"Cuando
Elías fue llevado en un torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu.
Durante su vida ningún jefe lo hizo temblar, y nadie pudo someterlo".
(Eclesiástico 48, 12)
San Eliseo Profeta
En la Sagrada Escritura se habla del profeta Eliseo (en hebreo "Dios es salvación"), en los libros III y IV de los Reyes. La tradición carmelita, que reconoce y venera a los santos profetas Elías y Eliseo como sus fundadores, presenta detalles muy piadosos que complementan las referencias dadas por ésta.
De acuerdo a la Historia Profética de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, escrita por Fray Francisco de Santa Teresa OCD, San Eliseo Profeta nació en el año 3097 de la creación del mundo (956 antes de Cristo), en Abelmeula, de la tierra de Galaad, y era hijo de Safat, campesino rico de la tribu de Rubén, en el Reino del Norte. Un becerro de bronce que se adoraba en Gilgal por orden de Jeroboam, bramó fuertemente al momento de nacer Eliseo, por lo cual uno de los sacerdotes que le daban culto, dijo: "Hoy ha nacido el que será la ruina de los ídolos".
Eliseo fue educado en el trabajo, la piedad y las buenas costumbres. Permaneció virgen, ya que no se inclinó nunca por el matrimonio, a pesar de haberle propuesto sus padres buenas jóvenes casaderas. Así, a los 30 años, estando arando las tierras de su padre con doce yuntas de bueyes, le encontró San Elías, que bajaba luego de ungir por mandato de Dios a Hazael y Jehú respectivamente como reyes de Siria e Israel. Por ese mismo mandato, San Elías le ungió como profeta y apóstol del Señor, y siguiendo la primera Regla, le colocó su manto sobre los hombros, consagrándolo para Dios (III Reyes 19, 8-21). Eliseo se despidió de sus parientes y, en manos del Profeta Elías, prometió obediencia, pobreza y castidad a Dios.
Y subieron luego al Monte Carmelo, donde comenzaron una vida de penitencia y oración, esperando que Dios les llamara a la predicación. Vivieron doce años entre las cuevas del Carmelo, donde Eliseo, formándose en el espíritu del Padre San Elías, aprendió la mortificación, los caminos de la oración y el celo por la gloria de Dios. Allí recibió el cíngulo de la pureza y castidad de manos de los ángeles. Allí recibieron a los demás profetas que eran discípulos de San Elías, y oraron en la primera capilla que se dedicara a la Madre de Dios, luego de la visión que tuvo San Elías sobre la nubecilla en el mar (aún no había nacido en el tiempo, pero el Alma santísima de la Virgen María, creada antes que todas las cosas, ya era conocida). Y no solo su enseñanza, sino el mismo espíritu de Elías, quiso Eliseo recibir para continuar la obra de su Padre y Maestro.
Y subieron luego al Monte Carmelo, donde comenzaron una vida de penitencia y oración, esperando que Dios les llamara a la predicación. Vivieron doce años entre las cuevas del Carmelo, donde Eliseo, formándose en el espíritu del Padre San Elías, aprendió la mortificación, los caminos de la oración y el celo por la gloria de Dios. Allí recibió el cíngulo de la pureza y castidad de manos de los ángeles. Allí recibieron a los demás profetas que eran discípulos de San Elías, y oraron en la primera capilla que se dedicara a la Madre de Dios, luego de la visión que tuvo San Elías sobre la nubecilla en el mar (aún no había nacido en el tiempo, pero el Alma santísima de la Virgen María, creada antes que todas las cosas, ya era conocida). Y no solo su enseñanza, sino el mismo espíritu de Elías, quiso Eliseo recibir para continuar la obra de su Padre y Maestro.
Así, en el año 3159 de la Creación, al saber por revelación que en breve Elías sería arrebatado al cielo, le acompañó en la visita que hizo este a los monasterios que había fundado en Gilgal, Betel y Jericó, para despedirse y dejar recomendaciones a sus hijos. Encaminados al Jordán, Elías y Eliseo se separaron de los demás profetas. Allí Eliseo pidió a Elías que le concediese el doble de espíritu (la contemplación y la predicación). San Elías repuso que si Eliseo lograba ver lo que pasaría en breve, obtendría lo pedido. Y así sucedió: Vio bajar del cielo un carro de fuego que raptó a Elías, y éste, al subir al cielo, se arrancó la capa y se la dejó caer a Eliseo, que la estrechó y la conservó como reliquia; y luego dividió las aguas del Jordán para regresar a la ciudad. Frente a este milagro, fue proclamado superior general de los profetas (IV Reyes 2, 1-15).
