Por Armando Robles para ALERTA DIGITAL.
Lamento la nueva masacre terrorista en suelo inglés, pero también lamentablemente hace tiempo que dejó de indignarme este incesante reguero de víctimas europeas. Cuando el hombre que esto escribe era sólo un niño, había un compañero de colegio permanentemente objeto de las chanzas de un pendenciero de su misma edad. La actitud acobardada del alumno provocó el envalentamiento del otro. Y así fue que las chanzas dieron paso a las zurras y después a las somantas. Así todos los días. Un día le pregunté al infeliz por qué prefería ser humillado a defenderse. Me respondió: “Si no le provoco se terminará cansando de mí”. No recuerdo si entonces lo mandé a tomar por donde amargan los pepinos, que es justamente donde hoy quiero mandar a los europeos.
Y es que los europeos, y muy particularmente los británicos, están tan acostumbrados a encajar golpes procedentes de los de siempre, están tan resignados a su autodestrucción, están tan abducidos por la propaganda bobalicona de la corrección política, permanecen tan indiferentes ante el drama que se ciñe sobre sus cabezas, están tan resueltos a seguir confiando en quienes les han colocado en la diana de los matarifes, que al final han terminado sacando de mí el instinto de la indiferencia tras matanzas como la de Manchester. Sé que no es una actitud demasiado cristiana, pero nunca aspiré a la santidad ni no soy yo quien está provocando todo este dolor estéril.
El brutal atentado de Manchester nos confirma lo que este medio y sus
colaboradores llevan años lamentando: que pese al cúmulo de víctimas
registradas y las que están por llegar, los europeos ya han aceptado la
inmolación como el precio a pagar por la islamización programada del
viejo continente. No es descabellado afirmar que todo lo que estamos
viendo parece más fruto de una pesadilla, y que los europeos, y muy
especialmente los del Reino Unido, han decidido no despertar de ese mal
sueño. No puedo sentir dolor por un pueblo que prefiere su propia
destrucción a liberarse de las cadenas del pensamiento único. No puedo
compadecerme de las víctimas del terrorismo islámico cuando muchas de
esas víctimas han aceptado voluntariamente los planes eugenésicos de la
oligarquía mundialista de cara a nuestra aniquilación colectiva. No
puedo sentir empatía por los destinatarios de una violencia que ellos
mismos han alimentado cada vez que votaban a unos dirigentes tan o más
responsables del atentado de Manchester que el propio terrorista
suicida. No puedo apiadarme de un pueblo que hoy mismo no ha sido capaz
de correr a bastonazos a los que mantuvieron oculta durante horas la
obediencia islámica del terrorista, o a los que han escrito que la
mayoría de las muertes en Manchester fueron consecuencia de las
avalanchas.
Lo paradójico ha sido esta vez el escenario elegido por los terroristas. Nos hemos cansado de señalar, aún a riesgo de las consecuencias legales que en Europa tiene llamar a las cosas por su nombre, que el terrorismo islámico está siendo regado con la corrupción moral de los europeos, con su renuncia a los valores que nos hicieron ser la punta de lanza de la humanidad, con su desapego a cualquier idea trascendente, con su desestimiento hacia cualquier cosa que no haya sido patentada por los amos mundialistas del momento. Todo lo que le gusta hoy a una mayoría de británicos es depravado, inmoral o engorda (por algo el Reino Unido es el destino preferido de los pijoprogres españoles). Los islamistas han elegido esta vez un concierto de música pop-rock, un sistema de programación mental de masas. La mayoría de los asistentes eran jóvenes y adolescentes. Raro sería que alguno de ellos supiera quiénes fueron Horacio Nelson, Oliver Cromwell, Enrique V, Arthur Wellesley, Isaac Newton, Ricardo Corazón de León, Robin Longstride o Boudica, la heroína de los británicos y pesadilla de Roma. Por eso no perderé el tiempo apelando a un orgullo encerrado bajo llaves. No perderé el tiempo suplicando a los ingleses otra respuesta que no sean los peluches y las velas. Ni tampoco concibiendo la mínima esperanza de que las cosas cambien.
Lo paradójico ha sido esta vez el escenario elegido por los terroristas. Nos hemos cansado de señalar, aún a riesgo de las consecuencias legales que en Europa tiene llamar a las cosas por su nombre, que el terrorismo islámico está siendo regado con la corrupción moral de los europeos, con su renuncia a los valores que nos hicieron ser la punta de lanza de la humanidad, con su desapego a cualquier idea trascendente, con su desestimiento hacia cualquier cosa que no haya sido patentada por los amos mundialistas del momento. Todo lo que le gusta hoy a una mayoría de británicos es depravado, inmoral o engorda (por algo el Reino Unido es el destino preferido de los pijoprogres españoles). Los islamistas han elegido esta vez un concierto de música pop-rock, un sistema de programación mental de masas. La mayoría de los asistentes eran jóvenes y adolescentes. Raro sería que alguno de ellos supiera quiénes fueron Horacio Nelson, Oliver Cromwell, Enrique V, Arthur Wellesley, Isaac Newton, Ricardo Corazón de León, Robin Longstride o Boudica, la heroína de los británicos y pesadilla de Roma. Por eso no perderé el tiempo apelando a un orgullo encerrado bajo llaves. No perderé el tiempo suplicando a los ingleses otra respuesta que no sean los peluches y las velas. Ni tampoco concibiendo la mínima esperanza de que las cosas cambien.
