Novena publicada en francés en 1808, traducida e impresa por don Mariano Arévalo en la Ciudad de México en 1843. El Acto de contrición proviene del Arte mística especulativa y práctica, compuesta por el Padre Fray Diego de la Madre de Dios OFM Disc., impresa en Salamanca en 1713; los Gozos, impresos en Barcelona hacia 1860, son tradicionales, sin autor conocido.
INTRODUCCIÓN
Si alguno deseare conocer y honrar a SAN VICENTE DE PAÚL, consulte su
vida, sus cartas, sus instrucciones, las reglas que ha dejado a las
varias sociedades que estableció, y sobre todo, las actas de su
canonización; entonces se sentirá movido de devoción, y conocerá que
este Santo fue realmente un hombre de Dios y un prodigio de santidad.
Este hombre que no creía merecer más que el desprecio de todos, era sin
embargo el modelo de los pastores, el apoyo de los obispos, el consejero
de los reyes, el restaurador del decoro del clero, el padre de los
pobres, el amparo de los miserables, el consuelo de los afligidos, y en
una palabra, el alma de cuanto se hizo en su siglo para gloria de la
Religión.
Con la múltitud de obras buenas que emprendió y llevó al cabo, ha defendido la pureza de la fe de los errores que en sus dias comenzaron a alterarla, y la pureza de la moral de la general corrupción de su siglo; ha restablecido la disciplina eclesiástica; su celo por la salud de las almas ha abrazado todo; ha socorrido las necesidades de los ignorantes, de los enfermos y de los pobres. Encontró recursos para aliviar toda clase de desgraciados: a los esclavos de los turcos en Túnez y en Argel, a los viejos agobiados con el peso de los años, a los artesanos imposibilitados para el trabajo, a los niños expósitos, a las religiosas exclaustradas por las guerras, a las mujeres entregadas a la prostitución, a los jóvenes en peligro de perderse, a los criminales condenados a galeras, a los extranjeros desamparados de relaciones y sin medios de curarse cuando caían en cama. Verá también quien quiera leer la vida de Vicente, que los que tenían la desgracia de perder el juicio, los mendigos que tanto habian aumentado por las guerras que desolaban la Francia, las familias vergonzantes y muertas de hambre, las provincias enteras, como la Lorena, Champaña y Picardía, desoladas por los terribles azotes de la guerra, la hambre y la peste, y en una palabra, todos los desgraciados encontraban en Vicente un padre, un amigo, un libertador, que proporcionaba a unos la salud, a otros la libertad, a estos una educación cristiana, a aquellos un retiro seguro; que siempre miraba a los pobres como una porcion de la herencia más preciosa de Jesucristo; que se desvelaba por ellos, que les distribuyó en el espacio de muy pocos años limosnas que importaron sumas considerables. ¿Podrá alguno observar más exactamente la máxima que había adoptado Vicente, de no hacer mal a nadie y servir a todo el mundo?
Sin embargo, por favorable que sea la idea que pueda cualquiera formarse de San Vicente de Paúl, al ver
la grandeza y multitud de sus obras, es preciso reconocer que el
prodigio más grande que debe admirarse en su vida es la eminencia de sus
virtudes: con razón la Iglesia, por el órgano de su jefe, proclamó con
toda solemnidad la santidad de Vicente, y lo ha presentado a todos los
fieles, como el modelo que deben imitar, y el caritativo y poderoso
protector que deben invocar en sus necesidades.
Se ha
creído conveniente para secundar las miras de la Iglesia e inspirar la
devoción y confianza de los fieles, presentar las principales virtudes
del Santo, en cortas meditaciones, distribuidas en forma de novena, que
puede servir para celebrar la festividad del Santo (que es el 19 de
julio), y en ellas encontrarán los fieles motivos de esperanza y medios
para alcanzar de Dios la gracia que se le pida por Ia intercesión de su
siervo. La caridad de San Vicente de Paul que en la tierra fue siempre
tan viva, tan perfecta y tan ilimitada, que se extendió a toda clase
de necesidades, en el Cielo nada ha perdido de su ardor y de su
extensión. Por su mediación debemos esperar poderosos y prontos socorros
en cualquier acontecimiento azaroso, con tal que invoquemos a este gran
Santo con las disposiciones adecuadas para mover su caridad hacia
nosotros, y nos hagamos merecedores de las gracias espirituales o
temporales que deseemos alcanzar durante la novena.
Entre esas disposiciones es la primera, prepararse con una buena confesión antes de la novena o cuando más el primer día, procurando con el mayor esfuerzo que vaya acompañada de un profundo dolor de haber ofendido a Dios, de una firme resolución de no volver a ofenderle, evitando el pecado y las ocasiones de él. Con tan saludable preparación se debe esperar que las prácticas de la religión, las súplicas, los ayunos y otras buenas obras que se hagan durante la novena, serán muy agradables a Dios, y nos procurarán las gracias que pidamos para sí o para otros.
2º Debe pedirse con fervor y perseverancia la gracia particular que se desea alcanzar por intercesión de
San Vicente de Paúl, y si esta gracia es para gloria de Dios o salud de
nuestra alma, debe pedirse sin restricción alguna, pues en este caso es
conforme con la voluntad de Dios. Así pues, si se desea conseguir la
victoria sobre alguna pasión, corregirse de algún vicio, adquirir alguna
virtud particular, arraigar en el corazón el odio al pecado, o el amor
de Dios y del prójimo, conocerse perfectamente para reparar, mediante
una buena confesión, todas las faltas y defectos de la vida pasada
(gracia que San Vicente ha concedido a muchos), tales gracias deben
pedirse absolutamente. Pero si se desea obtener la curación de una
enfermedad o cualquiera otro objeto, que aunque bueno, no sea relativo
más que a los bienes de este mundo, se puede sin duda suplicar con
fervor, pero siempre sujetándolo todo al agrado de Dios, para que haga
lo que convenga a su gloria y a la salud del alma. Es necesario
considerarse indigno de cualquier favor, y no aguardarlo más que en
virtud de la bondad de Dios y de los méritos de nuestro Señor
Jesucristo.
3º No debemos limitarnos a pedir la gracia que deseamos obtener de Dios, por la intercesión de San Vicente de Paúl, sino que debemos esforzarnos a merecerla mediante la práctica de buenas obras y la imitación del Santo que invocamos, y en esto consiste el verdadero culto que debemos tributarle. Decía San Francisco de Sales que la vida de todos los santos no era más que el Evangelio en práctica, y con muy particular razón debemos decirlo de la vida de San Vicente de Paúl, que siempre fue un perfecto imitador de Jesucristo. Considerando los varios pasajes de la vida de este Santo en cualquier estado en que lo colocaba la Providencia, nos convenceremos de que nos es fácil y absolutamente necesario imitar al Hombre Dios. Servirános San Vicente de antorcha para alumbrarnos y de guía para conducirnos a fin de arreglar nuestra conducta a la de Jesucristo, según nuestra situación y nuestras necesidades.
4º
Para practicar más fácilmente la virtud en que meditemos, se han
añadido a cada meditación algunas máximas del Santo relativas a esta
virtud, y por medio de estas máximas mos penetraremos más y más del
espíritu de aquel. También se han agregado algunas prácticas que se
deben considerar como el fruto de la meditación que se ha hecho. Al fin
de cada día se rezará tres veces Pater noster, Ave Maria y Gloria Patri
en honor del Santo, pidiéndole con fervor nos alcance de Dios la virtud
particular que se haya meditado. Y cada día de la novena se puede pedir a
San Vicente que nos haga participantes de su humildad y caridad, para
lo cual se rezará la antífona Operatus est bonum etc. y la oracion Deus
qui ad evangelizandum etc., por medio de la cual nos enseña la Iglesia a
pedir estas dos virtudes que nuestro Santo practicó con tal perfección,
que no puede decirse en cuál de las dos sobresalió más.
NOVENA EN HONOR DE SAN VICENTE DE PAÚL, PARA PREPARARSE A CELEBRAR SU FESTIVIDAD, O PARA PEDIR A DIOS POR SU INTERCESIÓN ALGUNA GRACIA PARTICULAR
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu
Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, péame con todo mi corazón de haberos ofendido, por ser Vos quien sois, y porque os amo sobre todas cosas, porque sois mi Dios, mi Señor, mi Creador, mi Redentor, mi Salvador, mi Glorificador, último Fin sobrenatural de mi alma, Sumo e infinito Bien, digno de ser infinitamente amado: Señor, pequé contra vuestra Divina Majestad, pésame con todo mi corazón de todo cuanto os he ofendido y propongo firmísimamente con vuestra Divina Gracia enmienda en todo, y de nunca más pecar; y de apartarme de todas las ocasiones que puedan ser ofensa vuestra: propongo de confesarme enteramente, y de cumplir la penitencia que me fuere impuesta; y de satisfacer, y restituir si alguna cosa debiere: por vuestro amor perdono de todo mi corazón a todos mis enemigos y a los que me hubieren agraviado y ofendido; ofrezcoos mi vida, obras, y trabajos con los vuestros, en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, así confío y espero en vuestra infinita Bondad y Misericordia, que por vuestra Sacratísima Pasión y Muerte me los perdonaréis, y me daréis vuestra Gracia y vuestros auxilios, para perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte, y me llevaréis a vuestra Gloria, donde os ame y os alabe eternamente. Amén.
DÍA PRIMERO – 10 DE JULIO
FE DE SAN VICENTE DE PAÚL: «Qui confitébitur me coram homínibus, confitébor et ego eum coram Patre meo qui in cœlis est». (A todo aquel que me reconociere y confesare por Mesias delante de los hombres, yo tambien lo reconoceré y me declararé por él delante demi Padre que está en los cielos). San Mateo X, 12.
PUNTO PRIMERO
El cristiano que es fiel a Jesucristo, busca siempre con empeño las ocasiones de presentarse como discípulo de tan buen Maestro; pero el negligente y abandonado se avergüenza cada día de pertenecer a la bandera de Jesucristo. Reserva Dios para las almas fuertes las más penosas pruebas, y por este medio señala quiénes son sus mejores siervos. Sostuvo Vicente duros combates, y siempre salió triunfante de ellos.
Habiendo caído prisiónero en mamos de los infieles, vio con sumo placer que lo despojaron de todos sus bienes, persuadido de que Dios le reservaba otros más sólidos que nunca podrían quitarle los corsarios. Vióse, sin tristeza, cargado de cadenas, puesto en venta y entregado a bárbaros dueños; pero no veia en estos más que al Soberaño Dueño del umiverso, y con tal fidelidad los sirvió, que al fin logró ganarse su voluntad. Por este mismo aprecio de sus dueños se vio la fe de Vicente en mayor peligro que al que le hubieran puesto las amenazas y tormentos, pues por cariño le ofrecieron grandes riquezas, una brillante posicion en la sociedad, y lo que es más, la libertad. Más de una vez le dijo el Demonio: Todas estas cosas te daré, si postrándote delante de mí me adorares (San Mateo IV, 9); pero firme como la roca, el siervo de Dios resistió a todas las tentaciones; no perdió jamás de vista al Señor que adoraba, y cantó constantemente sus alabanzas en medio de un pueblo bárbaro. Aun hizo más, pues habló con tanta dulzura a su amo, que al fin logró convertirlo a Jesucristo. De este modo salió triunfante de la prisión en que había vivido cargado de cadenas; y quitó al Demonio las armas de que se había valido para atacar su fe, haciendo volver a entrar al seno de la Iglesia al amo apóstata que convirtió.
PUNTO SEGUNDO
Nuevos asaltos sostuvo la fe de Vicente y aun más peligrosos que los primeros, pues las gentes que los dirigían (los jansenistas) disfrazaban sus fines perversos con el pretexto de reformar las costumbres, de dar a la doctrina su primitiva pureza y volver a la Iglesia su antiguo esplendor. La nueva congregación que acababa Vicente de establecer con el objeto de formar a los eclesiásticos en las funciones de su ministerio, pareció a esas gentes un excelente canal para hacer circular su funesta doctrina. Proyectóse ganar a Vicente, y para esto se emplearon ruegos, alabanzas, servicios, bellos discursos, lágrimas de dolor por la corrupción y desórdenes del pueblo y del clero; pero unas cuantas palabras que se escaparon a los autores de la nueva herejía contra la Iglesia y el concilio de Trento, despertaron la atención de Vicente, y al punto cortó toda comunicación con esos falsos doctores, quienes para vengarse de tan prudente conducta, prorrumpieron en groseras injurias, que realzaron la gloria de Vicente, e hicieron que ejercitase su heroica paciencia. Y con todo esto creía que no había manifestado bastante la fe que profesaba, si no se oponía al error, si no lo perseguía y armaba contra él el celo de los prelados, y en fin, sino le cortaba todas las entradas en el clero y en los monasterios. No fueron infructuosos sus trabajos, pues Dios se dignó echar sobre ellos abundantes bendiciones.
