LA VERDADERA NATURALEZA DE LA INTERNACIONAL SOCIALISTA: ORIGEN, DESARROLLO Y ACTUALIDAD.
(Tomado de Los Signos del Anticristo de Ricardo de la Cierva).
(Tomado de Los Signos del Anticristo de Ricardo de la Cierva).
En este estudio se recogen diversas sugerencias con carácter solo aparentemente asistemático, porque todos los epígrafes tienen una relación profunda con los problemas de la moral, inevitablemente relacionados con la política en varios aspectos esenciales. Por otra parte, como el lector sabe ya bien, estamos tratando de establecer un seguimiento de la cadena gnóstica de la que acaban de aflorar como representantes los dos creadores del Modernismo a principios del siglo XX. Podrá deducir el lector que la cadena gnóstica hace notar su presencia en todas partes, en todos los períodos de la historia de la Iglesia católica y tendremos que darle de lleno la razón; la gnosis, el presunto «conocimiento profundo», tiene que acabar por planearse el problema de Dios para diluirle o para rechazarle; por eso cualquier presencia de la gnosis afecta a la historia de la Iglesia, que es una creación de Dios a través de su fundador, Cristo. Y vamos a ver inmediatamente que, entre las instituciones que exigen una mención y un análisis en este libro, reclama inequívocamente un lugar, la que hoy se conoce como Internacional Socialista. Acabo de recorrer algunas páginas de los centenares que Internet guarda sobre esta institución -muy poco satisfactorias, generalmente- y creo que nos conviene profundizar un poco más.
La Internacional Socialista es la denominación
actual de la institución marxista fundada por el alter ego de Carlos
Marx, Friedrich Engels, en 1889 poco después de la muerte de Marx,
todavía en el siglo XIX, para agrupar en una Internacional
revolucionaria a todos los partidos socialistas del mundo que entonces
existían. Se llamó Segunda Internacional tras el fracaso de la Primera
que aun cofundada por Marx en 1864 fue dominada pronto por los
anarquistas que rechazaron enteramente la obediencia marxista y
prefirieron la «propaganda por el hecho», es decir, el terrorismo para
destruir el orden social burgués A principios del siglo XX fueron
desapareciendo los anarquistas de los que solamente conservó la Primera
Internacional una importante fuerza de masas: el sindicato mayor de
España, la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) controlado desde los
años veinte por una sociedad secreta de grupos terroristas, la FAI
(Federación Anarquista Ibérica). CNT y FAI tomaron parte en la guerra
civil a favor del Frente Popular y durante ella fueron virtualmente
aniquiladas por los comunistas.
La Segunda Internacional Socialista, creada por
Engels, actuaba bajo el influjo predominante del Sozialdemokratische Partei Deutschlands (partido
socialdemócrata alemán), de ideología netamente marxista, como todos los
demás partidos miembros entre los que figuraba el español. El Partido
Laborista británico, inspirado por los sindicatos Trade Unions, no era
abiertamente marxista salvo en algunos sectores radicales y durante las
dos primeras décadas del siglo XX llegó a convertirse en alternativa
parlamentaria para el Partido Conservador. Los primeros partidos que
integraron la Segunda Internacional eran, sin excepción, marxistas;
aunque se denominaran socialdemócratas. Algunos como el de Alemania y el
de Rusia se llamaban, en efecto, socialdemócratas; otros, como el
español y el italiano, Partidos Socialistas; otros como el de Francia
«Sección Francesa de la Internacional Obrera» (SFIO).
Como marxistas radicales, los partidos de la
Segunda Internacional se declaraban anti-burgueses, anti-capitalistas,
partidarios fervientes de la lucha de clases y enemigos de la religión y
de los ejércitos. Poco a poco, sin embargo, se fueron moderando, sin
abjurar nunca de sus orígenes marxistas expresados en lo que llama por
ejemplo el PSOE «Programa máximo». Esta tendencia reformista se hizo
dominante en la Segunda Internacional gracias a diversas personalidades
del mundo de la política o del mundo intelectual, como Jean Jaurés en
Francia, Bernstein en Alemania y la Sociedad Fabiana en el Reino Unido.
