Amados hermanos en Jesús, María y José, salud y bendición.
«Clama, pues, ¡oh Isaías!, no ceses: Haz resonar tu voz como una trompeta, y declara a mi pueblo sus maldades, y a la casa de Jacob sus pecados; ya que cada día me requieren como en juicio, y quieren saber mis consejos. Como gente que hubiese vivido justamente, y no hubiese abandonado la ley de su Dios, así me demandan razón de los juicios o decretos de mi justicia y quieren acercarse a Dios como para disputar con Él» (Isaías LVIII, 1-2/Versión de Mons. Félix Torres Amat).
«Clama, no ceses», llamó Yahveh Dios a San Isaías Profeta hace más de 3.500 años para que denunciase la iniquidad e hipocresía disfrazada de piedad que imperaba en el pueblo israelita. Y hoy, nos vemos impelidos a tomar este llamado, a vista de la situación actual que vemos en la Tradición, no menos que por algunas noticias que han llegado a conocimiento. Y con este pasaje damos apertura a estas líneas, que nos ha costado escribir, pero es necesario hacerlo para llamar a reflexión.
Hemos estado asistiendo, en estos tiempos de confusión apocalíptica, a un espectáculo lamentable: Se está presentando una deriva sectaria entre algunos fieles de la Tradición, y ¡horror horrórum!, hay sacerdotes y obispos que, cuando no con un silencio cómplice e indigno de su oficio, alimentan ese sectarismo con homilías y escritos cubriéndose con el manto de piedad.
Ahora, cabe señalar que este sectarismo que estamos denunciando, es propiciado especialmente por causa de la “Tesis de Cassiciacum” (Sedeprivacionismo, Papado materiáliter, o simplemente “La Tesis” de Des Lauriers –aunque en realidad es una hipótesis, más todavía, un “reconocer y resistir” con filosofía–), a que muchos de estos fautores de división adhieren.
No hablamos de un obispo Donald Sanborn y su Instituto Católico Romano, o de un obispo Geerdt Struyer y un padre Francesco Ricossa y su Instituto Mater Boni Consílii, ni mucho menos de un padre Héctor Lázaro Romero quienes son abierta y declaradamente partidarios y propagandistas, enseñándola cual si de dogma de fe se tratase, hasta el punto que pretenden un asentimiento en el fuero interno para ser feligrés, promovido a las Órdenes sagradas o profesar en religión.
Hablamos, pues, de algunos que «se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados» (cf. San Pío X, Encíclica “Pascéndi Domínici gregis”). Cuando se les confronta, ellos niegan tal modo de proceder, y afirman haber estudiado (casi el mismo argumento que, hace más de 150 años, esgrimían los liberales y sus hijos los modernistas contra los cuales combatieron con tanto denuedo el Papa Pío IX y San Pío X). Y, cuando se les cuestiona, señalándoles que esa Tesis es no solo anticanónica y al menos malsonante (cuando no próxima a herejía), sino hasta ilógica (porque afirmar que un Papa puede ser “material” pero no “formal” es equívoco y contrario al principio de no contradicción) y cercana más al hegelianismo que al tomismo, responden diciendo que «es un tema que Vd. no domina», que «no se entiende debidamente» o cosas por el estilo, llegando al colmo de descalificar y tachar de envidiosos y calumniadores a quienes, por simple celo de la honra de Dios y la salvación de las almas, se levantan para denunciar este error.
Y para más inri tienen sus seguidores el descaro de decir cual tartufos: «tenga piedad…», «no cause división…», «está faltando a la caridad…», y se levantan con un coraje y arrojo que cabe preguntarse si lo tienen para la causa de Jesucristo el Señor como hacen para atacar a los que critican a “sus” clérigos que han elevado a gurúes de su secta.
Entendamos: En un sentido lato, una secta es
«cualquier sociedad religiosa establecida en oposición a la Iglesia Católica, sea que consista de infieles, paganos, judíos, musulmanes, no católicos, o cismáticos» (Charles Augustine, A Commentary on the New Code of Canon Law, tomo VIII, San Luis 1923, pág. 279).
