«El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y, por esto, el Señor maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto sino hojas tan sólo. “La norma del predicador —dice San Gregorio— es poner por obra lo que predica”. En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras». (SAN ANTONIO DE PADUA, Sermón I de Pentecostés, parte V, núm. 16).
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