«Sencillo, extremadamente pobre y desprendido de las cosas mundanas, cuanto intelectualmente parecía sin grandes riquezas, otro tanto Juan María Vianney era sin embargo rico en fe y celo, tanto que devino en el ideal y el modelo de los buenos párrocos: en una sola palabra el Santo Cura de Ars». (Card. Alfredo Ildefonso Schuster OSB, Liber Sacramentorum, Turín, Marietti eds., 1932, tomo. VIII, pág. 156)
Pasaron ya, ¡oh San Juan María Vianney! los primeros años de tu ministerio de los que decías: “Esperaba de un momento a otro ser suspendido y condenado a terminar mis días en las prisiones. En aquel tiempo se olvidaban de comentar el Evangelio en los púlpitos y se predicaba sobre el pobre cura de Ars. ¡Oh, cuánta cruz debía yo sobrellevar!... ¡Me abrumaba tanto que casi no lo podía soportar! Comencé a pedir el amor de las cruces; entonces fui feliz”.
Para ti ha terminado ya el trabajo; mas desde
el seno de tu reposo escucha a los obreros de la salvación implorar tu patrocinio; sosténles en
tu misión cada día más ingrata, más llena de
amarguras. A aquellos a quienes la paciencia
amenaza doblegarse ante la persecución y las
calumnias, repíteles las palabras que tu decías a
uno de tus predecesores: “Amigo mío, haz como
yo. Me enfadaría si Dios fuese ofendido; más
por otra parte, me alegro en el Señor de todo
aquello que él permite se diga contra mí, porque
las condenaciones del mundo son bendiciones de
Dios. Las contradiciones nos colocan al pie de
las cruces y las cruces a la puerta del cielo. ¿Acaso
el que huye de la cruz, no huye de Aquel que
quiso ser clavado en ella y morir por nosotros?
¡Qué la cruz haga perder la paz! Es ella la que
ha dado la paz al mundo, y la que debe llevarla
a nuestros corazones”.
Elevado a la Silla apóstolica
en el día aniversario de tu entrada en la gloria,
San Pío X que te insertó en el código de los
Bienaventurados, escogió precisamente ese mismo
día 4 de Agosto para dirigir al clero católico
la exhortación solemne que inspiraban a su
corazón de Pontífice nuestros tiempos malvados
y repletos de peligros. Ayuda con tus súplicas
ante el pie del trono del Señor las recomendaciones
que el sucesor de Pedro sacaba de vuestro
ejemplo, cuando decía a los sacerdotes: “Sola la santidad puede hacer de nosotros lo que exige
nuestra divina vocación, a saber, hombres crucificados
al mundo y en los cuales esté crucificado
el mismo mundo (Gálatas 6, 14), que no miran hacia el
cielo más que en lo que les concierne, y no perdonan
esfuerzos para llevar a los demás”. Hombres
de Dios (I Timoteo 6, 2) ¿es necesario que se muestren
únicamente aquellos que son la luz del mundo (San Mateo 5, 14)
la sal de la tierra (San Mateo 5, 13) los embajadores (II Corintios 5, 20) de Aquel
que se digna llamarles sus amigos (San Juan 15, 15) que les hace
dispensadores de sus dones (I Corintios 4, 1)? No serán ellos
fuente de santidad como tienen que serlo para
los demás, si en primer lugar no son ellos mismos
santos en el secreto de la faz del Señor; en
la medida en que ellos se den a Dios, Dios se
dará por su medio al pueblo.
¡Oh Juan María! Ojalá puedan decirse a sí
mismos y decir a los demás contigo: “Fuera de
Dios, no hay nada que sea sólido. La vida pasa;
la fortuna se derrumba; la salud se destruye, la
reputación es atacada. Nosotros caminamos como
el viento. El paraíso, el infierno y el purgatorio
tienen un gusto anticipado desde esta vida. El
paraíso reside en el corazón de los perfectos que
están muy unidos con nuestro Señor; el infierno está en el de los impíos; y el purgatorio en las
almas que no están muertas a ellas mismas. El
hombre ha sido creado para el amor: por eso
está tan dispuesto para amar; por otra parte es
tan grande que nada puede contenerle sobre la
tierra. No está contento más que cuando se dirige
hacia el cielo”.
DOM PROSPER GUERANGER OSB. El Año Litúrgico, tomo IV (Traducción Española). Editorial Aldecoa, Burgos 1956, Págs. 759-761
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