Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA
Como
muchos sabrán, San Alfonso María de Ligorio, antes de dedicarse a la
vida religiosa fue un insigne abogado del Foro de Nápoles, brillante y
preparadísimo: graduado en 1713, con solo 17 años, y debió esperar la
mayoría de edad para ejercer la profesión. Profesión que abandonó diez
años más tarde, por causa de una sentencia claramente injusta en una
causa muy importante en la que él se comprometió muchísimo, teniendo
como objeto un feudo en Rieti disputado entre el Gran Duque de Toscana y
la familia patricia de los Orsini (¡por el Abogado, cuánto lo
entiendo!). Poco antes de dejar la toga, San Alfonso escribió un
precioso dodecálogo que aún hoy es validísimo y se dirige no solo a los
Abogados, sino también a los Jueces, a los acusadores –públicos, como el
Ministerio Público, o privados– y a los mismos imputados. Claro e
incisivo, es la prueba de que la única verdadera deontología es la que
ahonda las raíces en la ética de la Verdad y del Bien, en últimas, en la
Palabra de Nuestro Señor. “Porque Dios es el primer Protector de la
justicia”. [Massimo Micaletti]
De las obligaciones de los jueces, abogados, acusadores y reos.
- No se debe aceptar nunca causas injustas, porque son perniciosas para la conciencia y para el decoro.
- No se debe defender una causa con medios ilícitos e injustos.
- No se debe gravar al cliente con gastos innecesarios, de otra manera, queda en el Abogado el deber de la restitución.
- Las causas de los clientes se deben tratar con el compromiso con que se tratan las causas propias.
- Es necesario el estudio de los procesos para deducir los argumentos válidos para la defensa de la causa.
- La dilación y la negligencia en los Abogados a menudo perjudica a los clientes, y se deben reparar los daños, de lo contrario se peca contra la justicia.
- El Abogado debe implorar de Dios la ayuda en la defensa, porque Dios es el primer Protector de la justicia.
- No es laudable un Abogado que acepta muchas causas superiores a sus talentos, a sus fuerzas, y al tiempo, que a menudo le harán falta para prepararse en la defensa.
- La justicia y la honestidad no deben separarse de los Abogados católicos, de hecho se deben siempre custodiar como las niñas de los ojos.
- Un Abogado que pierde una causa por su negligencia debe asumir la obligación de reparar todos los daños a su cliente.
- En la defensa de las causas se necesita ser verídico, sincero, respetuoso y razonado.
- Finalmente, los requisitos de un Abogado son el Conocimiento, la Diligencia, la Verdad, la Fidelidad y la Justicia.
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