jueves, 31 de julio de 2025

«ME GUSTA LA MISA INTERINA» (MADRE DE BOB PRÉVOST).

Noticia tomada de GLORIA NEWS. Comentario propio.
  

El reverendo Paul Hedman, presbítero de la archidiócesis de San Pablo y Mineápolis (“instalado” en 2020), ha publicado hoy en X un fragmento de un periódico de 1964 sobre la Sra. Louis Prévost (Inés Mildred “Millie” Martínez Baquié/Baquiex), madre de León XIV.
   
El periódico escribió:
«“Me gusta la idea de participar en la misa”, dijo la Sra. Louis Prévost, del 212 de la calle 141 Este, también comulgante de [la parroquia de] Santa María. “Creo que la gente entenderá mejor la misa ahora, en cuanto se acostumbre a los cambios”, dijo.
    
Su marido ha participado en los oficios como comentarista y lector, y su hijo, Louis Jr., de 13 años, es monaguillo. Todas las misas diarias siguen siendo en latín, dijo, por lo que su hijo debe aprender los cambios en inglés para asistir al sacerdote los domingos».
COMENTARIO: La madre de “Bob” se refería entonces a la “Misa Interina” de 1965, que fue usada por el arzobispo Marcel Lefebvre en su seminario de Écône antes de fundar la FSSPX, y es conservada actualmente en la abadía de Le Barroux (Francia).

PRÉVOST RELATIVIZA OTRO MILAGRO


Un mes después de negar el Milagro de la Multiplicación de los panes, León XIV Riggitano-Prévost habló en la audiencia general de ayer 30 de Julio sobre el hombre de Marcos 7 que no puede hablar ni oír, cerrando así un ciclo catequético sobre el ministerio de Jesús.

Veamos el pasaje bíblico antes de proseguir (traducción de Mons. Félix Torres Amat):
«Dejando Jesús otra vez los confines de Tiro, se fue por los de Sidón hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de Decápolis. Y presentáronle un hombre sordo y mudo, suplicándole que pusiese sobre él su mano para curarle. Y apartándole Jesús del bullicio de la gente, le metió los dedos en las orejas, y con la saliva le tocó la lengua; y alzando los ojos al cielo, arrojó un suspiro, y dijole: “Effetá”, que quiere decir “abríos”. Y al momento se le abrieron los oidos, y se le soltó el impedimento de la lengua, y hablaba claramente. Y mandóles que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto mas se lo mandaba, con tanto mayor empeño lo publicaban; y tanto mas crecia su admiracion, y decian: “Todo lo ha hecho bien: Él ha hecho oír a los sordos, y hablar a los mudos”».
Jesús cura al sordo y tartamudo (Domenico Maggiotto, colección privada).

El pasaje (que muestra el cumplimiento profético de Isaías 36, 4-6) es fácil de entender, aunque hay que anotar que aquí “mudo” (que es como lo traduce San Jerónimo en la Vulgáta) se entiende tartamudo, como se ve tanto por el contexto del pasaje como por el uso en el original griego de la palabra μογιλάλον (mogilalon), que significa “dificultad para hablar” (cf. Manuel de Tuya Solar, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1964, pág. 683). El punto, sin embargo, es que este pasaje muestra que Nuestro Señor Jesucristo sanó tan perfectamente a este hombre, que la gente no puede menos que alabar Su poder y dar testimonio. Pero como todos los milagros, no estaban tanto para mejorar la vida presente (que igual, un día deberá terminar), sino para introducir a los pecadores a las cosas espirituales y las verdades sobrenaturales, mostrándoles el camino a la Vida Eterna:
«…Cuando Cristo abrió los oídos y desató la lengua del cuerpo, Él abrió también abrió los oídos y la lengua del alma, para que puedan oír Su inspiración y creer que Él era el Mesías, y para que pudieran hablar y obtener de Él el perdón de sus pecados» [P. CORNELIO ALÁPIDE SJ, Gran comentario, tomo III, 5.ª ed., (Thomas W. Mossman B. Art., traductor). Edimburgo, Imprenta de John Grant, 1908, pág. 409).
Y en tal sentido es que en el Ritual Romano tradicional, título II, cap. II (Ordo del Bautismo de párvulos) y IV (Ordo del Bautismo de adultos), durante el exorcismo bautismal y antes del interrogatorio, está el rito del Effetá, que se realiza de la siguiente manera:
«El sacerdote, mojando el dedo pulgar en su propia saliva, toca las orejas y la nariz del elegido (a cada uno en singular); tocando la oreja derecha e izquierda, dice:
Éphphetha, quod est, Adapérire (Effetá, esto es, abríos).
   
Después toca la nariz, diciendo:
In odórem suavitátis. Tu áttem effugáre, diábole; appropinquábit enim judícium Dei (En olor de suavidad. Y tú, diablo, huye; porque el juicio de Dios está cerca)».
Y si bien fue privado de su naturaleza exorcística y es opcional en el Bautismo de niños (y so pretexto de la plandemia, lo abandonaron) y en el Ordo de Iniciación Cristiana para adultos*, las versiones modernistas del Sacramento del Bautismo que fueron creadas por Balthasar Fischer Thomas († 2001), miembro del Cœtus XXII, el grupo encargado por el Consílium tras el Vaticano II para reformar los “Sacramentos de Iniciación Cristiana”, este rito toma la siguiente forma:
  • ORDO DEL BAUTISMO DE NIÑOS (Edición de 1976): «Si al celebrante le parece oportuno, puede añadir el rito del “effetá” de la forma siguiente: tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca del niño, dice: Dóminus Jesus qui surdos fecit audíre et mutos lóqui, det tibi ut mox possis áuribus accípere verbum ejus et profitéri fidem in láudem et glóriam Dei Patris (El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre)».
  • ORDO DE INICIACIÓN CRISTIANA PARA ADULTOS (Edición de 1972): «Luego el celebrante, tocando la oreja derecha y la izquierda de cada uno de los elegidos, y también los labios cerrados, dice: Ephphéta, quod est adapérire, ut profiteáris fidem, quam audísti, in láudem et glóriam Dei (Effetá, esto es, abríos, para que te aproveche la fe, que has oído, para alabanza y gloria de Dios)».
  
Nada de esto fue aludido por Riggitano-Prévost en su audiencia general, sino que, al igual que hacía su infausto antecesor inmediato Francisco Bergoglio con sus insufribles homilías diarias de la Casa Santa Marta, tergiversa el pasaje haciéndolo ajustar a su ideología, y haciendo insinuar que el hombre había elegido su enfermedad:
«Vivimos en una sociedad que se está enfermando a causa de una “bulimia” de conexiones en las redes sociales: estamos hiperconectados, bombardeados por imágenes, a veces incluso falsas o distorsionadas. Somos arrollados por múltiples mensajes que suscitan en nosotros una tormenta de emociones contradictorias.

En este escenario, es posible que surja en nosotros el deseo de apagar todo. Podemos llegar a preferir no sentir nada. Nuestras palabras también corren el riesgo de ser malinterpretadas, y podemos sentir la tentación de encerrarnos en el silencio, en una incomunicación en la que, por muy cercanos que estemos, ya no somos capaces de decirnos las cosas más simples y profundas.

A este respecto, me gustaría detenerme hoy en un texto del Evangelio de Marcos que nos presenta a un hombre que no habla ni oye (cf. Mc 7, 31-37). Precisamente como nos podría pasar a nosotros hoy, este hombre quizá decidió no hablar más porque no se sentía comprendido, y apagar toda voz porque se sentía decepcionado y herido por lo que había oído. De hecho, no es él quien acude a Jesús para ser sanado, sino que lo llevan otras personas. Se podría pensar que quienes lo conducen al Maestro son los que están preocupados por su aislamiento. Sin embargo, la comunidad cristiana ha visto en estas personas también la imagen de la Iglesia, que acompaña a cada ser humano hasta Jesús para que escuche su palabra. El episodio tiene lugar en un territorio pagano, por lo que nos encontramos en un contexto en el que otras voces tienden a cubrir la voz de Dios.

El comportamiento de Jesús puede parecer extraño al principio, porque toma consigo a esta persona y la lleva aparte (v. 33a). Parece así acentuar su aislamiento; pero, mirándolo bien, este gesto nos ayuda a comprender lo que se esconde detrás del silencio y la cerrazón de este hombre, como si hubiera captado su necesidad de intimidad y cercanía.

Jesús le ofrece ante todo una proximidad silenciosa, a través de gestos que hablan de un encuentro profundo: toca los oídos y la lengua de este hombre (cf. v. 33b). Jesús no usa muchas palabras, dice lo único que es necesario en este momento: “¡Ábrete!” (v. 34). Marcos reproduce la palabra en arameo, “efatà”, casi para hacernos sentir “en vivo” el sonido y el soplo. Esta palabra, sencilla y hermosa, contiene la invitación que Jesús dirige a este hombre que ha dejado de escuchar y de hablar. Es como si Jesús le dijera: “¡Ábrete a este mundo que te asusta! ¡Ábrete a las relaciones que te han decepcionado! ¡Ábrete a la vida que has renunciado a afrontar!”. Cerrarse, de hecho, nunca es una solución.

Después del encuentro con Jesús, esa persona no solo vuelve a hablar, sino que lo hace “normalmente” (v. 35). Este adverbio insertado por el evangelista parece querer decirnos algo más sobre los motivos de su silencio. Quizás este hombre dejó de hablar porque le parecía que decía las cosas mal, quizás no se sentía adecuado. Todos experimentamos que se nos malinterpreta y que no nos sentimos comprendidos. Todos necesitamos pedirle al Señor que sane nuestra forma de comunicarnos, no solo para ser más eficaces, sino también para evitar herir a los demás con nuestras palabras.

Volver a hablar “normalmente” es el comienzo de un camino, no es todavía el punto de llegada. De hecho, Jesús prohíbe a ese hombre contar lo que le ha sucedido (cf. v. 36). Para conocer verdaderamente a Jesús hay que recorrer un camino, hay que estar con Él y atravesar también su Pasión. Cuando lo hayamos visto humillado y sufriendo, cuando experimentemos el poder salvífico de su Cruz, entonces podremos decir que lo hemos conocido verdaderamente. No hay atajos para convertirse en discípulos de Jesús» [ANTIPAPA LEÓN XIV RIGGITANO-PRÉVOST, Audiencia general, 30 de Julio de 2025. Subrayado fuera del texto].
Obsérvese que Riggitano-Prévost no utiliza las fuentes de la revelación y la enseñanza de la Iglesia para arrojar luz sobre el pasaje en cuestión, sino que lo aborda teniendo en mente sus propios puntos de vista e “interpreta” el texto de acuerdo con ellos.

No hay ni un solo indicio en el texto de que, de alguna manera, el hombre necesitado de curación hubiera decidido no hablar más; sin embargo, Riggitano-Prévost asume que fue así durante toda su catequesis. El aislamiento que menciona también parece artificial. No se puede descartar que el pobre hombre estuviera aislado, por supuesto, pero el texto simplemente dice que la gente lo llevó a Cristo. La razón podría ser simplemente que no había oído hablar de Cristo o no era consciente de su presencia en su lugar. (Después de todo, era sordo).

Además, es obvio que con el uso de la expresión effetá (Ἐφφαθά, transliteración griega del arameo אֶתְפְּתַח, imperativo de פְּתַח/fatáj, que significa «sé abierto»), Cristo ordenó que los oídos del hombre se abrieran y que su lengua se soltara; no se trataba de una «invitación» a escuchar y hablar de nuevo, como si Nuestro Señor hubiera «empujado» al sordomudo a decidirse a usar de nuevo sus facultades de oír y hablar correctamente. Si fuera así, psicólogos como Jordan Bernt Peterson Ponath, Farid Arturo Dieck Kattás “Farid Dieck”, Carlos José Suárez Oviedo “El Turner”, o Pablo Henrique Costa Marçal podían también hacerlo.

