Refiere el señor de Joinville, biógrafo de San Luis Rey de Francia:
“Conociendo el Santo Rey que había de pasar bien presto de esta vida a la otra; llamó a Felipe su hijo, y le encargó guardar como testamento todos los documentos que le dejó, que están abajo escritos, los cuales el Rey escribió de su santa mano, y le dijo así:
«Amado hijo: la primera cosa que te enseño es que emplees tu corazón en amar a Dios, porque sin esto nadie puede salvarse. Guárdate de hacer cosa que disguste a Dios, es a saber, pecado mortal, porque primero has de sufrir cualesquiera injurias y tormentos, que cometer un pecado mortal. Si Dios te envía trabajos, recíbelos con paciencia, dale gracias, y piensa que le has ofendido, y que los convertirá en provecho tuyo. Si te da fortuna, agradéceselo humildemente, para no perder por soberbia o por otra parte, lo que te ha de hacer mejor, pues no debe uno abusar de los dones de Dios.
Confiésate a menudo, y que el confesor sea prudente, que sepa enseñarte lo que has de hacer y de lo que has de huir; y te has de portar de modo que tus confesores y amigos no reparen en advertirte tus defectos. Asiste a la Iglesia con devoción interior y exterior, especialmente en la misa cuando se hace la consagración.
Que tu corazón sea blando y caritativo con los pobres, con los flacos y con los atribulados; anima y ayúdales cuanto puedas. Conserva las buenas costumbres de tu Reino, y quita las malas. No codiciarás los bienes de tu Pueblo, y no lo oprimas con impuestos ni tributos.
Si sientes en tu corazón alguna pena, dila a tu confesor o a algún hombre prudente que te hable con claridad, y la llevarás más fácilmente. No tengas en tu compañía sino hombres prudentes y sin ambición, sean Religiosos o Seculares; habla con ellos a menudo; desvíate y huye de la compañía de los malos.
Oye con gusto la palabra de Dios, guárdala en tu corazón, y busca de tu voluntad oraciones e indulgencias.
Estima tu honra y provecho, y aborrece lo malo, sea lo que fuere. Que nadie en tu presencia se atreva a hablar palabra que incite a pecado, y que nadie hable mal de otro. No consientas que nadie hable con poco respeto de Dios en tu presencia; dale gracias muchas veces de los beneficios que te ha hecho, para hacerte digno de recibir otros.
Haz justicia a tus vasallos con rectitud, bondad y constancia sin inclinarte a un lado ni a otro; defiende la justicia y la causa del pobre, hasta que se vea la verdad clara.
Si alguno tuviere algún derecho contra ti, no te preocupes hasta que conozcas la verdad: así tus Consejeros juzgarán con más libertad a tu favor o contra ti. Si tienes algo de otro, o por ti, o que ya lo tuvieron tus predecesores, cuando la cosa sea ciertamente suya, devuélvesela sin dilación: si está en duda, haz que te informen luego hombres doctos.
Has de procurar que en tu Reino tus vasallos vivan en paz y anden rectos. Conserva tus Ciudades grandes, y guarda las costumbres de tu Reino en el estado y franquicias, que lo han hecho tus antecesores: si hay alguna cosa digna de reforma, enmienda y corrígela. Tenlas a tu devoción unidas; porque las fuerzas y riquezas de las Ciudades grandes estorbarán a los particulares y a los extranjeros, y sobre todo a tus Pares y a tus Barones, el que se rebelen contra ti.
Honra y estima a las Personas de la Santa Iglesia: cuida que ni se las quiten ni se las disminuyan las donaciones, ni los bienes que tienen de tus predecesores. Cuentan del Rey Felipe mi abuelo, que una vez uno de sus Consejeros le dijo que los Eclesiásticos le causaban mucho perjuicio, porque le quitaban sus derechos y le menoscababan su justicia; y que era de admirar cómo lo sufría. A el cual el Rey le respondió: Que él creía que era así, pero que estimaba en tanto las misericordias y beneficios que Dios le había hecho, que más quería ceder de su derecho, que tener pleito con las Personas de la Santa Iglesia.
Honrarás y respetarás a Padre y Madre, y harás lo que te manden.
No des los Beneficios de la Santa Iglesia sino a sujetos de buena vida y costumbres; y no nombres por Consejeros sino a hombres sabios y de bondad. Guárdate de hacer guerra contra los cristianos sin gran necesidad, y si es necesario que se haga, conserva a la Santa Iglesia y a los que no han hecho daño. Si se mueven guerras o discordias entre tus vasallos, apacígualos lo antes que puedas.
Has de ser exacto en tener buenos Gobernadores y Regidores: infórmate de su conducta y de los de tu Casa Real, si son codiciosos, ladrones o tramposos. No sufras vicio alguno afrentoso en tu Reino, y mucho menos las blasfemias y las herejías. Que los gastos de tu Casa sean moderados.
Por fin, ¡oh muy amado hijo!, yo te encargo me hagas decir misas y oraciones en tu Reino por el descanso de mi alma, y que me hagas participante de una buena parte de todas las buenas obras que hicieres.
Amado hijo mío, yo te doy todas las bendiciones que un Padre puede dar a su hijo: que la Santísima Trinidad y todos los Santos te guarden de todo mal: que Dios te dé la gracia de hacer siempre su voluntad: que sea honrado de ti, y que podamos después de esta vida estar con Él, y alabarle sin fin. Así sea».
FUENTE: Instrucciones de San Luis Rey de Francia a su familia real, a las personas de su corte, y a otras. Puestas del francés en español por Don Joaquin Moles, presbítero. En Madrid por Andrés Ramirez, año de 1767. Págs. 3-9.
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