martes, 19 de mayo de 2015

POEMA: "CANTAR DEL CAUDILLO", POR ERNESTO LAORDEN

 
En el día de gloria de España y de Madrid,
cuando exultan los cielos y la tierra y el mar
en laude del Caudillo forjóse este cantar
con los versos de hierro del Poema del Cid.
   
El Caudillo entraba en Madrid vencedor.
Voltean las campanas de la Villa al clamor.
Infantes y jinetes le llevan en honor.
Hombres y mujeres le dicen loor.
   
A la iglesia santa el camino hacía.
Con palio entre candelas salió la clerecía.
El Obispo sagrado allí le bendecía.
El báculo y la mitra mucho le relucía.
   
Entraron en la iglesia delante del altar.
De hinojos el Caudillo allí se fue a postrar.
“¡Gracias al señor Dios de la tierra y el mar
que esta grande victoria nos ha querido dar!”
  
“A Santa Madre Iglesia vengo a entregar mi espada,
vencedora en las lides de la mayor cruzada.
No la moví con odio sino con fe sagrada.
Dios nos guarde en la paz. La guerra es acabada.”
   
Y el Obispo le dice: “Que bendiga el Señor
Tu trabajo pasado y tu nueva labor.
Quien fue grande en la guerra sea en la paz mayor.
Prosperen los rebaños de los que eres pastor.”
   
Hechas las oraciones, la misa terminada,
Ya cabalga el Caudillo con toda su mesnada.
¡Dios, cómo le festejan las gentes en la estrada!
Nunca viose en el mundo tan gentil cabalgada.
   
Un vocero delante va diciendo un pregón:
“Abran paso al Caudillo del grande corazón.
Ganó todas las tierras del sur al septentrión,
Y echó a los enemigos del último rincón.”
    
¡Cómo va rodeado de esforzados varones,
aviadores, marinos, jinetes y peones,
ganadores de muchas y campales acciones
cuales no se escribieron en viejos cronicones.
    
Allí se ven Varela, que Toledo tomó,
Y Yagüe, aquel que en Lérida y en Badajoz entró,
Y Aranda, el esforzado que Oviedo defendió,
Y el que fue del Alcázar alcalde, Moscardó.
   
Y Queipo, el que hizo cierta la hazaña sevillana;
Solchaga, el que ganó más tierra catalana,
Y Valiño, el guerrero de sonrisa lozana,
Vencedor de más lides en edad más temprana.
   
Y Dávila y Cervera, Saliquet y Vigón,
Y Tella y Monasterio, centauro en su bridón;
Kindelán, que entre los halcones es el mayor halcón,
Y este Martínez Campos, que es señor del cañon.
   
En una plaza abierta se llegan a un tablado
Con paños de valía muy bien aderezado.
¡Cómo prorrumpe en vítores el pueblo congregado!
¡Qué hermosamente ríe el Caudillo esforzado!
    
Sobre un alto tablado el Caudillo reposa
junto a los capitanes de su hueste gloriosa.
Otra lucida gente le saluda gozosa
y el Caudillo les habla con muy galana prosa:
    
“Dios os guarde, legados de la Roma fatal
y de la nobilísima Germania boreal
y de la bien amada y hermana Portugal,
todas tres predilectas de mi amor por igual.”
    
“Dios alargue tus días, gran Visir africano.
Saludadme al Jalifa, tu noble soberano.
Ved cuán buenos guerreros puso bajo mi mano
El Mogreb-el-Aksá, nuestro amigo y hermano”…
   
Y comienzan las huestes soberbias a pasar,
requetés y falanges de soberbio mirar,
legionarios y moros, combatientes sin par,
aviadores del aire y marinos del mar.
   
¡Dios, cuánta y qué gallarda pasa la Infantería!
¡Qué trueno dan los cascos de la Caballería!
¡Cómo crujen las losas con tanta Artillería!
La aviación en los aires nubla la luz del día.
   
¡Cómo aplauden las gentes, libres ya del terror,
y lloran las mujeres de alegría y de amor!
En el fondo de su alma musita el trovador:
¡Oh Dios, el buen vasallo ya tiene buen Señor!

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