PUNTO TERCERO
Por la fe prefirió Vicente la instrucción de los pobres a la de los ricos, y no a estos sino a aquellos consagró todos los servicios de las dos congregaciones que estableció. Por la fe se ocultaba en la oscuridad de las prisiones, en los hospitales, en las reuniones de los labradores, con el fin de instruir, de consolar a los pobres y encaminarlos a la práctica de las virtudes cristianas; por convertirlos a Dios, sufrió el rigor de las estaciones, la grosería de los pueblos y las persecuciones que más de una vez suscitaron contra él los malvados.
No contento con haber derramado la luz de la instrucción y haber corregido grandes abusos en muchos estados de Europa, extendió su celo a la parte de allá de los mares; y la isla de Madagascar y el Asia admiraron a Vicente en sus discípulos, que llevaron su fe y su espíritu en medio de los paÍses bárbaros.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- Las materias de fe no deben examinarse con un espíritu curioso y sutil; basta que las proponga la Iglesia para que nunca podamos engañarnos creyéndolas.
- La sumisión humilde y la obediencia a los decretos del Soberano Pontífice, es un buen medio para distinguir los verdaderos hijos de la Iglesia de los rebeldes.
- Podemos algunas veces convencernos con razones sólidas en materias de religión; pero siempre es conveniente sujetar la razón a la fe.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
Es la fe el homenaje más perfecto que puede tributar el hombre a la Suprema Verdad. Debe ser la base y regla de nuestra conducta, y nada es más raro en estos tiempos; por lo que debemos recordar aquellas palabras de muestro divino Redentor: Pero cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿os parece que hallará fe sobre la tierra? (San Lucas XVIII, 8).
Solo una conducta perfectamente arreglada a las verdades de la fe, puede asegurar nuestra salud eterna. Cotejemos frecuentemente nuestra conducta con nuestra fe, y veamos si nuestros pensamientos, muestros deseos y muestros sentimientos están conformes con nuestra creencia. Tengamos gran cuidado en apoyar sobre este firme fundamento todos nuestros discursos y nuestras acciones, para no engañarnos en este punto esencial; porque así como un cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin las obras está muerta (Santiago II, 26).
Recordemos frecuentemente estas palabras de muestro Señor: A todo aquel que me reconociere confesare por Mesias delante de los hombres, yo tambien lo reconoceré y me declararé por él delante de mi Padre que está en los cielos (San Mateo X, 32). Nunca pues temamos cumplir delante de los hombres con los deberes que nos impone la fe; evitemos con cuidado sumo cualquiera innovación en artículos de fe; pidamos a menudo a Dios esta virtud, diciéndole con los Apóstoles: Señor, auméntanos la fe (San Lucas XVII, 5).
Roguemos con frecuencia por los ministros de la Iglesia y por los pueblos que reciben sus instrucciones en todos los países del mundo. Consideremos como una felicidad el poder contribuir con muestras oraciones, limosnas, consejos o ejemplo a la conversión de un pecador. Examinemos si conocemos esta obligación y de qué modo, hasta el presente, hemos cumplido con ella.
Recemos tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias en honor del Santo, pidiendo a Dios con fervor que fortifique nuestra fe, y diciendo en seguida la siguiente:
Antífona: Obró lo que era bueno, recto y justo delante del Señor Dios suyo, en todo aquello que exigía el ministerio de la casa del Señor, según la ley y las ceremonias, deseoso de complacer a su Dios con todo su corazón (2 Paralipómenos XXXI, 20-21).
℣. San Vicente, ruega por nosotros.
℟. Para que nos hagamos dignos de las promesas de Cristo. Así sea.
ORACIÓN
¡Oh Dios!, que has hecho revivir en nuestros días el espíritu de tu Hijo en la apostólica caridad y en la humildad de San Vicente, para anunciar el Evangelio a los pobres, para aliviar las miserias de los enfermos y desamparados, y para dar nuevo lustre al Orden eclesiástico; concédenos por intercesión de este Santo, que nos veamos libres de las miserias del pecado, y para agradarte imitemos tan ardiente caridad y profunda humildad. Así te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo y el Espíritu Santo vive y reina Dios por todos los siglos de los siglos. Así sea.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Padre celestial que eres Dios. Ten misericordia de nosotros.
Padre celestial que eres Dios. Ten misericordia de nosotros.
Hijo Redentor del mundo que eres Dios. Ten misericordia de nosotros.
Espíritu Santo que eres Dios. Ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad que eres un solo Dios. Ten misericordia de nosotros.
Santa María. Ruega por nosotros.
Santa María. Ruega por nosotros.
Santa Madre de Cristo, Soberano Sacerdote. Ruega por nosotros.
San Vicente, que caminaste desde tu infancia en presencia de Dios. Ruega por nosotros.
San Vicente, cuya bondad se extendía a todos. Ruega por nosotros.
San Vicente, que supiste conservar tu castidad. Ruega por nosotros.
San Vicente, Pastor vigilantísimo del rebaño de Jesucristo. Ruega por nosotros.
San Vicente, que evangelizaste a los pobres con tan buen éxito. Ruega por nosotros.
San Vicente, que formaste a tus discípulos para toda clase de obras buenas. Ruega por nosotros.
San Vicente, gloria del sacerdocio. Ruega por nosotros.
San Vicente, humilde en medio del esplendor mundano. Ruega por nosotros.
San Vicente, diligentísimo imitador de Jesucristo. Ruega por nosotros.
San Vicente, alivio de toda clase de miserias. Ruega por nosotros.
San Vicente, recurso de todos los afligidos. Ruega por nosotros.
San Vicente, mantenedor de los hambrientos. Ruega por nosotros.
San Vicente, ayudante eficaz de los enfermos. Ruega por nosotros.
San Vicente, proveedor de los niños expósitos. Ruega por nosotros.
San Vicente, buscador de las ovejas perdidas. Ruega por nosotros.
San Vicente, restaurador de la disciplina del clero. Ruega por nosotros.
San Vicente, angélico sacerdote en el altar. Ruega por nosotros.
San Vicente, defensa de las vírgenes en peligro. Ruega por nosotros.
San Vicente, venerador de la Santa Sede. Ruega por nosotros.
San Vicente, celosísimo glorificador del Señor Dios de los ejércitos. Ruega por nosotros.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo. Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo: Óyenos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo: Ten misericordia de nosotros.
℣. Vicente se hizo servidor de todos y en todo.
℣. Vicente se hizo servidor de todos y en todo.
℟. Sigamos sus pasos.
ORACIÓN PARA PEDIR A DIOS LA HUMILDAD POR INTERCESIÓN DE SAN VICENTE DE PAÚL
¡Oh Jesús, manso y humilde de corazón, puesto que has querido que solo las almas humildes glorifiquen tu santo nombre, y que me sea negado el asiento en tu gloria, si no te dignas hacerme humilde: concédeme esta virtud, que me ha de hacer merecedor de tus gracias, y me ha de asegurar la posesión de tu reino eterno. Perdóname los muchísimos pecados de orgullo que contra tí he cometido: haz, Dios mio, que en adelante tenga yo tanto menosprecio de mí mismo, cuanta ha sido la esclavitud a mi orgullo, el cual detesto a tus pies desde este momento. Concédeme esta gracia por intercesión de San Vicente de Paúl, que fue un modelo tan perfecto de la verdadera humildad. Así sea.
GOZOS EN ALABANZA DE SAN VICENTE DE PAÚL
Pues que en el cielo ensalzado
Sois del Señor siempre oído:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
De buenos padres, mas pobres
En Poy un lugar sin lustre,
Mas ya de entonces ilustre
Nacisteis Padre de pobres;
Fuisteis Pastor desvelado,
Presagio que habéis cumplido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Cual israelita el Salterio
Cautivo en Túnez cantaste,
Y a vuestro señor sacaste
De su mayor cautiverio;
Era infeliz renegado,
Y fue por Vos reducido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
De Dios enviado al mundo
Para su bien y provecho
En la misión le habéis hecho
Un bien que lo es sin segundo;
Muchos que el cielo han ganado,
Sin Vos lo habrían perdido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Sudar por Dios en misiones
Fue vuestro mayor consuelo,
Con el incansable anhelo
De ganarle corazones;
Rindióse el más obstinado
Del dulce trato atraído:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Para niños y mendigos,
Viejos y expuestos a males,
Cuantos fundaste hospitales
De vuestro amor son testigos;
Aun muerto habéis quedado
Apoyo del desvalido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
De Damas la Cofradía
Y de Hijas la Hermandad
Todas de la Caridad
Os confiesan Padre y guía;
Es su instituto el cuidado
Del pobre, enfermo y caído:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Las duras amargas penas
Que los galeotes sentían,
El corazón os rompían
Al triste son de cadenas;
Quedar con ellos atado
Os hizo el amor subido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Entre otros buenos oficios
La Iglesia está venerando
Del ordenado y ordenando
Conferencias y ejercicios;
Con esto al clero habéis dado
Su forma y ser más lucido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Para el que va a retirarse
Todas vuestras casas son
Una continua misión
Para a Dios encaminarse;
Con esto le habéis ganado
El pecador más perdido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Entrado al real Consejo
A pesar de la humildad,
Se os vio la sinceridad
Y prudencia en el manejo;
Fue todo vuestro cuidado
Que fuese el Señor servido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
De caridad sin más renta,
Las obras no tienen suma,
No hay mano, ni menos pluma,
Que pueda sacar la cuenta;
No hubo en fin necesitado,
Sin ser de Vos socorrido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Esta virtud se os ha visto
Ejercitar de mil modos
En haceros todo a todos
Para ganarlos a Cristo;
Su nombre habéis predicado
Cual otro vaso escogido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
En enfermos incurables
Se vio vuestra gran virtud,
Dándoles total salud
Con milagros inefables;
Dan testimonio abonado
El mudo, ciego y tullido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
La mujer que con fervor,
En los partos peligrosos,
Recurre a Vos con sollozos,
Conoce vuestro favor,
Con el fruto deseado
En las aguas renacido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Vicente siempre constante
De los prójimos celoso,
Con sí mismo riguroso
De Dios amado y amante;
De toda virtud dechado
A los más santos has sido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Pues sois de Dios gran Privado
Tan poderoso y querido:
Sed con Él nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Pues que en el cielo ensalzado
Sois del Señor siempre oído:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
De buenos padres, mas pobres
En Poy un lugar sin lustre,
Mas ya de entonces ilustre
Nacisteis Padre de pobres;
Fuisteis Pastor desvelado,
Presagio que habéis cumplido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Cual israelita el Salterio
Cautivo en Túnez cantaste,
Y a vuestro señor sacaste
De su mayor cautiverio;
Era infeliz renegado,
Y fue por Vos reducido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
De Dios enviado al mundo
Para su bien y provecho
En la misión le habéis hecho
Un bien que lo es sin segundo;
Muchos que el cielo han ganado,
Sin Vos lo habrían perdido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Sudar por Dios en misiones
Fue vuestro mayor consuelo,
Con el incansable anhelo
De ganarle corazones;
Rindióse el más obstinado
Del dulce trato atraído:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Para niños y mendigos,
Viejos y expuestos a males,
Cuantos fundaste hospitales
De vuestro amor son testigos;
Aun muerto habéis quedado
Apoyo del desvalido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
De Damas la Cofradía
Y de Hijas la Hermandad
Todas de la Caridad
Os confiesan Padre y guía;
Es su instituto el cuidado
Del pobre, enfermo y caído:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Las duras amargas penas
Que los galeotes sentían,
El corazón os rompían
Al triste son de cadenas;
Quedar con ellos atado
Os hizo el amor subido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Entre otros buenos oficios
La Iglesia está venerando
Del ordenado y ordenando
Conferencias y ejercicios;
Con esto al clero habéis dado
Su forma y ser más lucido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Para el que va a retirarse
Todas vuestras casas son
Una continua misión
Para a Dios encaminarse;
Con esto le habéis ganado
El pecador más perdido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Entrado al real Consejo
A pesar de la humildad,
Se os vio la sinceridad
Y prudencia en el manejo;
Fue todo vuestro cuidado
Que fuese el Señor servido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
De caridad sin más renta,
Las obras no tienen suma,
No hay mano, ni menos pluma,
Que pueda sacar la cuenta;
No hubo en fin necesitado,
Sin ser de Vos socorrido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Esta virtud se os ha visto
Ejercitar de mil modos
En haceros todo a todos
Para ganarlos a Cristo;
Su nombre habéis predicado
Cual otro vaso escogido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
En enfermos incurables
Se vio vuestra gran virtud,
Dándoles total salud
Con milagros inefables;
Dan testimonio abonado
El mudo, ciego y tullido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
La mujer que con fervor,
En los partos peligrosos,
Recurre a Vos con sollozos,
Conoce vuestro favor,
Con el fruto deseado
En las aguas renacido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Vicente siempre constante
De los prójimos celoso,
Con sí mismo riguroso
De Dios amado y amante;
De toda virtud dechado
A los más santos has sido:
Sed con Dios nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
Pues sois de Dios gran Privado
Tan poderoso y querido:
Sed con Él nuestro valido,
Vicente, padre aclamado.
