Noticia tomada de ABC (España)
El bombardeo del jueves con la GBU-43/b no es el primero perpetrado
por los americanos. En la década de los 40, sus ataques indiscriminados
sobre Alemania con la ayuda de la RAF ayudaron a acabar con la guerra,
pero también acabaron con la vida de multitud de ciudadanos que nada
tenían que ver con Hitler
MANUEL P. VILLATORO
El jueves (13 de Abril de 2017), el mundo se quedó asombrado cuando Estados Unidos informó de que había lanzado su mayor bomba no atómica sobre Afganistán.
El artefacto en sí, llamado GBU-43/b Massive Ordnance Air Blast Bomb
(MOAB, en sus siglas en inglés) supuso una demostración de fuerza contra
Daesh por parte de Donald Trump.
Y es que, con sus diez toneladas de peso, la «madre de todas las bombas»
(como es apodada) ha demostrado que al gobierno norteamericano no le
temblará el pulso a la hora de hacer uso de toda su potencia explosiva.
Sin embargo, no es la primera vez en la historia que la Casa Blanca
trata de solventar una contienda haciendo uso de kilos y kilos de TNT.
Ejemplo de ello fue la Segunda Guerra Mundial,
el cénit en lo que a bombardeos se refiere. No en vano, durante este
conflicto Estados Unidos redujo a algunas ciudades como Hamburgo o
Dresde a cenizas para acabar con la resistencia de los hombres de Adolf Hitler
o, en su defecto, con la industria germana que -tornillo a tornillo-
construía carros de combate y aeroplanos para plantar cara a los aliados
en el frente.
A nivel práctico la cruel jugada fue perfecta para los americanos, pues sus continuas misiones de bombardeo obligaron a Albert Speer
(el ministro de armamento del Tercer Reich) a trasladar decenas de
fábricas hasta una red de túneles excavados bajo los Sudetes. Unos
corredores de 213.000 m³ y 58 kilómetros de carreteras para luchar
contra los explosivos que caían desde el cielo.
Los Aliados sobre Hamburgo
Uno de los bombardeos más destacados de la Segunda Guerra Mundial fue el
que llevó a cabo el mando aliado sobre Hamburgo (al norte de Alemania).
La ciudad era de vital importancia por varias causas. Entre ellas, la
cantidad de fábricas que atesoraba y la existencia de un astillero de
submarinos.
En el verano de 1943 se estableció que el ataque se llevaría a cabo por
sorpresa, y haciendo uso de un curioso sistema de intercepción de radar
llamado «Window» (señuelos de aluminio). A su vez, se determinó que
sería un bombardeo masivo. Un educado término que implicaba lanzar
cuantas más bombas mejor sobre el objetivo con la finalidad de reducirlo
a cenizas.
Tal y como afirma el historiador británico Paul Kennedy en su obra
«Ingenieros de la victoria. Los hombres que cambiaron el destino de la
Segunda Guerra Mundial», los bombardeos se enmarcaron dentro de la
«Operación Gomorra» y comenzaron entre el 23 y el 24 de julio de 1943.
La incursión inicial corrió a cargo de la RAF británica, que atacó la
ciudad con nada menos que 791 bombarderos. El 25 le tocó el turno a la
fuerza aérea de los Estados Unidos (USAAF). El resultado fueron varios
meses de viajes de ida y vuelta acaecidos entre julio y noviembre que se
saldaron con la destrucción casi total de la ciudad. Fue uno de los
ataques desde el aire más letales de la Segunda Guerra Mundial. Algo
similar (en impacto psicológico) que lo sucedido el pasado jueves.
Al final, los aliados contaron 17.000 salidas de bombardeo y una ingente
cantidad de bajas realizadas. «Unas 260 fábricas de Hamburgo fueron
borradas del mapa, y lo mismo ocurrió con 40.000 casas y 275.000 pisos,
2.600 tiendas, 277 escuelas, 24 hospitales y 58 iglesias. Murieron
alrededor de 46.000 civiles», añade el experto inglés en su obra. Este
ataque conmocionó sumamente a Alemania y, aunque se quiso minimizar en
principio su gravedad, el ministro de propaganda Joseph Goebbels terminó calificando el suceso de un verdadero «desastre».
