Dom Prósper Guéranger OSB
Es entonces al fin del mundo, más que en todos los tiempos anteriores, cuando satanás se desencadene en toda su furia, que los fieles deberán recordar los consejos dados a nosotros por el Apóstol en la Epístola de hoy (Efesios V). Ellos tendrán que comportarse con la circunspección que él nos participa, tomando todo cuidado posible en mantener puro su entendimiento, no menos que su corazón, en estos días malos. Porque para entonces, la luz sobrenatural no sólo tendrá que resistir los asaltos de los hijos de las tinieblas, que hacen ostentación de sus doctrinas perversas, sino que tal vez será minimizada y falsificada por culpa de las flaquezas de los hijos de la luz en el terreno de los principios, será puesta en peligro por las hesitaciones y la humana prudencia de los que se tienen por sabios. Muchos prácticamente ignorararán la verdad principal, que la Iglesia nunca podrá ser vencida por ningún poder creado o razón humana. Si no recuerdan que Nuestro Señor ha prometido sostener a su Iglesia incluso hasta el fin del mundo (San Mateo XXVIII, 20), creerán todavía que hacen un gran servicio a la causa del bien haciendo algunas concesiones políticamente audaces, no pesadas en la balanza del santuario. Estos futuros prelados sabios según el mundo olvidarán que sin contar que el Señor no necesita de habilidades torcidas para ayudarle a cumplir su promesa; y no se necesita decir sobre todo, que la cooperación que se digna aceptar de los suyos en defensa de los derechos de la Iglesia, nunca puede consistir en el menoscabo u ocultación de las grandes verdades que constituyen la fuerza y la belleza de la Esposa. Ellos olvidarán la máxima del Apóstol, dada en su Epístola a los Romanos, que acomodarse a este mundo, atentar una adaptación imposible del Evangelio a un mundo que está descristianizado, no es medio para llegar a distinguir de modo seguro lo bueno, lo mejor, la perfecta voluntad de Dios. Así que será algo de grande y raro mérito, en muchas circunstancias, comprender solamente lo que es la voluntad de Dios, como lo dice nuestra Epístola.
“Aseguraos de la recompensa completa”, dice San Juan (San Juan VIII, 9), que es dada solo a los que perseveran constantes en la doctrina y la fe. Además, será entonces, como en otras ocasiones que, según la palabra del Espíritu Santo, la simplicidad del justo la que los guiará, y más seguramente que lo que cualquier ingenuidad humana podría hacer; la humildad les dará sabiduría; y, manteniéndose íntimamente unidos a esta noble compañía, ellos serán hechos verdaderamente sabios por ella, y sabrán lo que es aceptable para Dios. Ellos entenderán que, aspirando como la Iglesia misma a la unión con la Palabra eterna, fidelidad a la Esposa, para ellos tanto como la Iglesia, es nada menos que la fidelidad a la verdad; por la Palabra, que es el mismo objeto de amor de ambos, que es en Dios, nada más que el esplendor de la verdad infinita. Su única preocupación, por tanto, será de estar más y más cerca a su Amado… Obrando así, ellos servirán a sus compañeros creaturas en la mejor forma posible, porque ellos pondrán en práctica el consejo de Jesús, que los obliga a buscar primero el Reino de Dios y Su justicia, y confiar en Él para todo lo demás. Otros pueden haber recurrido a combinaciones humanas y acomodaticias, ajustadas para complacer a todos los partidos; pueden adelantar compromisos dudosos, los cuales (según sus sugerentes) detendrán, por algún tiempo, la feroz ola de la revolución; pero aquellos que tienen el Espíritu de Dios en ellos pondrán una construcción muy diferente sobre la admonición dada a nosotros por el Apóstol, para redimir el tiempo que el Señor nos da por Su bondad.
[…] Cuando, por tanto, la tribulación final deba comenzar; cuando el exilio disperse a los fieles, y la espada los degüelle, y el mundo apruebe que todos, como entonces sucederá, se postren ante la bestia y su imagen (Apocalipsis XIII) no olvidemos que tenemos un líder elegido por Dios, y proclamado por la Iglesia; un líder que nos dirigirá durante estos combates finales, en el cual la derrota de los Santos (Apocalipsis XIII) será más gloriosa que todos los triunfos de la Iglesia en la época en que ella dominaba el mundo. Porque lo que Dios pedirá entonces a Sus siervos no es el éxito de los acuerdos diplomáticos, ni una victoria ganadas por las armas, sino la fidelidad a Su Verdad, esto es, a Su Palabra; una fidelidad más generosa y perfecta tal como sería una casi universal caída alrededor del pequeño ejército luchando bajo el estandarte del Arcángel. Alentados por un único corazón fiel y un corazón simplemente fiel, bajo tales circunstancias, y animados con la valentía de la fe y el ardor de la caridad, el grito de San Miguel, que ya desterró las legiones infernales, honrará a Dios más de lo que las blasfemias arrojadas por los millones de seguidores degradados de la bestia que Lo insultará.
Dom PRÓSPER GUÉRANGER OSB. El año litúrgico -edición Inglesa-, tomo XI (Tiempo después de Pentecostés), Domingo XXº después de Pentecostés.
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