Pedro Arrupe (izquierda) y su futuro sucesor, Peter Hans Kolvenbach
Pedro
Arrupe y Gronda, superior general que guió los pasos de la Compañía de Jesús
entre 1965 y 1983, durante el Concilio y el postconcilio, nace el 14 de
noviembre de 1907 en Bilbao, en la calle de “La pelota”. Sus padres,
Marcelino Arrupe (arquitecto) y Dolores Gondra, eran ambos naturales de
Munguía, localidad vizcaína cercana a Bilbao.
El
primero de octubre de 1914 ingresa en el colegio de los Escolapios de
Bilbao, en donde cursará el Bachillerato hasta 1922. El 29 de marzo de
1918 ingresa en la Congregación Mariana de San Estanislao de Kostka, “los
Kostkas”, dirigida por el padre Ángel Basterra Ortiz, el primer jesuita que conoció
Arrupe. Arrupe llegó a ser vicepresidente de los “kostkas”.
En
1923 comienza el primer curso de Medicina en la Facultad de San Carlos
de Madrid. Las notas de su carrera son extraordinarias: en casi todas
las asignaturas, sobresaliente y matrícula de honor. Severo Ochoa, que
llegaría a ser premio Nobel y que entonces era condiscípulo de Arrupe,
confesaría más tarde: “Pedro me quitó aquel año el premio
extraordinario”.
El 25 de enero de 1927 ingresa en la
Compañía de Jesús, en el noviciado de Loyola. El doctor en medicina Juan
Negrín, uno de sus profesores, hizo lo posible por no perder a un
alumno tan brillante. Más tarde, iría a Loyola a visitar a Pedro: “A
pesar de todo, me caes muy simpático”. Y allí se dieron un abrazo el
futuro presidente del gobierno de la República y el futuro general de la
Compañía.
Juan
Negrín López, jefe de las Brigadas Internacionales comunistas, fue en
busca de su camarada Arrupe para que continuara su carrera de medicina
(por lo menos no hubiera hecho tanto daño allí).
Poco
después de haber comenzado sus estudios de Filosofía en el monasterio de
Oña (Burgos), llega el decreto de disolución de la Compañía en España
(1932). Arrupe parte al destierro con sus compañeros y profesores.
Continuarán sus estudios en Marneffe (Bélgica). Para cursar Teología le
envían a Valkenburg (Holanda). En la vecina Alemania surgía ya la sombra
de Hitler y el nazismo. “Para mí -diría más tarde- el encuentro con la
mentalidad nazi fue un tremendo shock cultural”.
El 30 de
julio de 1936 recibe la ordenación sacerdotal en Marneffe. En
septiembre se traslada a los Estados Unidos para realizar estudios de
moral médica.
El 6 de junio de 1938 recibe una carta del
Padre General destinándole a la misión de Japón, misión que había
solicitado ya muchas veces a sus superiores, embarcándose el 30 de
septiembre en Seatle rumbo a Yokohama. Después de varios meses de
aprendizaje de la lengua y costumbres japonesas, en junio de 1940 es
destinado a la parroquia de Yamaguchi, tan llena de recuerdos de la
predicación de San Francisco Javier. Sin embargo, estos primeros años fueron para él en parte frustrantes, porque sus continuas y variadas iniciativas no conseguían atraer a los japoneses a la fe cristiana.
Arrupe en kimono practicando la meditación Zen.
El
8 de diciembre de 1941, unas horas después de la entrada de Japón y
Estados Unidos en la contienda mundial tras el “ataque” de Pearl Harbor, Arrupe
fue arrestado y encarcelado por las autoridades locales japonesas bajo la
acusación de ser espía. Aunque sabían que algo se preparaba contra Japón
y que Arrupe tenía algo que ver al respecto, fue liberado al cabo de 33 días
por falta de pruebas y al poco tiempo, le nombraron maestro de novicios en
Nagatsuka, una pequeña localidad situada a siete kilómetros de lo que
luego sería el epicentro de la explosión nuclear en el centro de
Hiroshima.