Su explicación de la curación milagrosa de Cristo al sordomudo es completamente horizontal, centrándose únicamente en la vida natural de este mundo; y la palabra «milagro» está completamente ausente. Aunque al final de su discurso menciona brevemente la Pasión de Cristo, su Cruz y la salvación, estas parecen más bien una ocurrencia tardía, la cinta bonita para adornar el paquete bomba, y, desde luego, no constituyen la principal preocupación de Riggitano-Prévost.

Aun con toda su apostasía desplegada durante toda su vida, “Bob” Riggitano-Prévost, recordemos, nació en un hogar católico y fue bautizado con el rito católico. Dentro de ese bautismo acaecido en la antigua iglesia de Santa María de la Asunción en la calle 137, en el sur de Chicago, recibió el rito del effetá que aludimos arriba. Riggitano-Prévost pudo en esta oportunidad que tuvo ayer hablar la Verdad, pero eligió no hacerlo.
  
CUESTIÓN ÚNICA
* Fischer, discípulo de Andreas Jungmann SJ y que estudió en la abadía de Santa María en el Lago (centro del Movimiento Litúrgico en Alemania) dirigida por Ildefonso Pedro Herwegen OSB, en su artículo “De initiatione christiana adultorum”, en Notítiæ 26 (1967), pág. 68; Ephemérides Litúrgicæ 81 (1967), pág. 157, explica que el effetá se conservó ad líbitum
«propter traditionálem valórem et intrínsecam significatiónem. Rátio cur venerabilis ritus Ephphéta non obligatórie retineátur est hæc. Dempta salíva (cujus usus ubíque terrárum intolerábilis esse vidétur) nil áliud est quam unus ex multis rítibus exorcísticis. Ubi retinétur, loco nárium secúndum antiquiórem usum signétur mutáta fórmula —os cláusis lábiis—» [por su valor tradicional y significado intrínseco. La razón por la cual el venerable rito del Effetá no se conserva obligatoriamente es la siguiente: La extracción de la saliva (cuyo uso parece ser intolerable en todos los lugares del mundo) no es otra cosa más que uno de los muchos ritos de exorcismo. Donde se conserve, sígnese en lugar de las fosas nasales, según la costumbre más antigua, los labios cerrados, con la fórmula modificada].

ENCÍCLICA “Vicéssimo quínto anno”, TESTAMENTO ESPIRITUAL DE LEÓN XIII

Aunque esta Encíclica no sea literalmente la última de León XIII (lo fue “Dum multa tristítia”, del 24 de Diciembre de 1902, la cual dirigió a los obispos del Ecuador en ocasión de la ley de divorcio promulgada bajo el masón Eloy Alfaro), “Vicéssmo quínto anno” (publicada en Acta Sanctæ Sedis 34 (1901-1902), págs. 413-432) constituye una especie de Testamento espiritual y resumen de la acción del Papa que abarca muy variados puntos de doctrina desde la unión de todos en ia Iglesia y las persecuciones que sufre hasta los principios modernos disolventes de la vida social, civil, moral y religiosa, las relaciones entre la Iglesia y el Estado, la libertad y ciencia; habla sobre la masonería como también la organización social y política, sobre la vida internacional de los pueblos, guerra y paz, la victoria final del cristianismo y los deberes de los católicos. La Iglesia, “blanco de contradicción’’ en el mundo de hoy podría ser su tema.
   
ENCÍCLICA “Vicéssimo quínto anno”
   

LEÓN, POR LA PROVIDENCIA DE DIOS PAPA XIII, A TODOS LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS Y DEMÁS ORDINARIOS EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica
  
I. ACCIÓN DE GRACIAS POR EL LARGO PONTIFICADO Y ALEGRÍA DE LA UNIDAD
    
1. Agradecimiento a Dios por el Ponficado.
Llegados al vigésimo quinto aniversario de Nuestro ministerio apostólico y maravillados realmente por el camino que hemos podido recorrer a través de arduas e incesantes preocupaciones, Nos sentimos, naturalmente, impulsados a elevar Nuestro pensamiento a Dios tres veces bendito quien, entre otras mercedes, quiso concedernos también la de una duración del Pontificado que casi no tiene parangón en la Historia; al Padre de todos que tiene en sus manos el secreto de la vida suba, por tanto, desde el fondo de Nuestro corazón el himno de alabanza. Verdad es que ningún ojo m ortal puede penetrar completamente los designios divinos que son la causa de una existencia inesperadamente larga; no podemos sino adorarlos en silencio; una cosa, empero, sabemos: si el Padre eterno se complació y aun se complace en conservarnos la vida, pesa sobre Nos el altísimo deber de vivir para bien y provecho de su inmaculada esposa, la Iglesia, y de consagrarle, sin temer desvelos y sudores, el último resto de Nuestras fuerzas.
  
2. Unión de los Obispos con el Papa en medio de los ataques enemigos.
Después de haber depositado a los pies de nuestro Padre celestial, a quien sea la gloria y el honor por los siglos de los siglos (1.ª Tim. 1, 17), Nuestro deber de gratitud, Nos complacemos en dirigir Nuestro pensamiento y Nuestra palabra también a vosotros a quienes llam ara el Espíritu Santo a guiar porciones selectas de la grey de Jesucristo, y que participáis con Nos en todas las luchas y cuidados, todas las pesadumbres y gozos del ministerio pastoral. Jamás olvidaremos las múltiples y gloriosas pruebas de vues- tra fidelísima obediencia que nos habéis brindado en todo el transcurso de Nuestro Pontificado y que en santa emulación habéis reiterado en la presente ocasión. Si Nos ya estamos estrecha- mente unidos a vosotros por Nuestro deber ministerial y por Nuestro paternal amor, nos conmueven aun más íntimamente las demostraciones de vuestra veneración manifestada no sólo hacia Nuestra persona sino especialmente ofrendada, como expresión de vuestra filial adhesión, a la Santa Sede, centro y eje de todas las sedes del mundo católico. Si alguna vez hubo necesidad de que todas las clases y rangos de la Iglesia se estrecharan en apasionado abrazo de am or mutuo, teniendo los mismos sentimientos y anhelos para form ar un solo corazón y una sola alma, es precisamente en los días que corren. ¿Habrá quien se llame a engaño respecto de la gran conjuración de las fuerzas del mal que amenazan derribar  y despedazar la obra de Cristo; que con  terrible tenacidad tratan de aventar en  el campo espiritual el tesoro de las divinas enseñanzas y procuran destruir en el campo social las más sagradas y saludables instituciones del cristianismo.
   
Pero vosotros os encontráis diariamente con estos problemas; más de una  vez, nos habéis comunicado vuestras preocupaciones y angustias al respecto, vuestras quejas por la marejada de prejuicios, falsas doctrinas y herejías que  impunemente se apoderan de las muchedumbres. ¡Cuántos lazos falaces se  tienden por doquiera a las almas fieles! ¡Con cuántos obstáculos se trata diariamente de impedir y dilacerar la obra beneficiosa de la Iglesia! Y para añadir la burla al daño se recrimina a la Iglesia misma que sea incapaz de  recuperar su antiguo vigor ni pueda dominar las desenfrenadas y turbulentas pasiones que amenazan desembocar en un horrendo cataclismo.
  
II. LA LUCHA PERPETUA CONTRA LA IGLESIA
   
3. La lucha religiosa es, por su gravedad, un tema obligado.
Nos os hablaríamos gustosos, Venerables Hermanos, sobre un tema más grato, más apropiado al fausto acontecimiento que  nos invita dirigiros la palabra; mas no podemos, tanto por la grave opresión que sufre la Iglesia y que reclama un pronto remedio cuanto por la situación de la sociedad actual que ha abandonado la grandeza de las tradiciones cristianas y que, por ello, ya está sumiéndose en la miseria moral y material y encaminándose hacia un porvenir aun más lóbrego; pues, es una ley de la Providencia, que la Historia confirma, que no se pueden transgredir los principios de la fe sin conmover los cimientos del progreso social beneficioso. Para robustecer, alentar y llenar de confianza los ánimos en esta situación,  conviene enfocar la lucha que arde en el mundo para mal de la Iglesia, señalando el origen de esa contienda, sus causas, sus variadas formas y sus funestas consecuencias, para indicar luego los remedios. Nos, por tanto, repetiremos lo que ya hemos dicho en anteriores oportunidades. ¡Ojalá resuene Nuestra voz en todos los ámbitos no sólo entre los hijos adictos a la unidad  católica sino también entre los que están de nosotros separados y aun entre aquellos infelices que no creen, por  cuanto todos son hijos del mismo Padre, todos, llamados a poseer finalmen- te el sumo bien! ¡Ojalá resuene como última voluntad Nuestra que Nos, colocados en el um bral de la eternidad, queremos manifestar a los pueblos, estimulando en todos la esperanza de que alcancen la salvación!
  
4. La Iglesia siempre ha sufrido persecuciones conforme a la profecía de Cristo.
La Iglesia Santa de Cristo, en  todos los tiempos, tuvo que sostener combates, sufrir persecuciones por la verdad y la justicia. Instituida por Él mismo para propagar el reino de Dios en el mundo y para conducir a la humanidad, mediante la luminosa ley del mensaje salvífico, a su destino sobrenatural y a la consecución de bienes inmortales que Dios nos ha prometido, pero que sobrepasan nuestras fuerzas, tuvo necesariamente que chocar con las bajas pasiones que se arrastraban por los fondos de una antigüedad decadente y perversa: con el orgullo, la concupiscencia, el desenfrenado afecto a los bienes terrenales, los vicios y perversidades, que de ellos nacen y que encontraban en la Iglesia siempre su más fuerte obstáculo.
    
La realidad de esas persecuciones no debe sorprendernos, por cuanto nuestro divino Maestro mismo nos las ha anunciado, y sabemos que ellas no se extinguirán hasta el fin de los siglos, pues, ¿qué dijo a sus discípulos al encomendarles la misión de llevar el tesoro de su doctrina a todas las naciones? Nadie ignora que dijo: «Os perseguirán de ciudad en ciudad; seréis odiados y aborrecidos por mi nombre; os llevarán a los tribunales y os condenarán a las penas más infames» (Cf. Matth. 23, 31; 10, 23; 22, 17; Marc. 13, 13; Luc. 21, 17) y para alentarlos para el tiempo de visitación, Él se señaló a Sí mismo como ejemplo: «Si mundus vos odit, scitóte quía me priórem vobis ódio hábuit», si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a Mí primero que a vosotros» (Joann. 15, 18). Estas son las alegrías, éste el premio que nos está prometido acá abajo.
  
5. Incomprensible la persecución de que se ha hecho objeto a Jesús.
Al reflexionar recta y razonablemente sobre estas cosas nos resulta imposible explicar el motivo de ese odio. ¿A quién habría ofendido jamás el divino Redentor? ¿A qué leyes faltó? Impulsado por su inmenso amor descendió del cielo a los hombres, nos entregó una doctrina pura y consoladora, muy apropiada, por su mensaje de paz y amor, a convertir en hermanos a todos los hombres; no buscó grandeza terrenal ni honores; a nadie arrebató su derecho; en cambio, se mostró lleno del mayor amor para con los débiles, enfermos, pobres, pecadores y oprimidos; toda su vida no era sino un caminar entre los hombres para sembrar con manos generosas los beneficios en sus corazones. Debemos, pues, conceder que no era sino el exceso de iniquidad humana el que las causó, tanto más lamentable e injusto cuanto el Señor, pese a toda su  bondad, llegó realmente a ser, según el vaticinio de Simeón, la piedra de escándalo, el blanco de contradicción: «signum cui contradicétur» (Luc. 2, 31).
  