Dresde
Ruinas de la ciudad alemana de Dresde
Tal y como desvela el famoso periodista e historiador Jesús Hernández en su obra «Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial»,
el bombardeo de la ciudad de Dresde (la capital de Sajonia) fue tan
cruel como desconcertante. Y es que, a día de hoy el por qué esta urbe
fue borrada del mapa por los aliados sigue siendo un tema que provoca
discusiones entre los historiadores. Con todo, la teoría más aceptada es
que era «un importante nudo de comunicaciones y contaba con una potente
industria». De hecho, el lugar ya había sido objeto de otros ataques a
lo largo de la contienda por ello.
Independientemente del objetivo, el bombardeo de Dresde comenzó a las
diez de la noche del 13 de febrero de 1945. Durante los últimos
estertores de la Segunda Guerra Mundial. «En esta primera oleada
participaron 245 cuatrimotores Avro Lancaster que arrojaron 800
toneladas de bombas», explica Hernández en su libro. Esa misma noche,
una segunda oleada barrió la urbe. En este caso, mediante una fuerza
formada por 529 aparatos.
Una jornada después hicieron su aparición las temibles fortalezas
volantes B17 norteamericanas. Unos aparatos equipados con una ingente
cantidad de ametralladoras y que eran apodados de esta guisa debido a
que su potencia de fuego y su forma de bombardear al enemigo (se
apiñaban en grandes formaciones de combate) les hacían ser un verdadero
muro frente a los cazas nazis.
En este caso, la USAAF aportó casi cuatro centenares de estos aparatos,
cada uno de los cuales podía portar más de 4.000 kilogramos en
explosivos. El 15 los aliados dieron la última pasada, terminando de
destruir Dresde. A día de hoy se desconoce el número exacto de bajas que
se produjeron, pero Hernández afirma que (entre civiles y soldados)
pudieron fallecer más de 300.000 personas, «casi el doble de víctimas de
las bombas de Hiroshima y Nagasaky juntas», en palabras del experto.
Las cifras de explosivos lanzados son analizadas por el historiador
Andrew Roberts en su libro «La tormenta de la guerra»: «Las 2.680
toneladas de bombas arrojadas arrasaron más de 33 kilómetros cuadrados
de la ciudad, y muchos de los muertos fueron mujeres, niños, ancianos y
algunos de los cientos de miles de refugiados que huían del Ejército
Rojo, que se encontraba a menos de 100 kilómetros al este».
Estos dejaron este mundo asfixiados, calcinados o cocidos, según
determina el también historiador Allan Mallinson en uno de sus múltiples
estudios sobre el tema. En palabras de Roberts, «cocidos» no es un
eufemismo: «Hubo que extraer pilas de cadáveres de un gigantesco
depósito de agua contra incendios al que había saltado para escapar de
las llamas gente que fue cocida viva».
Tokio, el bombardeo no nuclear
A pesar de que los más conocidos a día de hoy son los ataques aliados
sobre Europa, Japón también tuvo que padecer los bombardeos aliados
(casi exclusivamente los estadounidenses) antes de que los americanos
arrojasen sobre Hiroshima y Nagasaki las temibles bombas atómicas.
Entre los destacados es necesario recordar las incursiones de los
aeroplanos norteamericanos en 1945 sobre Tokio. Estos fueron llevados a
cabo en marzo y, para desgracia de los civiles, se realizaron con
explosivos incendiarios con el objetivo de quemar las viviendas de la
población (entonces construidas con madera).
Tal y como afirma Néstor Rivero en su libro «Imperio tricéfalo», este
bombardeo (llevado a cabo principalmente por aviones B-29) acabó con
entre 80.000 y 120.000 vidas. Además, más de un millón de personas se
quedaron sin vivienda por culpa de los norteamericanos.
Tal fue la atrocidad de este ataque, que los Estados Unidos decidieron
quitar la ciudad de la lista de objetivos sobre los que arrojar la bomba
atómica posteriormente. ¿La razón? Que, en palabras de los informes
norteamericanos, lo único que provocaría golpear de nuevo a la población
civil sería apilar escombros sobre más escombros. Así calificaron los
mandos norteamericanos los hechos posteriormente: «Es probable que en el
incendio de Tokio haya perdido la vida más gente que en cualquier otro
período de seis horas en cualquier otro momento de la historia del
hombre». Sin duda, una auténtica barbaridad.
Siguen, estadounidenses y sus lameculos ingleses igual que en ese entonces y que siempre!
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