Elia Pulqueria nació en Constantinopla el 19 de enero del año 399, hija del emperador Arcadio y de Eudoxia, y nieta de Teodosio el Grande: Perdió a su madre cuando apenas contaba cinco años de edad, y cuatro despues, murió tambien Arcadio. Segun las leyes antiguas, la regencia de aquella mitad del imperio pertenecia a Honorio, que reinaba en Occidente; pero los grandes y magnates se opusieron a ello, y confiaron el gobierno supremo, en nombre de Teodosio el Joven, a Artemio, prefecto de Oriente, patricio rico, en el cual reconocian todos talento y probidad. Mientras tanto Pulqueria, desde la edad más tierna se iba haciendo notable por su distinguido ingenio y por su juicio sólido: sus discursos, sus acciones, su modestia y su piedad causaban ya la admiración de la corte en 408; y en 414 hablaba perfectamente el latín y el griego, y había estudiado con mucho aprovechamiento la historia.
Llegada a la pubertad, conoció que, bajo el pretexto de solicitar su mano, los príncipes y los grandes del imperio formarian intrigas para turbar la quietud del Estado, prevaliéndose de la corta edad e inexperiencia de Teodosio: así, pues, se decidió a renunciar para siempre al matrimonio; y queriendo que nadie tuviese la menor duda respecto de sus intenciones, hizo un voto solemne y público de virginidad en la iglesia de Constantinopla. Poco despues se apoderó de las riendas del gobierno; y Artemio, que preferia la tranquilidad pública a su engrandecimiento, dejó la regencia sin oponer el menor obstáculo. Se encargó de la educacion del joven emperador; y aunque sus cuidados no dieron por cierto todo el resultado apetecible, los historiadores convienen en que desempeñó tan difícil cargo con admirable prudencia; y que si no logró extinguir en su hermano vicios que acaso heredara de su padre, por lo menos moderó mucho sus pasiones y le hizo amar la clemencia.
Cuando Teodosio llegó a los 15 años, asoció a Pulqueria al imperio, y el senado la declaró Augusta con aplauso de todos los pueblos. Encargada del gobierno a la edad de 16 años, desplegó esta princesa tantos talentos, tanta prudencia y firmeza, que los más hábiles ministros confesaban que nadie la sobrepujaba en el arte de reinar. Ofreció un fenómeno, único que no ha vuelto a verse: «una princesa de 15 años gobernando un vasto imperio con la madurez de la más consumada experiencia» (Charles Le Beau, Historia del Bajo Imperio).
En efecto, es innegable que Pulqueria gobernó el Oriente con gloria por más de treinta años: heredó las virtudes de su abuelo el gran Teodosio: su justicia restableció el orden, su bondad ganó el afecto de los pueblos; con su firmeza supo reprimir a las facciones y prevenir las continuas revueltas de que solía ser teatro la capital del imperio. Su inmensa caridad, imitada por cada uno de los individuos de la familia imperial, llegó a desterrar de sus estados la mendicidad: protegió las letras y las ciencias y tomó una parte muy importante en la redaccion del Código Teodosiano. Lejos de mantener a su joven hermano en la ignorancia para dominarle mejor, le dio los maestros más hábiles en todas las ciencias y facultades: fue el amparo de la inocencia, alivió a los pueblos de los impuestos más onerosos: contuvo por mucho tiempo las irrupciones de los bárbaros; y en fin hizo florecer la religión católica.
Demasiado generosa para que temiese dividir con otra la influencia que ejercia sobre el ánimo de su hermano, y cuidando tambien de su felicidad doméstica, le eligió una esposa que aunque no había nacido hija de príncipes, era muy digna de ocuar un trono. La joven y bellísima Atenais, hija del filósofo ateniense Leoncio, había ido a Constantinopla y presentádose a Pulqueria con motivo de ciertos asuntos de familia, la hermana del emperador quedó admirada de su maravillosa hermosura, de sus grandes talentos, y sobre todo de la elocuencia irresistible con que exponía su causa: la creyó propia para hacer la dicha de Teodosio, y la convirtió a la religión cristiana, y la elevó al solio, después de haber adoptado el nombre de Eudoxia. Aquella unión no disminuyó en nada la influencia de Pulqueria durante algunos años; y esta princesa, que cuidaba siempre de conciliar los deberes de la piedad con las demás obligaciones impuestas a los soberanos, hizo que su hermano reuniese en Éfeso un concilio para poner remedio a las doctrinas heréticas que Nestorio extendía por sus dominios. Este heresiarca contaba en el número de sus prosélitos a muchos personajes elevados: sin embargo, el concilio mantuvo en toda su pureza el culto de la Santísima Virgen. Furiosos los nestorianos con el acuerdo de los prelados, inventaron mil calumnias y publicaron libelos infamatorios contra Pulqueria: esta princesa despreció sus injurias y se vengó de los detractores haciendo construir dos magníficos templos en honor de la Madre de Nuestro Salvador.