Y en el caso que nos concierne, se ha de entender en un sentido estricto, a saber, una secta acatólica:
«En sentido estricto, una secta acatólica es un cuerpo religioso el cual, aunque retiene el nombre Cristiano, niega con sus obras y doctrina la Fe Católica» (PP. Arthur Vermeersch y Joseph Creusen SJ, Epítome Juris Canónici, tomo III, Malinas-Roma 1921, n. 513; traducción propia).
Debe haber (y más a estas alturas, porque esta lucha no empezó ayer, sino que lleva 66 años) una claridad plena en los conceptos, en que la Secta del Vaticano II NO ES LA VERDADERA IGLESIA CATÓLICA sino la ANTIIGLESIA (o PSEUDOIGLESIA), ni su jerarquía la Jerarquía de esta. La organización surgida en ocasión y consecuencia del Vaticano II, y actualmente gobernada por Francisco Bergoglio, «es un cuerpo religioso el cual, aunque retiene el nombre Cristiano, niega con sus obras y doctrina la Fe Católica» (cf. Vermeersch - Creusen, op. cit.). Por ende, su “jerarquía”, constituida con un rito inválido y adherente a la apostasía, no puede bajo ningún título (“material”, “formal”, o cual sea) ser tenida como la Jerarquía de la Iglesia Católica, siendo como es incapaz por derecho divino e inhabilitada por derecho canónico para acceder o ejercer autoridad alguna, mucho menos para ser reconocida como tal aun en el supuesto que abjuren de sus errores, porque ipso facto (por ese hecho) están bajo infamia, como declara la bula “Cum ex Apostolátus Offício” (documento que, al tratar de una verdad de fe divina y católica como es que los herejes, cismáticos y apóstatas se separan del Cuerpo Místico de Cristo, es infalible y no puede ser derogado), tanto fuente del canon 188 § 4 del Código Pío-Benedictino de Derecho Canónico.
Ítem lo anterior, no se debe conmemorar mediante mención en el Te ígitur de la Misa a la jerarquía modernista, toda vez que este es un acto de reconocimiento de jurisdicción y comunión, y al hacerlo, indirectamente se acusan a sí mismos de desobediencia y cisma frente a esa misma “jerarquía”. Porque, si alguno les reconoce, está obligado a obedecerlos EN TODO.
Sépase que aquellos que así hacen son unos infiltrados, y (Dios nos libre de profetizar) acabarán tarde o temprano adhiriendo a la Secta Modernista, arrastrando con ellos a las almas de los que incautamente los siguen. Y que si algún candidato a las Órdenes Sagradas siguiere tal proceder, es indigno de ellas («MÁS VALE ESTAR LA GREY SIN PASTOR, QUE TENER POR PASTOR A UN LOBO», como decía San Ignacio de Loyola), y el obispo que se las confiere a sabiendas de ello, participa en el pecado y es ocasión de escándalo ante los fieles y de burla por los infieles. No podemos, en conciencia, apoyar tales cosas ni permanecer en silencio.
Bien sabemos que estas palabras nos van a traer persecución, pero no por ello tenemos miedo. No es nada nuevo, y un soldado de Cristo, un Miles Christi, ha sido llamado para defender la Fe verdadera, la verdadera Iglesia, sabe que va a suceder, pero permanece firme y combate para que Cristo reine, aunque deba resistirle en la cara a algunos.
Pidámosle a la Santísima Virgen, Exterminadora de las herejías, que nos ayude a combatir con denuedo al error, aun si tuviéramos que padecer afrentas y la muerte misma, y que por su intercesión nos conceda recibir el galardón celestial de los que combaten por la fe.
JORGE RONDÓN SANTOS
18 de Febrero de 2025 (Año Santo de Cristo Rey).
Martes de Septuagésima. Fiesta de la Oración de Nuestro Señor Jesucristo en Monte Olivete. Conmemoración de San Simeón de Jerusalén y San Flaviano de Constantinopla, Obispos y Mártires, de San Eladio de Toledo, Obispo y Confesor. Fundación y dedicación de la catedral de Nuestra Señora de Laon (Francia) por San Remigio de Réims.