Noticia tomada de EL MUNDO (España).
Actas con raspaduras y dígitos cambiados para añadir más votos que los reales a los candidatos del Frente Popular en Jaén, donde hubo urnas con más votos que votantes; recuento adulterado gravemente en La Coruña; fraude en Cáceres, Valencia -con escrutinios a puerta cerrada sin testigos- o Santa Cruz de Tenerife, donde "la victoria oficiosa del centro-derecha se convirtió en un corto triunfo del FP, que se anotó los cuatro escaños de las mayorías; desvíos de votos en Berlanga, Don Benito y Llerena para perjudicar a la CEDA... Al menos el 10% del total de los escaños repartidos (lo que supone más de 50) no fue fruto de una competencia electoral en libertad, sostienen Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, los autores de '1936: Fraude y Violencia'. El libro supone, según el historiador Stanley G. Payne, "el fin del último de los grandes mitos políticos del siglo XX". "España se ha vuelto Coruña", dejó escrito Niceto Alcalá-Zamora para referir cómo se generalizó lo ocurrido en La Coruña, que para el ex presidente de la República ejemplificaba "esas póstumas y vergonzosas rectificaciones" acontecidas con las actas electorales. Si a los 240 asientos conseguidos por el Frente Popular se le restan los que fueron fruto del fraude, las izquierdas solas no habrían llegado al Gobierno.
Actas con raspaduras y dígitos cambiados para añadir más votos que los reales a los candidatos del Frente Popular en Jaén, donde hubo urnas con más votos que votantes; recuento adulterado gravemente en La Coruña; fraude en Cáceres, Valencia -con escrutinios a puerta cerrada sin testigos- o Santa Cruz de Tenerife, donde "la victoria oficiosa del centro-derecha se convirtió en un corto triunfo del FP, que se anotó los cuatro escaños de las mayorías; desvíos de votos en Berlanga, Don Benito y Llerena para perjudicar a la CEDA... Al menos el 10% del total de los escaños repartidos (lo que supone más de 50) no fue fruto de una competencia electoral en libertad, sostienen Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, los autores de '1936: Fraude y Violencia'. El libro supone, según el historiador Stanley G. Payne, "el fin del último de los grandes mitos políticos del siglo XX". "España se ha vuelto Coruña", dejó escrito Niceto Alcalá-Zamora para referir cómo se generalizó lo ocurrido en La Coruña, que para el ex presidente de la República ejemplificaba "esas póstumas y vergonzosas rectificaciones" acontecidas con las actas electorales. Si a los 240 asientos conseguidos por el Frente Popular se le restan los que fueron fruto del fraude, las izquierdas solas no habrían llegado al Gobierno.
Portada del libro 1936: Fraude y Violencia (Adaptada del cartel 11 Febrero 1873: un anhelo; 14 Abril 1931: una esperanza; 16 Febrero 1936: una victoria, de Josep Renau Berenguer para el Partido Comunista de España, 1938)
Tras
un meticuloso empeño detectivesco, consultar y desempolvar los archivos
y actas, una a una, de cada provincia, además de otras fuentes
primarias -memorias y prensa-, los prestigiosos historiadores Manuel
Álvarez Tardío y Roberto Villa García han reconstruido, casi minuto a
minuto, el relato del recuento de las últimas elecciones generales
anteriores a la Guerra Civil. Y publican, por primera vez, tras
consultar todas las actas, los resultados oficiales de las elecciones
del 16 de febrero de 1936, que pasaron a la historia como las de la gran
victoria del Frente Popular y situaron a Manuel Azaña al frente del
Gobierno de la II República. No sólo confirman que la derecha se impuso
por 700.000 votos en el conjunto de España, sino que explican los casos
más escandalosos de fraude.
Vuelcos increíbles y recuentos de
papeletas interrumpidas. Papeletas que aparecen a última hora, en bloque
y a veces en sobres abiertos, para decantar el resultado en una mesa.