℣. Le preparaste, oh Dios, en tu dulzura, para los pobres.
℟. El Señor le dio mucha virtud para anunciar las palabras del Evangelio.
ORACIÓN
Oh Dios, que para la salvación de los pobres y la disciplina del clero congregaste en tu Iglesia una nueva familia religiosa por medio del bienaventurado San Vicente, te suplicamos nos concedas, que seamos también nosotros fervientes en el mismo espíritu, amemos lo que él amó, y practiquemos lo que enseñó. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
℟. El Señor le dio mucha virtud para anunciar las palabras del Evangelio.
ORACIÓN
Oh Dios, que para la salvación de los pobres y la disciplina del clero congregaste en tu Iglesia una nueva familia religiosa por medio del bienaventurado San Vicente, te suplicamos nos concedas, que seamos también nosotros fervientes en el mismo espíritu, amemos lo que él amó, y practiquemos lo que enseñó. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu
Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 11 DE JULIO
Por la señal…Acto de contrición.
QUIÉN FUE EL MAESTRO QUE INSTRUYÓ A SAN VICENTE DE PAÚL: «Díscite a me». (Aprended de mí). San Mateo XI, 29.
Convida Jesucristo Señor nuestro a todos los hombres para que se instruyan en su seguimiento. Dios su Padre lo ha enviado a instruir a todos los hombres, y les ha ordenado que escuchen las celestiales lecciones que les da su Hijo: A Él habeis de escuchar (Ipsum audíte; San Mateo XVII, 5) Es pura la doctrina de este Divino Maestro: confirmóla con mil prodigios; la anunció sin ningun artificio; la publicó sin ayuda de humanos recursos que pudieran acreditarla; fue combatida con tenacidad, perseguida con furor, y sin embargo, ha triunfado de todo. Semejante al grano de mostaza, el cual es a la vista menudísimo entre todas las semillas (San Mateo XIII, 32), fue creciendo, y se hizo árbol, y vio que a sus pies se han secado las orgullosas plantas de doctrinas nuevas. Gustaba mucho Vicente de instruirse, particularmente en las máximas Santas de la fe, y Jesucristo era el primer maestro a quien consultaba en todas circunstancias; observaba y estudiaba con suma atención el modo de obrar de Jesucristo en la tierra. Si se veía en la necesidad de hablar, de responder, de prescribir a su congregación algunas reglas, de instruir a los pobres o a los eclesiásticos, en todo oía las instrucciones de este divino Maestro, y ni una sola palabra pronunciaba sin haber antes escuchado la voz del único que puede hacer penetrar la verdad en el fondo de los corazones e inspirar el amor a ella.
Da hasta el día Jesucristo las mismas lecciones que dio a sus discípulos; pero ¡cuán desierta está su escuela! De tal modo nos ha aturdido el silbido de la serpiente infernal, la voz seductora del mundo y el tumulto de las pasiones, que casi estamos sordos para aquellas saludables instrucciones.
Danos, Señor, no solamente un espíritu aparejado para oir tus santas palabras, simo también un corazon dócil para practicar tus instrucciones.
PUNTO SEGUNDO
Es el Evangelio la voz de Jesucristo, y las máximas que contiene son las palabras de este Maestro celestial. Continuamente leía Vicente este libro divino con los mismos sentimientos que hubiera tenido al oír la voz de Jesucristo, y sacaba de este modo excelentes instrucciones. Al meditarlas veía disiparse las tinieblas de su espíritu; el mundo le desagradaba, se acrecentaba su esperanza y se animaba su caridad cada día más y más. Nunca se ocupaba en vanas y sutiles cuestiones sobre el texto del Evangelio, y como discípulo humilde que era, consideraba solo las virtudes que enseña como el modelo de sus acciones. Arreglaba sus pensamientos y sus designios a los oráculos del Libro sagrado; dirigía del mismo modo los dos establecimientos que le eran más caros, el de la Congregación de Misioneros, y el de las Hermanas de la Caridad, a los que dio reglamentos fundados en las verdades santas, persuadido de que solo así resistirían siempre a todas las tempestades.
Sus diarias disposiciones para leer eada día el Evangelio, eran una profunda veneración, una fe sencilla y una intención purísima.
A ese mismo Evangelio acudamos nosotros, que es una fuente divina tan copiosa de gracias para nosotros, como lo fue para Vicente; pero tengamos una fidelidad igual a la suya para poder practicar lo que enseña.
PUNTO TERCERO
Todas las máximas que enseña Jesucristo en el Evangelio, están confirmadas con las acciones de este Salvador divino en el tiempo que vivió en la tierra: este era el segundo libro en donde adquiría Vicente de Paul sus conocimientos: fijos siempre los ojos en ese perfecto modelo, estudiaba sucesivamente los hechos de su vida, y eran, por efecto de su amor, tan atentas y penetrantes sus miradas, que nada de lo que pasó en la tierra a su divino Maestro, se le escondía. Así es que consideraba a Jesucristo en su oración; lo contemplaba en medio de sus penas y sus dolores; lo veía hablar con Dios su Padre, con sus discípulos, con los pecadores, con sus enemigos; lo seguía a todas partes, en su soledad, en las plazas públicas, sobre el Tabor, sobre el Calvario; y aun su fe iba a buscarlo en casa de los pobres, de los ricos, en los tronos y en las cárceles. Queriendo perpetuar la misión del Hijo de Dios, creyó que el mejor medio de alumbrar al mundo era reflejar, por medio de
la predicación, la luz de ese sol de toda justicia, quiso en consecuencia imitar fielmente a Jesucristo, así como Jesucristo había imitado a Dios su Padre.
Tenemos a la vista el mismo modelo y la misma obligación de imitarlo; pues imitemos en nuestras obras todas sus acciones.
¡Oh divino Jesús, vivo modelo de todos los justos! Danos tu mano, y condúcenos en el sendero de esta vida.
Da hasta el día Jesucristo las mismas lecciones que dio a sus discípulos; pero ¡cuán desierta está su escuela! De tal modo nos ha aturdido el silbido de la serpiente infernal, la voz seductora del mundo y el tumulto de las pasiones, que casi estamos sordos para aquellas saludables instrucciones.
Danos, Señor, no solamente un espíritu aparejado para oir tus santas palabras, simo también un corazon dócil para practicar tus instrucciones.
Es el Evangelio la voz de Jesucristo, y las máximas que contiene son las palabras de este Maestro celestial. Continuamente leía Vicente este libro divino con los mismos sentimientos que hubiera tenido al oír la voz de Jesucristo, y sacaba de este modo excelentes instrucciones. Al meditarlas veía disiparse las tinieblas de su espíritu; el mundo le desagradaba, se acrecentaba su esperanza y se animaba su caridad cada día más y más. Nunca se ocupaba en vanas y sutiles cuestiones sobre el texto del Evangelio, y como discípulo humilde que era, consideraba solo las virtudes que enseña como el modelo de sus acciones. Arreglaba sus pensamientos y sus designios a los oráculos del Libro sagrado; dirigía del mismo modo los dos establecimientos que le eran más caros, el de la Congregación de Misioneros, y el de las Hermanas de la Caridad, a los que dio reglamentos fundados en las verdades santas, persuadido de que solo así resistirían siempre a todas las tempestades.
Sus diarias disposiciones para leer eada día el Evangelio, eran una profunda veneración, una fe sencilla y una intención purísima.
A ese mismo Evangelio acudamos nosotros, que es una fuente divina tan copiosa de gracias para nosotros, como lo fue para Vicente; pero tengamos una fidelidad igual a la suya para poder practicar lo que enseña.
Todas las máximas que enseña Jesucristo en el Evangelio, están confirmadas con las acciones de este Salvador divino en el tiempo que vivió en la tierra: este era el segundo libro en donde adquiría Vicente de Paul sus conocimientos: fijos siempre los ojos en ese perfecto modelo, estudiaba sucesivamente los hechos de su vida, y eran, por efecto de su amor, tan atentas y penetrantes sus miradas, que nada de lo que pasó en la tierra a su divino Maestro, se le escondía. Así es que consideraba a Jesucristo en su oración; lo contemplaba en medio de sus penas y sus dolores; lo veía hablar con Dios su Padre, con sus discípulos, con los pecadores, con sus enemigos; lo seguía a todas partes, en su soledad, en las plazas públicas, sobre el Tabor, sobre el Calvario; y aun su fe iba a buscarlo en casa de los pobres, de los ricos, en los tronos y en las cárceles. Queriendo perpetuar la misión del Hijo de Dios, creyó que el mejor medio de alumbrar al mundo era reflejar, por medio de
la predicación, la luz de ese sol de toda justicia, quiso en consecuencia imitar fielmente a Jesucristo, así como Jesucristo había imitado a Dios su Padre.
Tenemos a la vista el mismo modelo y la misma obligación de imitarlo; pues imitemos en nuestras obras todas sus acciones.
¡Oh divino Jesús, vivo modelo de todos los justos! Danos tu mano, y condúcenos en el sendero de esta vida.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- La filosofía, la teología y los raciocinios no causan ningún efecto en nuestra alma, si Jesucristo no obra en ella, y no hablamos como él hablaba ni nos unimos a su espíritu como él se unía a Dios su Padre. Jesucristo no anunciaba otra doctrina que la que su Padre le habia enseñado.
- Nuestra profesión debe ser obrar siempre siguiendo la doctrina de Jesucristo que nunca puede engañarnos, y no conformarnos jamás con las máximas del mundo que siempre engañan.
- Nuestro primer cuidado debe ser perfeccionarnos y buscar nuestra salud, imitando en esto al Hijo de Dios, quien obró antes de enseñar. Es necesario practicar mucho tiempo lo que se quiera enseñar a otro.
No presenta el mundo para el cristiano más que motivos de dolor y desconsuelo, porque no hay ninguno que reflexiona en su corazon (Jeremías XII, 11). Viven los hombres en continua disipación, y solo se ocupan en cosas terrenas.
¿No es, pues, esta situación la nuestra? ¿Y deseamos salir de este estado funesto?
Acordémonos de que Jesucristo es nuestro verdadero Maestro, y de que solo él puede enseñarnos la verdad: imprimamos sus máximas y su doctrina en nuestro espíritu y en nuestro corazón; digámosle frecuentemente como Samuel y como San Vicente de Paúl: Habla, Señor, que tu siervo oye (I Reyes III, 10).
Leamos con particular atencion el capitulo quinto del Evangelio de San Mateo; meditemos los consejos y mandatos que en él se hallan, y hagamos de ellos la regla de nuestra conducta.
No nos contentemos con una reflexión superficial, con la cual se percibe la verdad rápidamente y a lo lejos; es preciso grabarla en el corazón, penetrar bien de ella a nuestro espíritu y dirigir por ella nuestros pasos.
Pidamos a San Vicente la gracia de sacar fruto de nuestras meditaciones y de ejecutar fielmente las resoluciones que hagamos.
Señalemos todos los días un momento para examinar si hemos sido fieles a estas resoluciones.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
DÍA TERCERO – 12 DE JULIO
Por la señal…Acto de contrición.
MANSEDUMBRE DE SAN VICENTE DE PAÚL: «Díscite a me quia mitis sum». (Aprended de mí, que soy manso). San Mateo XI, 29.
La mansedumbre fue la primera lección que Vicente aprendió en la escuela de Jesucristo, a pesar de que su temperamento bilioso era un obstáculo para la adquisicion de esta virtud; pues no están libres de pasiones los santos mientras viven en la tierra, y lo único que consiguen es dominarlas. Tan completamente triunfó Vicente de la cólera, y tomó tales precauciones para reprimir hasta los más ligeros movimientos de ella, que nadie podía notárselos. ¡Cuántos esfuerzos le costaría alcanzar esta victoria! Atacado muchas veces por violentos sentimientos, lograba impedir que la cólera obrase en sus sentidos exteriores, guardando silencio luego que se sentía conmovido por esa pasión. Llegó hasta el punto de creer temible el ardor que le inspiraba el celo, y por lo mismo, siempre que quería hacer algún bien, aguardaba a que se restableciese en su alma la tranquilidad.
Cuando se le escapaba alguna expresión que manifestaba impaciencia, se castigaba con la mayor severidad, y hacía cuanto le era posible para reparar su falta. Unas veces confesaba públicamente aquello en que se creía culpable; otras se arrodillaba a pedir perdón por el escándalo que suponía había dado con acciones que otros apenas habían notado; ya, para reparar el daño inapreciable que se suponía haber causado a alguno, le hacía servicios importantes con el mayor agrado; ya, para alcanzar nuevas fuerzas y valor para resistir otros ataques, repetía ardientes súplicas a Dios; y de este modo logró Vicente cambiar su carácter e imitar a Jesucristo en su mansedumbre.
Empleemos las mismas armas, y con ayuda de la gracia de Dios alcanzaremos los mismos beneficios.