Fray José de Santa María OCARM, en "Flores del Carmelo", reproduce los pasajes bíblicos asociados a San Eliseo con una perspectiva monástica, interpretando a la escuela profética de Elías como una comunidad religiosa (recordemos que a San Elías se le reconoce como fundamento del monacato y Padre fundador de la Orden Carmelita):
Los principales de la ciudad de Jericó acudieron a San Eliseo para exponerle que de una fuente cercana mana agua salobre, haciéndola peligrosa. Éste hace el milagro y la vuelve dulce vertiendo una taza de sal. Bajando de Betel, ciudad de paganos, donde se encontraba el otro becerro de oro puesto por Jeroboam, 42 niños le gritaron "¡Ven, calvo! ¡Calvo, sube!", y al punto, Eliseo los maldijo y envió dos osos del bosque que se los comieron (IV Reyes 2, 19-24). Pasó Eliseo al monte Carmelo donde contó y celebró por primera vez, la Ascensión de San Elías al cielo, con sus hermanos.
San Elías arrebatado por el carro de fuego (Juan Salguero)
Fray José de Santa María OCARM, en "Flores del Carmelo", reproduce los pasajes bíblicos asociados a San Eliseo con una perspectiva monástica, interpretando a la escuela profética de Elías como una comunidad religiosa (recordemos que a San Elías se le reconoce como fundamento del monacato y Padre fundador de la Orden Carmelita):
Los principales de la ciudad de Jericó acudieron a San Eliseo para exponerle que de una fuente cercana mana agua salobre, haciéndola peligrosa. Éste hace el milagro y la vuelve dulce vertiendo una taza de sal. Bajando de Betel, ciudad de paganos, donde se encontraba el otro becerro de oro puesto por Jeroboam, 42 niños le gritaron "¡Ven, calvo! ¡Calvo, sube!", y al punto, Eliseo los maldijo y envió dos osos del bosque que se los comieron (IV Reyes 2, 19-24). Pasó Eliseo al monte Carmelo donde contó y celebró por primera vez, la Ascensión de San Elías al cielo, con sus hermanos.
Encontrando a una viuda de un "hijo de los profetas" (un terciario, porque los profetas eran célibes), ésta le salió al paso y le contó su angustia: por las deudas de su difunto esposo, sus hijos serían vendidos. No teniendo otra cosa, Eliseo le mandó llenar la alcuza de aceite y rellenar con ese poco todas las tinajas que pudiera, y que lo usase para saldar su deuda y del resto, pudiesen sustentarse (IV Reyes 4, 1-7).
A la sunamita que le hospedó, le prometió descendencia, a pesar de que humanamente no era posible. Y a los tres años, el niño murió de una insolación, y la sunamita, esperanzada, se fue al Carmelo, donde acudían los fieles a oír la predicación de San Eliseo. Viéndola llegar, Eliseo envió al discípulo Giezi, pero ella insistió en verle a él. Eliseo accedió, mandando antes a Giezi con su propio báculo. Giezi marchó presumiendo que iba a obrar un milagro con el báculo de Eliseo. Llegados a casa de la sunamita, Giezi no pudo resucitar al niño, mas arribando Eliseo, se puso en oración, se tendió sobre el niño extendiendo los brazos en forma de cruz, y éste despertó (IV Reyes 4, 8-37).
Estando en el convento de Gilgal, vino el cocinero del mismo a decirle que no tenía nada que dar de comer a los hermanos, a lo que Eliseo le respondió que las hierbas silvestres abundaban en el lugar, y aún debían dar gracias a Dios por ellas, que las daba sin que las cultivaran. Fue el cocinero al campo, recogió todo tipo de hierbas y las echó a guisar. Entre ellas, había unas venenosas y fueron reconocidas por los religiosos, que avisaron a Eliseo, aunque estaban dispuestos a comerlas por obediencia. Eliseo, viendo el hambre y la obediencia de los hermanos, echó un poco de harina en el guiso, quedando delicioso y sin veneno alguno. En este mismo convento multiplicó un pan que le dio al hermano Procurador un bienhechor. Y eran más de cien hermanos los que estaban allí (IV Reyes 4, 38-41).