Otras con tachaduras, borrones y raspaduras... En La Coruña, Orense,
Cáceres, Málaga, Jaén, Santa Cruz de Tenerife, Granada o Cuenca
ocurrieron cosas muy raras. Todas influidas por una circunstancia sabida
pero que ha pasado relativamente desapercibida: en mitad del recuento
-que ocupaba varios días- dimitió el Gobierno de Portela -a quien los
autores responsabilizan en gran parte del desaguisado-. El nuevo
Gobierno, "sólo de Azaña", como diría el presidente de la República,
Alcalá Zamora, para subrayar que lo integraban figuras secundarias de la
Izquierda Republicana y Unión Republicana, condicionó las horas
decisivas del escrutinio.
Acta electoral manipulada a lápiz para atribuir más votos al Frente Popular (Archivo de la Diputación de Jaén)
Las
elecciones de febrero de 1936 fueron limpias; la campaña, muy sucia. Se
cerró, precisan los autores, con 41 muertos y 80 heridos de gravedad.
La violencia se instaló en las calles y los comicios adquirieron un
carácter plebiscitario en un ambiente viciado, radicalizado, polarizado y
caníbal. Fueron unos comicios en pie de guerra en los que parecía
ventilarse el futuro de la República.
Ahora
el libro de los historiadores y expertos en el periodo Manuel Álvarez
Tardío y Roberto Villa García, que recogen en la obra 1936: Fraude y Violencia en las elecciones del Frente Popular
(Espasa), descubre la verdad de lo ocurrido. Se trata de una
mastodóntica y absolutamente novedosa investigación que, como subraya el
hispanista Stanley Payne, pone fin a uno de los "grandes mitos
políticos del siglo XX".
Porque
los profesores de la Universidad Rey Juan Carlos (Álvarez imparte allí
Historia del Pensamiento Político y Villa, Historia Política) desmontan
leyendas construidas en torno a la victoria de las izquierdas. Lo
que sucedió durante los días posteriores a la votación no fueron
manifestaciones de entusiasmo, celebración y alborozo de simpatizantes
del Frente Popular, sino prácticas coactivas y de intimidación
organizadas e instigadas por las autoridades interinas provinciales, que
aprovecharon el cambio repentino de Gobierno el día 19. Se
extendieron por todo el país, generaron un clima de inseguridad jurídica
en torno al recuento e influyeron en los resultados finalmente
admitidos.
Los
autores, además de publicar por vez primera los resultados oficiales de
aquellas elecciones, identifican los casos de fraude, falseamiento y
manipulación. Detallan caso a caso, vuelcos inexplicables y recuentos
interrumpidos; papeletas que aparecen a última hora, en bloque, para
decantar el resultado en una mesa y otras con tachaduras, borrones y
raspaduras. Demuestran que algo más del 10% del total de escaños de esas
nuevas Cortes, más de 50, no fue fruto de una libre competencia
electoral.
Nunca
hubo un acta única con los resultados oficiales. Las Juntas
Provinciales informaban del recuento a la Central, que lo trasladaba al
Congreso. El cómputo final debía aparecer en los anuarios estadísticos
del año siguiente. No fue así. Hasta el momento, los historiadores
hacían proyecciones sobre la base de la relación entre las cifras
publicadas en prensa y la asignación final de escaños.
El
fraude fue directamente promovido o pasivamente respaldado por las
autoridades provinciales interinas del Frente Popular, que obraron con
total impunidad y pudieron hacerse con la documentación electoral tras
el cambio de Ejecutivo, hecho que propició la dimisión de los
gobernadores civiles y presidentes de Diputación o simplemente su
expulsión o detención -en algunos casos para preservar "su seguridad"-.
Por supuesto, la ola de violencia desatada entre los días 16 y 19
precipitó los acontecimientos. En algunos lugares los alborotadores
obligaron a las autoridades de un hospital de leprosos a dejar marchar a
los enfermos.
Las
elecciones se falsearon fundamentalmente en mesas de Málaga y Santa
Cruz de Tenerife, donde hubo de repetirse la votación. Aunque sin la
fiscalización y presencia de apoderados de centristas y representantes
de las derechas. Fueron, según se desprende del nuevo libro, una
auténtica farsa.
