lunes, 2 de julio de 2018

UNA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO

Rescatado de los archivos de FINAL DE LOS DÍAS.
  
Los profetas anatematizarían siempre en tono mayor la idolatría y la prevaricación de Israel. Un Israel idolatra que se desvía del camino que Yahvé su Dios le ha marcado, este antiguo Israel semejante a esta nueva iglesia idólatra y humanista con sus becerros de oro, que ya no mira la cruz de su Dios, si no que le da la espalda con una nueva estirpe de fariseos aún peores que los que había en Israel durante la vida pública del Mesías encarnado, han profanado los lugares Santos y han crucificado otra vez al hijo del hombre en su cuerpo místico.
  
Por eso hoy más que nunca como hacían los antiguos profetas, nos sentimos en el deber hasta que vuelvan los verdaderos profetas, de decirle en la cara a estos hijos de perdición sus pecados y anunciarles el juicio que está a las puertas.
 
Han pasado ya los cincuenta años de prueba para la nueva iglesia post-conciliar del Vaticano II, ha llegado el momento de mostrarse en público tal y como es, de dar la cara sin ningún miedo, sin tapujos, mostrando sus frutos, los obtenidos durante este tiempo; de los cuales cabe destacar entre los más importantes; la nueva misa de Caín, la gran apostasía de la mayor parte del clero y de los fieles, un nuevo evangelio anatema y haber convertido el vaticano en la sede del anticristo y en la gran Babilonia madre de las rameras y de todas las fornicaciones y herejías posibles de este mundo.
  
Viendo este espectacular despliegue de perversidad de Satanás y sus hordas, infiltrados en el corazón y la mente de los que están en el poder religioso y en el poder político, a un pobre cristiano que ha despertado del hechizo, gracias a la Misericordia de Dios y a la ayuda de la Santísima Virgen y que se ha dado cuenta del tiempo en el que le ha tocado vivir, se pregunta ¿A dónde voy? ¿Qué puedo hacer? La respuesta es clara y corta: Al desierto.
 
En toda la tradición bíblica, el desierto tiene un doble sentido que se complementa: Uno, como lugar de elección y otro como medio de purificación, constituyendo ambos la preparación inmediata a la entrada en la Tierra Prometida, en el Reino de Dios.
 
En estos tiempos finales antes de la segunda venida de Nuestro Dios y Señor Jesucristo, nos ha tocado huir al desierto, pues así lo hizo Moises, Elías, Juan el Bautista y otros, hasta nuestro Señor Jesucristo, en la soledad del desierto nos fortalecemos interiormente para poder resistir en la batalla.
  • Mateo 24, 13-16: Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin. Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes.
  • Mateo 3, 1-3: En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judeay diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas.
  • Isaías 40, 3-5: Una voz grita: en el desierto despejad el camino de Yahvé. Enderezad en la estepa una calzada para nuestro Dios. Todo valle se alzará y toda montaña y colina se hundirá, y lo quebrado se convertirá en terreno llano y los cerros en vega. Ciertamente la gloria de Yahvé se manifestará.
  • Isaías 35, 1-2: Y el desierto se engalanará y la estepa extenderá una alfombra tupida de flores bajo los pies del cortejo triunfal, y exultará de júbilo al contemplar la gloria de nuestro Dios.
   
Naturalmente los profetas, con mirada lejana, están viendo en este pequeño grupo que vuelve del destierro la liberación final del pueblo de Dios en la Era Mesiánica. La transformación del desierto es, en ciertos pasajes apocalípticos, como el signo de la salvación final, ya que, según ellos, el Mesías aparecerá en el desierto (cf. Mt. 24, 26; Ap. 12, 6-14).
 
Clamemos en el desierto al Dios Todopoderoso para que acorte los días de la gran tribulación que ya ha comenzado, pues a día de hoy las tinieblas son muy densas y no hay quien entienda, los que parecían resistir han sucumbido a las tentaciones del adversario en el desierto, roguemos a María nos acompañe en esta solitaria travesía, nos calme con su purísima presencia y así teniendo a nuestra Madre cerca podamos arrastrar la Cruz que Cristo nos ha regalado. El rebaño está disperso en el desierto, pero llegará pronto el día en que sea reunido por su pastor, para luchar como escogidos de Dios, para proclamar la venida del Reino del Dios Vivo, del descenso de la Jerusalén celeste, donde habitaremos y reinaremos, junto al Cordero y a sus Santos.
 
Maranatha.

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