6. La victoria sobre las persecuciones de antaño y hogaño.
¿Será de extrañar que la Iglesia Católica, la continuadora de la misión divina y la cuidadora indefectible de sus verdades sufra la misma suerte? El mundo permanece siempre igual. Al lado de los hijos de Dios se hallan siempre los secuaces de aquel gran enemigo del género humano que, rebelde desde el principio, es designado príncipe de este mundo por la Sagrada Escritura (Joann. 12, 31; 14, 30: 16, 11). Y por eso, el mundo, lleno de ilegítima independencia, se infla de desmedido orgullo frente a la Ley y a Aquel que la anunció en el nombre de Dios. ¡Ay! ¡Cuántas veces se congregaron, con saña inaudita y con impertinente injusticia, los enemigos en aun más tormentosas épocas del pasado, a fin de realizar la empresa insensata de aniquilar la obra de Dios, para mal abierto de toda la organización social de los hombres, pasando, en caso de fracaso, de un género de persecución a otro para lograr su fin.
   
El Imperio Romano empleaba por tres largos siglos todos los medios de su poderío material, sembrando todas sus provincias de mártires y regando con su sangre cada pulgada de este sagrado suelo de Roma; y en unión con el estado, ora solapada, ora descaradamente, trataba la herejía con sus argucias e insidias, por lo menos, de desbrozar la concordia y la unidad de ella.
   
Apenas librada de esas calamidades, se abalanzaron sobre ella, como un torrente devastador del Norte, las hordas de los bárbaros y luego del Sur el Islam, dejando tras sí ruinas y páramos.
   
Así se agitaba siglo tras siglo la triste herencia de odio contra la esposa de Cristo, siguiendo luego la exageración del poder civil, el cesarismo, que lleno de suspicacia y afán de un mayor poder, henchido de envidia por la grandeza de la Iglesia la cual pese a todo, se incrementaba continuamente, lanzó sus ataques contra ella para conculcar su libertad y arrebatarle sus derechos. Nos sangra el corazón al verla retorcerse en su angustia e indecibles dolores.
   
A pesar de ello, venció todos los obstáculos, todas las fuerzas contrarias, todas las opresiones; a pesar de todo, extendió siempre más sus pacíficos tabernáculos, y salvó el legado precioso de las artes, de la Historia, de las ciencias y de la Literatura; pese a todo, introdujo en el corazón de la vida societaria de los hombres el espíritu del Evangelio, formando, precisamente con ello, aquellas costumbres y aquella civilización que se llaman cristianas; comunicó a los pueblos que aceptaban su benéfico influjo, la justicia de las leyes, la mansedumbre de la conducta, la protección de los débiles, la caridad para con los pobres y desgraciados, el respeto universal del derecho y del honor; y como consecuencia de ello, en cuanto, en medio del torbellino humano fuese posible, aquella vida social pací-fica que nace de la mejor armonía entre la libertad y la justicia.
   
7. La “Reforma” del siglo XVI y sus consecuencias.
A pesar de estas pruebas tan claras, continuas y nobles de  su valor interno, vemos a la Iglesia, no menos en los tiempos modernos que en la Edad Media y en la Antigüedad envuelta en luchas, en cierto sentido aun más implacables y penosas que antaño. A propósito de una serie de bien conocidas causas históricas, la llamada “Reforma” del siglo XVI levantó la bandera de la rebelión, tratando de herir a la  Iglesia en pleno corazón, al combatir rabiosamente el Papado. Destrozó el vínculo de la anterior unidad de jurisdicción y de fe que había congregado bajo sus alas maternales a los pueblos, constituidos en una sola grey la que no pocas veces había duplicado sus fuerzas, su aprecio y su honor por la armonía de sus esfuerzos y fines. La “Reforma” inyectó en las filas de los fieles una discordia lamentable y perniciosa. No queremos afirmar con ello que ese movimiento intentaba eliminar, desde el principio, el imperio de las verdades sobrenaturales; pero al rechazar, por un lado, la preeminencia de la Sede Romana que es la causa efectiva y conservadora de la unidad, y al introducir, por otro, el principio de la libre interpretación, sacudió a fondo la construcción del divino edificio, abriendo el camino de innumerables cambios, dudas y negaciones, aun en cuestiones de suma transcendencia, en una medida que superó en mucho la previsión de los novadores.
   
8. Los ataques de las herejías del siglo XVIII.
De este modo, quedó abierta la brecha, sobre todo al añadírsele la falsa ciencia del siglo XVIII, tan pagada de sí misma como burlona, que sobrepujó la “Reforma”, convirtiendo en el  blanco de su escarnio los libros de la  Sagrada Escritura y rechazando de plano todas las verdades reveladas, con el fin de extinguir en la conciencia de los  pueblos todo vestigio de la fe y toda huella de espíritu cristiano.
  
De estas fuentes brotaron las doctrinas del racionalismo y panteísmo, del naturalismo y materialismo que con apariencias de novedad resucitaron antiguas herejías las que habían sido refutadas victoriosamente por los Padres y apologistas de los tiempos del cristianismo primitivo. Así se engaña el orgullo del tiempo moderno que no quiere tener en cuenta sino a sí mismo, negando, igual que el paganismo, las cualidades del alma y su destino inmortal que la distingue.
  
9. Ataques modernos más universales y decisivos.
La guerra que se mueve a la Iglesia se vuelve hoy día más decisiva que en el pasado no sólo en cuanto a su violencia, sino especialmente por la amplitud del ataque, pues, la incredulidad moderna no se limita a la  duda o la negación de estas o aquellas verdades de fe, sino que combate más bien la totalidad de los principios consagrados por la Revelación e insinuados  por la recta razón, como son por ejemplo aquellas doctrinas santas y fundamentales que ilustran al hombre sobre el último fin de su existencia, que lo obligan a cumplir sus obligaciones, que le inspiran valor y seguridad, le prometen justicia invariable y felicidad perfecta más allá de la tumba, y, de consiguiente, le impulsan a subordinar el tiempo a la eternidad y la tierra al Cielo. Y, ¿qué le dan en cambio por estas enseñanzas que le quitan y por el incomparable fortalecimiento que le proporciona la fe? Una terrible inclinación a la duda que hiela los corazones y ahoga toda aspiración elevada del espíritu.
   
10. Los principios disolventes en la vida social y práctica.
Estas doctrinas perniciosas, desgraciadamente, saliendo del campo de las ideas, se abrieron paso, como sabéis, Venerables Hermanos, a la vida diaria y a las organizaciones de la sociedad. Grandes y poderosos Estados los llevan continuamente a la práctica y creen propulsar, de este modo, el progreso de la cultura general; ellos se sienten desligados del deber de honrar públicamente a Dios, como si los poderes públicos no debían reconocer y fomentar los mejores principios de la vida moral; y no pocas veces sucede que se glorían de su completa indiferencia con respecto a todas las religiones, combatiendo, sin embargo, la única verdadera.
    
III. LAS CONSECUENCIAS DE ESTOS PRINCIPIOS PARA LA FAMILIA Y EL ESTADO
    
11. El ateísmo y la impiedad socavarán todo orden moral y social.
Este impío orden de vida debió traer y trajo consigo, necesariamente, una profunda destrucción del orden social, a la fe es la base principal de la justicia y de la honorabilidad, como ya supieron los sabios más célebres de la antigüedad.  Cuando se rompen los vínculos que  atan al hombre a Dios que es el legis- lador y juez supremo y universal, no  queda sino la apariencia de una moral meramente profana, o como ellos dicen, de una moral independiente que  hace caso omiso de la Razón eterna y de los preceptos divinos y que, por eso, lleva inexorablemente a la última y más desastrosa consecuencia, que consiste en la conversión del hombre en norma para si mismo. Incapaz ya de elevarse a los bienes sobrenaturales en alas de la esperanza cristiana, sólo buscará pastos terrenales en que pueda hartar el hambre de todos los goces y comodidades de la vida, y se aumentará la sed de placeres, el afán de riquezas, el  deseo de rápido y excesivo lucro sin atender las reclamaciones de la justicia, se consumirá en ambición y en fiebre de satisfacerla aunque sea mediante el atropello del derecho, y finalmente, llegará al desprecio de las leyes y de la autoridad pública para desembocar en una licencia general de costumbres que traerá consigo un verdadero descalabro de la civilización.
 
12. Fatales consecuencias para la familia.
¿Exageramos, por ventura, las funestas consecuencias? No, pues, los hechos que se presentan a Nuestros ojos comprueban demasiado elocuentemente Nuestras deducciones, poniéndose de  manifiesto que los cimientos de la sociedad humana cederán si no se pone pronto remedio a la situación, por cuanto se están desquiciando los supremos principios del derecho y de la moralidad imperecedera.
   
En todos los miembros del organismo social se harán sentir las torturantes consecuencias, comenzando por la familia, pues, el Estado laico, sin atender a los límites de sus derechos y al fin esencial que tiene cada cosa, intervino con su acción para profanar el vínculo matrimonial, despojándolo de su carácter religioso, irrumpió con suma violencia en su derecho primario a la educación de los hijos, destruyó a menudo la indisolubilidad del matrimonio permitiendo legalmente el nefasto divorcio. No hay quien no vea qué frutos produce esta manera de proceder: con rapidez increíble aumentaron los casos de  matrimonios que no se basaban sino en perversas pasiones y que, por ello, ya se separaban después de breve tiempo o degeneraban en penosos litigios o terminaban en vergonzosos adulterios. No  queremos hablar aquí de los niños inocentes que sufren por la despreocupación de los padres o que se pervierten por el mal ejemplo de ellos o por el veneno que el Estado oficialmente laico les proporciona.
   
13. Daño para la sociedad y el Estado.
La familia y el orden social y estatal van de la mano; los perjuicios que padece la famila originan daños en la sociedad y el Estado, especialmente hoy día, a causa de las nuevas doctrinas aue trastornan el concepto jurídico del poder civil de tal modo que aun falsifican su origen. En efecto, si se supone que la soberanía del poder nace del acuerdo de las masas y no de Dios,  príncipe supremo y eterno, origen de todo poder, pierde junto con la apreciación de los súbditos su carácter más sublime, y degenera del todo, llegando a ser una soberanía artificial que descansa sobre bases tan endebles y variables como la voluntad del hombre. Y, ¿no se ven las consecuencias de ello también en las leyes de los Estados? Demasiadas veces no son el producto de la “razón escrita” sino de la arbitrariedad del número y de la prepotencia de un partido político. Por eso mismo, se halaga a las concupiscencias desenfrenadas de las masas, se sueltan las riendas a las pasiones populares aunque perturben la laboriosa tranquilidad de los ciudadanos, a no ser que después, en casos extremos, se las suprima a mano armada y sangrienta.
  
14. Trastornos en las relaciones internacionales y la paz.
El desprecio de la influencia cristiana, la cual dispone de fuerzas para hermanar a los pueblos y unirlos en una como familia, llevó en el orden internacional, poco a poco, a un estado de egoísmo y de celos en que los pueblos sólo se miran con sentimientos de odio, si no con la desconfianza de rivales. De allí que en sus empresas recurran a las tentativas secretas de hacer olvidar los altos conceptos de moral y justicia y el amparo de los débiles y oprimidos, con el solo propósito de aumentar hasta límites inconcebibles la riqueza de su nación, no preocupándose sino del éxito y provecho y de la fortuna de los hechos consumados, sintiéndose completamente seguros de que nadie los obligará a respetar el derecho. Tristes pruebas son éstas de que la fuerza bruta se ha convertido en suprema ley del mundo; por  eso, los preparativos guerreros, el armamentismo progresivo y desenfrenado, o aquella paz armada que ha de equipararse en muchos aspectos a las más funestas consecuencias de una guerra.
   
15. Fomento de desorden y perturbación en el pueblo.
Esta aberración  moral lamentable constituyó un germen de intranquilidad en el organismo po-pular, germen de aflicción y de amargura enconada; de allí nacieron las  continuas intrigas y perturbaciones del orden, preludio de tormentas aun más recias. La situación de miseria de tantas capas populares debe mejorarse y  elevarse; pero, actualmente, sirve a maravilla los obscuros propósitos de astutos agentes, especialmente del partido socialista que hacen al pueblo locas  promesas para acercarse, de este modo, a la ejecución de sus criminales planes.
    