La Sociedad Fabiana fue determinante en la creación de la Segunda
Internacional y mantiene su fuerza y su influjo dentro de la forma
actual de esa institución, la Internacional Socialista.
Porque la primera configuración de la Segunda
Internacional se hundió por su tremendo fracaso de 1914, al estallar la
Primera Guerra Mundial. Los partidos socialistas, de confesión
pacifista, habían apostado todo su influjo en las clases inferiores a
que sus respectivos países no entrarían jamás en una guerra general
entre burgueses, que se movían por intereses exclusivamente económicos.
Sin embargo, toda Europa deseaba la guerra al comenzar la segunda década
del siglo XX y los partidos socialistas de casi todos los países,
movidos por el nacionalismo y el patriotismo belicista, aceptaron formar
parte de los gobiernos de Unión Sagrada (coaliciones de partidos
burgueses y partidos socialistas), con lo que la Segunda Internacional
perdió toda su credibilidad. En 1919, tras el triunfo de la Revolución
bolchevique en Rusia, su creador Lenin lo hizo con estas palabras: «La
Segunda Internacional ha muerto, ¡Viva la Tercera Internacional!» Aun
así, la Segunda Internacional sobrevivió como una sombra, bajo diversas
denominaciones, hasta la Segunda Guerra Mundial. Los partidos
socialistas marchaban cada uno por su lado hasta que apuntó la guerra
fría en mediode la política de bloques. Entonces la estrategia mundial
norteamericana pensó en resucitar para sus fines defensivos a la Segunda
Internacional y lo consiguió con otro nombre para ella: la
Internacional Socialista, que vio la luz en 1951 como un valladar de la
izquierda europea no comunista contra el expansionismo soviético. Ésta
es la forma y el nombre actual de la agrupación de partidos creada por
Engels.
El marxismo ha formado la trama ideológica
original de la Internacional Socialista, incluso desde que casi todos
los partidos a ella adheridos, que en la actualidad son 130, hayan
renunciado al marxismo como doctrina dominante. Para suplir a las formas
groseras de marxismo, los estrategas norteamericanos que abrieron
paso a la Internacional Socialista, apoyándose en el reconstituido SPD
alemán -bastión principal de la I.S. como lo había sido de la Segunda
Internacional-, seleccionaron a un grupo de intelectuales de origen
judío que habían conseguido escapar de las persecuciones hitlerianas
para encontrar refugio y cátedra en los Estados Unidos. Este grupo, de
carácter neomarxista oscuro, se denomina Escuela de Frankfurt y procede
del Instituto para la Investigación Social que habían creado en Alemania
antes de huir de ella y luego más o menos reconstruyeron en
Norteamérica. El Institut für Sozialforschung se había fundado en 1922
en el ámbito de la desmantelada Segunda Internacional por el millonario
marxista radical Félix Weil, con el apoyo de Friedrich Pollock y Albert
Gerlach, que fue ministro de Educación en el régimen de la República de
Weimar, dominada por tendencias socialdemócratas. El segundo director
fue el filósofo neomarxista Mark Horkheimer, y los miembros más
importantes del Instituto, reagrupados luego como Escuela de Frankfurt,
fueron los pensadores neomarxistas, casi siempre judíos, Theodor W.
Adorno, Erich Fromm, Walter Benjamin, Frank Borkenau, Herbert Marcuse
(futuro ideólogo de la revolución juvenil de 1968) y Jürgen Habermas,
teórico de la secularización radical que es, hoy, el único
superviviente. Para él, Modernidad equivale a secularización; y ha
mantenido durante décadas una intensa presencia en los medios españoles
de comunicación pese a haberse comprometido en la pervivencia indefinida
de la Unión Soviética. Para esta fallida tesis ha contado con un
conocido discípulo en España, Javier Tusell.