PUNTO SEGUNDO
No contento Vicente con estos primeros triunfos, creyó que no era bastante aprender en la escuela de Jesucristo a castigar severamente hasta el más pequeño movimiento de cólera, sino que estando obligado a vivir en sociedad, era preciso practicar la mansedumbre, que es el lazo más suave que nos une. Para conseguir esto, volvió los ojos a su Maestro y modelo Jesucristo, y observó el encanto que acompañaba a sus palabras, la serenidad de su frente, la afabilidad con que admitía a los niños, a los pobres, a los pecadores y a los enfermos; la bondad con que trataba a sus discípulos, aun a los que eran groseros e ignorantes; la tranquilidad con que se mantenía en medio de la mucha gente que lo rodeaba, y quiso Vicente imitarlo en todo. Con este objeto a nadie se negaba, y a todos recibía con el mayor agrado, aun cuando lo agobiase el peso de las ocupaciones; a todos oía con igual atención y tranquilidad, los servía con el mismo celo, y despedía satisfechos o consolados; pues si se hubiese manifestado a alguno o enfadado, o distraído o lleno de quehacer, hubiera temido quebrar la caña cascada, o acabar de apagar la mecha que aún humea (San Mateo XII, 20).
Cuando el celo o el deber le obligaba a hacer alguna corrección, la mezclaba con tanta cordialidad y terneza, que le quitaba toda asperidad y amargura.
Con tan afables modales atraía Vicente un gran número de personas a su congregación de San Lázaro, y se ganaba el cariño de todas las clases de la sociedad. De este modo aseguró el buen éxito de las muchas y muy difíciles empresas que acometió, las cuales parecía que se lograban por un verdadero prodigio; pero su dulzura penetraba en todos los corazones, y al punto se rendían a sus deseos.
Así es como nosotros podremos poseer la tierra (San Marcos IV, 4) y ganar almas a Dios.
PUNTO TERCERO
Es preciso notar todavía a qué clase de pruebas se puso la mansedumbre de Vicente, pues fueron algunas harto funestas, y de todas, no solo supo conservar la calma de sus días serenos, sino que se manifestó más grande, y brilló con más esplendor su mansedumbre.
Las enfermedades dolorosísimas que padeció, las calumnias más atroces, las reconvenciones menos merecidas, la pérdida de sus bienes, de sus amigos, y sobre todo, la de los mejores miembros de su congregación, nada fue capaz de perturbar la tranquilidad de nuestro Santo. Una mirada hacia Dios, dueño absoluto de cuanto existe, otra mirada hacia sus pecados que lo hacían digno, decía Vicente, de castigos aun más grandes, sofocaban cualquier movimiento de impaciencia, daban a su semblante un aire de contento, y le hacían dirigir al Señor cánticos de acciones de gracias.
No contento con esto, después de pagar a Dios el tributo de su reconocimiento, lo extendía a los autores de sus desgracias, pues lejos de manifestar a estos desagrado, los disculpaba, publicaba cuanto bien sabía de ellos, y creķa deberles algun favor; de modo que para obtener alguna gracia de Vicente, o para que fuese alguno recibido con particular distinción, bastaba que hubiese puesto a prueba la paciencia del siervo de Dios.
Y ¿por qué no hemos de tener valor para seguir tan bellos ejemplos? La misma recompensa está reservada a la misma fidelidad.
Cuando se le escapaba alguna expresión que manifestaba impaciencia, se castigaba con la mayor severidad, y hacía cuanto le era posible para reparar su falta. Unas veces confesaba públicamente aquello en que se creía culpable; otras se arrodillaba a pedir perdón por el escándalo que suponía había dado con acciones que otros apenas habían notado; ya, para reparar el daño inapreciable que se suponía haber causado a alguno, le hacía servicios importantes con el mayor agrado; ya, para alcanzar nuevas fuerzas y valor para resistir otros ataques, repetía ardientes súplicas a Dios; y de este modo logró Vicente cambiar su carácter e imitar a Jesucristo en su mansedumbre.
Empleemos las mismas armas, y con ayuda de la gracia de Dios alcanzaremos los mismos beneficios.
No contento Vicente con estos primeros triunfos, creyó que no era bastante aprender en la escuela de Jesucristo a castigar severamente hasta el más pequeño movimiento de cólera, sino que estando obligado a vivir en sociedad, era preciso practicar la mansedumbre, que es el lazo más suave que nos une. Para conseguir esto, volvió los ojos a su Maestro y modelo Jesucristo, y observó el encanto que acompañaba a sus palabras, la serenidad de su frente, la afabilidad con que admitía a los niños, a los pobres, a los pecadores y a los enfermos; la bondad con que trataba a sus discípulos, aun a los que eran groseros e ignorantes; la tranquilidad con que se mantenía en medio de la mucha gente que lo rodeaba, y quiso Vicente imitarlo en todo. Con este objeto a nadie se negaba, y a todos recibía con el mayor agrado, aun cuando lo agobiase el peso de las ocupaciones; a todos oía con igual atención y tranquilidad, los servía con el mismo celo, y despedía satisfechos o consolados; pues si se hubiese manifestado a alguno o enfadado, o distraído o lleno de quehacer, hubiera temido quebrar la caña cascada, o acabar de apagar la mecha que aún humea (San Mateo XII, 20).
Cuando el celo o el deber le obligaba a hacer alguna corrección, la mezclaba con tanta cordialidad y terneza, que le quitaba toda asperidad y amargura.
Con tan afables modales atraía Vicente un gran número de personas a su congregación de San Lázaro, y se ganaba el cariño de todas las clases de la sociedad. De este modo aseguró el buen éxito de las muchas y muy difíciles empresas que acometió, las cuales parecía que se lograban por un verdadero prodigio; pero su dulzura penetraba en todos los corazones, y al punto se rendían a sus deseos.
Así es como nosotros podremos poseer la tierra (San Marcos IV, 4) y ganar almas a Dios.
Es preciso notar todavía a qué clase de pruebas se puso la mansedumbre de Vicente, pues fueron algunas harto funestas, y de todas, no solo supo conservar la calma de sus días serenos, sino que se manifestó más grande, y brilló con más esplendor su mansedumbre.
Las enfermedades dolorosísimas que padeció, las calumnias más atroces, las reconvenciones menos merecidas, la pérdida de sus bienes, de sus amigos, y sobre todo, la de los mejores miembros de su congregación, nada fue capaz de perturbar la tranquilidad de nuestro Santo. Una mirada hacia Dios, dueño absoluto de cuanto existe, otra mirada hacia sus pecados que lo hacían digno, decía Vicente, de castigos aun más grandes, sofocaban cualquier movimiento de impaciencia, daban a su semblante un aire de contento, y le hacían dirigir al Señor cánticos de acciones de gracias.
No contento con esto, después de pagar a Dios el tributo de su reconocimiento, lo extendía a los autores de sus desgracias, pues lejos de manifestar a estos desagrado, los disculpaba, publicaba cuanto bien sabía de ellos, y creķa deberles algun favor; de modo que para obtener alguna gracia de Vicente, o para que fuese alguno recibido con particular distinción, bastaba que hubiese puesto a prueba la paciencia del siervo de Dios.
Y ¿por qué no hemos de tener valor para seguir tan bellos ejemplos? La misma recompensa está reservada a la misma fidelidad.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- La dulzura sufre los defectos y los malos procedimientos del prójimo, para atraerlo con estas consideraciones hacia el conocimiento y amor de Dios.
- Muchas veces no se necesita más que una expresion de caridad para convertir un corazón obstinado; así como basta otras veces una palabra dura para desconsolar un alma y derramar en ella un dolor amargo que puede ser muy dañoso.
- La dulzura y la afabilidad son poderosísimas virtudes para ganar almas a Dios.
Para concebir una idea sublime de la virtud de la mansedumbre, basta notar que Jesucristo, quien la poseyó en grado eminente, quiere que aprendamos de Él a practicarla: «Aprended de mí que soy manso», nos dice el Salvador divino.
¿Queremos imitar a este divino modelo? Pues conservemos la paz de nuestra alma; vigilemos sobre todos los movimientos de nuestro corazón; reprimamos el ímpetu de todas muestras pasiones, y particularmente de la cólera; evitemos la inquietud de nuestras acciones, y mantengámonos en un continuo y constante recogimiento.
Adoptemos por máxima invariable no decir ni hacer nada que pueda ofender o aun desagradar a otro. Suframos con paciencia lo que pueda causarnos enfado; acostumbrémonos a considerar como un bien las más atroces injurias que nos hagan, y regocijémonos por ellas en Jesucristo nuestro Señor, acordándonos de lo que ha sufrido por nosotros en su Pasión.
Para imitar y honrar hoy a San Vicente de Paúl, hagamos algunos actos interiores y exteriores de mansedumbre, y repitamos esta súplica: Jesus, manso y humilde de corazón, ten piedad de nosotros.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
DÍA CUARTO – 13 DE JULIO
Por la señal…Acto de contrición.
HUMILDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL: «Díscite a me, quia mitis sum et húmilis corde». (Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón). San Mateo XI, 20.
Fue la humildad la virtud que más apreció Vicente y la que con más anhelo buscó toda su vida; y como las humillaciones son el camino más seguro para alcanzarla, con ansia las deseaba, eran su elemento y el objeto de sus delicias. Su deseo favorito era permanecer en la baja esfera de su nacimiento, y por eso mil veces manifestó el pesar que tenía de que lo hubiesen elevado a la dignidad del sacerdocio; y Dios se complacía en sacarlo de la oscuridad que amaba para que lo sirviese en sus altos designios. No fue menos fiel nuestro Santo en recordar por todas partes la bajeza de su esfera, la fealdad de sus pecados y la perversidad de sus inclinaciones.
Gusto tenía en decir a todo el mundo cuán despreciable era su nacimiento, su educación, su persona y su conducta: y cuando Dios se servía de él para obrar algún bien, declaraba sinceramente que ninguna parte tocaba al siervo elegido; todo el mérito lo atribuía a las fervorosas oraciones de unos, a los prudentes consejos de otros o a la docilidad de aquellos. A Dios dejaba toda la gloria, plenamente convencido de que era un siervo inútil, o, usando de sus expresiones, que era un asombro de malicia, más malo que el mismo Demonio, quien no mereció tan justamente el infierno como lo merecía el miserable Vicente. Aprovechaba con ansia las ocasiones que se le presentaban de ser avergonzado y menospreciado; y nosotros ¡cuán distantes estamos de una humildad tan profunda!
Las humillaciones voluntarias que sufrió Vicente nos dan a conocer bastante el grado de su amor a la humildad; mejor lo conoceremos considerando las inesperadas humillaciones que soportó. Vicente fue calumniado y fue honrado: unos lo consideraban como a santo, como al padre de los pobres y refugio de todos los desgraciados; otros lo tenían por un ignorante, hipócrita, ladrón y simoníaco; y Vicente se esforzaba en desengañar a los primeros, y delante de Dios se afligía porque no podía hacerles mudar de opinión respecto de su piedad, que él juzgaba aparente y muy distante de la piedad interior y verdadera: oponía sus pecados a los elogios que de él se hacían y tanto merecía; y con el fin de huir las aclamaciones de los que le oían enseñar y predicar, se iba a esconder en las pequeñas aldeas, y se dedicaba a enseñar a los pobres labradores.
Respecto de los que lo calumniaban, tan lejos de odiarlos, se unía a ellos, y a sí mismo se injuriaba más de lo que sus enemigos desearan, y solo se detenía hasta donde la verdad se lo permitía. Le agradaba oírlos, y nunca trataba de justificar su conducta.
Nunca se dejó seducir por el pretexto, en apariencia tan racional, de mirar por la reputación del jefe de una comunidad que comenzaba a acreditarse.
Cuando, en cualquiera parte, ocupaba el último lugar, permanecía en él con mucho placer; y si alguno le instaba para que ocupase otro distinguido, se oponía a ello fuertemente, y solo por la obediencia se le obligaba a hacerlo; y a pesar de esto, siempre conservaba un secreto deseo de volver a su humilde lugar, así como la piedra continuamente tiende a su centro.
También en la escuela de Jesucristo aprendió Vicente una lección que hasta entonces parecía ignorada de todos, y consistía en amar, no solo las humillaciones que le eran personales, sino también las que ajaban injustamente a alguna parte o a toda su congregación: nada hacía para evitarlas o rechazarlas, y antes bien daba a Dios gracias como si fuese un particular beneficio; amaba como a bienhechores a los que la ultrajaban, los elogiaba y servía en cuanto le era posible, y aun admitía la opinión de los que miraban su congregación como la más miserable y menos útil para la Iglesia.
Enseñó Vicente esta lección a sus hijos; nueva para todos, pues hasta entonces se había creído que las comunidades eran como los estados, y que así como los súbditos se convierten en soldados cuando se trata de vengar la injuria que se hace al príncipe, así también deben los miembros de una comunidad defender el honor de esta cuando sea atacado. Autorizaban otros muchos pretextos esta conducta; pero guiado Vicente por principios más sublimes, creía por el contrario que no podía tener honor más grande su congregación que verse sumergida en la más profunda humillación. La vio en efecto en este estado, y por ello bendijo mil veces al Señor, dejando a su voluntad el recobrar la opinión perdida cuando bien le pareciese, y contentándose con oponer el silencio y las buenas obras las atroces calumnias que le dirigían.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- Recurramos con frecuencia al amor de nuestra propia abyección, para hallar en él un seguro refugio contra los continuos movimientos interiores, que determina en nosotros la funesta inclinación que todos tenemos al orgullo.