16. El anarquismo.
El que se coloca en una pendiente, se deslizará, finalmente, por ella al abismo; de la misma manera, sus principios ya los han arrastrado a una verdadera conjuración de inauditos crímenes, cuyos primeros intentos han llenado a todos de horror. Bien organizados, ligados entre sí internacionalmente, ya se sienten capaces de levantar su mano criminal por doquiera, sin tener obstáculo alguno ni arredrarse ante ningún delito. Sus secuaces han roto todos los puentes con  la ética, las leyes, la fe, y la moral; llamándose a sí mismos ácratas y anarquistas los cuales se proponen, con todos los medios que les aconseja su ciega pasión, desquiciar el orden social.
    
Y por cuanto este orden recibe su unidad y vigor del soberano que gobierna, dirigen todos sus ataques principalmente contra él. ¿A quién no sobrecoge el horror, la pena y la indignación al ver cómo en el lapso de pocos años se atacaron y asesinaron a emperadores y emperatrices, reyes y presidentes de poderosas repúblicas, y sólo porque estaban investidos del soberano poder?
    
IV. REMEDIOS INSUFICIENTES: LIBERTAD, HUMANISMO Y CIENCIA
    
17. Males que nacen de una libertad ilimitada.
En vista de un cúmulo tan grande de males que nos agobian y de peligros que nos amenazan, es Nuestro  deber exhortar y conjurar nuevamente a todos los hombres de buena voluntad, y en especial a los que aspiran a cosas más elevadas, a reflexionar sobre los remedios más apropiados y a aplicarlos con rapidez y previsión. Ante todo es menester conocer el género de ellos y examinar su valor. Oímos ensalzar hasta las nubes los grandes beneficios de la libertad, elogiarlos como remedios eficacísimos, instrumentos incomparables de una paz industriosa y de gran bienestar. Los hechos, empero, demostraron que eran inservibles para este efecto. La competencia económica y la lucha de clases estallan por todas partes, y de la vida ciudadana tranquila no se ve ni el principio. Aun más. Cualquier hombre es testigo de que con la libertad como ahora se la entiende, y que se concede tanto a la verdad como a la mentira, no se logrará sino la decadencia de lo noble, de lo sagrado y generoso, y no servirá sino para dejar paso libre al crimen, el suicidio, y el  desorden de las pasiones de las grandes masas.
 
18. La Ilustración sola fracasó.
Se dijo también que el perfeccionamiento de la instrucción elevaba e ilustraba a las masas y las defendía contra las inclinaciones malsanas, reteniéndolas dentro del marco de honor y rectitud. Pero la cruda realidad nos enseña diariamente lo que vale una enseñanza cuando carece de la firme educación en la fe y la moral. Los corazones de la juventud, en su inexperiencia y en su ardor pasional, se inflaman por la atracción de los falsos principios, especialmente por aquellos que un periodismo desenfrenado siembra a manos llenas y sin escrúpulos por todas partes, principios que corrompen la mente y la voluntad, nutren el espíritu de soberbia y rebeldía, el cual tan a menudo pone en peligro la paz de las familias y de los Estados.
 
19. El progreso de la ciencia no trajo la perfección apetecida.
Mucho se ha esperado del progreso de la ciencia, y,  realmente, cosas inauditas y maravillosas ha experimentado el siglo pasado. Pero ¿es seguro que, efectivamente, ha producido aquellos frutos abundantes, aquella plenitud de renovación que tantos anhelaban y esperaban de ella? El raudo vuelo de las ciencias abrió, ciertamente, nuevos campos a la inteligencia, ensanchó el dominio del hombre sobre la creación material, y nuestra vida terrenal sacó de allí innumerables ventajas. Sin embargo, todos sienten y confiesan que los éxitos no han correspondido a nuestros deseos. Al mismo resultado se llega, si se considera el estado espiritual y moral: las estadísticas de crímenes, el sordo odio que sube de las capas inferiores de la humanidad, el predominio de la fuerza sobre el derecho. Para no volver sobre la miseria del pueblo modesto, basta una sola mirada superficial para llegar a entender que una tristeza sin nombre aplasta las almas, y ansias insatisfechas arden en sus corazones.
    
El hombre se ha enseñoreado de la materia, pero la materia no le pudo dar lo que no posee; y los grandes problemas que se refieren a sus más altos intereses no han podido ser solucionados por la ciencia humana; la sed de verdad, de la perfección, de lo infinito ha quedado insatisfecha; el enriquecimiento del mundo con tesoros y alegrías, el aumento de las comodidades de la vida no han disminuido la inquietud moral.
    
20. La vuelta al cristianismo traerá bienestar y tranquilidad.
¿Han de despreciarse y descuidarse, por eso, los  progresos de la educación, de la ciencia, del pregreso y de una libertad moderada y razonable? Decididamente que no. Debemos más bien cuidarlos solícitamente, fomentarlos y estimarlos como un acervo de preciosos bienes, por cuanto constituyen, de todos modos, medios que son de suyo buenos, destinados por Dios para bien de la huanidad. Para su uso debemos, empero, atender primero la intención del Creador y procurar que no se aparten de la  base de la fe, en la cual reside su fuerza y su valor, y que los convierte en frutos dignos. En esto está el secreto del problema. Cuando un organismo se marchita y se atrofia, el hecho se debe a que cesa el influjo de las causas que le dieron figura y vigor. Y no cabe duda que cuando le queremos devolver salud y florecimiento, debemos sujetarlo de nuevo a las vivificantes influencias de esas mismas causas. Ahora bien; por el insensato conato de emanciparse de Dios, rechazó la comunidad civil lo sobrenatural y la revelación divina, sustrayéndose así al influjo vivificador del cristianismo, o sea, a la garantía más segura del orden, del vínculo más firme de la fraternidad, del manantial inexhausto de todas las fuerzas personales y sociales. Esta apostasía insensata causó el trastorno de la vida activa. La sociedad extraviada debe volver, pues, al seno del cristianismo si desea disfrutar de bienestar, tranquilidad y prosperidad.
  
V. LAS FUERZAS CURATIVAS DE LA IGLESIA
  
21. La Iglesia ha probado su poder de transformación moral.
Como el cristianismo no penetra en ningún corazón humano sin mejorarlo, no se hace presente tampoco en la vida pública de un Estado sin consolidar el orden; con la idea de un Dios providente, sabio, infinitamente bueno e infinitamente justo, introduce en la conciencia el sentido del deber, endulza los sufrimientos, suaviza el odio, capacita para el heroísmo. Si el cristianismo ha transformado a pueblos paganos, y si esa transformación constituyó una verdadera resurrección de la muerte a la vida, de modo que la barbarie desaparecía en la misma medida en que se extendía el cristianismo, podrán también conducir al recto camino y poner en orden a los estados y pueblos de hoy, después de estos terribles sacudimientos de la incredulidad que presenciamos.
    
22. Sólo la Iglesia Católica tiene la misión y el poder de restaurar el orden público.
Pero expuesto esto, no lo hemos dicho todo aún. La vuelta al cristianismo sólo se convierte en remedio seguro y eficaz cuando significa al mismo tiempo el retorno a la Iglesia que es la única verdadera, santa, católica y apostólica; pues, el cristianismo tomó figura y cuerpo en la Iglesia Católica, aquella sociedad suprema, espi-ritual y perfecta que representa al místico cuerpo de Jesucristo y cuya cabeza visible es el Pontífice Romano, sucesor del príncipe de los apóstoles. Ella sola continúa la misión del Redentor; ella sola es la bija y heredera de la redención; ella difundió el Evangelio por todo el mundo y lo defendió con el precio de la sangre de sus hijos; ella posee la promesa del auxilio divino y de la existencia permanente; nunca se asocia al error y cumple el encargo de conservar la doctrina de Cristo hasta la consumación de los siglos.
   
Genuina maestra de las leyes morales del Evangelio no sólo se convierte en consuelo y salvación de las almas sino también en fuente inagotable de su justicia y amor, e igualmente en mensajera y protectora de la verdadera li-bertad y de la única igualdad que es posible entre los hombres. Ella aplica la doctrina de su divino Fundador y mantiene en justo equilibrio los límites auténticos de todos los derechos y de todas las capas del organismo social.
    
La igualdad que predica conserva intacta la diferencia de los varios estratos de la sociedad, como lo pide claramente la creación; la libertad, que ella comunica para impedir la licencia de la razón que huyó de la fe y que está abandonada a sí misma, no hiere las prerrogativas de la verdad las que sobrepujan a las de la libertad, ni quebranta las leyes de la justicia que valen más que las del número y de la fuerza, ni cercena los derechos de Dios que son superiores a los de los hombres.
   
23. Su benéfico influjo en el orden doméstico, social y estatal.
Frutos no menos saludables produce la Iglesia en el orden doméstico, pues no sólo se opone a las influencias malsanas que la licencia de la incredulidad ejerce sobre la familia sino que la conduce a la unidad y firmeza del vínculo matrimonial y lo conserva, protege e incrementa su estimación, felicidad y santidad.
   
Del mismo modo sostiene y consolida el orden social y estatal, apoyando eficazmente, por un lado, el poder civil y, por el otro, ayudando amigablemente a los súbditos en sus justas aspiraciones con sus sabias reformas, exigiendo respeto y obediencia para los gobernantes y defendiendo a toda costa los inalienables derechos de la conciencia individual. Con esto, los pueblos que siguen sus enseñanzas se hallan, con su auxilio, libres tanto de la esclavitud como de la tiranía.
  
24. Hacer resaltar esa misión de la Iglesia ha sido la obra de su Pontificado.
Nos, plenamente conscientes de esa fuerza divina, desde el principio de Nuestro Pontificado Nos hemos propuesto asiduamente a destacar muy claramente las intenciones benévolas de la Iglesia y de difundir, en cuanto nos fuese posible, la acción saludable que ejerce mediante los tesoros de sus doctrinas. A esa finalidad obedecían las principales manifestaciones de Nuestro Pontificado, conviene a saber, las Encíclicas sobre la Filosofía cristiana, sobre la libertad humana, el matrimonio cristiano, la herejía de los francmasones, sobre los poderes públicos, el estado cristiano, el socialismo, la cuestión obrera, los principales deberes del ciudadano cristiano y otros temas semejantes.
   
El deseo ardiente de Nuestro corazón fue no sólo el de ilustrar las mentes sino también el de mover y purificar los corazones, concentrando Nuestros esfuerzos en hacer florecer nuevamente entre los pueblos las virtudes cristianas. Sin cesar hemos dado Nuestros consejos y admoniciones para elevar los espíritus hacia los bienes imperecederos, procurando subordinar el cuerpo al alma, el hombre a Dios y la peregrinación terrenal a la vida eterna. Con la bendición del Señor pudimos contribuir con Nuestra voz a robustecer la convicción de no pocos, a iluminarlos m ejor respecto de muchos problemas difíciles de nuestros tiempos, a encender su fervor, fomentar las más diversas obras que surgían en todos los países y aun nacen a diario, en especial en favor de las masas desheredadas, resucitando aquella caridad cristiana que halla su campo predilecto de acción entre las masas.
   
Si la mies no ha sido más abundante, Venerables Hermanos, adoramos a Dios en las misteriosas disposiciones de su justicia y lo imploramos al mismo tiempo a fin de que se compadezca de la ceguera de tantos pueblos a quienes se podrá aplicar aquella queja terrible del Apóstol que dice: «Deus hujus sǽculi excœcávit mentes infidélium, ut non fúlgeat illis illuminátio evangélii glóriæ Christi», El dios de este mundo cegó la inteligencia de los infieles para que no brille en ellos la luz del Evangelio, la gloria de Cristo (2.ª Cor. 4, 4).
   