No resulta extraño que en 1933 Adolfo
Hitler cerrase el Instituto para la Investigación Social y forzase la
diáspora de los miembros de la Escuela de Frankfurt que, como acabo de
indicar, se reagruparon en América. (El mejor análisis que conozco
sobre la Escuela de Frankfurt lo he visto en el admirable Diccionario de
Filosofía, de José Ferrater Mora). No es fácil definir las
características comunes de la Escuela de Frankfurt; sus maestros se autodescriben como críticos, creo que como un reflejo lejano de los
ilustrados del s. XVIII, que enarbolaron ese término como bandera;
son, por supuesto neomarxistas y ofrecen una implacabilidad teórica
junto a una moderación aparente en sus concepciones. El exilio en
Estados Unidos no reorientó a los pensadores de la Escuela de Frankfurt
hacia la defensa de la democracia liberal, como le había sucedido en
circunstancias semejantes al pensador católico francés Jacques Maritain,
sino que, por el contrario, exacerbó su actitud anticapitalista sobre
todo en el caso de Herbert Marcuse. Ya vimos cómo la degradación y
perversión sexual absoluta del comunista Wilhel Reich influyó en la
Escuela de Frankfurt a través de uno de sus miembros más radicales,
Erich Fromm.
Los maestros de la Escuela de Frankfurt son profetas profundos de la secularización, pero no ofrecen ante el hecho religioso el ateísmo constitutivo y destructor de Marx. Quizás por ello los pensadores de Fankfurt ejercieron una influencia decisiva de carácter neomarxista y anticapitalista sobre los inspiradores de la teología de la liberación, sobre todo en el caso de Jürgen Moltmann, que configuró con energía decisiva ese movimiento herético y cristiano-marxista. Montmann influyó también intensamente sobre varios teólogos jesuitas a los que en buena parte debe atribuirse el fundamento expansivo de los movimientos liberacionistas. Nada de extraño que esos jesuitas se hayan presentado sin rebozos como socialistas durante el proceso histórico de la transición española. Así la Escuela de Frankfurt contribuyó a la configuración de la Teología Política. Tal vez por ello los jesuitas afectos a la Escuela de Frankfurt y a la Teología Política gozan de tan alta estima en los medios de la Internacional Socialista. En mi libro Las Puertas del Infierno de 1995 doy más detalles sobre tan sabrosos juego de influencias.
Los maestros de la Escuela de Frankfurt son profetas profundos de la secularización, pero no ofrecen ante el hecho religioso el ateísmo constitutivo y destructor de Marx. Quizás por ello los pensadores de Fankfurt ejercieron una influencia decisiva de carácter neomarxista y anticapitalista sobre los inspiradores de la teología de la liberación, sobre todo en el caso de Jürgen Moltmann, que configuró con energía decisiva ese movimiento herético y cristiano-marxista. Montmann influyó también intensamente sobre varios teólogos jesuitas a los que en buena parte debe atribuirse el fundamento expansivo de los movimientos liberacionistas. Nada de extraño que esos jesuitas se hayan presentado sin rebozos como socialistas durante el proceso histórico de la transición española. Así la Escuela de Frankfurt contribuyó a la configuración de la Teología Política. Tal vez por ello los jesuitas afectos a la Escuela de Frankfurt y a la Teología Política gozan de tan alta estima en los medios de la Internacional Socialista. En mi libro Las Puertas del Infierno de 1995 doy más detalles sobre tan sabrosos juego de influencias.
Junto a la Escuela de Frankfurt, el centro
ideológico-político que más influido en la Internacional Socialista ha
sido, sin duda, la Sociedad Fabiana.
Esta importante asociación, que hoy sobrevive
con redoblado entusiasmo, fue creada en 1884 por Edward R. Pearse,
miembro de la Bolsa de Londres. Su primer cuadro ideológico fue un
sentido idealista del socialismo basado en sentimientos cristianos, pero
desechaba siempre la violencia, la abierta lucha de clases y el
radicalismo. Pronto se incorporaron miembros valiosos que le imprimieron
carácter: el dramaturgo George Bernard Shaw y su amigo Sidney Webb,
político que llegó a ministro, casado con la riquísima heredera
canadiense Beatrice Potter, que financió generosamente a la
organización. Pronto se definieron como socialistas humanistas,
rechazaron cualquier tentación de adherirse al marxismo, pero nunca
ocultaron sus duras críticas al capitalismo inhumano. Entre 1900 y 1906
los fabianos determinaron la fundación del Partido Laborista, al que hoy
pertenecen como agencia colaboradora e ideológica; han apostado ahora
por la tendencia centrista de Tony Blair. Se les unieron conocidos
aristócratas como lord Russell y lord Kimberley. No eran marxistas, pero
alentaron y ayudaron a todas las causas de la izquierda mundial, como
la revolución bolchevique de Lenin en Rusia. Luego apoyaron a León
Trotski y al bando marxista de la guerra civil española. Dominaron la
Organización Internacional de Trabajo y varias agencias internacionales
como la UNESCO.
