Traducciones de artículos publicados en CATHOLIC HERALD (Inglaterra), tomadas de APOSTOLADO CABALLERO DE LA INMACULADA.
1º EL DINERO NO PUEDE SALVAR AL CATOLICISMO ALEMÁN (Anian Christoph Wimmer, Editor de CNAdeutsch.de)
Obispos de camino a la Basílica de los Catorce Santos Auxiliadores, cerca de Bad Staffelstein (Baviera)
Hay una paradoja en el corazón del catolicismo alemán contemporáneo. Por un lado, las cifras oficiales pintan un severo cuadro de declive continuo en términos de membresía eclesial, asistencia a Misa y participación en los sacramentos. Por el otro, la Iglesia en Alemania es enormemente rica y continúa teniendo influencia significativa en el interior y en el exterior, no solamente en el Vaticano. La combinación de una exigua influencia espiritual y mayor poderío financiero no se ve saludable: no sorprende que un obispo, Rudolf Voderholzer, haya llamado por una nueva “Reforma” diferente a la de Lutero hace 500 años.
Las últimas cifras de la Conferencia de Obispos Católicos de Alemania (DBK) muestran una imagen familiar. Más de 160.000 católicos abandonaron la Iglesia en 2016, mientras que sólo 2.574 se convirtieron a ella (la mayoría desde el luteranismo). El número total de sacerdotes en Alemania en 2016 era de 13.856 –una caída de más de 200 desde el año anterior-. Matrimonios, confirmaciones y otros sacramentos todos en declive. El sacramento de la Confesión, del cual la DBK no provee datos, para todos los intentos y propósitos desapareció de muchas, si no de casi todas las parroquias.
Estas últimas estadísticas son sólo el más reciente ejemplo de una tendencia de larga data. A lo largo de la década de 1950 y 1960, el número de católicos alemanes que iban a la iglesia el Domingo era casi estable, siendo conservadores, entre 11,5 y 11,7 millones por año. Pero desde 1965, la asistencia súbitamente comenzó a bajar: de 10,2 millones en 1970 a 7,8 millones en 1980, bajó a 4,4 millones en 2000. Para 2015, apenas 2,5 millones de católicos iban a la iglesia el Domingo. Mientras tanto, el el número de católicos permanece en 23,8 millones –poco menos que la tercera parte de la población-. Así que no es de sorprenderse que el año pasado, solo uno de cada diez católicos alemanes adorara a Dios el Domingo asistiendo a la Santa Misa (y esa estadística es menor en un tercio a la del 2000).
Hay un alto nivel de diversidad regional a lo largo de Alemania, resultando en marcadas diferencias en el número de feligreses dependiendo de dónde vives. La asistencia es la más baja en las regiones históricamente católicas a lo largo del Rin, con las diócesis de Aquisgrán y de Espira registrando un promedio de sólo 7,8 % de católicos que van a Misa el Domingo.
Las tasas de asistencia más alta pueden encontrarse en las pequeñas comunidades de la diáspora en el otrora sector comunista oriental, en lugares como Sajonia y Turingia. Aquí, los promedios están cerca del 20 %. Un cerrado segundo puesto lo ocupan algunas partes de Baviera, patria del
La razón de por qué estas iglesias y muchos otros edificios, desde Baviera hasta el Mar del Norte, continúan siendo cuidadosamente mantenidos, aún cuando cada vez menos son frecuentados, es la misma razón por la cual las diócesis tienen miles de empleados, y por qué la Iglesia es uno de los mayores empleadores en el país: es porque la Iglesia puede pagarlos.
Como está prescrito en el sistema de impuestos de la Iglesia alemana, los católicos pagan un monto equivalente al ocho o nueve por ciento –dependiendo de en qué estado viven– adicional en su planilla por ingresos. De esta fuente, la Iglesia recibió la suma récord de 6 millardos de euros (5,4 millardos de libras esterlinas) en 2016. Gracias a la boyante economía alemana, la salida de miles de católicos cada año no ha afectado (todavía) las arcas eclesiales. Aún más, muchas actividades de la Iglesia son patrocinadas total o parcialmente por los estados, incluyendo instituciones educativas y hasta el salario de muchos obispos. Ellos por lo general reciben mensualmente más de £9.000.
En cada diócesis, prolifera una plétora de empleos y encargos, desde comisiones artísticas diocesanas decorando museos y exhibiciones hasta ingenieros ambientales asesorados por expertos en ecología sobre cómo hacer los edificios parroquiales sustentables. De hecho, la Iglesia Católica, junto con la Iglesia Evangélica Luterana alemana (EKD), es el segundo mayor empleador del país, justo detrás del sector público. Desde jardines infantiles a escuelas, hospitales a casas de retiro, comida en camiones a la mayoría de servicios de Cáritas, la Iglesia está involucrada en cada etapa y en cada área de la vida alemana.