- Dejemos a Dios toda la gloria, y no guardemos para nosotros más que el menosprecio y la confusión, que es lo único a que somos acreedores.
- Debe cada uno decirse a sí mismo: Aun cuando posea todas las virtudes, si no tengo la de la humildad, vivo engañándome, pues creo que soy virtuoso, y no soy más que un soberbio fariseo.
La humildad no es solamente virtud de los perfectos cristianos, sino una virtud necesaria para quien quiera salvarse. A todos habla Jesucristo cuando dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallareis el reposo para vuestras almas.
Para que podamos adquirir esta virtud, debemos empeñarnos en conocer cuán grande es nuestra miseria. Jamás hablemos en favor nuestro; reprimamos cualquier sentimiento de aprecio hacia nosotros mismos; pues cuesta menos trabajo impedir que entre en nuestro corazón el sentimiento de orgullo, que arrojarlo de él cuando ya ha entrado.
Suframos con paciencia las afrentas que nos hagan y los motivos de humillación que se presenten a nuestro espíritu, y confiemos en estas palabras de nuestro Señor: Cualquiera que se ensalza, será humillado; y quien se humilla, será ensalzado (San Lucas XIV, 11).
Comencemos desde hoy a hacer algunos actos de humildad.
Roguemos a la Santísima Virgen que nos alcance de Dios esta virtud: por su humildad se hizo María merecedora de ser Madre de Dios.
Roguemos también a San Vicente que la pida al Señor para nosotros.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
DÍA QUINTO – 14 DE JULIO
Por la señal…Acto de contrición.
AMOR DE SAN VICENTE A LA POBREZA: «Beáto páuperes». (Bienaventurados los pobres). San Mateo V, 3.
Buscó con empeño Vicente la pobreza y desprecio, y temió la riqueza: semejante felicidad se ambiciona poco, pero él conoció todo el valor de ella.
Siempre fue para él muy terrible el anatema que Jesucristo lanzó contra los ricos, y siempre vio en la abundancia mucho peligros.
Sacó muchas instrucciones de la historia de los tiempos pasados; reflexionó en los felices principios que han tenido las órdenes religiosas, y vio que la piedad florecía en el seno de la pobreza. Recorriendo luego los siglos posteriores, halló que tras de la opulencia entraron en los claustros la relajación de la disciplina regular, el espíritu del mundo, el lujo, el orgullo y el desorden. Observando además cuál había sido la suerte de los hijos de la Iglesia, notó que Jesucristo pobre les había comunicado una piedad fervorosa, la que se había sostenido con brillo en medio de las privaciones de la pobreza; pero que este fervor se había ido debilitando y aniquilando desde que sus hijos habían gustado la leche de las naciones, y se habían nutrido con los alimentos de los ricos y poderosos del siglo. Temió Vicente que no sucediese igual desgracia a su Congregación, y para evitarlo la exhortaba continuamente a que considerase la pobreza como impenetrable baluarte en donde resistiría los ataques de sus enemigos, asegurando que nunca perecería más que por causa de los pecados y vicios que necesariamente acompañan a la opulencia.
Para evitar que se contaminase con esos vicios y pecados la congregación, fundóla Vicente en una pobreza tan bien calculada, que a nadie podía ser gravosa. No le procuró más rentas que las absolutamente necesarias para servir al público gratuitamente. La pobreza que Vicente practicó e hizo observar a su comunidad, consistía en tomar alimentos muy corrientes y en cantidad necesaria para quitar el hambre, según previenen los cánones; en vestir sencilla y modestamente, contentarse con muebles semejantes a los del profeta Eliseo; no tener nada superfluo, ni curioso, ni exquisito; poseer, con sujeción al superior, cuanto se tenga, y considerarlo todo como prestado, y con buena disposición para devolverlo; procurar ser inferior a los compañeros en el alimento, vestido y alojamiento; privarse algunas veces aun de lo necesario, y alegrarse de esta privación; tener a bien que las economías que se hagan no se depositen y guarden con detrimento de los pobres, sino que les sean fiel y prontamente entregadas. Complacíase Vicente en este género de pobreza, y en medio de ella encontraba tesoros ocultos, se nutrían su humildad y confianza en Dios, se sujetaba perfectamente a la Providencia, y privando de alimento a sus pasiones, las debilitaba más cada día.
El amor a la pobreza inspiraba a Vicente los más tiernos sentimientos de cariño y respeto a los pobres: parecíanle estos tanto más grandes cuanto más despreciables son a la vista del mundo, pues el estado de ellos le representaba el de Jesucristo, quien se hizo pobre por enriquecernos; y viendo en ellos al Salvador, se complacía en acompañarlos. Estos sentimientos le determinaron a que se consagrase al servicio de ellos como objeto muy interesante para su salvación.
La ternura con que Vicente miraba a los pobres, le sugirió mil proyectos para socorrerlos: edificó asilos tan amplios y cómodos, que más bien parecían soberbios palacios que casas destinadas a la indigencia; señoras de la más elevada categoría, cediendo a la fuerza de las exhortaciones de Vicente, se dedicaron al servicio de los pobres, y han sido edificación de la capital, de las villas y aun de los mismos pobres.
A esta noble comunidad, dedicada al servicio de los indigentes, unió Vicente una congregación de modestas doncellas, a quienes dio el nombre de Criadas de los pobres, y cuyo instituto era servirlos, prepararles y llevarles los alimentos y medicinas que necesitaban, y tratarlos con el cariño y respeto que se debe a Jesucristo.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- Nos concede Dios una gracia muy particular cuando nos priva de todo lo que puede hacernos de semejantes a Jesucristo, que nada poseía sobre la tierra. ¿Pudiéramos encontrar situación más ventajosa y más agradable a su Majestad que aquella en que nos ha colocado?
- Seamos humildes, y alegrémonos de ser pobres, pues sin esto no seremos perfectos discípulos de Jesucristo.
- Nunca es el hombre más rico que cuando es semejante a Jesucristo.
Queriendo el Hijo de Dios libertarnos de la esclavitud de la concupiscencia, que es la fuente de todos los males, vino a enseñarnos con su doctrina y ejemplo que son bienaventurados los pobres.
Renunciemos el espíritu del mundo que no conoce ni gusta más que de los bienes perecederos: penetrémonos del espíritu de Jesucristo, quien amó tanto la pobreza, que no tuvo donde reclinar su cabeza en el tiempo que vivió sobre la tierra.
Y si no tenemos bastante valor para vender lo que tenemos y dar a los pobres, al menos disfrutemos de nuestros bienes tomando lo necesario para satisfacer nuestras necesidades, y dando lo restante a quien más lo necesite.
Para entrar en tan santa disposición, sacrifiquemos hoy lo superfluo y démoslo a los indigentes.
Pidamos a Dios, por intercesión de San Vicente, que nos infunda el amor que este Santo tenía a los pobres y a la pobreza.
DÍA SEXTO – 15 DE JULIO
Por la señal…Acto de contrición.
CARIDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL: «Illi viri misericórdiæ sunt, quórum pietátes non defúerunt». (Aquellos fueron varones misericordiosos y caritativos, cuyas obras de piedad no han caído en olvido). Eclesiástico XLIV, 10.
Un hombre misericordioso es un tesoro abierto para todo el mundo, y de donde todos pueden sacar provecho: encuentra el pobre un asilo y el rico un modelo; es una viva imagen de la bondad divina y un conducto de que Dios se vale para distribuir sus bienes a los indigentes.
Esto fue Vicente de Paúl; pues habiendo, por decirlo así, nacido con él la misericordia, se compadeció de todas las necesidades de sus hermanos, y a todos los recibió en el seno de su inmensa caridad. No contento con una estéril compasión, los socorrió con tan eficaces medios, que su duración representa a los ojos de la fe la eternidad de la Providencia: la variedad y multitud de aquellos representa su inmensidad, y los efectos prodigiosos de ellos, la fecundidad de la inefable Providencia. Visitó a los enfermos, consoló a los afligidos, y fue como el Santo Job, ojo para el ciego, pie para el cojo (Job XXIX, 15) y báculo para el anciano.
¡Bendito seáis mil y mil veces, Dios mío, porque diste a los pobres tan grande apoyo y a los ricos tan bello ejemplo, y no permitas que se limite mi caridad a una estéril admiración de la tierna y activa de este santo sacerdote!
La caridad de San Vicente de Paúl fue verdaderamente prodigiosa por su extensión, pues cuidó de toda clase de miserables. Los niños abandonados de crueles y parricidas madres; los viejos desamparados, agobiados con el peso de los años y de las enfermedades, arrastrando por las calles y plazas los restos de una vida tal vez desarreglada; los galeotes, muchas veces más cargados de los remordimientos, que de las cadenas que los detenían en las galeras; los pobres enfermos, tanto más acreedores a los socorros de los ricos cuanto que sus enfermedades les impedían solicitar la limosna; provincias enteras desoladas por la guerra y el hambre; todo esto fue una parte de los objetos de los tiernos afanes de Vicente de Paúl. Aún subsisten los monumentos de su misericordia: la asamblea de las Damas de la Caridad, que en tantas parroquias estableció, y principalmente las Hermanas de la Caridad, que se han establecido en muchos estados de Europa, perpetuarán la caridad de Vicente.
¡Oh admirable fecundidad de la misericordia de un solo hombre, o por mejor decir, de la misericordia de Dios, de quien siempre fue Vicente el fiel ministro!
Y si tenemos tan frecuentemente a la vista miserias semejantes a las que Vicente alivió tan tierna y abundantemente, ¿por qué no se siente nuestro corazón animado de la misma caridad?
Nuevo objeto de sus caritativos cuidados encontró Vicente las víctimas de las enfermedades espirituales, en los pecadores; quienes son tanto más dignos de compasión, cuanto que no conocen la grandeza de sus males, son negligentes para procurar a su alma los remedios que necesita, y muchas veces repelen la mano caritativa que quiere curarlos.
Tan deplorable estado excitó la compasión de Vicente, y no pudo su generoso corazón resolverse a ver perecer a sus amigos y hermanos sin darles una mano benéfica. Para obtener la conversión de los pecadores, nada perdonó nuestro Santo: oraciones, lágrimas, ayunos, penitencias corporales, instrucciones, buenos ejemplos; y todavía no contento con hacer todos estos esfuerzos durante su vida, quiso en cierta manera perpetuarlos, estableciendo su congregación, comunicándole su espíritu, y encargando a sus discípulos que transmitiesen de edad en edad los sentimientos de celo y de caridad que les inspiró.
Roguemos a Dios por la conservación de una congregación tan útil a la Iglesia: nos obliga a ello el reconocimiento, y nos convida el propio interés.
«Despierta, Señor, el celo activo de Vicente de Paúl en todos los miembros del clero; infunde en nuestro corazón la ardiente caridad que animaba a este santo sacerdote mientras moró en la tierra, y que después de la muerte lo hizo merecedor de la corona que goza en el cielo».
Roguemos también por todas las comunidades de Hermanas de la Caridad que están establecidas en tantos lugares de la tierra, para que por intercesión de su padre Vicente de Paúl, se digne Dios conservar en sus caritativas almas la compasión activa y generosa de su piadoso instituto.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- Mira sin espanto el momento de la muerte quien durante su vida ama a los pobres; pues el Espíritu Santo ha dicho: «Bienaventurado aquel que piensa en el necesitado y en el pobre: el Señor le librará en el día aciago» (Salmo XL, 2).
- La luz de la fe nos hace ver en los pobres la verdadera imagen del Hijo de Dios, quien no contento con ser pobre, quiso que le llamasen el Maestro, el Doctor, el Padre de los pobres.
- ¡Cuán hermoso es ver a los pobres cuando se considera a Dios en ellos y el aprecio que de ellos hizo Jesucristo!
La caridad para con el prójimo es la prueba más cierta del amor que tenemos a Dios. El Apóstol San Pablo nos asegura que «quien ama al prójimo, tiene cumplida la ley» (Romanos XIII, 8). La caridad, por ser la más sublime de todas las virtudes, forma el carácter distintivo del verdadero cristiano.
Tengamos mucho cuidado en que Jesucristo nos reconozca como discípulos suyos en este carácter particular. Recordemos con frecuencia estas palabras de Nuestro Señor: «Yo tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era peregrino, y me hospedasteis: estando desnudo, me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; encarcelado, y vinisteis a verme y consolarme. En verdad os digo, siempre que lo hicisteis con alguno de estos mismas pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (San Mateo XXV, 35-36 y 40).