Su actividad no se vio afectada por el
hundimiento de la Segunda Internacional en 1914, ya que no pertenecían
formalmente a ella; en cambio, en el seno del Partido Laborista, fueron
miembros cofundadores de la Internacional Socialista creada en 1951 y
en ella siguen. En su primera época mostraron claras tendencias
espiritistas y teosóficas, aceptadas a través de la pertenencia al grupo
fabiano de Annie Besant, sucesora de Helena Petrovna Blavatski como
presidenta de la Sociedad Teosófica. Annie Besant era fervorosa adepta
de la Masonería, muy influyente también en la Sociedad Fabiana.
El doble campo de actividad donde ha penetrado
más profundamente el espíritu fabiano y la red izquierdista
internacional que representa la Sociedad ha sido, primero, el mundo
universitario anglosajón; segundo, el conjunto de medios de comunicación
con influjo mundial. Para la conquista de las universidades británicas
(sobre todo Cambridge) y norteamericanas (sobre todo Harvard) ha sido
decisivo el apostolado fabiano de John Maynard Keynes, como he mostrado
en mi libro Las Puertas del Infierno. La red fabiana de comunicaciones
mundiales arbola su pabellón en el New York Times que, como es sabido,
forma una especie de cadena ideológica mundial con Le Monde de París, el
Washington Post, El País de Madrid, la Repubblica en Italia, así como
las grandes cadenas mundiales multimedia. El primer foco fabiano de
Harvard fue anterior a Keynes y casi simultáneo a la fundación de la
Sociedad. La presidencia de Franklin Roosevelt estuvo marcada por el
sello fabiano, que impregna la ideología de los que en Estados Unidos se
llaman liberals, que nada tiene que ver con los liberales de Europa,
sino con los socialdemócratas. Ni que decir tiene que el fabianismo ha
tendido puentes interesantes con los grupos del movimiento New Age y por
supuesto con la Masonería.
Y es que la Masonería, que se había
identificado en el siglo XIX con el liberalismo radical por una parte, y
con el anarquismo de la Comuna de París por otra, ha llegado a
vincularse en el siglo XX con la Internacional Socialista. Acabamos de
ver el motivo de la estrategia norteamericana para resucitar en 1951 de
sus cenizas a la Segunda Internacional, dotada de una doble fuente de
influencia: la escuela neomarxista de Frankfurt y la Sociedad Fabiana.
Nacía, por supuesto, de un impulso masónico; la Segunda Internacional
provenía también de una fuente masónica, como la Primera y la Masonería
alentaba en las raíces teosóficas de la Sociedad Fabiana.
Para demostrar el carácter masónico de la
Internacional Socialista existen argumentos y pruebas concluyentes. Con
carácter general, la prueba más interesante para mí es el libro de un
Gran Maestre del Gran Oriente de Francia, Jacques Mitterrand, que
procedente del partido y la ideología radical se incorporó, también,
como alto dignatario, al Partido Socialista de Francia, con el que marcó
expresamente la conjunción masónica en su importante libro La politique
des Francmaçons (París, Roblot, 1973). El amable empleado de la
librería de la Rive Gauche que me vendió el ejemplar, me confesó con
cierto aire de misterio: «Se lleva usted el último ejemplar. Tenemos
orden de devolver los demás para su destrucción. El libro no se
reeditará». Ante mi sorpresa me explicó: «Dice demasiado clara la
verdad». La verdad consiste en que para un testigo de tanta importancia
en el SFIO y en la logia de la rué Cadet, la Masonería francesa, que se
había identificado en el siglo XVIII con la Iguadad y en el siglo XIX
con el Liberalismo Radical, había evolucionado en el siglo XX hacia la
identificación con el socialismo marxista. Para no salir de la familia
diré que me impresionó el libro sobre otro Mitterrand, François,
publicado por Dominique Setzpfandt: François Mitterrand, Grand Architecte
de l' Univers (París, Faits el Documents, 1995), que lleva por
significativo subtítulo El simbolismo masónico de las Grandes Obras de
F. Mitterrand, con la famosa pirámide del Louvre en portada y un
sugestivo itinerario masónico de París.
