objetiva de lucidez doctrinal y pastoral, estos cincuenta años no pueden ser ocasión más que de penitencia y no de alegría.
Volviendo al texto del martes pasado para ver los temas, lo que se esconde detrás de sí. Hay, sin duda, una gran habilidad por parte de Francisco. Durante años, décadas, tratan de hacernos reconocer el Concilio Vaticano II y sus nuevos principios erróneos. Buscaron que lo reconociéramos en principio, tratando de hacernos firmar las supuestas declaraciones doctrinales.
Habiendo estado en Roma durante esas discusiones doctrinales de 2009 a 2011, puedo deciros que vimos pasar los textos de declaraciones doctrinales que nos querían hacer firmar y que fracasaron. Entonces, más que hacernos reconocer por principio todas esas nuevas enseñanzas, ellos buscan actuar por la praxis, hacernos llevar a cabo actos que, en sí mismos, por su naturaleza, impliquen de manera implícita el reconocimiento de todo eso.
Ellos quieren hacernos participar del jubileo que celebra los cincuenta años del concilio Vaticano II.
Estamos aquí -de ninguna forma juzgo las intenciones, sólo tomo algunas lecciones de la historia- estamos frente a una táctica propiamente revolucionaria, bien conocida por los marxistas. Cuando el revolucionario no puede doblegar los principios de aquel que considera su enemigo, busca hacerle llevar a cabo actos concretos con los cuales ponga sus principios entre paréntesis.
Por ejemplo, leamos el libro de Madame Hue, "En las prisiones de China". Ella cuenta cómo, estando famélica, se le negaba cualquier alimento hasta un viernes en el que le ofrecieron carne, para que ella renunciara a sus principios de católica. En teoría, ella hubiera podido comer; se estaba muriendo de hambre, había una circunstancia grave... Pero ella entiende muy bien que querían perjudicar sus principios católicos. Y se negó. Ella estaba en lo cierto.
También se cuenta como en la China comunista para reducir a la nada a una parroquia profundamente católica, las tropas comunistas trataron de obligar a los fieles a sacar los bancos de su iglesia para prenderles fuego. No era un acto directamente sacrílego, no era atentar contra el Santísimo Sacramento. Esos católicos, firmes en su viva fe, se rehusaron. Tenían razón.
Creo que hoy, nosotros, aunque en una escala diferente, estamos exactamente en la misma situación. Mantener esa fortaleza en la fe, esa fuerza tranquila, esa fuerza dulce pero firme, consiste precisamente en mantener simplemente nuestros principios, los principios católicos que rechazan el error. Mantener esos principios y vivir conforme a ellos. No vivir conforme a los principios a los que interiormente estamos apegados, es lo que llamamos liberalismo.
Quizás algunos me dirán: "Pero de todas formas, con esto ganamos, porque a través de eso el papa reconoce la validez, la licitud de nuestras confesiones". Les responderé: "Mejor para las almas timoratas, mejor para las almas que no son de esta parroquia. Pero para vosotros que estáis aquí, es evidente que no tenéis ninguna duda y que este reconocimiento no significa absolutamente nada".
Vosotros lo sabéis: para que el sacerdote pueda perdonar, debe tener jurisdicción. En la Iglesia, hay tres tipos de jurisdicciones. Está la llamada jurisdicción ordinaria. El Papa tiene jurisdicción ordinaria sobre la Iglesia universal; el obispo tiene jurisdicción ordinaria sobre su diócesis: primer tipo de jurisdicción, la jurisdicción ordinaria. El segundo tipo de jurisdicción, es la jurisdicción delegada. No pudiendo el obispo asumir todas las confesiones de su diócesis, delega, dentro de su jurisdicción al párroco, el que a su vez la delegará a sus vicarios. Segundo tipo de jurisdicción, competencia delegada; siempre dada por la Iglesia, a través de intermediarios, en una cadena humana.