Meditemos también con atención sobre estas palabras del Apóstol San Juan: «Hijitos míos, no amemos solamente de palabra y con la lengua, sino con obras y de veras». (I Epístola, III, 18)
Para dar testimonio de muestro amor a nuestros hermanos, no basta visitarlos en sus enfermedades; consolarlos con tiernas palabras en sus aflicciones; desearles en sus necesidades toda clase de bienes, y pedirá Dios que los ampare y llene de bendiciones; sino también es necesario darles de buena voluntad socorros efectivos y materiales.
Meditemos en los caracteres que señala San Pablo a la caridad: «La caridad es sufrida, es dulce y bienhechora: la caridad no tiene envidia, no obra precipitada ni temerariamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se huelga de la injusticia, complácese, sí, en la verdad: a todo se acomoda, cree todo el bien del prójimo, todo lo espera y lo soporta todo» (I Corintios XIII, 18).
Roguemos a San Vicente para alcanzar esta virtud.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
Acto de contrición.
CELO DE SAN VICENTE POR LA REFORMA DEL CLERO: «Sacerdótes Sion índuam salutári, et sancti ejus exsultatióne exsultábunt» (Revestiré a sus sacerdotes de santidad; y sus santos saltarán de júbilo). Salmo CXXXI, 16.
PUNTO PRIMERO
Fue el clero para Vicente uno de los principales objetos de su celo, cuando vio penetrado de dolor, que habían marchitado el lustre del sacerdocio los desórdenes y la ignorancia; y la reforma la comenzó por sí mismo, dedicándose a observar una conducta digna de la eminencia de su estado, aunque sin tener para ello maestro ni guía que lo condujese. Recibió los órdenes sagrados lleno de un santo temor, y toda su vida manifestó el más humilde pesar de haberlos recibido.
Y para reparar lo que llamaba su temeridad, se dedicó con gran empeño a estudiar las reglas de un estado tan santo y sublime; conoció la inmensa extensión de las obligaciones que impone, y sintió todo el peso de ellas. Siempre consideró el sacerdocio como una participación de la misión de Jesucristo: idea que al paso que aumentaba su temor, aumentaba también el deseo de imitar al Sacerdote Soberano, de penetrarse más y más de su espíritu y continuar sus trabajos, de destruir el poder del Demonio y establecer el reino de Dios en todas partes con ayuda de los medios que Jesucristo había empleado.
Ofrecía a Dios todos los días con la víctima santa, su propio corazón abrasado de puro amor y su cuerpo mortificado por austeras penitencias; y la extensión de su celo abrazaba a todo el mundo, pues por todos dirigía a Dios sus oraciones.
En fin, en su persona se veía el modelo tan perfecto de un santo sacerdote, que San Francisco de Sales no dudó asegurar que Vicente de Paúl era el sacerdote más digno de serlo de cuantos había conocido.
PUNTO SEGUNDO
No se limitó el celo de Vicente por el honor del sacerdocio a su propia perfección, sino que lo extendió a todos los que aspiraban a ese estado.
Los Padres del concilio de Trento habían ya conocido la necesidad que había de dar una educación adecuada a las funciones de los sacerdotes a todos los jóvenes que se dedicaban a la carrera eclesiástica; pero a pesar de los deseos de los obispos de Francia, no se habían podido establecer los seminarios. Vicente ejecutó por primera vez el proyecto, arregló los ejercicios, formó los directores, y el buen éxito de sus trabajos demostró a todos, que haciendo lo que él había hecho, se debía esperar conseguir los mismos resultados.
A su ejemplo emprendieron otros virtuosos eclesiásticos semejantes proyectos: Vicente elogiaba su celo y los ayudaba con sus consejos, y de este modo se multiplicaron en poco tiempo los seminarios en la Iglesia de Francia. Se sujetaba a pruebas la vocación de los que se dedicaban al sacerdocio, se perfeccionaban sus costumbres, se cultivaban sus talentos, y llegando a tener la aptitud necesaria para desempeñar sus funciones eclesiásticas, se diseminaron por todas las diócesis, llevando a todas partes la luz de la instrucción y la antorcha del amor divino; despertaron la piedad en los corazones de los pueblos, y volvieron a dar al clero su brillo primitivo.
PUNTO TERCERO
Era de temer que al volver al mundo los eclesiásticos que habían sido educados en los seminarios, perdiesen la piedad que en ellos habían adquirido, o por lo menos que se entibiase su reforma; pues la más sólida piedad no está al abrigo de esto, y a muy buenos principios siguen algunas veces acontecimientos muy fatales, particularmente cuando el grado de perfección a que se ha llegado es eminente. Previendo Vicente estas desgracias, le sugirió su celo dos caminos para evitarlas y conservar siempre en sus discípulos el mismo fervor: el primero, las conferencias eclesiásticas, y el segundo el retiro anual.
Comprometiólos a reunirse una vez en la semana para tratar de las virtudes, de las obligaciones y peligros de su estado, y se comunicaban mutuamente por este medio sus luces y sus sentimientos para ilustrarse y animarse más y más; experimentando de este modo el efecto de la consoladora promesa de Nuestro Señor, de estar presente en medio de sus discípulos, siempre que se reúnan dos o tres en su nombre.
Por medio de los retiros espirituales de cada año quiso Vicente retirar del mundo a sus discípulos y hacerles respirar a algunos el aire saludable de la casa en que se habían formado en la virtud, pues Dios habla al corazón, en la soledad, y el alma se nutre allí con el maná celestial; en la soledad se contemplan más de cerca las grandes verdades de la religión, y entra uno en sí mismo a descubrir sus debilidades; también allí se renueva el fervor, y lleno del espíritu de Dios, se comunica a los pueblos el fuego divino que se ha encendido en el corazón con la meditación de las verdades santas.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
Tengamos mucho cuidado en que Jesucristo nos reconozca como discípulos suyos en este carácter particular. Recordemos con frecuencia estas palabras de Nuestro Señor: «Yo tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era peregrino, y me hospedasteis: estando desnudo, me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; encarcelado, y vinisteis a verme y consolarme. En verdad os digo, siempre que lo hicisteis con alguno de estos mismas pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (San Mateo XXV, 35-36 y 40).
Meditemos también con atención sobre estas palabras del Apóstol San Juan: «Hijitos míos, no amemos solamente de palabra y con la lengua, sino con obras y de veras». (I Epístola, III, 18)
Para dar testimonio de muestro amor a nuestros hermanos, no basta visitarlos en sus enfermedades; consolarlos con tiernas palabras en sus aflicciones; desearles en sus necesidades toda clase de bienes, y pedirá Dios que los ampare y llene de bendiciones; sino también es necesario darles de buena voluntad socorros efectivos y materiales.
Meditemos en los caracteres que señala San Pablo a la caridad: «La caridad es sufrida, es dulce y bienhechora: la caridad no tiene envidia, no obra precipitada ni temerariamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se huelga de la injusticia, complácese, sí, en la verdad: a todo se acomoda, cree todo el bien del prójimo, todo lo espera y lo soporta todo» (I Corintios XIII, 18).
Roguemos a San Vicente para alcanzar esta virtud.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
DÍA SÉPTIMO – 16 DE JULIO
Por la señal…Acto de contrición.
CELO DE SAN VICENTE POR LA REFORMA DEL CLERO: «Sacerdótes Sion índuam salutári, et sancti ejus exsultatióne exsultábunt» (Revestiré a sus sacerdotes de santidad; y sus santos saltarán de júbilo). Salmo CXXXI, 16.
Fue el clero para Vicente uno de los principales objetos de su celo, cuando vio penetrado de dolor, que habían marchitado el lustre del sacerdocio los desórdenes y la ignorancia; y la reforma la comenzó por sí mismo, dedicándose a observar una conducta digna de la eminencia de su estado, aunque sin tener para ello maestro ni guía que lo condujese. Recibió los órdenes sagrados lleno de un santo temor, y toda su vida manifestó el más humilde pesar de haberlos recibido.
Y para reparar lo que llamaba su temeridad, se dedicó con gran empeño a estudiar las reglas de un estado tan santo y sublime; conoció la inmensa extensión de las obligaciones que impone, y sintió todo el peso de ellas. Siempre consideró el sacerdocio como una participación de la misión de Jesucristo: idea que al paso que aumentaba su temor, aumentaba también el deseo de imitar al Sacerdote Soberano, de penetrarse más y más de su espíritu y continuar sus trabajos, de destruir el poder del Demonio y establecer el reino de Dios en todas partes con ayuda de los medios que Jesucristo había empleado.
Ofrecía a Dios todos los días con la víctima santa, su propio corazón abrasado de puro amor y su cuerpo mortificado por austeras penitencias; y la extensión de su celo abrazaba a todo el mundo, pues por todos dirigía a Dios sus oraciones.
En fin, en su persona se veía el modelo tan perfecto de un santo sacerdote, que San Francisco de Sales no dudó asegurar que Vicente de Paúl era el sacerdote más digno de serlo de cuantos había conocido.
No se limitó el celo de Vicente por el honor del sacerdocio a su propia perfección, sino que lo extendió a todos los que aspiraban a ese estado.
Los Padres del concilio de Trento habían ya conocido la necesidad que había de dar una educación adecuada a las funciones de los sacerdotes a todos los jóvenes que se dedicaban a la carrera eclesiástica; pero a pesar de los deseos de los obispos de Francia, no se habían podido establecer los seminarios. Vicente ejecutó por primera vez el proyecto, arregló los ejercicios, formó los directores, y el buen éxito de sus trabajos demostró a todos, que haciendo lo que él había hecho, se debía esperar conseguir los mismos resultados.
A su ejemplo emprendieron otros virtuosos eclesiásticos semejantes proyectos: Vicente elogiaba su celo y los ayudaba con sus consejos, y de este modo se multiplicaron en poco tiempo los seminarios en la Iglesia de Francia. Se sujetaba a pruebas la vocación de los que se dedicaban al sacerdocio, se perfeccionaban sus costumbres, se cultivaban sus talentos, y llegando a tener la aptitud necesaria para desempeñar sus funciones eclesiásticas, se diseminaron por todas las diócesis, llevando a todas partes la luz de la instrucción y la antorcha del amor divino; despertaron la piedad en los corazones de los pueblos, y volvieron a dar al clero su brillo primitivo.
Era de temer que al volver al mundo los eclesiásticos que habían sido educados en los seminarios, perdiesen la piedad que en ellos habían adquirido, o por lo menos que se entibiase su reforma; pues la más sólida piedad no está al abrigo de esto, y a muy buenos principios siguen algunas veces acontecimientos muy fatales, particularmente cuando el grado de perfección a que se ha llegado es eminente. Previendo Vicente estas desgracias, le sugirió su celo dos caminos para evitarlas y conservar siempre en sus discípulos el mismo fervor: el primero, las conferencias eclesiásticas, y el segundo el retiro anual.
Comprometiólos a reunirse una vez en la semana para tratar de las virtudes, de las obligaciones y peligros de su estado, y se comunicaban mutuamente por este medio sus luces y sus sentimientos para ilustrarse y animarse más y más; experimentando de este modo el efecto de la consoladora promesa de Nuestro Señor, de estar presente en medio de sus discípulos, siempre que se reúnan dos o tres en su nombre.
Por medio de los retiros espirituales de cada año quiso Vicente retirar del mundo a sus discípulos y hacerles respirar a algunos el aire saludable de la casa en que se habían formado en la virtud, pues Dios habla al corazón, en la soledad, y el alma se nutre allí con el maná celestial; en la soledad se contemplan más de cerca las grandes verdades de la religión, y entra uno en sí mismo a descubrir sus debilidades; también allí se renueva el fervor, y lleno del espíritu de Dios, se comunica a los pueblos el fuego divino que se ha encendido en el corazón con la meditación de las verdades santas.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- La señal que hay para conocer que somos llamados a las funciones eclesiásticas es no entrar en ellas por nosotros mismos ni por medios puramente humanos.
- Son los eclesiásticos vivas imágenes del poder del Creador; deben pues tener mutuos sentimientos de un respeto y amor particulares.
- La salud de los cristianos depende de la bondad y celo de los sacerdotes, y por esto un buen sacerdote es un gran tesoro.
«Dios mandó a cada uno el amor de su prójimo» (Eclesiástico XVII, 12), y por esto todos debemos ser celosos de la santificación de nuestros hermanos, y de la gloria de Dios: de este modo aseguramos nuestra eterna salud.
Sea nuestro celo animado por la caridad, arreglado por la prudencia y acompañado de la mansedumbre.
Comencemos desde luego a ponerlo en práctica, teniendo presentes estas palabras del Hijo de Dios: ¿De qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su alma?
Guardémonos de tener el celo indiscreto que todo lo emprende; pues las más veces es efecto de un carácter impetuoso, de una actividad natural y de una secreta ambición.
No temamos exponer, si es necesario, nuestra fortuna, nuestra reputación y aun nuestra vida, por salvar las almas.
Veamos con amargo dolor los ultrajes que se hacen a Dios, y empleemos cuantos medios estén a nuestro alcance para impedirlos o repararlos, y corregir a aquellos que lo ultrajen en nuestra presencia.
Hagamos súplicas y oración siempre que nuestro celo nos haga emprender alguna buena obra.