El segundo argumento se refiere a España y se
debe a un testigo tan sincero y respetado como Pablo Castellano, figura
prominente del nuevo PSOE durante la época en que el partido de Pablo
Iglesias, renovado, pugnaba por el reconocimiento («la homologación», se
decía entonces) por parte de la dirección de la Internacional
Socialista, establecida ya entonces, como ahora, en Londres. El
testimonio de Pablo Castellano, muy importante porque él era entonces
secretario de relaciones exteriores del PSOE joven (el de Felipe
González, que se impondría en el congreso de Suresnes de 1974), se
contiene en un interesantísimo libro, Yo sí me acuerdo (Madrid, Temas de
Hoy, 1994, p. 200). Pugnaban en 1972/1973 los socialistas del exilio
francés, dirigidos por el antiguo y sectario director general de
Enseñanza Primaria de la segunda República, Rodolfo Llopis (masón
convicto) y los jóvenes socialistas «renovados» de las agrupaciones del
interior, sobre todo la sevillana (González, Guerra) y la vasca (Múgica,
Redondo). El Partido Socialista Popular, dirigido en España por el
profesor Enrique Tierno Galván, radicalmente marxista, efectuó una
conjunción táctica con el PSOE de Llopis y entonces este grupo y los
«renovados» llevaron el caso a la Internacional Socialista para que
decidiera la homologación. Pablo Castellano insiste en que, dentro del
Buró de la Internacional Socialista, fue la Masonería la responsable del
reconocimiento de los jóvenes socialistas. «Se habían reunido las
logias -dice- y, tras las correspondientes tenidas, habían acordado
dejar de sostener la causa de su hermano, grado treinta y tres, Rodolfo
Llopis. En la sesión del día 6 de enero de 1974 (estos ingleses no
reconocen más reyes que los suyos, y lo de los magos no es objeto de
conmemoración y relieve), el presidente de la Internacional, señor
Piterman, austriaco y masón, pretextó una diplomática dolencia para que
la reunión fuese presidida por Jenny Little, proclive a nuestra causa.
El Congreso de agosto de 1972 y su Ejecutiva eran la legítima expresión
organizativa del socialismo español y así sus miembros eran reconocidos
como miembros de pleno derecho de la Internacional Socialista». Es
decir, que la orientación decisiva del socialismo español para la época
siguiente fue marcada por la Masonería que controlaba a la Internacional
Socialista, de acuerdo con la tesis de Jacques Mitterrand que acabamos
de referir.
En este episodio el Partido Socialista Obrero
Español reconfirmaba su historia masónica. Los socialistas hispanos
contaron con una significativa presencia masónica desde sus orígenes
hasta la actualidad. Esta presencia se hizo muy notoria en la época
decisiva de la segunda República y la guerra civil, como ha revelado el
insustituible libro de la profesora Gómez Molleda que ya hemos citado.
En todos los momentos decisivos de la República actuaron los masones
para condicionar la orientación y la actuación del PSOE. La presión de
los socialistas masones (seguidos por los no masones), a favor de
radicalizar todavía más la ya sectaria política del masón Manuel Azaña
en campos tan delicados como el de la Iglesia, las órdenes religiosas y
la enseñanza, está demostrada con datos y estadísticas en el libro
citado, fruto de una minuciosa investigación. Durante la Revolución de
Octubre de 1934 actuó como secretario general del PSOE, el masón Juan
Simeón Vidarte, que nos ha dejado en varios libros escritos en México un
testimonio masónico fundamental. La tercera parte de los diputados del
PSOE en las Cortes Constituyentes (35 de 114) eran miembros de la
Masonería.