A la sunamita que le hospedó, le prometió descendencia, a pesar de que humanamente no era posible. Y a los tres años, el niño murió de una insolación, y la sunamita, esperanzada, se fue al Carmelo, donde acudían los fieles a oír la predicación de San Eliseo. Viéndola llegar, Eliseo envió al discípulo Giezi, pero ella insistió en verle a él. Eliseo accedió, mandando antes a Giezi con su propio báculo. Giezi marchó presumiendo que iba a obrar un milagro con el báculo de Eliseo. Llegados a casa de la sunamita, Giezi no pudo resucitar al niño, mas arribando Eliseo, se puso en oración, se tendió sobre el niño extendiendo los brazos en forma de cruz, y éste despertó (IV Reyes 4, 8-37).
San Eliseo resucita al hijo de la sunamita
Estando en el convento de Gilgal, vino el cocinero del mismo a decirle que no tenía nada que dar de comer a los hermanos, a lo que Eliseo le respondió que las hierbas silvestres abundaban en el lugar, y aún debían dar gracias a Dios por ellas, que las daba sin que las cultivaran. Fue el cocinero al campo, recogió todo tipo de hierbas y las echó a guisar. Entre ellas, había unas venenosas y fueron reconocidas por los religiosos, que avisaron a Eliseo, aunque estaban dispuestos a comerlas por obediencia. Eliseo, viendo el hambre y la obediencia de los hermanos, echó un poco de harina en el guiso, quedando delicioso y sin veneno alguno. En este mismo convento multiplicó un pan que le dio al hermano Procurador un bienhechor. Y eran más de cien hermanos los que estaban allí (IV Reyes 4, 38-41).
Al fundar el convento del Jordán, era tanta la pobreza de los religiosos, que el hacha que usaban era prestada. Al caérsele al agua a uno de los hermanos, Eliseo la hizo flotar lanzando un palo al agua (IV Reyes 6, 1-7).
Naamán, general sirio enfermo de lepra, sabiendo del don de milagros que San Eliseo tenía, fue a verlo a Samaría. Iba cargado de oro, plata y ropajes, pensando comprar la salud. El profeta le mandó que se bañara siete veces en el Jordán, y éste, aunque renuente al comienzo, por consejo de sus sirvientes, lo hizo finalmente, quedando sano. Siguiendo la santa pobreza, San Eliseo se negó a aceptar los regalos a cambio del don de Dios, pareciéndole cosa aborrecible y contraria a la regla monástica. Naamán, impresionado por todo ello, confiesa que solo el Dios de Israel era el verdadero, y regresa a Damasco. En el camino, el novicio Giezi, pareciéndole mal que su maestro no aceptara los regalos, cuando vendrían bien a los monasterios, le alcanzó y le pidió una parte del regalo, en nombre de Eliseo, para unos hermanos recién llegados. Naamán le dio plata y vestidos. Al saberlo San Eliseo por revelación divina, le echó de la Orden y le maldijo con la lepra que le había quitado a Naamán (IV Reyes 5, 1-27).
Durante la guerra de Siria e Israel, Eliseo salvó varias veces al rey israelita de las emboscadas que le tendía Benadad, rey de los sirios. Frente a esto, el rey sirio se dirigió a Dotán, sitió al pueblo, exigiendo únicamente le entregaran a Eliseo para levantar el cerco. Éste se puso en oración y se hicieron presente multitud de ángeles y potencias celestiales de parte de Dios (es de pensar que el mismo San Elías estaría allí como general de ese destacamento). Eliseo hizo que los soldados sirios quedaran ciegos y engañando a estos, les llevó a pleno corazón de Samaría, donde al recobrar la vista, los israelitas quisieron matarlos, pero el santo se negó, pidiendo compasión para ellos. Y los sirios se fueron confundidos y dejaron de hacer la guerra.
