El monotelismo es una braña herética que planteaba que en Jesucristo existía una única voluntad
y operación, de ahí a que se le considera el punto
máximo de la herejía monofisista (que enseñaba que la naturaleza humana
de Cristo era absorbida en tal manera por la naturaleza divina hasta el
punto de ser inexistente).
El problema monotelita surgió
cuando el patriarca Sergio de Constantinopla envió en el año 634 una
carta al Papa Honorio I de Roma planteando una dúbia del obispo
Ciro de Fasis en Lázica (futuro patriarca de Alejandría) sobre si era
ortodoxa la expresión ἓν θέλημα καί μία θεανδρικη ἐνέργεια (una voluntad y única
energía teándrica), de ahí que en un primer momento se llamase Monoenergismo
empleada por el emperador Heraclio como un compromiso entre la
Catolicidad y los herejes monofisistas para asegurar la unidad
territorial bizantina frente a los persas y los árabes islamizados (en
realidad Sergio convencó a Ciro de su punto de vista y enviaron la carta
a Honorio para obtener su aprobación mediante engaño y silenciar así al
patriarca y monje carmelita San Sofronio Jerosolimitano, que
consideraba herético dicho postulado. Heraclio y Sergio abandonaron poco
después la afirmación de la “única energía”). El Papa Honorio I
respondió a Sergio aprobando el celo de éste en recuperar la unidad de
la Iglesia y adoptando su posición, mientras que el emperador bizantino
publicó un decreto llamado Éctesis, en el cual imponía el monotelismo como doctrina oficial (su sucesor, Constante II, promulgó en el 648 el decreto Tipos,
prohibiendo el debate bajo pena de deposición del episcopado o
clerecía, excomunión a los monjes, pérdida del cargo público o militar,
confiscación de bienes, castigos corporales –como mutilación– y
destierro de por vida).
La doctrina monotelita (que aún
los mismos monofisistas consideraban ridícula) fue condenada en un
sínodo realizado en Chipre, y luego en el Concilio Lateranense de 649 (en
venganza, Constante secuestró al Papa San Martín I y lo torturó hasta la
muerte, y al monje San Máximo el Confesor le cortaron la lengua y la
mano derecha). En el III Concilio Constantinopolitano (680-681), se
confirmó como Dogma de fe la doctrina de las dos naturalezas, voluntades
y operaciones de Cristo “sin división, sin conmutación, sin separación y
sin confusión, según la enseñanza de los Santos Padres” (inconfúse, incommutabíliter, indivíse, inseparabíliter, secúndum sanctórum Patrum doctrínam / ἀδιαιρέτως, ἀτρέπτως, ἀμερίστως, ἀσυγχύτως κατὰ τὴν τῶν ἁγίων πατέρων διδασκαλίαν), además de
condenar como herejes a Teodoro de Farán, Ciro de Alejandría, Sergio, Pirro y Pablo II de Constantinopla. Honorio en particular fue
condenado no tanto por enseñar específicamente la herejía, sino
porque, a causa de una imprudente economía del silencio, “no iluminó a esta Sede Apostólica con la enseñanza de la tradición
apostólica sino que por una traición profana permitió que su pureza
fuera manchada” (et Honórium, qui hanc apostólicam Ecclésiam non apostólicæ traditiónis doctrína lustrávit, sed profána proditióne immaculátam subvertére conátus est / καὶ Ὀνώριον, ὅστις ταύτην τήν ἀποστολικὴν Ἐκκλησίαν οὐκ ἐπεχείρησε διδασκαλῐ́ᾳ ἀποστολικής παραδόσεως ἁγνίσαι, ἀλλά βεβήλῳ προδοσίᾳ μιανθῆναι τήν άσπιλος παρεχώρησε), ya que al considerar el problema como una logomaquia,
silenció por igual a los herejes y a los defensores de la Fe Católica y
Ortodoxa (de ahí que se pueda considerar que Honorio, en cuanto persona
privada, incurrió en herejía material). y que durante un tiempo, en el
juramento papal de coronación, se proclamase el anatema griego contra Honorio).
De
este escándalo se agarraron los protestantes para justificar su
aversión al Papado, los galicanos (Bossuet, Louis Ellies Dupin, Edmond
Richer) y modernistas en el Concilio Vaticano I (Henri Louis Maret,
Auguste Gratry) para rechazar la infalibilidad papal; y la High Deutero-Vatican Church (Ecclésia Dei, fellayanos y williamsonistas) como argumento contra el sedevacantismo. Por el contrario, la Iglesia de su tiempo no
se pronunció de si Honorio siguió siendo Papa después de su herejía,
porque ni se conocía la correspondencia entre Honorio y Sergio, ni dicho
debate era tema relevante en aquella época (y en todo caso, de Honorio a
los antipapas del Vaticano II hay mucha diferencia).
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