La Internacional Socialista, pues, en su
configuración actual, fue refundada en el año 1951 al servicio de la
estrategia antisoviética de Norteamérica en el Congreso de Frankfurt. En
la declaración fundacional se incluye un duro ataque (de pura fachada)
al capitalismo como sistema antisocial, pero desde entonces la
Internacional Socialista es una de las columnas del capitalismo con el
pretexto de humanizarle. Por desgracia la principal contribución
práctica de la Internacional Socialista al capitalismo ha sido la
corrupción generalizada en muchos de los países en que constituye fuerza
dominante; están aún rezumantes de porquería los casos del socialismo
italiano bajo Bettino Craxi y del socialismo español de Felipe González,
quien debería cuidar mucho más la aplicación de la palabra mierda en
las campañas electorales; todos recordamos que al final de la larga
noche que España vivió bajo la corrupción socialista por él presidida el
periódico financiero más importante del mundo titulaba, como cosa
sabida, Spain, a lot of shit (España, un montón de mierda). La Declaración
de la Internacional Socialista en 1951 se redactó en tonos pragmáticos:
en el Nuevo Socialismo cabe todo, desde el marxismo a cualquier otra
concepción de la sociedad. Desde 1970 la Internacional Socialista saltó a
Iberoamérica, donde apoyó, allí y desde sus bases europeas -Alemania,
Bélgica, Francia, España-, a los movimientos marxistas de liberación con
auténtico descaro, incluso a los de corte totalitario como los
sandinistas de Nicaragua, el PRI de México o la Unidad Popular de
Salvador Allende. Cuando se produjo el hundimiento del comunismo
soviético en 1989 los partidos comunistas de Europa se aproximaron a la
Internacional Socialista como tabla de salvación. Desde el congreso de
Bad Godesberg en 1959, el SPD alemán abandonó al marxismo como doctrina
exclusiva y se abrió a cualquier otra, incluso al cristianismo. Con
mucho menos fervor cristiano, el PSOE español hizo algo semejante veinte
años después al renunciar al marxismo con la boca chica en los
Congresos de 1979. Salvador Allende y ahora Fidel Castro han encontrado
eficaz respaldo y apoyo en la Internacional Socialista que conoce
perfectamente el carácter antidemocrático de los dos regímenes.
Cuando en 1982 Felipe González, al frente del
socialismo español, consiguió una victoria histórica y aplastante que
parecía presentar al socialismo como el régimen inmutable para los cien
años siguientes, su esbirro radical Alfonso Guerra, que sigue siendo
marxista en medio del dramático descrédito de su arbitrariedad personal y
su corrupción familiar, se creyó justificado para descubrir sus cartas y
dar a la publicación un engendro que se llamó Programa 2000 del PSOE.
Hoy conviene leer los cuatro tomos de esa extraña cocción política como
lo que es, una pesadilla y un anacronismo formidable. Pero esto es lo
que de verdad pretendían los fulgurantes ideólogos del socialismo
español cuando creían tener en sus manos a una España cautiva y
desarmada.
Cuando a los socialistas españoles de hoy
se les pregunta por el Programa 2000, tuercen la vista y miran para otro
lado. Evidentemente se avergüenzan de que esa monstruosidad circulara,
en la ebriedad de su triunfo (1988) como un proyecto decidido de futuro.
Y además con carácter oficial: lo editaba la Fundación Pablo Iglesias,
que tiene ese carácter dentro del PSOE. Entonces habían ganado ya dos
veces por mayoría absoluta y se creían los Amos del Universo. No
desmenuzaré los cuatro grandes cuadernos, aunque sólo sea por vergüenza
ajena. Pero no puedo evitar asomarme con el lector al tomo titulado La
sociedad española en transformación y dentro de él al capítulo sexto,
Instituciones sociales-Familia. Pretendían «una nueva forma de familia, más democrática, más
igualitaria y más unida» (p. 131). La familia tradicional está en
quiebra; se basaba en valores como la dedicación y el sacrificio, sobre
todo por parte de las mujeres; que se han hartado y han sustituido esos
valores por los de libertad, felicidad e innovación. ¿Es que en el año
2000 las familias españolas, destrozadas en un alarmante porcentaje, son
más felices y más innovadoras? «La familia de hoy -en contraposición a
la tradicional- cada vez más se apoya en el cariño, el afecto y los
sentimientos». Por eso se ha disparado el número de divorcios y
separaciones, el número de mujeres maltratadas y aun asesinadas, el
número de niños frustrados por el alejamiento de uno de los padres. Con
sentido poco profetico dice el Programa que los hijos desean abandonar
el hogar cada vez más tempranamente; ha sucedido exactamente al revés.