Arrupe plasmó en un libro –‘Yo viví la
bomba atómica’– sus vivencias del día de la tragedia y los meses
posteriores, omitiendo el detalle de que fue elegida
como blanco de la bomba Little Boy una ciudad sin importancia
militar y estratégica como lo era Hiroshima, cuya única
particularidad era ser la ciudad más católica del Lejano oriente. El 6
de agosto de 1945 se encontraba en una casa con 35 jóvenes y varios
padres jesuitas, cuando a las 08:15 horas vio “una luz potentísima, como
un fogonazo de magnesio, disparado ante nuestros ojos”.
Al
abrir la puerta del aposento, que daba hacia Hiroshima, “oímos una
explosión formidable, parecido al mugido de un terrible huracán, que se
llevó por delante puertas, ventanas, cristales, paredes endebles…, que
hechos añicos iban cayendo sobre nuestras cabezas”. Fueron tres o cuatro
segundos “que parecieron mortales”, aunque todos los allí presentes
salvaron sus vidas. Sin embargo, no había rastro de que hubiera caído
una bomba por allí.
“Estábamos recorriendo los campos
de arroz que circundaban nuestra casa para encontrar el sitio de la
bomba, cuando, pasado un cuarto de hora, vimos que por la parte de la
ciudad se levantaba una densa humareda, entre la que se distinguían,
claramente, grandes llamas. Subimos a una colina para ver mejor, y desde
allí pudimos distinguir en donde había estado la ciudad, porque lo que
teníamos delante era una Hiroshima completamente arrasada”, relata
Arrupe.
Ante ellos se extendía “un enorme lago de fuego”
que con el paso de los minutos dejó a Hiroshima “reducida a escombros”.
Los que huían de la ciudad lo hacían “a duras penas, sin correr, como
hubieran querido, para escapar de aquel infierno cuanto antes, porque no
podían hacerlo a causa de las espantosas heridas que sufrían”.
Arrupe
y el resto de los jesuitas improvisaron un hospital en la casa del
noviciado. Allí lograron acomodar a más de 150 heridos, de los cuales
lograron salvar a casi todos, aunque la gran mayoría de ellos sufrieron
los devastadores efectos de la radiación atómica en el ser humano. Más
de 70.000 personas murieron el día de la bomba en Hiroshima y otras
200.000 quedaron heridas. A finales de 1945, la cifra de muertos había
ascendido a 166.000 personas.
Es nombrado superior de
todos los jesuitas de Japón, con el cargo de Viceprovincial el 24 de Marzo de 1954. Da la vuelta al mundo pronunciando conferencias y es
elegido general de la Compañía de Jesús el 22 de Mayo de 1965. Recibió
la Compañía con
36.038 miembros. Eran los tiempos azarosos en los que entraba la
sociedad contemporánea y, muy especialmente, la Iglesia después del
Concilio Vaticano II.
Montini y Arrupe, los cómplices que orquestaron el Hiroshima de la Compañía de Jesús.
El
2 de Diciembre de 1974 convoca la XXXII Congregación General, que duró
hasta Marzo de 1975. Supondrá un hito fundamental en la historia de los
jesuitas, sobre todo por la proclamación de que “nuestra fe en Dios ha
de ir insoslayablemente unida a nuestra lucha infatigable para abolir
todas las injusticias que pesan sobre la humanidad”. Sin embargo, es de
advertir que había una profunda división entre la Compañía: en el “Simposio Fe cristiana y cambio social en América Latina”, reunido en San Lorenzo del Escorial en 1972, un grupo de jesuitas decidió acoger la Teología de la Liberación fundada por el dominico peruano Gustavo Gutiérrez,
y en contrapartida los españoles Luis María Mendizábal Ostolaza, José
María Alba Cereceda, José Ramón Bidagor Altuna y Rodrigo Molina
Rodríguez; y el venezolano Tomás Morales Pérez querían conservar el
apostolado ignaciano tradicional pidiendo al Vaticano ser erigidos en
provincia independiente del generalato. Allí Arrupe tuvo un aliado que,
39 años después, llegaría a ser el primer Papa proveniente de la
Compañía: Jorge Mario Bergoglio Sívori.