Sucediéronse otros hechos y milagros durante el tiempo de San Eliseo, quien por 52 años dirigió la Orden de San Elías. Tuvo que enfrentarse a muchos reyes rebeldes, y padecía no poder vivir la soledad del Carmelo, recordando los días felices junto a su amado Padre San Elías. Finalmente, el santo profeta pudo dedicarse un tiempo a cultivar las virtudes de sus hijos con su predicación y ejemplo. Les visitaba y les recibía, exhortándoles en todo tiempo a ser fieles a Dios, perseverantes en la predicación de la Palabra y la oración. A los 10 años de reinado de Joás, Eliseo se sintió morir y antes de hacerlo, profetizó al rey que vencería a los sirios en tres oportunidades. El 14 de junio del año 3204 de la Creación, 849 antes de Cristo, San Eliseo murió entre sus amados hijos, que desde todos los conventos habían venido a acompañarle y venerar sus reliquias.
Aún después de muerto, su cuerpo continuó haciendo milagros. A un muerto lo echaron en su sepultura los amigos, al huir de unos salteadores moabitas, y el muerto resucitó al tocar las reliquias del santo. San Jerónimo declara que el sepulcro de San Eliseo era muy venerado y los milagros eran frecuentes allí, como refiere el Martirologio Romano ("Samaríæ, in Palæstína, sancti Eliséi Prophétæ, cujus sepúlcrum, ubi et Prophéta quiéscit Abdías, a dæmónibus perhorrésci sanctus Hierónymus scribit" / En Samaria de Palestina, San Eliseo Profeta, cuyo sepulcro, donde yace también San Abdías Profeta, como escribe San Jerónimo, es el terror de los demonios). En el siglo IV, Juliano Apóstata profanó el sepulcro y quemó las reliquias, pero unos monjes lograron salvar unos pocos huesos y se fueron con ellos a Alejandría, desde donde pasó la cabeza de San Eliseo a la basílica de San Apolinar de Rávena. Otras reliquias fueron trasladadas a la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla.
El culto a San Eliseo, siempre asociado a San Elías, tomó día propio a partir del siglo XV, cuando su memoria se comenzó a celebrar el 14 de junio. Y los carmelitas Daniel de la Virgen María en sus obras "Spéculum Carmelitánum" y "Vínea Carméli"; o Francisco de Santa María en su "Historia Profética" le adornan y le ponen virtudes, hechos y discursos. Su memoria fue celebrada por los carmelitas descalzos hasta la debacle postconciliar, en que fue suprimido del propio. Los "calzados" le conservan aún, aunque en un grado menor que a San Elías.
ORACIÓN (del Misal Carmelitano)
Aún después de muerto, su cuerpo continuó haciendo milagros. A un muerto lo echaron en su sepultura los amigos, al huir de unos salteadores moabitas, y el muerto resucitó al tocar las reliquias del santo. San Jerónimo declara que el sepulcro de San Eliseo era muy venerado y los milagros eran frecuentes allí, como refiere el Martirologio Romano ("Samaríæ, in Palæstína, sancti Eliséi Prophétæ, cujus sepúlcrum, ubi et Prophéta quiéscit Abdías, a dæmónibus perhorrésci sanctus Hierónymus scribit" / En Samaria de Palestina, San Eliseo Profeta, cuyo sepulcro, donde yace también San Abdías Profeta, como escribe San Jerónimo, es el terror de los demonios). En el siglo IV, Juliano Apóstata profanó el sepulcro y quemó las reliquias, pero unos monjes lograron salvar unos pocos huesos y se fueron con ellos a Alejandría, desde donde pasó la cabeza de San Eliseo a la basílica de San Apolinar de Rávena. Otras reliquias fueron trasladadas a la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla.
El culto a San Eliseo, siempre asociado a San Elías, tomó día propio a partir del siglo XV, cuando su memoria se comenzó a celebrar el 14 de junio. Y los carmelitas Daniel de la Virgen María en sus obras "Spéculum Carmelitánum" y "Vínea Carméli"; o Francisco de Santa María en su "Historia Profética" le adornan y le ponen virtudes, hechos y discursos. Su memoria fue celebrada por los carmelitas descalzos hasta la debacle postconciliar, en que fue suprimido del propio. Los "calzados" le conservan aún, aunque en un grado menor que a San Elías.
ORACIÓN (del Misal Carmelitano)
Omnipotente y sempiterno Dios, cuyas glorias fueron admirablemente predicadas por tus profetas elegidos, concédenos, te suplicamos, que del mismo modo en que duplicaste el espíritu de Elías a tu profeta Eliseo, así también te dignes incrementar en nosotros la gracia del Espíritu Santo, para que podamos ejercer toda obra virtuosa. Por J. C. N. S. Amén
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