Algunos años después tuvo lugar la separación de Teodosio y Eudoxia, y el voluntario destierro de esta a Jerusalén: conformándonos con la opinion más generalmente admitida entre los historiadores, fueron el principio de la desgracia que experimentó sus desavenencias con Pulqueria, y que deseando entrambas dominar al emperador, la hermana venció a la esposa. La imparcialidad nos obliga a consignar en este lugar el parecer de otros escritores, según el cual, lejos de haber existido falta de inteligencia y buena armonía entre las dos princesas; ambas fueron víctimas sucesivamente de la crédula debilidad de Teodosio y de las intrigas de los cortesanos, que querían apoderarse del gobierno. Ya sabemos que los violentos celos que concibió el emperador, sin duda por las pérfidas insinuaciones de los eunucos, produjeron la desgracia de la emperatriz; veamos ahora como sucedió la momentánea caida de Pulqueria. Era el año 446: el eunuco Crisafio, favorito del emperador, se empeñó en destituir a San Flaviano del patriarcado de Constantinopla; pero Pulqueria fue un obstáculo insuperable para conseguir sus intentos: el favorito juró perderla, y aun el ejemplo de la facilidad con que el emperador se habia apartado de Eudoxia le hizo esperar que tal vez sucedería a su hermana en cuanto al gobierno material del imperio. Para hacerla decaer en el ánimo del emperador, acechaba las ocasiones el favorito: sin embargo 32 años de prosperidad y paz en el imperio, debidas a la sabiduría y las altas prendas de Pulqueria, y las dulces virtudes, la irreprensible conducta que todos admiraban en ella, no dejaban campo alguno a la calumnia ni a la intriga.
A pesar de todo, Crisafio halló un momento favorable para sus intentos. Teodosio era muy poco aficionado al despacho de los negocios; había contraído la mala costumbre de firmar, sin leerlos, cuantos decretos y órdenes le presentaban: las reprensiones que su hermana le dirigía constantemente con este motivo no pudieron corregirle; y la princesa imaginó un medio para hacerle más circunspecto. Escribió, pues, un decreto, según el cual, Teodosio abdicaba la corona; le mezcló entre los demas papeles puestos al despacho, y el emperador lo firmó sin leerle, como de costumbre; entonces Pulqueria le dio una severa lección, haciéndole conocer las imprudencias y hasta los males y desgracias a que podía exponerse y exponer al Estado con su indisculpable descuido.
Teodosio, en lugar de agradecer la importante advertencia que por su gloria e interés acababa de hacerle la princesa, se enfureció contra ella: súpolo Crisafio y adulando al emperador, le hizo presente que era ya tiempo de salir de tan vergonzosa tutela, y de imperar por sí mismo: en fin le determinó a apartar a Pulqueria de la corte y ordenar que el Patriarca la consagrase como diaconesa. San Flaviano lo puso todo en conocimiento de su protectora, la cual, prefiriendo la calma de la soledad a los honores supremos, previno su desgracia retirándose a una casa de campo, donde gozó tranquilamente las dulzuras de la vida privada. Bien pronto se advirtió la falta que hacía Pulqueria para la prosperidad del Estado: las imprudencias del emperador comenzaban ya a producir funestos resultados: los pueblos echaban de menos a la que por tantos años había procurado su felicidad con una eficacia verdaderamente maternal, y dejábanse sentir las turbulencias en la Iglesia. El emperador comprendió al fin la enorme falta que había cometido: se acusó de su ingratitud y de haberse privado tan ligeramente de los auxilios y sabios consejos de su virtuosa hermana, que, en último resultado, solo apetecía su gloria y la del imperio. La llamó, pues, a su lado; y Pulqueria, aunque se hallaba muy contenta en su retiro, interesada en el sostenimiento de la religión verdadera, y amante tierna de su hermano, se determinó a reaparecer en la corte.