Ella también maneja una gran red de organizaciones de caridad que contribuye con ayudas y asistencia en cifras que llegan a cientos de millones de euros. En 2015, proyectos en África, Asia, América latina y Europa oriental recibieron más de 451 millones de euros en fondos de organizaciones de ayuda católica alemana.
Con tanta influencia y dinero a la mano, uno podría esperar que los obispos usaran ese dineral para predicar el Evangelio y evangelizar a una sociedad crecientemente secular.
Y todavía, esto es lo único que elude la Iglesia en Alemania, que nada
en dinero: su razón social de predicar el Evangelio y velar sobre las
ovejas, ayudando a un creciente rebaño a conocer, amar y servir mejor a
Dios.
“La fe se ha evaporado”, me dijo un nostálgico cardenal Friedrich Wetter en 2014. Wetter, un clérigo profundamente espiritual y orante, fue arzobispo de Múnich y Frisinga entre 1982 y 2007. Él sucedió a Joseph Ratzinger en este rol, y fue predecesor del cardenal Reinhard Marx. Habíamos pasado la última hora hablando casi principalmente sobre Edith Stein, una santa que admira grandemente. Cuando le pregunté por qué pensaba que esta “evaporación” había tenido lugar, encogió los hombros, mordiéndose los labios. Era el tipo de encogimiento que haces cuando te preguntan sobre fuerzas deterministas, cosas que no puedes cambiar.
Cuando la realidad presente de la Iglesia –espiritualmente empobrecida y en decadencia, aunque rica en recursos materiales– es discutida, se presentan dos sugerencias. Algunos proponen que el impuesto eclesial debe ser abolido. Ellos parecen asumir que si el dinero no resuelve el problema, entonces su ausencia lo hará (aunque hay algo de mérito a la idea, raramente se piensa lo que sigue). La otra respuesta es un apelo por más heterodoxia.
El obispo Voderholzer, de la diócesis de Ratisbona, reciente notó cuán “inusuales” eran estas sugerencias. En un sermón que atrajo multitudinarias atenciones, el obispo bávaro dijo: “De nuevo y de nuevo, hemos vendido la idea de que hay una solución universal para revertir estas tendencias y mantener el prestigio social. Habíamos dicho que debemos –cito– ‘abrirnos aún más y desechar los dogmas conservadores’. Habíamos hablado también de estos medios: abolición del celibato sacerdotal; delegar diferentes responsabilidades y vocaciones de mujeres y hombres en la Iglesia y también la admisión de mujeres al ministerio apostólico”.
En lugar de esos debates y demandas, Voderholzer propuso algo completamente diferente. En el aniversario de un cisma que es comúnmente llamado “reforma”, el obispo le recordó a su rebaño un significado diferente, que es el único camino hacia adelante para la Iglesia alemana:
“La fe se ha evaporado”, me dijo un nostálgico cardenal Friedrich Wetter en 2014. Wetter, un clérigo profundamente espiritual y orante, fue arzobispo de Múnich y Frisinga entre 1982 y 2007. Él sucedió a Joseph Ratzinger en este rol, y fue predecesor del cardenal Reinhard Marx. Habíamos pasado la última hora hablando casi principalmente sobre Edith Stein, una santa que admira grandemente. Cuando le pregunté por qué pensaba que esta “evaporación” había tenido lugar, encogió los hombros, mordiéndose los labios. Era el tipo de encogimiento que haces cuando te preguntan sobre fuerzas deterministas, cosas que no puedes cambiar.
Cuando la realidad presente de la Iglesia –espiritualmente empobrecida y en decadencia, aunque rica en recursos materiales– es discutida, se presentan dos sugerencias. Algunos proponen que el impuesto eclesial debe ser abolido. Ellos parecen asumir que si el dinero no resuelve el problema, entonces su ausencia lo hará (aunque hay algo de mérito a la idea, raramente se piensa lo que sigue). La otra respuesta es un apelo por más heterodoxia.
El obispo Voderholzer, de la diócesis de Ratisbona, reciente notó cuán “inusuales” eran estas sugerencias. En un sermón que atrajo multitudinarias atenciones, el obispo bávaro dijo: “De nuevo y de nuevo, hemos vendido la idea de que hay una solución universal para revertir estas tendencias y mantener el prestigio social. Habíamos dicho que debemos –cito– ‘abrirnos aún más y desechar los dogmas conservadores’. Habíamos hablado también de estos medios: abolición del celibato sacerdotal; delegar diferentes responsabilidades y vocaciones de mujeres y hombres en la Iglesia y también la admisión de mujeres al ministerio apostólico”.