El
día 20 debían abrirse de nuevo 57 colegios de la capital malacitana. Se
disputaban nada menos que 29.000 votos. Los resultados del día 16
favorecieron con holgura al FP. Por eso resulta un misterio que la
coalición cambiara de candidato (práctica legal), el socialista Luis
Dorado, que tenía que sacar 13.000 votos de diferencia respecto del
cedista para asegurar su escaño. Militantes del FP ocuparon en la
víspera la sede del Gobierno Civil y sustituyeron al gobernador por un
concejal afín. Lo mismo hicieron en el Ayuntamiento y la Diputación. El
nuevo gobernador clausuró las sedes de la CEDA y Falange y detuvo a
varios afiliados. Finalmente, el cedista Emilio Hermida retiró su
candidatura (lo que no impedía que fuera votado). Hubo disturbios y
tiroteos, pero votó todo el mundo: unos 29.000 censados. Casi 28.000, al
socialista Dorado.
En
Santa Cruz de Tenerife el triunfo parecía asegurado para el
representante de centro-derecha, que llevaba, según el Gobierno Civil y a
falta de abrir los últimos colegios, una ventaja de 11.000 votos.
El centrista Félix Benítez de Lugo, dándose por vencedor, pidió el voto
por las candidaturas republicanas para frenar a socialistas y
comunistas (el sistema electoral era de lista y mayoritario en
circunscripciones plurinominales).
El
día 19 se produjo un giro inesperado: candidatos del FP invitaron al
gobernador a dejar su puesto. La razón era sencilla: no tenía sentido
que siguiera en él si su Gobierno había dimitido. Ugetistas, cenetistas y
miembros del FP exigieron a Azaña en varias ciudades la apertura de
cárceles para liberar a los "presos sociales" y la entrega a las
izquierdas de los ayuntamientos, esto último para impedir que la derecha
alterase los resultados. El día 20 se declaró el estado de guerra en la
ciudad. El candidato radical se retiró. Proclamada una
huelga general, las elecciones no se celebraron. No obstante, en ocho de
nueve colegios aparecieron las papeletas del FP: 3.700 votos fantasma
que contribuyeron, junto con otras manipulaciones de las actas, a dar un
vuelco al resultado de la provincia.
También
tenían que votar el día 20 los electores del pueblo jienense de
Alcaudete. Acudieron a las urnas mientras la Junta Provincial procedía
al escrutinio. Total, que las izquierdas se impusieron en ese feudo de
tradición conservadora por 599 a 0. En Linares aparecieron urnas sin
precintar y en cinco de la provincia había más votos que votantes
censados. Asimismo, en Valencia, La Coruña o Cáceres se rompieron o
interceptaron urnas.
En
Valencia las fuerzas estaban igualadas. El cambio de Gobierno precipitó
un aparatoso recuento de 21 municipios: las izquierdas ganaron por 400
votos, los suficientes. La Junta Provincial se negó a un recuento
oficial, porque "ya se había hecho a puerta cerrada".
En
La Coruña el cómputo se prolongó hasta el día 24: los resultados de 188
actas no se correspondían con las certificaciones de las mesas. "España se ha vuelto Coruña", escribió Alcalá Zamora. Allí las
autoridades interinas exigieron la presentación inmediata de las actas
de 56 colegios y amenazaron con una huelga general si no se encontraba
una solución "satisfactoria para las izquierdas". Los candidatos de las derechas fueron arrestados por un día acusados de fraude.
Y
en siete municipios de Cáceres la documentación llegó a la Junta
Provincial con el lacrado roto y los sobres abiertos. En cinco mesas
desapareció el acta de la votación. Los investigadores ilustran con
muchos ejemplos de maniobras similares que el cambio de autoridades
modificó el reparto final de escaños. Interrumpieron el recuento donde
la contienda estaba más ajustada.
El
día 20, cuando se reunían las Juntas Provinciales, el procedimiento
para introducir confusión fue parecido en muchos sitios: las izquierdas
denunciaban a las derechas por manipulación y fraude, impugnaban los
resultados e incluso detenían a sus representantes. Hasta ese momento,
la mayoría del FP sólo se daba "por supuesta".