Pedro Arrupe (derecha) siguiendo a su valido Bergoglio tras presidir un servicio Novus Ordo
Alrededor de las 5:30h del 7 de Agosto de 1981, de vuelta de Filipinas y Tailandia, a donde había ido a visitar a los jesuitas de aquella parte del mundo, ya en Roma, saliendo del Aeropuerto Internacional Leonardo da Vinci a bordo de un taxi, sufre una trombosis cerebral que le deja incapacitado del lado derecho. Al día siguiente en el hospital Salvátor Mundi, le administra su asistente, el estadounidense Vincent Thomas O’Keepe Allen, el “sacramento” de la Unción de los enfermos. Ese mismo año, eran solamente 26.622: una diferencia de 9.406 en comparación con los 36.038 que recibió, siendo dable afirmar que en promedio 588 sacerdotes abandonaban la Compañía anualmente. Adviértase que sólo en el primer año, salieron 9, pero desde entonces las bajas se intensificaron, bien por excardinaciones, expulsiones o solicitudes de reducción al estado laical.
El 26 de agosto el Papa
Juan Pablo II nombra un delegado personal para atender al gobierno de
la Compañía en la persona del jesuita italiano Paolo Dezza (anterior rival de Arrupe por el generalato en la Congregación de 1965, y confesor de Pablo VI y Juan Pablo I), descartando a O’Keepe, que había sido designado el día 10 como su vicario durante su convalecencia (O’Keepe era más progresista, si cabía, que el propio Arrupe), con el padre Giuseppe Pittau Pibiri (entonces provincial de la Compañía en Japón y rector de la Universidad Sophía de Tokio) como coadjutor. Esto representó un suspenso de las Constituciones de la Compañía, las cuales definen que el sucesor del Superior General sería designado por la Congregación General. Pero esas mismas constituciones preveían que el generalato era vitalicio, lo que fue roto por el interesado cuando 3 de Septiembre de 1983, ante la XXXIII Congregación General, Arrupe presenta
su renuncia al cargo ante todos los Padres congregados. Pocos días
después, el P. Peter-Hans Kolvenbach Domensino es elegido General de la Compañía.
Su primer gesto fue abrazar al P. Arrupe mientras le decía: “Ya no le
llamaré a usted Padre General, pero le seguiré llamando padre”.
Wojtyła visita a Arrupe poco antes de morir.
Arrupe con la non sancta Teresa Calcutense.
Arrupe murió el 5 de Febrero de 1991 en la casa generalicia en Roma. Y el 11 de Julio de 2018, el superior actual, el venezolano Arturo Sosa Abascal anunció la apertura del proceso de “beatificación” de ese sacerdote que se encargó de destruir la obra de su coterráneo San Ignacio de Loyola.
Aparente y alegadamente, a Kolvenbach le iban a hacer lo mismo: El historiador italiano Gianni La Bella, portavoz de la Comunidad San Egidio en Latinoamérica, relata en su libro ‘Los jesuitas: Del Vaticano II al Papa Francisco’ que en 2006, el cardenal Tarcisio Pietro Evasio Bertone Borio SDB planeó designar como delegado personal para la Compañía a Bergoglio. Un “perplejo y desconcertado” Kolvenbach (que renunció al generalato en 2008) tuvo una audiencia con Benedicto XVI para solicitarle que no llevara a término dicho plan (que Bergoglio, por su parte, no estaba dispuesto a aceptar), que “no sería tolerado esta vez” por ellos (con lo que Kolvenbach sabía de Bergoglio y en su momento le comunicó a Wojtyła cuando resolvió nombrarlo como arzobispo de Buenos Aires…). Al final, no se llevó a cabo.
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