En lugar de esos debates y demandas, Voderholzer propuso algo completamente diferente. En el aniversario de un cisma que es comúnmente llamado “reforma”, el obispo le recordó a su rebaño un significado diferente, que es el único camino hacia adelante para la Iglesia alemana:
“El primer y más importante paso en este camino es la lucha diaria por la santidad, escuchar la Palabra de Dios y estar preparado para comenzar la reforma de la Iglesia desde uno mismo. Eso es lo que la reforma significa: renovar la fe desde adentro, restaurar la Imagen de Cristo, que es impresa en nosotros en el bautismo y la confirmación. Lo que nos ha sido dado, por la gracia de Dios, donde esto suceda, también hace a la gente de nuestro tiempo una vez más curiosa sobre la fe que llevamos. Y entonces también seremos capaces de llevar testimonio de la esperanza que nos llena”.
2º HEGEL, EL FILÓSOFO QUE ENVENENÓ LA TEOLOGÍA ALEMANA (Chad C. Pecknold, Profesor asociado de teología en la Universidad Católica de América)
Federico Hegel (retrato por Jakob Schlesinger, 1831).
Otto von Bismarck, el Canciller de la Alemania del siglo XIX, intentó
doblegar a la Iglesia Católica, y fracasó en su intento. Él pudiera
deleitarse en ver su estado actual. En vaciándose sus bancos a grandes
proporciones, y en escasas vocaciones sacerdotales, el hecho de que la
Iglesia siga siendo uno de los mayores empleadores del país puede probar
solamente que se ha convertido en el siervo del Estado que tanto soñaba
sería. Quizá Bismarck pueda preguntarse: ¿Cómo tuvieron éxito otros en
aquello que no conseguí? Al menos parte de la respuesta está en el seno
de la Iglesia alemana.
Teológicamente, Alemania ha sido por siglos una zona cero: sólo piensa en San Alberto Magno como mentor de Santo Tomás de Aquino, o la respuesta que dio la Contrarreforma liderada por los Jesuitas al disenso cismático de Lutero. Pero la teología alemana nunca se ha recuperado completamente de su mayor desafío: El racionalismo ilustrado y los intentos de superarlo a través de la dialéctica hegeliana. Incluso actualmente, la influencia de Hegel domina la teología alemana.
La visión hegeliana sobre la intervención de Dios en el curso de la historia como Geist (Espíritu) tiene en su raíz una herejía cristiana, reminiscencia del espiritualismo del teólogo del siglo XII Joaquín de Fiore. Para el hegeliano, Dios sufre con, y cambia, precisamente por el pecado y los sufrimientos de las creaturas, dialécticamente derramando su amor y misericordia a lo largo del progreso de la historia.
Citando un himno luterano, “Dios mismo está muerto”, Hegel arguye que Dios une la muerte a su naturaleza. Y como cuando nos econtramos con el sufrimiento y la muerte, probamos las particularidades de la eterna “historia” divina. Como él afirma, sufrir “es un momento en la naturaleza de Dios mismo; ha tenido lugar en Dios mismo”. Para Hegel, sufrir es un aspecto de la naturaleza eterna de Dios. Nuestro pecado y sufrimiento es necesario para que Dios sea Dios.
Esta opinión herética ha tenido gran influencia en las visiones católica y protestante modernas sobre la naturaleza de Dios. A menudo se da una apariencia pastoral del Dios que llora con nosotros. Aun, trágicamente inconsciente de su error, el homilista hegeliano predica un Dios que no puede salvar: un Dios que está tan eternamente atado a nuestras lágrimas no puede verdaderamente enjugarlas.
Teológicamente, Alemania ha sido por siglos una zona cero: sólo piensa en San Alberto Magno como mentor de Santo Tomás de Aquino, o la respuesta que dio la Contrarreforma liderada por los Jesuitas al disenso cismático de Lutero. Pero la teología alemana nunca se ha recuperado completamente de su mayor desafío: El racionalismo ilustrado y los intentos de superarlo a través de la dialéctica hegeliana. Incluso actualmente, la influencia de Hegel domina la teología alemana.