VI. INCRIMINACIONES IRRAZONABLES
  
25. Las torpes calumnias de combatir el progreso y de entrometerse en política.
Por más que la Iglesia Católica despliegue su celo en bien de la moral y del progreso material de los pueblos, esos hijos de las tinieblas, sin embargo, la atacan astutamente, no perdonando medios para obscurecer su hermosura divina e impedir su acción vivificante y redentora, empleando una infinidad de sofismas y calumnias.
  
Uno de sus artificios más infames consiste en presentar a la Iglesia a los ojos del pueblo poco avisado y de los gobiernos celosos como adversaria del progreso científico y enemiga de la libertad a la par que potencia que se arroga los derechos del Estado e irrumpe en el campo político. Acusaciones torpes son éstas que fueron mil veces repetidas, pero también mil veces refutadas por la razón, la Historia y la unánime convicción de todos los amigos sinceros de la verdad.
   
26. La Iglesia y la ciencia y la educación.
¿La Iglesia sería enemiga de la ciencia y de la educación? No cabe duda de que la Iglesia, en primer término, custodia vigilante el tesoro de las verdades reveladas; pero precisamente, esa vigilancia la convierte en favorecedora benemérita de la ciencia y cultivadora de toda ilustración de buena ley. Al penetrar en el espíritu de las revelaciones de la palabra divina, la verdad suma y fundamento sólido de todas las verdades, nunca y de ningún modo, dañará el conocimiento de la razón; por el contrario, la luz del orden divino llevará siempre vigor y claridad a la inteligencia humana y la preservará en los problemas más transcendentales de una torturante inquietud y del error.
    
Por lo demás, 19 siglos de gloria, conquistada por el Catolicismo en todos los campos de la ciencia bastan y sobran para refutar a aquellas mentiras.  En efecto, a la Iglesia debe atribuirse el mérito de haber difundido y defendido la sabiduría cristiana, sin la cual el mundo aun hoy día se encontraría en medio de las tinieblas de la superstición pagana y en la abyección de la barbarie. Ella puede blasonarse de haber conservado y transmitido a nuestras generaciones los tesoros preciosos de las bellas artes, y de las ciencias antiguas, de haber abierto las primeras escuelas, fundado las universidades que aun hoy día existen y gozan de fama universal; bajo su amparo se refugiaron los más afamados artistas y se inspiraron las más profundas, más puras y más célebres poesías.
   
27. La Iglesia y la libertad.
¿La Iglesia enemiga de la libertad? ¡Ay! ¡Hasta qué punto falsifican un concepto que bajo esta palabra alberga uno de los dones más exquisitos de Dios, empleándola para justificar los abusos y el desenfreno! Si por libertad se entiende que, al margen de toda ley y libre de toda restricción, puedan hacer lo que  se les antoje, entonces la Iglesia rechazará siempre esa libertad, y todo hombre de sana moral hará otro tanto; pero si por libertad se entiende la posibilidad de hacer el bien conforme a la razón, sin impedimento, en el campo más vasto de acción, siempre según las normas de la ley eterna, en lo cual consiste, realmente, la libertad digna del hombre y beneficiosa para la sociedad, entonces nadie la favorecerá más que la Iglesia; pues, por su doctrina y su obra libró a la humanidad del yugo de la esclavitud, anunciando el gran mandamiento de la igualdad y fraternidad humanas. En todo tiempo  amparó a los débiles y explotados contra la prepotencia de los poderosos;  conquistó al precio de la sangre de sus  mártires la libertad de la conciencia  humana; recuperó para la mujer y el niño la dignidad de su noble carácter y el goce de la igualdad de derecho, de la estima y del trato justo, de todo lo cual mana una influencia enorme sobre la posesión y conservación de la libertad  social y estatal de los pueblos.
   
28. La Iglesia no se entromete en los derechos estatales y la política.
La Iglesia no se arroga los derechos del Estado ni irrumpe en el campo político, sino que sabe y enseña que su divino Fundador mandó «dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Matth. 22, 21) y que estableció, de este modo,  la diferencia invariable y eterna de  estos dos poderes, ambos en perfecta  soberanía en su orden respectivo, distinción fecunda que influyó poderosamente en el desarrollo de la vida cristiana.
    
En su espíritu lleno de amor, la Iglesia no conoce intenciones malévolas, no quiere sino colocarse al lado de los poderes estatales para actuar, sí, sobre el mismo súbdito, el hombre y sobre la misma sociedad, pero con aquellos medios y con aquellas elevadas finalidades que resultan de su misión divina.
   
Donde, sin suspicacia, se aceptó su colaboración, ayudó a incrementar todas aquellas ventajas que arriba enumeramos. La acusación de tendencias ambiciosas de la Iglesia no es sino una antigua calumnia de que sus potentes enemigos se valían como pretexto para justificar sus ataques. Al reflexionar, sin prejuicios, sobre la Historia, encontramos abundantes testimonios de que la Iglesia, lejos de oprimir a los demás, ha sido a menudo, al ejemplo de su divino Fundador, la víctima de las violencias e injusticias, y eso, porque su  fuerza reside en la virtud del pensamiento y de la verdad, y no en el poder  de las armas. 
    
VII. LA LUCHA DE LA MASONERÍA
   
29. Los manejos secretos de la masonería.
Estas y parecidas incriminaciones nacen, pues, de mera mala voluntad. En esa conducta criminal y desleal se destaca una secta tenebrosa a la que la sociedad durante largos años ha venido incubando en su seno, cual enfermedad maligna, que mina su salud, su fecundidad y su vida. Encarnación perpetua de rebelión, constituye  una especie de sociedad al revés que obra con el fin de dominar por medios  ocultos la sociedad reconocida y de combatir a Dios y a la Iglesia.
    
No es menester aquí decir su nombre, pues, por estas características todos saben que se trata de la francmasonería, de la cual hemos hablado extensamente en Nuestra Encíclica Humánum Genus, del 20 de Abril de 1884, donde señalamos sus fines esenciales, sus falsas doctrinas y sus acciones criminales. Esa herejía que tendió su enorme red sobre casi todo el mundo y se asocia a otras sectas que dirige mediante hilos secretos, atrayendo a sus miembros con el cebo de ventajas que les proporciona, reduciendo a la obediencia a sus dirigentes, ora por medio de promesas, ora por amenazas.
    
Esa secta se ha introducido en el seno de la sociedad y representa, por así  decirlo, un estado invisible e irresponsable dentro del Estado genuino. Dominada por el espíritu de satanás quien, según las palabras del Apóstol, sabe «disfrazarse de ángel de luz» (2.ª Cor. 11, 14) esta secta se gloría de fines humanitarios, pero lo explota todo para sus fines erróneos, y mientras declara no perseguir fines políticos, trabaja con gran ardor en la legislación y administración del Estado; mientras habla del respeto por el gobierno y aun por la fe, su última finalidad consiste —sus estatutos lo confirman— en destruir los principados y el sacerdocio, pues, considera a ambos, enemigos de la libertad.
   
30. Planes masónicos universales para destruir la Religión.
Se pone siempre más claramente de manifiesto que a las instigaciones y maniobras de estasecta se deben, en gran parte, las continuas mortificaciones a que la Iglesia se halla expuesta y también el estallido de los recientes ataques. En realidad, lo simultáneo de la persecución que sin causa que corresponda a los efectos estalló como rayo caído de un cielo sereno; la igualdad de los argumentos con que en la prensa diaria, en las asambleas públicas y en representaciones teatrales la preparaban; el empleo universal de las mismas armas de la calumnia y demagogia revelan la unidad de los planes y prueban que el santo y seña debe haber partido de un solo centro director. Esta lucha incorporada a aquellos planes preconcebidos, se desencadena por doquiera para multiplicar los perjuicios que Nos ya hemos enumerado, y principalmente para disminuir la enseñanza religiosa hasta llegar a su total abolición, lo cual les permite formar generaciones enteras de indiferentes incrédulos, para combatir por la prensa la moral de la Iglesia y para escarnecer, finalmente, sus costumbres y profanar sus fiestas.
    
31. Ataques especiales al sacerdocio y la Iglesia.
Se entiende por sí mismo que con especial furia tomen como blanco de sus ataques al sacerdocio católico, llamado a difundir vivamente la fe y administrar los misterios, para rebajar su dignidad y debilitar su influencia en el pueblo. Esa campaña insidiosa crece de día en día, se critica con envidia su acción, se les hace sospechosos y se los enloda con las más infames calumnias; y la campaña crece a medida de la im punidad con que cuenta.
    
Así se suman nuevos perjuicios a los que sufre el clero desde hace bastante tiempo: por el servicio militar que le arranca de su preparación al apostolado, y por el despojo de los bienes eclesiásticos con que la piadosa gene-rosidad de los fieles lo había dotado libremente.
    
32. Ataques a las órdenes religiosas.
Las Ordenes y Congregaciones religiosas, que por el ejercicio de los consejos evangélicos constituyen un ornato tanto para la Iglesia como para la sociedad, son escarnecidas y calumniadas, como si a los ojos de los enemigos de la Iglesia tuviesen una culpa especial. Nos duele recordar cómo también, en tiempos recientes, fueron vejadas con medidas odiosas e inmerecidas que todo corazón honrado debe condenar enérgicamente.
  
De nada les valió la integridad de su vida, a la cual aun sus enemigos no encontraron qué recriminarles seria y razonablemente; de nada, el derecho natural que permite que los hombres se reúnan en sociedad para fines hnestos; de nada, las disposiciones de las constituciones nacionales que confirman el derecho natural; de nada, la simpatía y respeto del pueblo que agradecido reconocía sus servicios que en las ciencias, artes, agricultura y en su acción caritativa había prestado a la innumerable muchedumbre de los pobres. Hombres y mujeres, hijos del pueblo que voluntariamente habían renunciado a las alegrías de la familia para consagrar, en sociedad pacífica con otros, su juventud, sus talentos, su actividad, su vida entera al bien del prójimo, fueron condenados al destierro como bandas de malhechores, y eso, bajo el reinado de la tan cacareada libertad.
   
33. Despojo de dominios y ataque al Romano Pontífice.
A nadie sorprenderá el que se persiga de este modo a los carísimos hijos cuando al Padre, es decir, a la cabeza misma de los católicos, al Romano Pontífice, no han tratado mejor. Los hechos son bien conocidos. Mediante el despojo de sus dominios temporales, le quitaron aquella independencia que necesita para cumplir su misión divina universal, obligándolo, bajo la presión de la potencia enemiga, a recluirse en su propia habitación de Roma, llegando a parar, pese a las aseveraciones burlonas de respeto y de vanas promesas de libertad, a una situación del todo injusta y contraria a toda ley, indigna de su alta investidura. Demasiado bien hemos conocido los obstáculos que se levantaron alrededor de él, mofándose a menudo de sus intenciones y despreciando su dignidad. Siempre más claramente se pone de manifiesto que el despojo del dominio político no se llevó a cabo sino para destruir poco a poco el poder espiritual de la cabeza de la Iglesia; lo que, sin ambages, conceden los que fueron los verdaderos instigadores de la medida.  Juzgando por los efectos, ese acto no era sólo contrario a la alta política del Estado sino también perjudicial para la sociedad, pues, las heridas que se infligían a la fe eran otras tantas llagas que se abrieron en el corazón de la comunidad. Dios, que ha creado al hombre  con inclinaciones netamente sociales, fundó en su sabiduría también a la Iglesia y la colocó, según las palabras de la Biblia, sobre el Monte Sión para que sirviese de lumbrera (Cfr. Hebr. 12, 22; 1.ª Petr. 2, 6; Matth. 5, 15) y con sus rayos fecundos iluminase el fundamento de la vida, y desenmadejase, así, los múltiples enredos de la sociedad humana, dando a conocer sabias y celestiales reglas con qué lograr su mejor constitución. Pues cuando la sociedad se sustrae de la Iglesia, que representa una parte notable de sus fuerzas, decae y se derrumba porque separó lo que Dios quiso ver unido.
  
