lunes, 20 de noviembre de 2017

A GOLPES DE BIEN

  
Bravamente clamaba y se insurgía José Antonio contra monstruosas desigualdades, contra abusos inveterados que parecían inconmovibles, contra la vida infrahumana de muchos españoles; y quería, con radical obsesión, que disfrutasen todos, plenariamente, de “la Patria, el Pan y la Justicia”.
 
Su expresión es lema incorporado al nuevo Fuero del Trabajo, código de avanzada justicia social. Y Franco tuvo por predilecta frase: “Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”. Y al propio tiempo que afrontaba las arduas urgencias de la guerra, quiso y logró implantar, con eficiencia admirable, reformas e instituciones que volviesen tangible el gran propósito.
 
Con más intensidad todavía prosigue en la tarea, después de la victoria. Por sobre los apremios económicos y los graves problemas internos y exteriores, persiste Franco, tercamente, con heroico denuedo, en la implantación de la justicia social.
 
Amonesta el caudillo a los que ahora, validos de lo excepcional de las circunstancias, quieren burlar la estabilización de los precios y especular con los artículos de consumo indispensable:
“Si el sentido patriótico de nuestro pueblo le ha llevado a consumar el máximo de sacrificio por la patria —dar la vida y la de los propios hijos—, ¿es mucho pedir el que sacrifiquen unos pocos los excesos de su codicia? La nueva España no puede aceptar el tipo de comerciante o productor desaprensivo que especula con la miseria ajena... En esto, como en todo, se implantará justicia, contra las murmuraciones de los unos, contra el egoísmo de los otros, contra las vanas intrigas de los politicastros para siempre caídos. Yo os dije desde el primer día de la guerra, que luchábamos por una España mejor, y que serían estériles los sacrificios nuestros si no realizábamos la Revolución indispensable a nuestro progreso económico y estabilidad política... Nada ni nadie puede torcer nuestro camino: que el tesón que pusimos en las duras batallas de la guerra, hemos de superar en las que imponga la realización de nuestra Revolución nacional”.
  
 
Y, hombre verdaderamente identificado con su pueblo, hombre que abre su corazón y comunica democráticamente sus dificultades y propósitos con la nación que rige, prosigue el gran estadista:
“Cómo lo lograremos, es lo que hoy me interesa participaros; que lo mismo que ayer vivisteis en los partes de guerra el glorioso marchar de nuestras tropas, podáis seguir mañana los avances del resurgimiento de nuestra patria, sintiéndoos partícipes de esta obra común, que hizo posible la sangre generosa de nuestros héroes, y que será el más hermoso fruto de vuestras privaciones y de vuestro trabajo. Vosotros conocéis cómo es la España que recibimos: con los grupos en lucha, con sus burgos tristes y sus viviendas míseras, sus funcionarios hambrientos y sus obreros sin trabajo; la que entregaba a la muerte, sin defensa, millares de vidas de tuberculosos por año; la que registra la más alta mortandad infantil; la que ofrece el irritante contraste de los palacios suntuosos y las viviendas míseras”.
 
 
Hubo, en las últimas décadas españolas, un gran auge económico que multiplicó las grandes fortunas. Pero “faltó el Estado previsor y justo que aprovechase este fenómeno de multiplicación de bienes, para lograr, con una más justa y equitativa distribución de la riqueza, que se elevase el bajo nivel de vida en que la mayor parte de la nación aparecía sumida”.
 
Lo que no se hizo a tiempo y fácilmente, hoy se hará a toda costa:
“Yo sé que cuando salgan a luz nuestros futuros presupuestos... no han de faltar los eternos agoreros, intentando sorprender la buena fe de los capitalistas timoratos. Yo les digo a estos espíritus apegados a los bienes, que el mejor seguro de sus caudales es la obra de redención que realizamos. Así lo sentíamos y lo anunciábamos cuando salían nuestros voluntarios para los frentes; así lo afirmamos sobre la sangre caliente de los caídos, y así lo exige el sentido profundamente católico de nuestro Movimiento”.
 
Sentido profundamente católico. Así es. Audacia católica. Reforma católica. No el tipo anquilosado y gruñón, que marcha a remolque y deja a los otros iniciar, a punta de odio, la tarea, sino el que se anticipa con alegre osadía y, rompiendo rutinas y componendas, instaura en el terreno de los hechos el Amor y la Justicia que Cristo anunció.
 
Por eso hechiza José Antonio. Por eso Franco y el Movimiento hispánico que rige, persuaden e impresionan a todo espíritu apasionado por la justicia social.
“¿Es que puede algún español permanecer indiferente ante los grandes problemas de la miseria ajena, de la tuberculosis y de tantos males como afectan a nuestras clases humildes?... Yo os aseguro que en estas recepciones que a mi presencia han tenido lugar en las provincias, cuando desfilan con los trajes raídos, su aire cansino y sus rostros macilentos por el trabajo y la vigilia tantos honrados funcionarios, siento la gran tragedia de España y el ansia de esta Revolución de que tanto se asustan los timoratos”.
 
Y ya se ha implantado la iniciación de la mejora, “en los términos discretos que los momentos aconsejan”: un aumento que fluctúa entre el cuarenta por ciento para los sueldos más modestos, y el dieciséis por ciento para los superiores.
 
Por otro lado, atácase victoriosamente la desocupación obrera, mediante la concienzuda multiplicación de obras públicas. Y tres campañas se intensifican: contra la tuberculosis; contra la mortalidad infantil; contra la vivienda sórdida.
 