Tras el islamismo, la segunda ideología perversa que amenaza a Europa es
el “antinosotrosmismos”. La primera la padecemos, la segunda la
cultivamos. El resultado de su combinación es que Europa, de nuevo,
parece más que dispuesta a claudicar de sus principios civilizadores y a
dar paso nuevamente a una nueva tiranía en su territorio. Mientras nos
callan la boca a punta de pistola, los valientes intelectuales europeos
dirán que se autocensuran por tolerancia; se autoinculparán de todos los
males del pasado, mirando hacia Europa, increparán a los patriotas,
recitarán loas a la multiculturalidad, proclamarán la imperativa
necesidad del mestizaje y nos recordarán la retahíla de siempre: los
autores del atentado no son musulmanes, el islam en una religión de paz,
se trata de un caso aislado…
No estoy tan seguro de quién es el responsable de tanto odio hacia nosotros mismos. No estoy seguro de quiénes han sido los inductores de este proceso de transformación de Europa en una especie de kashba argelina. No puedo creer que la casta europea esté tan ciega que le impida ver el problema que ha creado. Sí creo que Europa, o sucumbe y desaparece, o está abocada a una nueva guerra en su territorio. A ese dilema la habrá conducido su dirigencia política y económica, los chamberlaines democráticos de nuevo cuño, los apologistas del cambio de clima moral, los gurús del antirracismo, los amanuenses de la mundialización, los ingenieros del cambio social, los prosélitos de la multicultura, los Don Oppas de cada casa.
Primero llegó la célebre ‘fatua’ a Salman Rushdie por sus “Versos
Satánicos”; después siguieron los ataques en discotecas y pubs en el
Reino Unido; más tarde, la cívica Holanda se despertó horrorizada por el
asesinato de Theo Van Gogh, el cineasta que se atrevió a filmar a una
mujer velada con versos del Corán grabados en su cuerpo; meses después, a
la coautora del filme, la parlamentaria de origen somalí A. Hirsi, le
fue retirada la nacionalidad holandesa por declarar que las mujeres
islámicas estaban sojuzgadas; posteriormente, las caricaturas del
Profeta en un diario danés sirvieron de “casus belli” para quemar
embajadas e iglesias. Ciudades como Malmö, París, Ámsterdam, Oslo,
Amberes y Copenhague se despertaron un día horrorizadas al no
reconocerse en el espejo de la multiculturalidad, tal falso como esos
espejos cóncavos de feria que distorsionan la realidad. El mismo día en
que moría Oriana Fallaci, el Papa Benedicto XVI entraba
en la lista negra. La crónica diaria de sucesos en las principales
ciudades europeas ustedes la conocen a través de medios como éste.
La tragedia actual de Europa no puede superarse con paños calientes ni con propuestas aliancistas: no cabe con ellos alianza alguna ni hay cúpula en el mundo capaz de hacerles reflexionar. La solución es seguir las mismas pautas que se seguiría con una fiera salvaje y asesina: vencerla primera y alejarla para siempre de nuestro espacio de convivencia.
No va a ser fácil. A los progresistas europeos parece importarles más la
“convivencia” entre culturas que la libertad de expresión; han
preferido durante años atacar a los cristianos que afrontar el más
importante desafío de impedir que una mordaza, en vez de un telón de
acero, vaya cayendo sobre lo que queda de Europa.
A los familiares de las víctimas del atentado de Manchester, mi pésame por el suceso, pero también mi reconvensión: si se liberaran por unos minutos del control mental que en ellos ejerce la propaganda mundialista, para mirar sin miedo en el espejo de sus almas, sin el eco trémulo de la telebasura ni de las falsas condolencias de los políticos, percibirían con nitidez el reproche más severo por no haber defendido como ingleses de otra época lo que hoy tienen que llorar como derrotados y lamentables europeos de la nuestra.
¿Por qué los musulmanes matan y se hacen matar? Sencillamente porque creen que su Alá les dará un paraíso en el cual tendrán miles de huríes perpetuamente vírgenes y mancebos eternamente célibes que les servirán vino que no embriaga (eso está en el Corán); mas si tocaban un cerdo (animal impuro), perdían la promesa. Eso lo sabían las autoridades españolas y estadounidenses en las Filipinas, y lo aplicaron perfectamente: Cuando ejecutaban a un musulmán por rebelión, congregaban a sus correligionarios en la plaza del pueblo, y envolvían los cadáveres de los ajusticiados en piel de cerdo, para escarmiento y advertencia general.
ResponderEliminarInteresante el dato, más aún, supremamente útil.
Eliminar