34. Deseo de comprensión.
No Nos hemos cansado en recalcar en toda oportunidad esas verdades, y, en esta ocasión extraordinaria, lo quisimos volver a hacer extensamente. Plega a Dios que los fieles saquen de allí fuerzas y normas para realizar sus obras con mayor éxito, para provecho del bien común; y que logren también los adversarios la comprensión de que proceden con mucha injusticia al perseguir a la más amante de las madres y la más segura bienhechora de la humanidad.
   
VIII. CONFIANZA EN LA VICTORIA FINAL
    
35. Causas y fines de las persecuciones.
Nos no quisiéramos que la pintura de la tristísima situación del momento sacudiera, en los corazones de los fieles, la plena confianza en el auxilio divino, que traerá a su tiempo y a su modo la victoria final. Nos sentimos apenados en lo más hondo de Nuestra alma por las actuales circunstancias, pero no experimentamos ningún temor por el destino imperecedero de la Iglesia. La persecución es,  como decíamos al principio, su herencia, porque Dios crea mediante ella bienes aun más sublimes y valiosos, al  probar y purificar a sus hijos. Pero al permitir las torturas y adversidades da también su auxilio divino que proporciona nuevos e inesperados medios para conservar y desarrollar su obra sin que para daño de Él los poderes conjurados puedan prevalecer. Diecinueve siglos de vaivenes humanos prueban que las  tormentas pasan sin turbar jamás el fondo.

36. Signos de esperanza: mayor armonía y unión de la Iglesia.
Podemos, realmente, alentar esperanzas;  pues, la situación actual del mundo muestra señales que vuelven inquebrantable nuestra confianza. Las dificultades son terribles y extraordinarias, pero cierto es también que otros hechos que se desarrollan ante Nuestros ojos testimonian que Dios, en su bondad y admirable sabiduría, cumple sus promesas; porque mientras innumerables fuerzas se conjuran contra la Iglesia, mientras ella se halla despojada de todo sostén y auxilio humano, ella se levanta, sin embargo majestuosa entre los pueblos y extiende su acción hasta las más diversas naciones de todas las zonas. No, el antiguo príncipe de este mundo ya no puede ejercer su imperio como antaño, desde que Jesús lo desterró de él. Los intentos de satanás causarán, ciertamente, mucho mal, mas no tendrán éxito definitivo. Aun hoy día reina, no sólo en los corazones de los buenos sino también en el conjunto del mundo católico, una tranquilidad sobrenatural que, producida por el Espíritu Santo, vive y palpita en la Iglesia; tranquilidad que por la unión de los obispos con esta Santa Sede, ligados a ella más fuertemente que nunca, se extiende pacíficamente, en oposición sorprendente a las maquinaciones, ataques e incesante agitación de las sectas que perturban la paz social. Esta unión, fecunda en las más variadas obras de celo y amor, se despliega en perfecta armonía de los obispos con el clero, y de éste con los laicos católicos quienes con fe más sólida y libres de respeto humano, se acostumbran a la disciplina y el orden en su acción, levantándose, con noble emulación, para defender la causa sagrada de la Religión. Sí, ésta es la unión que hemos inculcado y volvemos a recomendar y bendecir ahora, a fin de que crezca y se oponga cual muro imbatible al ataque de los enemigos de Dios.
   
37. Aumento de piedad y de caridad.
No hay nada más útil que la fundación, consolidación y unión de innumerables asociaciones que cual renuevos al pie del árbol, brotan y se desarrollan en el seno de la Iglesia de Nuestros días. No descuidan ningún género de piedad, sea referente a Jesús y sus adorables misterios, sea referente a su poderosa Madre o de los Santos que por sus eximias virtudes brillaron con vivísima luz, mientras, al mismo tiempo, vemos que no olvidan ninguna clase de beneficencia y caridad, preocupándose, de mil modos y por doquiera, de la educación de la juventud en la fe, del cuidado delos enfermos, de la moral pública y de la ayuda de los desheredados. ¡Con cuánta mayor rapidez se difundiría este movimiento, y cuántos frutos más opimos arrojaría, si no tropezara tan a menudo con corrientes injustas y adversas!
   
38. Labor misional.
Y el Señor, que mantiene a la Iglesia con tanto vigor en los países que desde hace mucho tiempo viven en su seno y disfrutan de la civilización que ella les trajo, nos consuelan también nuevas esperanzas, gracias al celo de sus misioneros que, pese a los albures que corren y a las penurias y sacrificios de todo género que los agobian, no pierden el ánimo y, aumentando de número, y conservando una admirable constancia, conquistan países enteros para el Evangelio y la civilización, a pesar de que se les retribuya frecuentemente, como a su divino Maestro, con murmuraciones y calumnias.
  
39. Signos de recuperación, motivos de esperanza. 
Las amarguras van siendo suavizadas, pues, por consolaciones, y en medio de las dificultades del combate tenemos suficiente motivo para la esperanza y la fortaleza, lo cual debía hacer reflexionar al sensato observador que no está cegado por la pasión, y hacerle comprender que Dios que no ha dejado en duda al hombre respecto del verdadero fin último de su vida y, por eso, le ha hablado, y habla aun hoy día en su Iglesia, la cual, visible y sostenida por el brazo divino, manifiesta dónde se halla la verdad y la salvación. De todos modos, este auxilio incesante debía alentar en nuestros corazones la esperanza indefectible de que, en el tiempo fijado por Dios, la verdad rasgue las tinieblas con que se la quiere envolver, que en un futuro no lejano brille con todo esplendor y que el espíritu del Evangelio vuelva a vivificar a los miembros fatigados y corrompidos de esta sociedad que se está desmoronando.
    
IX. LOS DEBERES DE LOS CATÓLICOS
   
40. La labor del clero y la colaboración de los laicos. 
De Nuestra parte, Venerables Hermanos, no escatimaremos esfuerzos para apresurar el día de la misericordia de Dios, trabajando con celo gozoso, como es Nuestro deber, para defender y extender el reino de Dios sobre la tierra.
  
Huelga exhortaros a vosotros; pues, conocemos vuestro celo apostólico. Ojalá el fuego que arde en vuestros corazones inflame a todos los ministros del Señor que colaboran en vuestra empresa con vosotros, pues, ellos están en contacto inmediato con el pueblo, conocen sus deseos, necesidades y sufrimientos, saben también a qué asechanzas y seducciones se hallan expuestos.
  
Cuando ellos, llenos del espíritu de Jesucristo, sobreponiéndose con serena dignidad a las pasiones políticas, unan su labor a la vuestra, harán milagros, con la bendición de Dios, iluminando con su palabra a las masas, atrayendo sus corazones con la bondad de su conducta y ayudándolas con amor al mejoramiento de su situación.
   
El clero, a su vez, encontrará un firme respaldo en la inteligente e incansable labor de todos los fieles de buena voluntad; y así, los hijos de la Iglesia que han experimentado la tierna solicitud de su Madre, se la retribuirán dignamente, acudiendo a la defensa de su honor y de sus glorias. Todos pueden colaborar a esa obra obligatoria y extremadamente meritoria: los sabios e ilustrados, por su exposición apologética y la prensa diaria, instrumento poderoso del cual abusan tanto Nuestros adversarios; los padres de familia y maestros mediante la educación cristiana de los niños; las autoridades y representantes del pueblo por la solidez de sus principios morales y la integridad de sus costumbres; todos, empero, por la confesión de su convicción religiosa que no conoce el respeto humano.
  
Nuestro tiempo exige altura de miras, generosidad de propósitos y observancia de disciplina; disciplina que debe manifestarse, ante todo, mediante la sujeción confiada y perfecta a las disposiciones de la Santa Sede, el medio principal para evitar o disminuir los daños de opiniones partidistas y para subordinar todas las fuerzas al servicio del fin supremo: la victoria de Cristo en su Iglesia.
  
EPÍLOGO
   
41. Plegaria del Papa a Dios por el éxito.
El éxito será de Aquel que con su amor y sabiduría vela por su Esposa sin mancilla, según está escrito: «Jesus Christus heri, et hódie: ipse et in sǽcula», Jesucristo ayer, y hoy, y por los siglos de los siglos (Hebr. 13, 8).
  
Dirigimos también en estos instantes Nuestra fervorosa y humilde plegaria a Aquel que con un amor infinitamente grande a la humanidad extraviada se entregó a una muerte de sublime m artirio como víctima propiciatoria; a Aquel que aunque invisible, empuña efectivamente el timón de la misteriosa nave, la Iglesia, mandando al mar y a los vientos y calmando las tormentas.
   
42. Exhortación a los obispos y Bendición Apostólica.
Y vosotros, Venerables Hermanos, sin duda oraréis con Nos para que desaparezcan las calamidades que apremian a la sociedad, a fin de que bajo los rayos de la luz divina alcancen la cordura y comprensión aquellos que odian y persiguen la fe de Cristo, tal vez más por ignorancia que por malicia; para que los hombres de buena voluntad se robustezcan en santas obras, se apresure, así, la victoria de la verdad y de la justicia y amanezcan para la familia humana mejores días de paz y tranquilidad.
   
Entre tanto, descienda sobre vosotros y todos los fieles que están confiados a vuestra solicitud pastoral, como augurio de las gracias anheladas, la Bendición Apostólica que os impartimos de todo corazón.
   
Dado en Roma junto a San Pedro, a 19 de Marzo de 1902, el año vigésimo quinto de Nuestro Pontificado. LEÓN PAPA XIII.

CARTA DE CONSTANTINO SOBRE LA FECHA DE LA PASCUA


Los textos latino y griego proceden de la Vida del Emperador Constantino, libro tercero, capítulos XVII-XX, incluido en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, libro décimo (ed. de Ernst Zimmermann, tomo II. Fráncfor del Meno, Librería Hermaniana, 1822, págs. 923-929).
   
LATÍN
Constantínus Augústus, Ecclésiis.
  
I. Cum ex próspero reipúblicæ statu compértum habérem quánta fuísset erga nos omnipoténtis Dei benígnitas, in hoc præcípue mihi elaborandum esse existimavi, ut a sanctissimis Ecclésiæ cathólicæ populis una fides, sincera charitas et consona erga omnipotentem Deum religio servaretur. Sed quoniam fieri non poterat ut ea res firme ac stabiliter constitueretur, nisi omnibus episcopis vel certe plurimis eorum in unum congregatis, singula quæ ad sacratissimam religionem pertinent disceptata prius fuissent, hanc ob causam coactis quam fieri potuit plurimis Sacerdotibus, me quoque tanquam uno ex vobis præsénte (neque enim negaverim id quo maxime exulto, conservum me vestrum esse), cuncta competenti examine eo usque discussa sunt, donec inspectori omnium Deo accepta sententia, ad unitatis concentum proferretur in lucem. Ítaque nullus dissensióni, nullus controvérsiæ de fide locus amplius relinqueretur.