Contra la tuberculosis.
“Hemos iniciado esta labor en plena guerra, y hemos de continuarla. En el campo sanitario, creamos más de siete mil camas en sanatorios, que son una quinta parte de las necesarias para la lucha antituberculosa. ¿Que para ello se imponen sacrificios mayores a la España sana? Cierto. Pero no debe importarnos el legar a nuestros hijos una carga mayor, ni cabe medida más justa. No dudemos que el juicio que en un mañana merezcamos, será muy distinto del que dolorosamente formamos de los que nos precedieron y no quisieron resolver este problema”.
 
Y todo se hará con matemática rapidez:
“¿Cuál ha de ser el tiempo necesario para realizar esta obra? El mínimo que impongan los estudios de emplazamiento y la materialidad de las construcciones”.
  
Es la enorme mortandad infantil otra causa de pérdidas humanas: son espantosas las cifras que hasta hoy alcanzaba, por descuidos y abandonos evitables. Su remedio es mucho menos costoso, y está en la propaganda, los pequeños auxilios y el admirable y amoroso cuidado, ya iniciado, de nuestra Falange femenina. Esta tiene que ser una de las grandes obras de nuestro Movimiento: llegar a los últimos lugares a donde el Estado no llega...
 
Y véase aquí cómo Franco entiende las limitaciones del Estado; cómo no piensa que el Estado lo absorba y lo haga todo; cómo quiere estimular la actividad privada, respetándole su riqueza de flexibilidad, de intimidad, de calor humano.
 
Finalmente,
“la cuestión de la vivienda constituye otra de las grandes lacras nacionales, y está intensamente ligada a la sanitaria. Más del treinta por ciento de las viviendas españolas son insalubres, según las estadísticas formuladas por nuestra Fiscalía de la Vivienda. Su sustitución por otras en excelentes condiciones no presenta dificultades, por cuanto su construcción significa la creación de una riqueza movilizable, que compensa con creces los pequeños sacrificios estatales”.
 
Ya se ha avanzado mucho, y ahora se activa la realización del inmediato programa: construir, “en diez años, más de doscientas mil casas, allí donde las necesidades son mayores”.
 
Y concluye Franco:
“Estas tres grandes obras —instituciones antituberculosas, de puericultura y viviendas— tienen en sí tal fortaleza, que cuanto pueda decirse en su favor es corto ante las realidades. Su ejecución ha de tener el más grande poder de captación entre nuestros adversarios. A estos golpes hemos de forjar la unidad de España”.
 
¡Magnífico intento! No el odio, no el simple peso material del triunfo, sino la conquista, lenta y segura, de los espíritus, a golpes de bien.
 
ALFONSO JUNCO VOIGT. El difícil paraíso.

2 comentarios:

  1. Así fue. Al morir Franco, en España había agricultura, ganadería, minería, pesca, textiles, industria ligera y pesada, se había establecido la Seguridad Social y tenía superávit. El sistema educativo era excelente. Se repartía en sueldos más del 60% (hoy menos del 40%) del PIB, y había 8000 presos en las cárceles (hoy más de 70000). Yo, que nací en 1965, no escuché en toda mi infancia hablar de guerra ni de bandos. Eso llegó después, con la "democracia". Se comieron (robaron) todo lo ahorrado hasta entonces. No contentos, se comieron buena parte de todo lo que vino de Europa, que fue muchísimo. Pero no contentos con eso nos han endeudado para varias generacionesy siguen incrementando la deuda en miles de millones CADA SEMANA. Pero no contentos con eso impusieron un impuesto universal del 21% sobre todo lo que se mueve, que sumado a otros impuestos llega hasta casi el 50% de la riqueza nacional. Introdujeron el aborto y ahora tenemos una población penosamente envejecida. El sistema de pensiones está destruido. Introdujeron los vicios más abyectos mediante la televisión y metódicamente acabaron con la agricultura, con la ganadería, con la pesca, con la minería, y por supuesto con la educación. Pero no importa. La propaganda del odio contra Franco no ha disminuido ni un ápice en 40 años, y las nuevas generaciones creen que aquello fue un infierno y esto un paraíso. Lo creen y dedican su tiempo aprendiendo idiomas para marcharse de aquí, porque no hay futuro. Francisco Franco fue grande, muy grande. Ganó una guerra a Stalin y un bloqueo a los "aliados", y creo una clase media para impedir (palabras suyas) una nueva guerra en el futuro. Ahora todo está destruido. España se muere carcomida por MEDIO MILLÓN de políticos distribuidos en 18 parlamentos. Parece que 44 millones de personas no pueden gobernarse con menos de 18 parlamentos.

    Y todo este proceso destructivo se hizo con la colaboración de la iglesia conciliar. Franco la salvó del exterminio y sólo 20 años después ya la iglesia era enemiga de Franco. Ahora a disfrutar de una generación pagana y de los templos vacíos.

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  2. Para alguien fuera de España será difícil creer lo que se desató después de la muerte de Franco. Yo he sido testigo directo, y por eso nadie me lo tiene que contar, de cómo los sindicatos animaban en sus mítines a quemar los bosques, y acabar con la obra de repoblación que se llevó a cabo para evitar la erosión y dulcificar el clima. Yo he sido testigo de cómo la izquierda miserable se reía y se burlaba de las obras hidráulicas que se hicieron durante el gobierno de Francisco Franco, que mitigaron las sequías y pusieron en cultivo grandes zonas. Ahora van por ahí esos miserables arrancando las placas de los edificios de viviendas que se hicieron en aquella época, para que todos tuvieran un hogar. El odio hacia Francisco Franco es infinito, ha envenenado a la mitad o más de los españoles y contribuye a nuestro actual desastre.

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