En cuanto esté de nuestra parte, procuremos que la Iglesia tenga buenos ministros, mediante nuestras oraciones y buenas obras.
Pidamos a Dios, por intercesión de San Vicente, un celo semejante al de este gran santo.
Acto de contrición.
PRUDENCIA Y SENCILLEZ DE SAN VICENTE DE PAÚL: «Estóte prudéntes sicut serpéntes, et símplicem sicut colúmbæ» (Habéis de ser prudentes como serpientes, y sencillos como palomas). San Mateo X, 16.
PUNTO PRIMERO
Son la prudencia y la sencillez dos virtudes tanto más preciosas, cuanto que es muy difícil encontrarlas reunidas, pues a primera vista parecen opuestas la una a la otra, y se diría que una no puede elevarse más que sobre las ruinas de la otra.
Es la prudencia circunspecta, reservada y cuidadosa de ocultar sus proyectos; la sencillez es sincera, ingenua y siempre tiene el corazón en los labios.
Supo Vicente reunir tan bien estas dos virtudes, que la sencillez nada perdió de su sinceridad, ni la prudencia de su discreción, porque dimanaban las dos de una fuente pura, esto es, de la intención de buscar el reino de Dios y su justicia (San Mateo VI, 33), y establecerlas en todos los corazones. Esta era la única ambición de Vicente, el móvil y el objeto de todas sus acciones, sin perderlo de vista jamás: y para lograr sus miras, siempre seguía el camino más derecho y más traqueado, alejándose de esas veredas tortuosas, desconocidas de nuestros padres, y que miraba siempre con horror; por lo que nada pudo obligarlo a ocultar sus pasos, a disfrazar sus sentimientos, a emplear el disimulo. En la dirección de sus religiosos, en el gobierno de las parroquias, en las asambleas de las damas de la Caridad, en el régimen interior de las dos comunidades que fundó, en medio de los pobres y en los palacios, conservó siempre los mismos principios, las mismas máximas, el mismo modo de pensar y de obrar, es decir, que siempre fue sencillo como la paloma y prudente como la serpiente.
PUNTO SEGUNDO
Difícil es determinar cuál de estas dos virtudes fue la que más contribuyó al buen éxito de las empresas de Vicente. Las buenas obras en que se ocupó exigían muchas veces que reuniese para su cooperación un gran número de personas de carácter, condición e intereses enteramente distintos; y sin embargo, era preciso que contribuyesen todas al mismo fin, y Vicente sabía hacerse el centro de todas las acciones. Solo con que él emprendiese alguna buena obra, o la propusiese, al punto se sentían todos inclinados, por un secreto placer, a cooperar a ella, desaparecían los obstáculos más grandes, y se verificaba el bien.
Por su sencillez todo lo que proponía lo presentaba bajo su verdadero punto de vista, como una obra verdaderamente de Dios: por su prudencia, sabía elegir los medios, vencer las dificultades, disipar el temor, conciliarse todos los corazones, y tan suaves luces infundía en los espíritus, que nadie sabía cómo se habían disipado sus tinieblas; todos entraban en acción, contribuían a la buena obra, o por lo menos elogiaban la prudente sencillez de Vicente.
Este es el inocente artificio que empleó Vicente para proyectar, comenzar y consumar con buen logro los más grandes establecimientos y para darles fundamentos inmortales.
Sea nuestro celo animado por la caridad, arreglado por la prudencia y acompañado de la mansedumbre.
Comencemos desde luego a ponerlo en práctica, teniendo presentes estas palabras del Hijo de Dios: ¿De qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su alma?
Guardémonos de tener el celo indiscreto que todo lo emprende; pues las más veces es efecto de un carácter impetuoso, de una actividad natural y de una secreta ambición.
No temamos exponer, si es necesario, nuestra fortuna, nuestra reputación y aun nuestra vida, por salvar las almas.
Veamos con amargo dolor los ultrajes que se hacen a Dios, y empleemos cuantos medios estén a nuestro alcance para impedirlos o repararlos, y corregir a aquellos que lo ultrajen en nuestra presencia.
Hagamos súplicas y oración siempre que nuestro celo nos haga emprender alguna buena obra.
En cuanto esté de nuestra parte, procuremos que la Iglesia tenga buenos ministros, mediante nuestras oraciones y buenas obras.
Pidamos a Dios, por intercesión de San Vicente, un celo semejante al de este gran santo.
DÍA OCTAVO – 17 DE JULIO
Por la señal…Acto de contrición.
PRUDENCIA Y SENCILLEZ DE SAN VICENTE DE PAÚL: «Estóte prudéntes sicut serpéntes, et símplicem sicut colúmbæ» (Habéis de ser prudentes como serpientes, y sencillos como palomas). San Mateo X, 16.
Son la prudencia y la sencillez dos virtudes tanto más preciosas, cuanto que es muy difícil encontrarlas reunidas, pues a primera vista parecen opuestas la una a la otra, y se diría que una no puede elevarse más que sobre las ruinas de la otra.
Es la prudencia circunspecta, reservada y cuidadosa de ocultar sus proyectos; la sencillez es sincera, ingenua y siempre tiene el corazón en los labios.
Supo Vicente reunir tan bien estas dos virtudes, que la sencillez nada perdió de su sinceridad, ni la prudencia de su discreción, porque dimanaban las dos de una fuente pura, esto es, de la intención de buscar el reino de Dios y su justicia (San Mateo VI, 33), y establecerlas en todos los corazones. Esta era la única ambición de Vicente, el móvil y el objeto de todas sus acciones, sin perderlo de vista jamás: y para lograr sus miras, siempre seguía el camino más derecho y más traqueado, alejándose de esas veredas tortuosas, desconocidas de nuestros padres, y que miraba siempre con horror; por lo que nada pudo obligarlo a ocultar sus pasos, a disfrazar sus sentimientos, a emplear el disimulo. En la dirección de sus religiosos, en el gobierno de las parroquias, en las asambleas de las damas de la Caridad, en el régimen interior de las dos comunidades que fundó, en medio de los pobres y en los palacios, conservó siempre los mismos principios, las mismas máximas, el mismo modo de pensar y de obrar, es decir, que siempre fue sencillo como la paloma y prudente como la serpiente.
Difícil es determinar cuál de estas dos virtudes fue la que más contribuyó al buen éxito de las empresas de Vicente. Las buenas obras en que se ocupó exigían muchas veces que reuniese para su cooperación un gran número de personas de carácter, condición e intereses enteramente distintos; y sin embargo, era preciso que contribuyesen todas al mismo fin, y Vicente sabía hacerse el centro de todas las acciones. Solo con que él emprendiese alguna buena obra, o la propusiese, al punto se sentían todos inclinados, por un secreto placer, a cooperar a ella, desaparecían los obstáculos más grandes, y se verificaba el bien.
Por su sencillez todo lo que proponía lo presentaba bajo su verdadero punto de vista, como una obra verdaderamente de Dios: por su prudencia, sabía elegir los medios, vencer las dificultades, disipar el temor, conciliarse todos los corazones, y tan suaves luces infundía en los espíritus, que nadie sabía cómo se habían disipado sus tinieblas; todos entraban en acción, contribuían a la buena obra, o por lo menos elogiaban la prudente sencillez de Vicente.
Este es el inocente artificio que empleó Vicente para proyectar, comenzar y consumar con buen logro los más grandes establecimientos y para darles fundamentos inmortales.
Estuvieron a prueba y se ejercitaron la prudencia y sencillez de Vicente, en los días tempestuosos para la Iglesia y el Estado en que vivió.
Siendo miembro del consejo de la regencia y jefe de la congregación que fundó, no pudo disfrutar la tranquilidad de una vida retirada, y en medio del bullicio sufría amenazas, desprecios y calumnias. Unas veces lo llenaban de elogios, y otras de injurias.
Algunos espíritus astutos trataron de sorprenderlo, creyendo que sería fácil cosa al ver su sencillez; pero en el momento preciso se manifestaba su prudencia. Tuvo necesidad de tratar con multitud de personas de caracteres diferentes, dirigió negocios muy delicados y espinosos, y jamás se le notó agitación ni trastorno alguno. Con su sencillez confundía al más astuto, y con su prudencia moderaba al más exaltado: los esfuerzos de los mismos que se oponían a sus empresas los dirigía de tal manera que le servían para sus fines, y convertía en medios de llegar a ellos los obstáculos que se le presentaban. Con esas dos virtudes permanecía Vicente firme en los pasos más difíciles, y siempre salía de ellos con el mérito y la reputación de santo.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
Siendo miembro del consejo de la regencia y jefe de la congregación que fundó, no pudo disfrutar la tranquilidad de una vida retirada, y en medio del bullicio sufría amenazas, desprecios y calumnias. Unas veces lo llenaban de elogios, y otras de injurias.
Algunos espíritus astutos trataron de sorprenderlo, creyendo que sería fácil cosa al ver su sencillez; pero en el momento preciso se manifestaba su prudencia. Tuvo necesidad de tratar con multitud de personas de caracteres diferentes, dirigió negocios muy delicados y espinosos, y jamás se le notó agitación ni trastorno alguno. Con su sencillez confundía al más astuto, y con su prudencia moderaba al más exaltado: los esfuerzos de los mismos que se oponían a sus empresas los dirigía de tal manera que le servían para sus fines, y convertía en medios de llegar a ellos los obstáculos que se le presentaban. Con esas dos virtudes permanecía Vicente firme en los pasos más difíciles, y siempre salía de ellos con el mérito y la reputación de santo.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- Para ser verdaderamente sencillo, es necesario no llevar otro fin más que el de agradar a Dios, a quien el doblez no le agrada en manera alguna.
- La santa prudencia que nos recomienda Jesucristo en el Evangelio, es aquella que se propone siempre un fin divino, y que adopta todos los medios adecuados a este fin. Dos maneras hay de hacer una buena elección de estos medios: la primera es consultar la razón, aunque sea siempre débil; la segunda es consultar la fe y las infalibles máximas que Jesucristo nos ha enseñado.
- El mejor medio de convertir a Dios las personas acostumbradas a la astucia y sofisma, es el tratar con ellas con la mayor sencillez que sea posible.
El Hijo de Dios reunió en el Evangelio la prudencia y la sencillez, porque una sin otra sería un gran defecto, mientras que reunidas las dos son verdaderas y sólidas virtudes. La prudencia cristiana se dirige continuamente al fin que se propone, que siempre es Dios: elige los medios, dirige las palabras y las obras, todo lo hace con reflexión y, como dice la Sabiduría, con número, peso y medida (Sabiduría IX, 31).
La sencillez se encamina directamente a Dios y a la verdad, sin astucias, sin respetos humanos y sin mira de propio interés.
Consultemos siempre las máximas que Jesucristo nos ha enseñado; preguntémonos a nosotros mismos: ¿Qué ha hecho el Hijo de Dios, qué ha creído conveniente hacer en circunstancias semejantes a esta en que me hallo?
Esta regla seguía San Vicente, y nunca se separó de ella.
Seamos sencillos de corazón, de espíritu y de intención; seámoslo en palabras y en obras.
Seamos discretos, pero evitando en nuestros discursos todo lo que pueda hacer creer al prójimo que muestras miras son diversas de las que manifestamos y en realidad tenemos. Imitemos a San Vicente, y roguémosle que nos haga dignos de alcanzar estas dos virtudes.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
Acto de contrición.
PERFECCIÓN DE SAN VICENTE: «Perféctus sunt homo Dei ad omne opus bonum instrúctus» (Sea perfecto el hombre de Dios, y esté apercibido para toda obra buena). II Epístola a Timoteo III, 27.
PUNTO PRIMERO
Vicente fue perfecto hombre de Dios y siempre dispuesto para toda buena obra: este es el compendio de su elogio. Fue lo primero, porque ni su nacimiento, ni sus bienes ni las dignidades contribuyeron a su elevación y gloria; fue la obra de Dios solo quien lo distinguió en medio de una familia oscura, lo condujo por las vías ordinarias de la humillación, lo tuvo mucho tiempo en la dependencia de otros, lo sujetó a una dura esclavitud, y al fin lo obligó a mandar.
Púsolo primero la Providencia en un curato, y poco después lo quitó de allí, como si lo hubiera considerado indigno de desempeñar las funciones de pastor: en esto obedeció ciegamente Vicente, y gustoso volvió al estado que por obediencia había dejado. Estando plenamente sujeto a los designios de Dios respecto de él, nunca se ocupó en proyectos sobre su establecimiento personal ni buscó apoyo en el poder humano; antes bien, despreciaba las ocasiones que se le presentaban para darse a conocer: aguardaba en silencio el cumplimiento de la voluntad de Dios, y estaba en manos de este Maestro soberano como el barro en las del alfarero, dispuesto a tomar la forma que Dios quisiera darle.