La visión hegeliana sobre la intervención de Dios en el curso de la historia como Geist (Espíritu) tiene en su raíz una herejía cristiana, reminiscencia del espiritualismo del teólogo del siglo XII Joaquín de Fiore. Para el hegeliano, Dios sufre con, y cambia, precisamente por el pecado y los sufrimientos de las creaturas, dialécticamente derramando su amor y misericordia a lo largo del progreso de la historia.
Citando un himno luterano, “Dios mismo está muerto”, Hegel arguye que Dios une la muerte a su naturaleza. Y como cuando nos econtramos con el sufrimiento y la muerte, probamos las particularidades de la eterna “historia” divina. Como él afirma, sufrir “es un momento en la naturaleza de Dios mismo; ha tenido lugar en Dios mismo”. Para Hegel, sufrir es un aspecto de la naturaleza eterna de Dios. Nuestro pecado y sufrimiento es necesario para que Dios sea Dios.
Esta opinión herética ha tenido gran influencia en las visiones católica y protestante modernas sobre la naturaleza de Dios. A menudo se da una apariencia pastoral del Dios que llora con nosotros. Aun, trágicamente inconsciente de su error, el homilista hegeliano predica un Dios que no puede salvar: un Dios que está tan eternamente atado a nuestras lágrimas no puede verdaderamente enjugarlas.
Muchos teólogos alemanes del siglo XX siguieron las huellas de Hegel. Un
principio básico era el proceso dialéctico de Hegel en sí mismo como
revelador, lo que es decir que ellos pasaron por contrabando en sus
ideas sobre el “desarrollo doctrinal” la noción de que Dios estaba
continuando revelándose a Sí mismo en la historia, como pensando que
siembre había alguna “conversión” en Dios, y por tanto, en la Iglesia.
El precursor espiritual de Hegel, Joaquín de Fiore había predicho una
“tercera edad del Espíritu Santo” que pregonaría el comienzo de una
nueva Iglesia, y es chocante cómo muchos teólogos alemanes han sido
encantados por la idea de una futura Iglesia muy diferente a la Santa y
Apostólica del pasado.
Esto no quiere decir que Hegel es la respuesta a la hipotética pregunta de Bismarck. Hay una gran diferencia entre la idea hegeliana de izquierda de Ludwig Feuerbach de la religión como proyección del espíritu interior y las teologías de Karl Rahner o Walter Kasper. Pero hay sin embargo algo profundamente hegeliano en hacer de la evolución de la experiencia humana en la historia un estandarte para el desarrollo teológico, al cual Dios o la Iglesia, siempre en misericordia, deba conformarse. Infortunadamente, este es un terrible estandarte para el cambio que no solo lleva a la falsa reforma, sino a la apostasía y la desolación.
El estandarte para el desarrollo, como lo entendiera el teólogo alemán del siglo XIX Matthias Scheeben y también el cardneal Newman, deben ser las verdades divinamente reveladas, el Depósito de la Fe, transmitido por Cristo a sus Apóstoles. La renovación espiritual en Alemania puede solamente comenzar si los obispos, sacerdotes y laicos alemanes reconocen que el cambio y el desarrollo deben ser ordenados a las verdades eternas, no a las necesidades del Estado, el Geist de la cultura, o el devenir histórico de la experiencia interior humana. La Iglesia no se conforma a las necesidades de las naciones, sino a la plenitud de la Verdad revelada por Dios encarnado en Jesucristo.
Esto no quiere decir que Hegel es la respuesta a la hipotética pregunta de Bismarck. Hay una gran diferencia entre la idea hegeliana de izquierda de Ludwig Feuerbach de la religión como proyección del espíritu interior y las teologías de Karl Rahner o Walter Kasper. Pero hay sin embargo algo profundamente hegeliano en hacer de la evolución de la experiencia humana en la historia un estandarte para el desarrollo teológico, al cual Dios o la Iglesia, siempre en misericordia, deba conformarse. Infortunadamente, este es un terrible estandarte para el cambio que no solo lleva a la falsa reforma, sino a la apostasía y la desolación.
El estandarte para el desarrollo, como lo entendiera el teólogo alemán del siglo XIX Matthias Scheeben y también el cardneal Newman, deben ser las verdades divinamente reveladas, el Depósito de la Fe, transmitido por Cristo a sus Apóstoles. La renovación espiritual en Alemania puede solamente comenzar si los obispos, sacerdotes y laicos alemanes reconocen que el cambio y el desarrollo deben ser ordenados a las verdades eternas, no a las necesidades del Estado, el Geist de la cultura, o el devenir histórico de la experiencia interior humana. La Iglesia no se conforma a las necesidades de las naciones, sino a la plenitud de la Verdad revelada por Dios encarnado en Jesucristo.
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