Cristo coronado de espinas (Albrecht Bouts, “Maestro de la Asunción de la Virgen”)
Nunca se nos dijo en los Evangelios que Jesús riera, pero a menudo oímos que Él lloraba. Él lloró en la tumba de Lázaro, una imagen de un alma muerta en pecado; y lloró sobre Jerusalén, la ciudad ingrata y endurecida; y en otras ocasiones lágrimas cayeron de los ojos de nuestro divino Maestro. ¿Por qué estas lágrimas fluyeron, y qué fue de ellas? Escuchemos a Jesús:
“En la tierra, cuando pensaba en Mi inefable unión con el Padre Eterno por el cual soy Uno con Él, Mi humanidad no pudo refrenarse de llorar. También cada vez que pensaba en el inmenso amor que Me había movido desde el seno del Padre para unirme con la naturaleza humana, Mi humanidad desmayaba al llanto”. Entonces Matilde preguntó: “¿Y dónde están esas lágrimas que el amor te hizo derramar?”. Él respondió: “Están un lugar especial en Mi Corazón, ellas son un amado tesoro, guardadas en un lugar escogido y secreto”. Ella replicó: “Tú me has dicho una vez que estas lágrimas de amor desaparecieron en Tu Corazón como en un horno”. Nuestro Señor repuso: “Eso es verdad, porque en el horno de Mi Corazón ellas desaparecieron como gotas de agua lanzadas al fuego. pero ellas no están consumidas, ellas permanecen en lo profundo de Mi Corazón”.
El Sagrado Corazón de Jesús es por tanto la fuente de las lágrimas que Él derramó mientras estuvo aquí en la tierra, y el misterioso reservorio donde las recibe y las guarda incluso ahora en el Cielo.
Mons. Baudry exclama: “Jesús, oh Jesús amantísimo, ¡cuánto he suplicado de Tu Corazón el secreto de esas lágrimas que derramaste en la tierra! ¿No he llorado lo suficiente para merecer que se diga el valor de estas lágrimas? Dulces como el rocío del Cielo y amargas como las aguas del océano, las lágrimas son igualmente un signo de alegría o de tristeza, y porque ambos son sentimientos que vienen del corazón, se sigue que las lágrimas son las palabras del corazón, la manifestación exterior de lo que siente interiormente” (Mons. Charles Théodore Baudry. Le Cœur de Jésus, pensées chrétiennes, pág. 434)
El amor de Jesús por Su Padre, el amor de Jesús por los hombres, fue entonces la causa de Sus lágrimas, lágrimas de alegría por la gloria que Él estaba por procurar para Su Padre y la salvación que traería al mundo por Su sacrificio, lágrimas de tristeza por cuenta de los insultos continuamente ofrecidos a este Padre bienamado y por la ingratitud de la cual la humanidad era culpable. Las lágrimas de Jesús fueron reunidas y están guardadas en Su Corazón. No obstante las ardientes llamas de las cuales ese Corazón es el asiento, ellas no están consumidas. Acerquémonos al precioso tesoro que las contiene. En algún lugar encontraremos una lágrima derramada por nosotros mismos, pero llevemos la nuestra propia para que ellas puedan ser santificadas, incluso aquellas que derramamos por razones frívolas. “Debes decirle a la persona por la cual oraste, dijo un día Nuestro Señor a Santa Matilde, que no debería llorar mucho, pero si no puede, que ayude haciendo que una sus lágrimas a las mías, lamentando que ella no las derramara por los pecadores o por amor. Entonces las ofreceré al Padre, unido a Mí, cuando ella me pida que lo haga”. Nuestro Señor continuó: “Dile de Mi parte, que ella debería suplicarme en Mi bondad que cambie la naturaleza de sus lágrimas, como si ellas hubieran sido derramadas por amor o devoción, o de contrición por sus pecados”.
Ante esas palabras, Santa Matilde se maravilló mucho de que las lágrimas derramadas tan inútilmente podían ser cambiadas en lágrimas santas. Y Nuestro Señor la dijo: “Le pido solamente que crea en Mi bondad, y según su Fe Mi amor en ella se convertirá en perfecto”.
Llevemos por tanto nuestras lágrimas al Corazón de Jesús. Unidas con las Suyas, ellas se harán meritorias. ¿No es una consolación para aquellos que lloran ser capaces de hacer algo en el corazón de un amigo sincero y simpatizante? ¿Dónde, pues, encontraremos un amigo cuyo corazón sea más devoto a nosotros que el Sagrado Corazón de Jesús?
The Love of the Sacred Heart (El Amor del Sagrado Corazón), tomo III (Santa Matilde), cap. VI: Las lágrimas de Nuestro Señor. Londres, Burns Oates & Washbourne Ltd. 1922, págs. 20-22.
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