PUNTO SEGUNDO
Habiéndose hecho de este modo el hombre de Dios, Vicente jamás veía más que a Dios en la persona de aquellos bajo cuyo dominio lo había puesto la Providencia; y con esta disposición no solo eran más puras sus intenciones, sino también más respetuosa y pronta su obediencia. Sus deseos tendían únicamente A los intereses de su divino Maestro, los miraba con el mayor cuidado, los defendía con vigor y los solicitaba con fervor constante. Le causaba tanto dolor lo que ofendía al Señor, cuanto gusto todo lo que contribuía a su gloria; y por eso los ultrajes que Dios recibía de los pecadores herían tan profundamente su corazón, que le arrancaban las lágrimas y los gemidos. Procuraba aplacar la cólera divina haciendo él mismo obras de la más austera penitencia, a la vez que trabajaba en convertir a Dios los pecadores que le ofendían, mediante consejos caritativos; procurando de este modo más gloria a Dios que la que le quitaban los cristianos prevaricadores con sus desórdenes y vicios. Para esto nada economizaba, ni bienes, ni reposo ni salud, y aun hubiera sacrificado con gusto su vida; por lo cual fue Vicente verdaderamente el hombre de Dios.
PUNTO TERCERO
Este celo por la gloria de Dios tenía a Vicente dispuesto a toda hora a ejecutar con prontitud cualquiera obra buena; disposición y prontitud que muy rara vez se encuentran reunidas. Unos son a propósito y capaces para formar santas empresas, pero son lentos para ejecutar: otros ponen prontamente manos a la obra, pero no maduran bien sus proyectos, ni examinan si es proporcionada a sus talentos y fuerzas la obra que emprenden.
En la persona de Vicente se hallaban reunidas estas dos cualidades, pues Dios lo había dispuesto como un instrumento para obrar cosas grandes. Vicente había dejado que Dios obrase en él, y se había abandonado a la voluntad divina lleno de confianza en ella. Creíase incapaz e indigno de hacer cosa buena, y para premiar su humildad, Dios lo hizo capaz de concebir y emprender grandes cosas, dándole un poder para llevarlas al cabo, tan grande, cuanto fue perfecto, el conocimiento que tenía el Santo de su incapacidad, de su miseria, y profundo el menosprecio de sí mismo. Y no se contentaba Vicente con la idea de las empresas y con poner todos los medios adecuados para llevarlas al cabo, sino que estaba pronto para ejecutar lo que le parecía que estaba conforme con la voluntad de Dios. Decía con el Apóstol San Pablo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Actas IX, 6), o con nuestro Señor: «Heme aquí que vengo para cumplir, ¡oh Dios! tu voluntad» (Hebreos X, 7). Esta buena disposición de Vicente fue puesta en práctica en toda clase de obras buenas, y por eso admira tanto la variedad y multitud de las que emprendió y ejecutó, que puede uno exclamar: «¿Cómo es posible que un solo hombre haya podido haber obrado tantas cosas?». Y es porque plenamente convencido de que por sí solo nada podía hacer, estaba sin embargo pronto a emprender todo, confiado en que nada hay imposible cuando nos sostiene el brazo fuerte de Dios. Si somos incapaces de imitar en todo a San Vicente, hagamos cuanto nos sea posible con arreglo a nuestro estado y a la medida de gracia que Dios nos haya concedido.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
La sencillez se encamina directamente a Dios y a la verdad, sin astucias, sin respetos humanos y sin mira de propio interés.
Consultemos siempre las máximas que Jesucristo nos ha enseñado; preguntémonos a nosotros mismos: ¿Qué ha hecho el Hijo de Dios, qué ha creído conveniente hacer en circunstancias semejantes a esta en que me hallo?
Esta regla seguía San Vicente, y nunca se separó de ella.
Seamos sencillos de corazón, de espíritu y de intención; seámoslo en palabras y en obras.
Seamos discretos, pero evitando en nuestros discursos todo lo que pueda hacer creer al prójimo que muestras miras son diversas de las que manifestamos y en realidad tenemos. Imitemos a San Vicente, y roguémosle que nos haga dignos de alcanzar estas dos virtudes.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
DÍA NOVENO – 18 DE JULIO
Por la señal…Acto de contrición.
PERFECCIÓN DE SAN VICENTE: «Perféctus sunt homo Dei ad omne opus bonum instrúctus» (Sea perfecto el hombre de Dios, y esté apercibido para toda obra buena). II Epístola a Timoteo III, 27.
Vicente fue perfecto hombre de Dios y siempre dispuesto para toda buena obra: este es el compendio de su elogio. Fue lo primero, porque ni su nacimiento, ni sus bienes ni las dignidades contribuyeron a su elevación y gloria; fue la obra de Dios solo quien lo distinguió en medio de una familia oscura, lo condujo por las vías ordinarias de la humillación, lo tuvo mucho tiempo en la dependencia de otros, lo sujetó a una dura esclavitud, y al fin lo obligó a mandar.
Púsolo primero la Providencia en un curato, y poco después lo quitó de allí, como si lo hubiera considerado indigno de desempeñar las funciones de pastor: en esto obedeció ciegamente Vicente, y gustoso volvió al estado que por obediencia había dejado. Estando plenamente sujeto a los designios de Dios respecto de él, nunca se ocupó en proyectos sobre su establecimiento personal ni buscó apoyo en el poder humano; antes bien, despreciaba las ocasiones que se le presentaban para darse a conocer: aguardaba en silencio el cumplimiento de la voluntad de Dios, y estaba en manos de este Maestro soberano como el barro en las del alfarero, dispuesto a tomar la forma que Dios quisiera darle.
Habiéndose hecho de este modo el hombre de Dios, Vicente jamás veía más que a Dios en la persona de aquellos bajo cuyo dominio lo había puesto la Providencia; y con esta disposición no solo eran más puras sus intenciones, sino también más respetuosa y pronta su obediencia. Sus deseos tendían únicamente A los intereses de su divino Maestro, los miraba con el mayor cuidado, los defendía con vigor y los solicitaba con fervor constante. Le causaba tanto dolor lo que ofendía al Señor, cuanto gusto todo lo que contribuía a su gloria; y por eso los ultrajes que Dios recibía de los pecadores herían tan profundamente su corazón, que le arrancaban las lágrimas y los gemidos. Procuraba aplacar la cólera divina haciendo él mismo obras de la más austera penitencia, a la vez que trabajaba en convertir a Dios los pecadores que le ofendían, mediante consejos caritativos; procurando de este modo más gloria a Dios que la que le quitaban los cristianos prevaricadores con sus desórdenes y vicios. Para esto nada economizaba, ni bienes, ni reposo ni salud, y aun hubiera sacrificado con gusto su vida; por lo cual fue Vicente verdaderamente el hombre de Dios.
Este celo por la gloria de Dios tenía a Vicente dispuesto a toda hora a ejecutar con prontitud cualquiera obra buena; disposición y prontitud que muy rara vez se encuentran reunidas. Unos son a propósito y capaces para formar santas empresas, pero son lentos para ejecutar: otros ponen prontamente manos a la obra, pero no maduran bien sus proyectos, ni examinan si es proporcionada a sus talentos y fuerzas la obra que emprenden.
En la persona de Vicente se hallaban reunidas estas dos cualidades, pues Dios lo había dispuesto como un instrumento para obrar cosas grandes. Vicente había dejado que Dios obrase en él, y se había abandonado a la voluntad divina lleno de confianza en ella. Creíase incapaz e indigno de hacer cosa buena, y para premiar su humildad, Dios lo hizo capaz de concebir y emprender grandes cosas, dándole un poder para llevarlas al cabo, tan grande, cuanto fue perfecto, el conocimiento que tenía el Santo de su incapacidad, de su miseria, y profundo el menosprecio de sí mismo. Y no se contentaba Vicente con la idea de las empresas y con poner todos los medios adecuados para llevarlas al cabo, sino que estaba pronto para ejecutar lo que le parecía que estaba conforme con la voluntad de Dios. Decía con el Apóstol San Pablo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Actas IX, 6), o con nuestro Señor: «Heme aquí que vengo para cumplir, ¡oh Dios! tu voluntad» (Hebreos X, 7). Esta buena disposición de Vicente fue puesta en práctica en toda clase de obras buenas, y por eso admira tanto la variedad y multitud de las que emprendió y ejecutó, que puede uno exclamar: «¿Cómo es posible que un solo hombre haya podido haber obrado tantas cosas?». Y es porque plenamente convencido de que por sí solo nada podía hacer, estaba sin embargo pronto a emprender todo, confiado en que nada hay imposible cuando nos sostiene el brazo fuerte de Dios. Si somos incapaces de imitar en todo a San Vicente, hagamos cuanto nos sea posible con arreglo a nuestro estado y a la medida de gracia que Dios nos haya concedido.
MÁXIMAS DEL SANTO:
- Sometiéndose enteramente el hombre a la voluntad divina, vence las dificultades que encuentra en el servicio de Dios, y el Señor consumará los designios que tenga relativos a este hombre.
- Solo pueden ser a propósito para las obras de Dios, los que tienen una profunda humildad y un sincero menosprecio de sí mismos.
- El alma que siempre se dirige por el espíritu de Dios, se hace capaz de hacer cosas extraordinarias.
El hombre ha nacido para ocuparse sin descanso en cosas que tiendan al fin para que fue creado; debe pues encaminar todas sus acciones hacia este mismo fin, y obrar en todo conforme con el espíritu y la voluntad de su Creador, de su Señor y de su Maestro soberano, esto es, hacer todo según quiera Dios y en el tiempo que quiere que se haga, puesto que Dios debe ser el único objeto del corazón del hombre.
Por eso en la elección del estado de vida no ha de ser el mundo, ni la carne ni la sangre lo que nos dirija, sino únicamente la orden de la Providencia. Pidamos a Dios que nos alumbre para elegir el estado de vida que debemos abrazar: para alcanzar esta gracia, hagamos buenas obras, empleemos todo el tiempo necesario para reflexionar sobre tan importante elección, y consultemos personas instruidas en las vías del Señor.
Dediquémonos a desempeñar con perfección las funciones del estado en que Dios nos haya puesto, convencidos de que las miras del Señor son nuestra Santificación, ya sea que nos hallemos en el estado secular, en el eclesiástico o en el religioso. Por tanto, dice el Apóstol San Pedro, «hermanos míos, esforzaos más y más, y haced cuanto podáis para asegurar más o afirmar más vuestra vocación y elección por medio de las buenas obras; porque haciendo esto no pecaréis jamás. Pues de este modo se os abrirá de par en par la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (II Epístola I, 10).
Es gran falta dejar de practicar el bien; pero quien conoce el bien que debe hacer y no hace, por lo mismo peca (Santiago IV, 17).
Vivamos convencidos de que todo depende de la voluntad de Dios, y. que nada podemos hacer que no esté previsto y arreglado por la Providencia.
Pongamos toda nuestra confianza en Dios, siempre que emprendamos cualquiera obra según sus disposiciones; dóciles a todos los movimientos de su espíritu, el cual obrará en nosotros y con nosotros; no busquemos más apoyo que el suyo; no tengamos más mira que Él, en cuanto podamos hacer no busquemos más que su gloria, el provecho del prójimo y nuestra eterna salud.
Roguemos a Dios que nos conceda esta gracia por intercesión de San Vicente de Paúl, que fue con toda perfección hombre de Dios, aparejado y pronto para toda obra buena.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
Por eso en la elección del estado de vida no ha de ser el mundo, ni la carne ni la sangre lo que nos dirija, sino únicamente la orden de la Providencia. Pidamos a Dios que nos alumbre para elegir el estado de vida que debemos abrazar: para alcanzar esta gracia, hagamos buenas obras, empleemos todo el tiempo necesario para reflexionar sobre tan importante elección, y consultemos personas instruidas en las vías del Señor.
Dediquémonos a desempeñar con perfección las funciones del estado en que Dios nos haya puesto, convencidos de que las miras del Señor son nuestra Santificación, ya sea que nos hallemos en el estado secular, en el eclesiástico o en el religioso. Por tanto, dice el Apóstol San Pedro, «hermanos míos, esforzaos más y más, y haced cuanto podáis para asegurar más o afirmar más vuestra vocación y elección por medio de las buenas obras; porque haciendo esto no pecaréis jamás. Pues de este modo se os abrirá de par en par la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (II Epístola I, 10).
Es gran falta dejar de practicar el bien; pero quien conoce el bien que debe hacer y no hace, por lo mismo peca (Santiago IV, 17).
Vivamos convencidos de que todo depende de la voluntad de Dios, y. que nada podemos hacer que no esté previsto y arreglado por la Providencia.
Pongamos toda nuestra confianza en Dios, siempre que emprendamos cualquiera obra según sus disposiciones; dóciles a todos los movimientos de su espíritu, el cual obrará en nosotros y con nosotros; no busquemos más apoyo que el suyo; no tengamos más mira que Él, en cuanto podamos hacer no busquemos más que su gloria, el provecho del prójimo y nuestra eterna salud.
Roguemos a Dios que nos conceda esta gracia por intercesión de San Vicente de Paúl, que fue con toda perfección hombre de Dios, aparejado y pronto para toda obra buena.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se rezarán todos los días.
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