Vuestra presencia en tan gran número, vuestro deseo de encontraros reunidos delante de Nos, queridos hijos, Nos procura un verdadero consuelo, por lo que os expresamos de corazón Nuestra gratitud por vuestros homenajes y por vuestros dones, unos y otros particularmente gratos. Más allá del valor material o técnico, el trabajo que representan, ofrece por su naturaleza y por su significado, un interés psicológico, moral, social, incluso también religioso, de no poco valor. Las abejas, ¿no han sido quizás unánimemente cantadas por la poesía tanto sacra como profana, de todos los tiempos?
Estas abejas, movidas y dirigidas por el instinto, vestigio y testimonio
visible de la sabiduría invisible del Creador, ¡qué lecciones dan a los
hombres, que son –o deberían ser- guiados por la razón, vivo reflejo
del intelecto divino!
Ejemplo de vida y de actividad social, en cada una de sus categorías
tiene su oficio que realizar, y lo cumple exactamente –se estaría casi
tentado de decir: conscientemente-, sin envidia, sin rivalidad, con
orden, en el puesto asignado a cada una, con cuidado y amor. También el
observador más inexperto en materia de apicultura admira la delicadeza y
la perfección de este trabajo. Muy diferente de la mariposa que
revolotea de flor en flor por pura distracción, de la avispa o del
avispón, agresores brutales, que parecen no querer otra cosa que el
mal, sin beneficio para nadie: la abeja penetra hasta el fondo del
cáliz, diligente, activa y tan delicada que, una vez recogido su
precioso botín, deja dulcemente las flores, sin haber lesionado
mínimamente siquiera el ligero tejido de su vestido, sin haber hecho
perder a uno sólo de sus pétalos su inmaculada frescura.
Después, cargada del néctar perfumado, del polen, de los propóleos, sin
rodeos caprichosos, sin retrasos indolentes, rápida como una flecha, con
un vuelo de una precisión impecable y segura, vuelve a entrar en la
colmena, donde el trabajo animoso prosigue intenso, para la elaboración
de las riquezas cuidadosamente recogidas y la producción de la cera y de
la miel. «Fervet opus, redoléntque thymo fragrántia mella» [bullen de actividad; la fragante miel exhala vivos aromas de tomillo] (Virgilio, Geórgicas, 4, 169).
¡Ah! Si los hombres quisieran y supieran escuchar la lección de las
abejas; si cada uno supiese hacer con orden y con amor, en el puesto
señalado por la Providencia, su deber cotidiano; si cada uno supiera
gustar, amar, valorizar, en la colaboración íntima del hogar doméstico,
los pequeños tesoros acumulados durante su jornada de trabajo fuera de
casa; si los hombres supieran sacar provecho con delicadeza, con
elegancia (hablando a la manera humana), con caridad (hablando
cristianamente), en las relaciones con sus semejantes, de todo lo que
éstos han conseguido en su espíritu de verdadero y hermoso, de todo lo
bueno y honesto que ellos llevan en el fondo de sus corazones, sin
ofenderlos, y discreta y honestamente, sin alterarse, sin celos y sin
orgullo, las riquezas adquiridas en el contacto con sus hermanos y
elaborarlas luego por su cuenta; si, en una palabra, aprendiesen a hacer
mediante su inteligencia y su entendimiento lo que las abejas hacen
instintivamente, ¡cuánto mejor estaría el mundo!
Trabajando como las abejas, con orden y con paz, los hombres aprenderán a
gustar, a hacer gustar a los demás, el fruto de sus fatigas, la miel y
la cera, la dulzura y la luz de esta vida mortal. En cambio, cuántas
veces, por desgracia, estropean lo mejor y lo más hermoso con su
aspereza, su violencia y malicia. ¡Cuántas veces no saben buscar y
hallar en todo sino la imperfección y el mal, desnaturalizando hasta las
intenciones más rectas; convertir en amargura hasta el bien!
Aprended, pues, a penetrar con respeto, con confianza y con caridad
discreta, pero profundamente, en la inteligencia y en el corazón de
vuestros semejantes, y entonces sabrán descubrir, como las abejas, en
las almas más humildes, el perfume de nobles cualidades, de eminentes
virtudes, ignoradas a veces hasta por los mismos que las poseen. Sabrán
discernir en el fondo de las inteligencias más obtusas, de los espíritus
más incultos, en el fondo mismo de los pensamientos de sus adversarios,
alguna traza, por lo menos, de sano juicio, algún vislumbre de verdad y
bondad.
En cuanto a vosotros, queridos hijos, que, inclinados sobre vuestras
colmenas, realizáis con todo cuidado las más variadas y delicadas
operaciones de la apicultura, dejad que vuestro espíritu se eleve a un
místico vuelo, para gustar la suavidad de Dios, la dulzura de su palabra
y de su ley (Ps. 18,2; 118,103), para contemplar la luz divina, de la
que es símbolo la llama encendida del cirio, producto de la madre abeja,
como canta en su maravillosa del Sábado Santo: «Álitur enim liquántibus
ceris, quas in substántiam pretiósæ hujus lámpadis apis mater edúxit» [Pues se alimenta de la cera derretida, que sacó la madre abeja para sustancia de esta preciosa llama].
PÍO XII, Discurso a los participantes en el Congreso nacional italiano de apicultura, 27 de Noviembre de 1947 - Traducción de Javier Sánchez Martínez
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