“Milagro en la tentación de San Francisco” (Anónimo, posiblemente Antonio María Monroy)
San Francisco de Asís solía flagelar los ojos no castos con esta parábola:
«Un rey poderoso envió a la reina, uno tras otro, dos embajadores. Vuelve el primero, y refiere, no más, la respuesta estrictamente; y es que los ojos del sapiente habían estado en la cabeza y no habían divagado. Vuelve el segundo, y después de la respuesta breve y corta, se entretiene tejiendo todo un discurso sobre la hermosura de la señora: “Señor –dice–, en verdad que he visto una mujer bellísima. ¡Feliz quien la posee!”. Le replica el rey: “Siervo malo, ¿Has puesto en mi esposa tus ojos impúdicos? Está claro que hubieras querido poseer a la que has mirado con tanta atención”.
Manda a llamar otra vez al primero y le dice: “¿Qué te parece de la reina?”. “Traigo muy buena impresión –dice–, porque ha escuchado en silencio el mensaje y ha respondido sabiamente”. “Y de su hermosura, –replica– ¿no dices nada?”. “Señor mío –responde–, a ti toca contemplarla; a mí llevarle tu embajada”.
Y el rey dictamina: “Tú, el de ojos castos, como de cuerpo también casto, quédate de cámara; y salga de esta casa ese otro, no sea que contamine también mi tálamo”».
Y solía decir el bienaventurado Padre (San Francisco):
«Donde hay bien defendida seguridad, preocupa menos el enemigo (el demonio). Si el diablo logra con habilidad asirse de un cabello del hombre, lo transforma con presteza en viga. Ni desiste aunque no haya podido por muchos años derribar al que tentó, esperando que ceda al fin. Este es su quehacer; día y noche no tiene otra preocupación».
Beato Tomás de Celano, OFM. Vida Segunda de San Francisco de Asís
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