II.
Ubi cum de sanctíssimo étiam Páschæ die quǽsitum fuisset, communi omnium sententia decretum est, eam festivitatem uno eodemque die ab omnibus ubique celebrari oportere. Quid enim pulchrius, quid honestius nobis esse possit, quam ut hæc festivitas, a qua spem immortalitatis accepimus, uno eodemque ordine et certa ratione ab omnibus inoffense observetur? Ac primum quidem visa est omnibus res esse prorsus indigna, ut in sanctíssimæ hujus solemnitátis celebratione consuetúdinem Judæórum sequeremur; qui cum manus suas nefario scelere contaminarint, merito impuri homines cæcitáte mentis laborant. Quippe rejecta illorum consuetudine, possumus rectiori ordine, quem a primo passionis die ad hæc usque tempora servavimus, ad futura etiam sǽcula hujus observántiæ ritum propagare. Nihil ergo nobis commune sit cum inimicissima Judæórum turba. Áliam enim viam a Servatore accepimus. Propósitus est sacratíssimæ religioni nostræ cursus legítimus et honestus. Hunc unanimi consensu retinentes, ab illa turpissima societate et conscientia nos abstrahamus, fratres carissimi. Est enim profecto absurdissimum quod illi magnifice jactant, nos absque ipsorum magisterio hæc commode observare non posse. Quidnam vero illi recte sentire possint, qui post necem Domini, post illud parricidium mente capti, non ratione, sed præcípiti ímpetu feruntur, quocumque innatus furor ipsos impulerit. Hinc est quod ne in hac quidem parte veritatem ipsam perspiciunt: adeo ut a convenienti emendatione longissime aberrantes, uno eodemque anno duo paschata celebrent. Quid ergo est cur istos sequamur, quos constat gravissimo erroris morbo laborare? Nam uno eodemque anno geminum pascha facere nunquam profecto sustinebimus. Verum étiamsi quæ dixi mínime suppeterent, vestræ tamen solértiæ est id curáre omnibus modis atque optare, ne sanctitas animarum vestrarum, in ullius rei similitudine cum nequissimorum hominum moribus sociari et commisceri videatur. Illud prætérea considerandum est, nefas esse ut in tanti momenti negotio et in hujusmodi religionis solemnitate dissensio reperiatur. Unum enim liberátis nostræ festum diem, hoc est, diem sacratíssimæ Passiónis, Servator noster nobis reliquit, unamque esse voluit catholicam Ecclesiam. Cujus membra licet variis locis dispersa sint, uno tamen Spiritu, Dei scilicet voluntate, foventur. Consideret, quǽso, vestræ Sanctitatis solertia, quam grave sit et indecorum, iisdem diebus alios quidem jejuniis intentos esse, alios vero convivia celebrare, et post dies paschae, alios quidem in festivitatibus et animorum remissione versari, alios vero definitis vacare jejuniis. Hoc itaque convenienti emendatione corrigi, et ad unam eámdemque formam redigi divina vult providentia, quemadmodum omnes meo quidem judicio intelligitis.
   
III.
Proinde cum hoc ita emendari oporteret, ut nihil nobis commune esset cum illorum Domini interfectorum et parricidarum consuetudine, cumque hic ordo decentissimus sit, quem omnes tam occidentalium quam meridianarum et septentrionalium orbis partium Ecclésiæ, ac nonnúllæ quoque orientalium servant, idcirco id ǽquum rectumque esse omnes judicaverunt, quod et vobis placiturum esse spopondi, ut scilicet quod in urbe Roma perque omnem Itáliam, Áfricam, Ægýptum; per Hispániam, Gállias, Británnias, Lýbias; per universam Acháïam, per Asiánam et Pónticam dioecesim; per Cilíciam denique concordi sententia observatur, id vestra quoque prudentia libentibus animis amplectatur. Illud nimirum attendens, non modo majorem esse numerum ecclesiarum in locis supra memoratis, verum etiam aequissimum esse ut omnes in commune id velint quod stricta ratio exigere videtur, nec ullam cum Judæórum perjurio societatem habere. Atque ut summatim ac breviter dicam, placuit communi omnium judicio, ut sanctissima paschae festivitas uno eodemque die celebraretur. Neque enim decet in tanta sanctitate aliquam esse dissonantiam, praestatque eam sequi sententiam in qua nulla est alieni erroris scelerisque societas atque communio.
   
IV.
Quæ cum ita sint, cœléstem gratiam et plane divinum mandatum libenter suscipite. Quidquid enim in sanctis episcoporum conciliis geritur, id omne ad divinam referendum est voluntatem. Quamobrem ubi ea quæ gesta sunt dilectis fratribus nostris intimaveritis, supradictam rationem et sanctissimi diei observantiam suscipere et constituere debetis, ut cum in dilectionis vestræ conspectum jampridem a me desideratum venero, uno eodemque vobiscum die sanctam festivitatem peragere possim, utque de omnibus una vobiscum gaudeam, cernens diaboli crudelitatem divina potentia nobis operam navantibus esse sublatam, florente ubique terrarum vestra fide et pace atque concordia. Deus vos servet, fratres carissimi. —Hanc epistolam Imperátor eodem exemplo scriptam, in omnes provincias direxit, ut suæ erga Deum pietatis sinceritatem tanquam in speculo quodam aspiciendam legentibus præbéret.

GRIEGO
Κωνσταντῖνος Σεβαστὸς ταῖς Ἐκκλησίαις.

I.
Πεῖραν λαβὼν ἐκ τῆς τῶν κοινῶν εὐπραξίας, ὅση της θείας δυνάμεως πέφυκε χάρις, τοῦτον πρό γε πάντων ἔκρινα εἶναί μοι προσήκειν σκοπὸν, ὅπως παρὰ τοῖς μακαριωτάτοις τῆς καθολικῆς ἐκκλησίας πλήθεσι, πίστις μία καὶ εἰλικρινὴς ἀγάπη, ὁμονώμων τε περὶ τὸν παγκρατῆ Θεὸν εὐσέβεια τηρῆται. ἀλλ' ἐπειδὴ τοῦτ' οὐχ οἷόν τ' ἦν ἀκλινῆ καὶ βεβαίαν τάξιν λαβεῖν, εἰ μὴ εἰς ταὐτὸ πάντων ὁμοῦ, ἢ τῶν γοῦν πλειόνων Ἐπισκόπων συνελθόντων, ἑκάστου τῶν προσηκόντων τῇ ἁγιωτάτῃ θρησκείᾳ διάκρισις γένοιτο, τούτου ἕνεκεν πλείστων ὅσων συναθροισθέντων, αὐτὸς δὲ καθάπερ εἷς ἐξ ὑμῶν ἐτύγχανον συμπαρὼν (οὐ γὰρ ἀρνησαίμην ἂν, ἐφ' ᾧ μάλιστα χαίρω, συνθεράπων ὑμέτερος πεφυκέναι) ἄχρι τοσούτου ἅπαντα τῆς προσηκούσης τετύχηκεν ἐξετάσεως, ἄχρις οὗ ἡ τῷ πὰντων ἐφορῳ Θεῷ ἀρέσκουσα γνὼμη, πρὸς τὴν τῆς ἑνότητος συμφωνίαν εἰς φῶς προήχθη, ὡς μηδὲν ἔτι πρὸς διχόνοιαν ἢ πίστεως ἀμφιστβήτησιν, ὑπολείπεσθαι.

II.
Ἔνθα καὶ περὶ τῆς τοῦ Πάσχα ἁγιωτάτης ἡμέρας, γενομένης ζητήσεως, ἔδοξε κοινῇ γνώμῃ καλῶς ἔχειν, ἐπὶ μιᾶς ἡμέρας πάντας τοὺς ἁπανταχοῦ ἐπιτελεῖν. τί γὰρ ἡμῖν κάλλιον, τί δὲ σεμνότερον ὑπάρξαι δυνήσεται, τοῦ τὴν ἑορτὴν ταύτην παρ' ἧς τὰς τῆς ἀθανασίας εἰλήφαμεν ἐλπίδας, μιᾷ τάξει καὶ φανερῷ λόγῳ παρὰ πᾶσιν ἀδιαπτώτως φυλάττεσθαι; καὶ πρῶτον μέν ἀνάξιον ἔδοξεν εἶναι, τὴν ἁγιωτάτην ἐκείνην ἑορτὴν τῇ τῶν Ἰουδαίων ἑπομένους συνηθείᾳ πληροῦν· οἳ τὰς ἑαυτῶν χεῖρας ἀθεμίτῳ πλημμελήματι χρᾴναντες, εἰκότως τὰς ψυχὰς οἱ μιαροὶ τυφλώττουσιν. ἔξεστι γὰρ, τοῦ ἐκείνων ἔθνους ἀποβληθέντος, ἀληθεστέρᾳ τάξει, ἥν ἐκ πρώτης τοῦ πάθους ἡμέρας ἄχρι τοῦ παρόντος ἐφυλάξαμεν, καὶ ἐπὶ τοὺς μέλλοντας αἰῶνας τὴν τῆς ἐπιτηρήσεως ταύτης συμπλήρωσιν ἐκτείνεσθαι. μηδὲν τοίνυν ἔστω ἡμῖν κοινὸν μετὰ τοῦ ἐχθίστου τῶν Ἰουδαίων ὄχλου· εἰλήφαμεν γὰρ παρὰ τοῦ Σωτῆρος ὁδὸν ἑτέραν· πρόκειται δρόμος τῇ ἱερωτάτῃ ἡμῶν θρησκείᾳ καὶ νόμιμος καὶ πρέπων. τούτου συμφώνως ἀντιλαμβανόμενοι, τῆς αἰσχρᾶς, ἐκείνης ἑαυτοὺς συνειδήσεως ἀποσπάσωμεν ἀδελφοὶ τιμιώτατοι. ἔστι γὰρ ὡς ἀληθῶς ἀτοπώτατον, ἐκείνους αὐχεῖν ὡς ἄρα παρεκτὸς τῆς αὐτῶν διδασκαλίας ταῦτα φυλάττειν οὐκ εἴημεν ἱκανοὶ. τί δὲ φρονεῖν ὀρθὸν ἐκεῖνοι δυνήσονται, οἳ μετὰ τὴν κυριοκτονίαν τε καὶ πατροκτονίαν ἐκείνην ἐκστάντες τῶν φρενῶν, ἄγονται οὐ λογισμῷ τινι, ἀλλ' ὁρμῇ ἀκατασχέτῳ, ὅποι δ' ἂν αὐτοὺς ἡ ἔμφυτος αὐτῶν ἀγάγῃ μανία. ἐκεῖθεν οὖν τοίνυν κᾂν τούτῳ τῷ μέρει τὴν ἀλήθειαν οὐχ ὁρῶσιν. ὡς δὴ κατὰ τὸ πλεῖστον αὐτοὺς πλανωμένους τῆς προσηκούσης ἐπανορθώσεως, τῷ αὐτῷ ἔτει δεύτερον τὸ Πάσχα ἐπιτελεῖν. τίνος χάριν τούτοις ἑπόμεθα, οὓς δεινὴν πλάνην νοσεῖν ὡμολόγηται· δεύτερον γὰρ τῷ ἑνὶ ἐνιαυτῷ οὐκ ἄν ποτε ποιεῖν ἀνεξόμεθα. ἀλλ' εἰ καὶ ταῦτα μὴ προὔκειτο, ἀλλὰ δὴ τὴν ἡμετέραν ἀγχίνοιαν ἐχρῆν καὶ διὰ σπουδῆς καὶ δι' εὐχῆς ἔχειν πάντοτε, ἐν μηδεμιᾷ τὸ καθαρὸν τῆς ὑμετέρας ψυχῆς κοινωνεῖν δοκεῖν ἀνθρώπων ἔθεσι παγκάκων. πρὸς τούτοις κᾀκεῖνο πάρεστι συνορᾷν, ὡς ἐν τηλικούτῳ πράγματι καὶ τοιαύτῃ θρησκείας ἑορτῇ διαφωνίαν ἄρχειν, ἐστὶν ἀθέμιτον. μίαν γὰρ ἑορτὴν τὴν τῆς ἡμετέρας ἐλευθερίας ἡμέραν, τουτέστι τὴν τοῦ ἁγιωτάτου πάθους, ὁ ἡμέτερος παρέδωκε Σωτὴρ, καὶ μίαν εἶναι τὴν καθολικὴν αὐτοῦ ἐκκλησίαν βεβούληται. ἧς εἰ καὶ τὰ μάλιστα εἰς πολλοὺς καὶ διαφόρους τόπους τά μέρη διῄρηται, ἀλλ' ὅμως ἑνὶ πνεύματι, τουτέστι τῷ θείῳ βουλήματι, θάλπεται. λογισάσθω δ' ἡ τῆς ἡμετέρας ὁσιότητος ἀγχίνοια, ὅπως ἐστὶ δεινόν τε καὶ ἀπρεπὲς, κατὰ τὰς αὐτὰς ἡμέρας ἑτέρους μέν ταῖς νηστείαις σχολάζειν, ἑτέρους δὲ συμπόσια συντελεῖν· καὶ μετὰ τὰς τοῦ Πάσχα ἡμέρας, ἄλλους μὲν ἐν ἑορταῖς καὶ ἀνέσεσιν ἐξετάζεσθαι, ἄλλους δὲ ταῖς ὡρισμέναις ἐκδεδόσθαι νηστείαις. διὰ τοῦτο γοῦν τῆς προσηκούσης ἐπανορθώσεως τυχεῖν, καὶ πρὸς μίαν διατύπωσιν ἄγεσθαι τοῦτο ἡ θεία πρόνοια βούλεται, ὡς ἔγωγ' ἅπαντας ἡγοῦμαι συνορᾷν. 
   
