domingo, 30 de marzo de 2014

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA - LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA
     
Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo: desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de Pascua. Segunda Edición argentina, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1962.
        
LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
     
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
    
Volveremos mañana a nuestras meditaciones sobre los motivos de contrición y veremos: 1° Los males que nos ocasiona el pecado venial; 2º Los males mucho mayores aún que nos ocasiona el pecado mortal.
     
— Tomaremos en seguida las resoluciones siguientes: 1º De tener horror a las menores faltas y humillarnos profundamente ante Dios por haber cometido tantos pecados en el curso de nuestra vida; 2° De huir de la menor ocasión del pecado más que de la peste, desconfiar de nosotros mismos, velar y rogar para no caer en él en lo porvenir. Reservaremos como ramillete espiritual las palabras del publicano: “¡Oh Dios, tened piedad de mí, que soy un pecador!”
     
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
       
Adoremos a nuestro Señor Jesucristo cubierto de llagas y clavado en la cruz por nuestros pecados. Nuestros crímenes son sus verdugos, y nosotros somos sus asesinos. ¡Oh Dios víctima! Yo os adoro y os amo; y lloro mi soberbia, que te ha coronado de espinas, mi tibieza, que ha despedazado vuestros miembros; mi amor a la independencia, que os ha llevado a la cruz. ¡Oh divino sacrificado! Formad en mi corazón el odio al pecado, mal tan grande que sólo pudo ser reparado por vuestra muerte, y hacedme comprender los males que pecando me he ocasionado.
   
PUNTO PRIMERO - MALES QUE NOS CAUSA EL PECADO VENIAL
      
No se podría decir cuánto mal nos hace el pecado venial. Si no ha sido expiado, en la otra vida retardará para nosotros por largos años quizás los goces del paraíso y nos costará terribles castigos. Aun después de haber sido expiado, nos privará por toda la eternidad del grado de gloria y felicidad a que nos hubiera elevado el acto de la virtud contraria. En esta vida enfría la amistad de Dios y disminuye sus gracias, que tan necesarias son a nuestra debilidad; disminuye en nosotros la fe y el sentimiento de las verdades eternas, arranca del alma el tierno gusto de la piedad, el goce del Espíritu Santo y las delicias de la inocencia; el pecado debilita la voluntad, la inclina poco a poco hacia el mal, ahoga el remordimiento, disipa la vigilancia, y por allí conduce a las grandes caídas, que nunca son otra cosa que la consecuencia de una serie de relajamientos. En fin, cuando se ha convertido en costumbre, reduce al alma a un estado peor en cierto modo que la muerte, a la tibieza. Porque ese horrible estado tiene por carácter fundamental el hábito de los pecados veniales. Santa Teresa misma nos dice que Dios le hizo ver un día el lugar que ella habría ocupado en el infierno si hubiera cedido a una tentación de vanidad y no se hubiera apartado de ciertos peligros. ¡Oh Dios mío! ¡Cuán funesto nos es el pecado venial! ¡Y, sin embargo, lo temo tan poco y lo cometo tan fácilmente! ¡Oh Señor, inspiradme un constante horror a él!
    
PUNTO SEGUNDO - MALES QUE PRODUCE EL PECADO MORTAL
    
1º NOS QUITA LA AMISTAD DE DIOS Y NOS DEJA SU ODIO. Antes de caer, éramos hijos amados de Dios, templo suyo y objeto de sus complacencias. Elevábamos al cielo nuestras miradas llenas de confianza y veíamos en Él a un Padre que sólo tenía para nosotros pensamientos de bondad y de amor. Pero, cometido el pecado, ¡Cómo cambia nuestra suerte y qué desdichados somos! Esclavos del demonio, hijos de ira y objetos de maldición, si no nos convertimos, no hay ya para nosotros en el cielo más que un Juez severo cuyo rayo nos amenaza. ¡Ay! Por muy poco que reflexionemos, nos encontraremos bien desgraciados bajo el peso de este pensamiento: “¡Yo he merecido el odio de Dios!” 2º EL PECADO NOS QUITA LA PAZ DEL CORAZÓN Y NOS DEJA EL REMORDIMIENTO. Cuando éramos inocentes, éramos felices; la calma reinaba en nuestro interior y una alegría amable y dulce reflejaba en el exterior la dicha de un corazón puro. Pero, con el pecado, la paz desapareció y dio lugar a la turbación, al remordimiento, a la inquietud, a la agitación de la conciencia, que se revuelve en todo sentido y sólo encuentra padecimientos. Porque Vos, ¡oh Señor!, nos habéis hecho para Vos, y fuera de Vos no hay paz ni felicidad. 3° EL PECADO NOS QUITA TODOS NUESTROS MÉRITOS Y NOS DEJA LA DESNUDEZ Y LA INDIGENCIA. Aun cuando un hombre hubiera vivido sesenta siglos y merecido a cada momento tanto como todos los santos juntos, un solo pecado mortal lo destruye todo, arranca al alma todos sus méritos, y la hace incapaz de merecer nada nuevamente, mientras esté bajo su imperio. 4º EL PECADO NOS PRIVA DEL CIELO Y NOS DEJA EL INFIERNO. Mientras estemos en pecado, no pretendamos ir a los bellos tronos en que debíamos sentarnos, ni aspiremos a las coronas que debían ceñir nuestras frentes, ni a la sociedad encantadora de los ángeles y santos, de María y de la humanidad santa de Jesucristo, ni a la posesión de Dios. El infierno es lo único que nos queda. Los demonios están pidiendo a Dios que les permita precipitar en él al pecador. ¡Qué situación, gran Dios! ¡No estoy más que a un paso del infierno! ¿No resuena para mí el trueno? ¡Oh! ¡Cuán temerario e imprudente soy! ¡Perdón, Dios mío, y misericordia! Deploro mis pecados y los detesto con todo mi corazón.

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