«El valor de la fidelidad dentro de la pareja persiste», otra profecía
fallida.
El epígrafe sobre las «familias alternativas»
es cómico. Ninguna de las que se describen es una familia, sino una
antifamilia. Y lleva naturalmente a lo que será la familia en el año
2000; no es solamente una descripción aséptica, sino un objetivo al que
los socialistas han aplicado todo su esfuerzo desintegrador, al que
contribuyen además asiduamente con los ejemplos más detonantes; me
divierte mucho que hasta en las invitaciones de la Casa del Rey se
convoca a determinado personaje «y acompañante» por la proliferación de
familias alternativas, sin duda. Dice el Programa, púdicamente que
«vamos a una cierta desintegración de la familia nuclear», como si los
socialistas fueran simplemente observadores y no fervientes promotores
de esa desintegración. Después de dejar la familia como unos zorros, los
ideólogos del Programa se vuelven a la Iglesia. Creen que los puntos
fundamentales del dogma católico se interpretan por los católicos «con
libertad». Esta libertad se nota sobre todo en el desapego de la «moral
oficial» y en la desvinculación entre catolicismo y partidos de la
derecha, que era de rigor en épocas anteriores. El Programa se permite
enjuiciar a los obispos; elogia a los de «talante taranconiano» y en
cambio rechaza a «los partidarios de Suquía», así, con total confianza y
sin tratamientos; de quienes se critica que estén conformes con «la
política restauracionista del Vaticano», es decir, la del Papa Juan
Pablo II. El Programa elogia a los católicos «con simpatías socialistas,
pro-teología de la liberación» (p. 136). Se divide a los católicos en
dos grandes grupos; los afectos a ideologías conservadoras como el Opus y
los kikos; los abiertos a simpatías socialistas. Es decir, los
malos-retrógrados y los buenos-progresistas.
El resumen histórico desde la Iglesia «del
nacional-catolicismo» a la «apuesta democrática del cardenal Tarancón en
la coronación del Rey» -cuatro disparates serios, por lo menos, en
línea y media-, sugiere que los católicos normales estaban todos en el
nacional-catolicismo y que ninguno aceptó la homilía del cardenal
Tarancón. Se elogia la evolución política de la Conferencia Episcopal,
como si a estas alturas ignorásemos que tal política no puede explicarse
sin su trampa y su cartón. Lo más extraño es que, cuando el pobre
cardenal Tarancón ya no podía ser utilizado por los socialistas, le
dejaron en la más completa soledad, le marginaron, le insultaron
echándole en cara sus ofrecimientos del palio a Franco y, como se
quejaba amargamente el excelente prelado, no le dieron una mala
condecoración de despedida.
A continuación dogmatizan los socialistas sobre
la involución de la Iglesia desde la llegada del cardenal Suquía, tras
el ejemplo de giro conservador que ofrece la Iglesia romana. El esfuerzo
supremo que, en las fechas de la publicación de este Programa,
realizaba la Santa Sede para terminar con el comunismo en la todavía
atea URSS, no merece una mala línea profética; ya vemos que los
redactores e ideólogos del Programa no estaban tocados por la vara de
Moisés.
Sobre la otra gran institución social de
España, el Ejército, el PSOE de 1988 trasluce, como era de esperar, su
antimilitarismo congénito. Con todo cinismo subrayan la importancia
positiva de la adhesión de España a la Alianza Atlántica, a partir de
los tiempos, todavía tan cercanos, del «OTAN, de entrada no».
Se ufanan los socialistas de que el sistema de
valores propios de las Fuerzas Armadas ya no es, como antaño, la
secuencia «Deber, Honor, Valor, Patria» a los que se añadía la
disciplina; hoy ya no se establecen diferencias sustanciales entre el
sistema de organización militar y las organizaciones civiles (p. 141).
La vocación militar ya no es vocación sino profesión. Es decir, que el
Programa 2000 propone unas Fuerzas Armadas más o menos desmilitarizadas,
sin nada que ver con las que desde la época romana hasta hoy hicieron
esto que llamamos España.
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