Eutiquio, abad de un monasterio de Constantinopla, bajo el pretexto de combatir la herejía de los nestorianos, había abrazado un error no menos pernicioso para la fe católica; y aunque fueron condenadas sus doctrinas, apoyado en la proteccion del eunuco Crisafio, continuó en sus predicaciones. Teodosio, dirigido en todo por su insolente favorito, se declaró en favor de Eutiquio; y he aquí uno de los principales motivos que asistieron a Pulqueria para volver a la corte. Su entrada en Constantinopla fue propiamente una ovación: «Los grandes (dice un escritor), el clero y el pueblo la recibieron como una divinidad bienhechora. El emperador la demostró mucha más confianza que anteriormente: pocas palabras bastaron para desengañarle respecto de los cortesanos, que no le adulaban sino para engañarle. Fueron descubiertas las violentas exacciones y las injusticias cometidas por Crisafio; y el eunuco, despojado de sus bienes y empleos, fue entregado a la justicia». El emperador, guiándose por los consejos y la experiencia de su hermana, cicatrizó bien pronto las llagas abiertas en el seno del Estado: la religión volvió a florecer en toda su pureza: la paz y la abundancia renacieron en los pueblos, y el nombre de Pulqueria era alabado en todas partes. Pero Teodosio no gozó largo tiempo de aquella dicha, a que tampoco le hacía acreedor su carácter: murió sin sucesión en 450.
Para sostener el imperio necesitábase una persona de ánimo verdaderamente heroico: el senado, los grandes, el ejército y el pueblo proclamaron a una voz emperatriz a Pulqueria, y la colocaron en el trono de los Césares. El valor y los talentos, las virtudes y la piedad de la hermana de Teodosio la hacian en verdad merecedora del cetro; pero el gobierno de una princesa, contrario a las costumbres del imperio, podía excitar en adelante el descontento, y para evitar todo género de obstáculos sobre este punto, Pulqueria se casó con Marciano y le asoció al trono. Era Marciano de extraccion humilde, pero notable por sus talentos militares y por su probidad: había ya llegado a los 60 años de edad y su experiencia y firmeza secundaban perfectamente las prudentes y sabias miras de la emperatriz: así es que le dio con placer la púrpura y su mano, obligándole antes, sin embargo, a jurar que respetaría siempre su poder y su voto de castidad. Aquel matrimonio tuvo lugar el año 451; y Marciano justificó plenamente la elección de Pulqueria. Entrambos esposos continuaron trabajando de acuerdo para aumentar la felicidad de sus pueblos: la emperatriz murió llorada por todos sus súbditos el 18 de febrero del 453, a los 54 años de edad.
Esta princesa, que había edificado un gran número de iglesias, fundado conventos y dotado a muchas casas de beneficencia, instituyó a los pobres herederos de todos los bienes de que podía disponer: la historia la ha colocado entre los más dignos soberanos del mundo, y la iglesia griega en el número de sus santos. Un breve del papa Benedicto XIV, del 2 de febrero de 1752, autorizó a muchas comunidades religiosas para honrar tambien su memoria el día 7 de julio: sin embargo, en algunos martirologios se hace mencion de santa Pulqueria el dia 10 de septiembre. El jesuita Archangelo Contuccio de Cotucci publicó su Vida, Roma, 1754: tambien se encuentra en la Coleccion de las vidas de los Santos; y puede cualquiera adquirir más pormenores acerca de esta emperatriz en las Memorias de Louis-Sebastien de Tillemont, en la Historia de la decadencia del imperio, etc.
VICENTE DÍEZ CANSECO. Diccionario biográfico universal de mujeres célebres, tomo III. Madrid, imprenta de D. José Félix Palacios, 1845
ORACIÓN
Oh Dios, que quisiste adornar a tu virgen Santa Pulqueria con la singular prerrogativa de la castidad, y le diste para la defensa de tu Iglesia un sumo amor a la Fe, concédenos por su intercesión que, adheridos a Ti con pureza de alma, seamos misericordiosamente liberados de toda insidia del adversario. Por J. C. N. S. Amén.
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