El
propio Portela, cuyo escaño por Pontevedra estaba en el aire, rehusó
avanzar resultados antes del día 20. Algunas embajadas adelantaban el
día 18 un empate, lo cual convertía en decisiva la segunda vuelta, que a
la postre fue irrelevante, a pesar de tener que realizarse en un buen
número de provincias. Las izquierdas pusieron en marcha su aparato
propagandístico: el FP "no se dejaría arrebatar la victoria"; "¿Tienen
el mismo valor, políticamente, el medio millón de sufragios logrados en
Madrid y Barcelona que los 50.000 arrancados a los campesinos palentinos
por el caciquismo?". Las consignas del PCE iban dirigidas al nuevo
Gobierno, cuyo deber era ajustar las Cortes, "desembarazadas de
impurezas", a las preferencias electorales, que nada tenían que ver con
las de "un capitán de industria como March".
Las
izquierdas no estaban dispuestas a admitir un escrutinio que no les
otorgara la victoria. Según el estado de opinión que se creó, partiendo
con la ventaja adquirida, cualquier vuelco durante el escrutinio era
fraudulento. El FP se impondría en número de escaños, pero estaba en juego la mayoría parlamentaria suficiente: 240 asientos.
¡Bingo!, obtuvieron más de 50 escaños de manera dudosa. Los
números salieron tras el cambio de Gobierno, pues antes de esa fecha y
en los dos primeros días de recuento, los datos de Alcalá Zamora, Azaña y
el embajador británico coincidían: entre 216 y 217 diputados para el
FP. Si a los 240 asientos conseguidos por el Frente Popular se le restan
los que fueron fruto del fraude, las izquierdas solas no habrían
llegado al Gobierno. En total había 473 escaños en liza.
El
Gobierno de Azaña era legal y legítimo, pues correspondía al presidente
disolver y nombrar otro, pero su "inteligencia política" no sale bien
parada. Este libro precisa todo lo que ocurre en esos cuatro días. El 19
lo cambió todo. Tras la "huida" de Portela, el FP se hizo con el poder
local, hecho decisivo para condicionar el recuento y crear una atmósfera
intimidatoria. Los desórdenes no se produjeron como reacción a los
rumores de golpe sino para asegurar una mayoría parlamentaria al FP. El
Estado de Derecho quedó de facto suspendido.
La
tarea que han hecho Tardío y Villa es prodigiosa. Para demostrar el
fraude han seguido un escrupuloso método de verificación de los aspectos
legales y formales de las elecciones. Después han comparado votos
escrutados en las mesas y los resultados proclamados por las juntas
-aquí está la madre del cordero del falseamiento-. Y por último, han
analizado la justificación de las impugnaciones.
Han
sido más de cinco años de investigación. No recurren a documentos
secretos. Todos son públicos. Había que expurgarlos, ordenarlos y
construir el puzle. La mayoría de los papeles no habían sido consultados
antes. Los autores han recorrido España y han escudriñados los archivos
del Foreign Office, el Quai d'Orsay y el archivo del Vaticano para
contar desde distintos ángulos seis meses decisivos en la historia de
España, desde diciembre de 1935 hasta la primavera del 36.
Los
autores testan la calidad democrática de la República y sostienen que
la CEDA resistió electoralmente. Demuestran que había una sólida base
sociológica para construir una República inclusiva. Por desgracia,
sostienen en conversación con Crónica, "la
estrategia del Frente Popular en la discusión de las actas en el
Congreso y el hecho de que la izquierda republicana, con Azaña a la
cabeza, no se plantara ante el radicalismo socialista, fue lo que una
vez más dinamitó los puentes de diálogo con la oposición conservadora.
Eso constituyó un duro golpe para la consolidación de la joven
democracia republicana". En todo caso, no dan pábulo a las
tesis revisionistas que proyectan determinados acontecimientos sobre el
Golpe del 36. Cuentan hechos desnudos, con máximo rigor y sin
prejuicios. Muy pocas veces se puede decir de un libro que es
definitivo. 1936. Fraude y Violencia lo es.
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