Aún hay un tercer tipo de jurisdicción, siempre dada por la Iglesia –toda jurisdicción, forzosamente viene de la Iglesia, forzosamente viene del papa, de la ley de la Iglesia-. Bien, precisamente en el derecho canónico, la ley de la Iglesia, hay un tercer tipo de jurisdicción, que llamamos supletoria, por la cual el Soberano Pontífice en ciertos casos, en los casos llamados de necesidad, automáticamente da su jurisdicción a los sacerdotes, a todos los sacerdotes. Es muy simple, esos casos de necesidad, son generados por ese gran principio del derecho canónico: la primera ley de la Iglesia, la salud de las almas. Y cuando la salud de las almas está amenazada, la Iglesia por su ley, da automáticamente la jurisdicción a cualquier sacerdote para que pueda ejercer su ministerio entre las almas: jurisdicción supletoria. Para evitar equívocos, fíjense bien: algunos dicen que son los fieles los que le dan la jurisdicción supletoria a los sacerdotes. Eso es radicalmente falso. Los fieles no tienen ninguna jursidicción. La jurisdicción siempre es dada por la Iglesia. Y la Iglesia, el papa, da la jurisdicción directamente a los sacerdotes, independientemente de la cadena humana, para que puedan cumplir los actos necesarios para la salvación. Es evidente que estamos en caso de necesidad. No solamente en el caso de la confesión. No hace una semana, personas que no pertenecen a esta parroquia, vinieron a confesarse. Habían salido de un confesionario de una parroquia parisina, escandalizados por lo que se les había dicho allí, por la noción de pecado completamente desnaturalizada que tenía el sacerdote que los confesaba. Entonces vinieron aquí para recibir una verdadera absolución. Y eso no se trata de tal o cual cura, desgraciadamente es algo que pasa en toda la Iglesia.
No hay más que ver el sínodo sobre la familia. Cuando se llega a presentar la cuestión del reconocimiento por parte de la Iglesia de las uniones homosexuales, cuando llega a decirse: “El que peca contra natura no pierde la gracia, puede comulgar”, cuando se llega a decir: “El que reniega del juramento de fidelidad hecho ante Dios el día de su casamiento, puede comulgar”, Hay, en el más alto nivel de la Iglesia, un caso grave de necesidad. Por eso es que desde hace años, todas las absoluciones, todos los sacramentos, casamientos, absoluciones, que vosotros recibís en esta parroquia, vosotros lo sabéis, son válidos y lícitos. Vosotros habéis constatado cuan santificadores son, porque es a través de ellos, que, obran Cristo y la Iglesia. Si ellos son válidos y lícitos.
Entonces, en este jubileo, lo que el papa pone en la balanza, frente a lo que nos pide –alegrarnos por un concilio nocivo- podéis ver que no tiene ningún peso
Lo que necesitamos pedir hoy a nuestro santo patrono, San Pío X, es a la vez gran firmeza en la fe, gran unidad en nuestras vidas, guiados y conducidos por esta magnífica fe. Pedirle esa gran caridad en estos tiempos de confusión en los que tanta gente por desgracia se han perdido, están desorientadas; una gran caridad hacia ellos. No les juzgamos, no les condenamos, pero nosotros, mantengámos en esta gran fidelidad que os ha caracterizado desde hace tanto tiempo, es ella la que será para aquellos verdadera luz.
Así sea.
Abbé Patrick de La Rocque, sacerdote de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
Transcripción : Y. R-B pour LA PORTE LATINE
NOTA
[1] Presentándosela oficialmente a Juan Pablo II en 2001. En "El problema de la reforma litúrgica" (PRL), la Fraternidad San Pío X quiso mostrar la íntima relación existente entre la crisis litúrgica y la crisis teológica. La disonancia de las enseñanzas episcopales que sobrevinieron desde entonces, muestran claramente la urgencia de clarificación doctrinal, que es lo único que permitirá una verdadera renovación litúrgica. [El problema de la reforma litúrgica: en venta en la Librería Francesa al precio de 5.35 €.]
[1] Presentándosela oficialmente a Juan Pablo II en 2001. En "El problema de la reforma litúrgica" (PRL), la Fraternidad San Pío X quiso mostrar la íntima relación existente entre la crisis litúrgica y la crisis teológica. La disonancia de las enseñanzas episcopales que sobrevinieron desde entonces, muestran claramente la urgencia de clarificación doctrinal, que es lo único que permitirá una verdadera renovación litúrgica. [El problema de la reforma litúrgica: en venta en la Librería Francesa al precio de 5.35 €.]
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