III.
Ὅθεν ἐπειδὴ τοῦθ' οὕτως ἐπανορθοῦσθαι προσῆκεν, ὡς μηδὲν μετὰ τοῦ τῶν πατροκτόνων τε καὶ κυριοκτόνων ἐκείνων ἔθνους εἶναι κοινὸν. ἔστι δὲ τάξις εὐπρεπὴς, ἣν πᾶσαι αἱ τῶν δυτικῶν τε καὶ μεσημβρινῶν καὶ ἀρκτώων τῆς οἰκουμένης μερῶν παραφυλάττουσιν ἐκκλησίαι, καί τινες τῶν κατὰ τὴν ἑῴαν τόπων. τούτου ἕνεκεν ἐπὶ τοῦ παρόντος καλῶς ἔχειν ἅπαντες ἡγήσαντο. καὶ αὐτὸς δὲ τῇ ὑμετέρᾳ ἀγχινοίᾳ ἀρέσειν ὑπεσχόμην. ἵν' ὅπερ δ' ἂν κατὰ τὴν τῶν Ῥωμαίων πόλιν τε καὶ Ἀφρικὴν, Ἰταλίαν τε ἅπασαν, Αἴγυπτον, Σπανίαν, Γαλλίας, Βρεττανίας, Λιβύας, ὅλην Ἑλλάδα, Ἀσιανὴν τε διοίκησιν καὶ Ποντικὴν, καὶ Κιλικίαν, μιᾷ καὶ συμφώνῳ φυλάττεται γνώμῃ, ἀσμένως τοῦτο καὶ ἡ ὑμετέρα προσδέξηται σύνεσις, λογιζομένη ὡς οὐ μόνον πλείων ἐστὶν ὁ τῶν κατὰ τοὺς προειρημένους τόπους ἐκκλησιῶν ἀριθμὸς, ἀλλὰ καὶ ὡς τοῦτο μάλιστα κοινῇ πάντας ὁσιώτατόν ἐστι βούλεσθαι, ὅπερ καὶ ὁ ἀκριβὴς λόγος ἀπαιτεῖν δοκεῖ, καὶ οὐδεμίαν μετὰ τῆς Ἰουδαίων ἐπιορκίας ἔχειν κοινωνίαν. ἵνα δὲ τὸ κεφαλαιωδέστερον συντόμως εἴπω, κοινῇ πάντων ἤρεσε κρίσει, τὴν ἁγιωτάτην τοῦ Πάσχα ἑορτὴν μιᾷ καὶ τῇ αὐτῇ ἡμέρᾳ συντελεῖσθαι. οὐδὲ γὰρ πρέπει ἐν τοσαύτῃ ἁγιότητι εἶναί τινα διαφορὰν· καὶ κάλλιον ἕπεσθαι τῇ γνωμῇ ταύτῃ.

IV.
Τούτων οὖν οὕτως ἐχόντων, ἀσμένως δέχεσθε τὴν τοῦ Θεοῦ χάριν καὶ θείαν ὡς ἀληθῶς ἐντολὴν· πᾶν γὰρ, εἴ τι δ' ἂν ἐν τοῖς ἁγίοις τῶν Ἐπισκόπων συνεδρίοις πράττεται, τοῦτο πρὸς τὴν θείαν βούλησιν ἔχει τὴν ἀναφορὰν. διὸ πᾶσι τοῖς ἀγαπητοῖς ἡμῶν ἀδελφοῖς ἐμφανίσαντες τὰ πεπραγμένα, ἤδη καὶ τὸν προειρημένον λόγον καὶ τὴν παρατήρησιν τῆς ἁγιωτάτης ἡμέρας ὑποδέχεσθαί τε καὶ διατάττειν ὀφείλετε, ἵν' ἐπειδὰν πρὸς τὴν πάλαι μοι ποθουμένην τῆς ὑμετέρας διαθέσεως ὄψιν ἀφίκωμαι, ἐν μιᾷ καὶ τῆ αὐτῇ ἡμέρᾳ τὴν ἁγίαν μεθ' ὑμῶν ἑορτὴν ἐπιτελέσαι δυνηθῶ, καὶ πάντων ἕνεκεν μεθ' ὑμῶν εὐδοκήσω, συνορῶν τὴν διαβολικὴν ὡμότητα, ὑπὸ τῆς θείας δυνάμεως διὰ τῶν ἡμετέρων πραξεων ἀνῃρημένην, ἀκμαζούσης πανταχοῦ τῆς ἡμετέρας πίστεως καὶ εἰρήνης καὶ ὁμονοίας. ὁ Θεὸς ὑμᾶς διαφυλάξοι, ἀδελφοὶ ἀγαπητοὶ. — Ταύτης βασιλεὺς ἐπίστολῆς ἰσοδυναμοῦσαν γραφὴν ἐφ' ἑκάστης ἐπαρχίας διεπέμπετο. ἐνοπτρίζεσθαι τῆς αὐτοῦ διανοίας τὸ καθαρώτατον καὶ τῆς πρὸς τὸ θεῖον ὁσίας, παρέχων τοῖς ἐντυγχάνουσι.
  
TRADUCCIÓN
Constantino Augusto, a las iglesias.

1. La gran gracia del poder de Dios ha ido en constante aumento, como lo demuestra la prosperidad general del imperio. Por lo tanto, decidí fijarme como mi objetivo primordial que una sola fe, un amor sincero y una devoción inquebrantable a Dios Todopoderoso se mantengan entre las más benditas asambleas de la Iglesia Católica. Pero percibí que esto solo podría establecerse firme y permanentemente cuando todos los obispos, o al menos la mayoría, se reunieran en un mismo lugar para un concilio donde pudieran discutir cada punto de nuestra santísima religión. Así que reunimos a tantos como fue posible, y yo mismo estuve presente como uno de ustedes; pues no negaré lo que me alegra especialmente: ser su consiervo. Todos los puntos fueron entonces investigados minuciosamente, hasta que se llegó a una decisión que fue considerada aceptable para quien es el inspector de todas las cosas, y que trajo consigo un acuerdo unificado, sin dejar nada que pudiera causar disensión o controversia en materia de fe.

3. En el concilio también consideramos la cuestión de nuestra festividad más sagrada, la Pascua, y se determinó de común acuerdo que todos, en todas partes, la celebraran en un mismo día. Pues, ¿qué puede ser más apropiado, o más solemne, que esta fiesta, de la que hemos recibido la esperanza de la inmortalidad, sea celebrada por todos sin variación, con el mismo orden y una disposición clara? Y, en primer lugar, nos parecía muy indigno celebrar esta sagrada fiesta siguiendo la costumbre de los judíos, un pueblo que se ha manchado las manos con un terrible ultraje, contaminando así sus almas y ahora está merecidamente ciego. Al haber descartado su forma de calcular la fecha de la festividad, podemos asegurar que las generaciones futuras puedan celebrar esta observancia en la fecha más precisa que hemos mantenido desde el primer día de la Pasión hasta la actualidad. Por lo tanto, no tengan nada en común con ese pueblo tan hostil, los judíos. Hemos recibido otro camino del Salvador. En nuestra santa religión, nos hemos propuesto un camino válido y preciso. Persigámoslo unánimemente. Retirémonos, honorables hermanos, de esa detestable compañía. Es verdaderamente absurdo que se jacten de que somos incapaces de observar correctamente estas cosas sin su instrucción. ¿Sobre qué tema son capaces de formarse un juicio correcto, quienes, tras el asesinato de su Señor y el parricidio, perdieron el juicio y se dejan llevar, no por un motivo racional, sino por una impulsividad incontrolable, a dondequiera que su furia innata los lleve? Por eso, incluso en este asunto, no perciben la verdad, de modo que constantemente yerran en extremo, y celebran la Pascua una segunda vez en el mismo año en lugar de corregirse adecuadamente. ¿Por qué, entonces, deberíamos seguir el ejemplo de quienes se reconocen contaminados por graves errores? ¡Ciertamente nunca deberíamos permitir que la Pascua se celebre dos veces en un mismo año! Pero incluso si estas consideraciones no se les presentaran, deberían cuidar, con diligencia y oración, de que sus almas puras no tengan nada en común, ni siquiera parezcan tenerlo, con las costumbres de hombres tan depravados. También hay que tener en cuenta lo siguiente: en un asunto tan importante y de tanta significación religiosa, el más mínimo desacuerdo es sumamente irreverente. Porque nuestro Salvador nos dejó solo un día para recordar nuestra liberación: el día de su santísima pasión. También quiso que su Iglesia católica fuera una; cuyos miembros siguen siendo cuidados por un solo Espíritu, es decir, por la voluntad de Dios, por muy dispersos que estén. Que el buen sentido, acorde con su carácter sagrado, considere cuán grave e inapropiado es que en los mismos días algunos ayunen, mientras que otros celebran festividades; y que después de la Pascua algunos celebren festividades y regocijo, mientras que otros se sometan a ayunos prescritos. Por esta razón, la Divina Providencia dispuso que implementáramos una corrección apropiada y estableciéramos una práctica uniforme, como supongo que todos saben.
  
10. Así que, en primer lugar, era deseable cambiar la situación para que no tuviéramos nada en común con esa nación de asesinos de padres que mataron a su Señor. En segundo lugar, el orden que observan todas las iglesias del oeste, sur y norte, y algunas también del este, es perfectamente adecuado. Por lo tanto, en este momento, todos consideramos apropiado que usted, inteligente como es, también aceptara con alegría lo que se observa con tan general unanimidad en la ciudad de Roma, en toda Italia, África, todo Egipto, España, Francia, Gran Bretaña, Libia, toda Grecia y las diócesis de Asia, Ponto y Cilicia. Me comprometí a que esta solución le satisfaría después de que la examinara detenidamente, sobre todo porque consideré que no solo la mayoría de las congregaciones se encuentran en los lugares recién mencionados, sino que también todos tenemos la sagrada obligación de unirnos en el deseo de todo lo que el sentido común parezca exigir, y que no tenga relación con el perjurio de los judíos. En resumen, se determinó de común acuerdo que la santísima festividad de la Pascua se solemnizara en un mismo día; pues no es del todo decente que haya diferencia alguna en un asunto tan sagrado y serio. Es muy loable adoptar esta opción, que no tiene nada que ver con errores extraños ni se aparta de lo correcto.
  
12. Puesto que estas cosas son consecuentes, reciban con alegría este mandato celestial y verdaderamente divino. Pues todo lo que se hace en las sagradas asambleas de los obispos se puede atribuir a la voluntad divina. Por lo tanto, una vez que hayan demostrado lo prescrito a todos nuestros amados hermanos, sería bueno que hicieran públicas las declaraciones escritas anteriores y aceptaran el razonamiento, que ha demostrado ser válido, y establecieran esta observancia del día santísimo. De esta manera, cuando llegue para verificar su estado, lo cual he deseado fervientemente desde hace tiempo, podré celebrar la sagrada festividad con ustedes en un mismo día, y me regocijaré con ustedes por todo, al ver que, mediante nuestros esfuerzos, el poder divino está frustrando la crueldad de Satanás, y que su fe, paz y unidad florecen por doquier. Que Dios los guarde, amados hermanos. — El emperador envió esta carta, escrita de la misma manera, a todas las provincias, para poder presentar a sus lectores, como en una especie de espejo, la sinceridad y piedad de su carácter pintado hacia Dios.